ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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lunes, 24 de marzo de 2014

LA ENCARNACION (IV)


LA ENCARNACIÓN (IV)









VII.- POR QUÉ SE ATRIBUYE AL ESPÍRITU SANTO.- León XIII escribió en su Encíclica “Divinum illud munus“ lo siguiente: "Aunque obra de toda la Trinidad, la Encarnación se asigna como propia al Espíritu Santo". Y así dice de la Virgen el Evangelista: “Se encontró encinta por obra del Espíritu Santo“ (Mt 1, 18) y “Lo engendrado en ella es del Espíritu Santo“ (Mt 1,20) y “El Espíritu Santo vendrá sobre ti“ (Lc 1,35).
Santo Tomás da tres razones por las que conviene atribuir la Encarnación al Espíritu Santo:

PRIMERA.- Por parte de Dios, convenía que así fuera, ya que del máximo amor de Dios provino que el Hijo de Dios tomara carne en el seno de la Virgen, y el Espíritu Santo es amor del Padre y del Hijo.

SEGUNDA.- Por parte de la naturaleza, también convenía que así fuera, ya que la naturaleza humana fue asumida por el Hijo en unidad de Persona, no por razón de mérito alguno, sino de sola gracia, la cual se atribuye al Espíritu Santo según S.Pablo (1 Cor 12, 4).

TERCERA.- Porque así convenía también por razón del término de la Encarnación. Porque a esto se enderezaba la Encarnación: a que el Hombre que era concebido en las entrañas de la Virgen fuese Santo e Hijo de Dios (Lc 1, 35). Ahora bien, las dos cualidades se atribuyen al Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios y que es Espíritu santificador (1ª Rom 1, 4) (G. Alastruey, ”Tratado de la Virgen Santísima”, Pags. 90-91; Muñoz Iglesias, “El Espíritu Santo”, p.41).

VIII.- REPERCUSIONES PRACTICAS DE LA ENCARNACIÓN.- Veamos algunas repercusiones o consecuencias que la Encarnación ocasionó de carácter práctico:

PRIMERA.- El que Jesucristo sea perfecto Dios y perfecto Hombre, tiene como inmediata consecuencia en la Iglesia, su constitución divino-humana, no como dos aspectos totalmente independientes, sino compenetrados, de modo que lo visible sea la manifestación de lo divino, y que sea a través de ella como lleguemos a Cristo. Igualmente se da esta compenetración en los sacramentos: los elementos visibles y los dones de gracia están en estrecha ligazón.

SEGUNDA.- Cuestión aparte por su repercusión en nuestra vida merecen las consecuencias de la Encarnación para el cristiano. La ascesis cristiana ha de vivir: el valor de lo humano transcendido en Dios, la muerte al pecado y sus consecuencias para llevar una nueva vida en “carne” resucitada.
TERCERA.- Toda la grandeza y valor de la muerte y Resurrección de Jesús proviene de su Persona. Sin esa dimensión divina, la Pascua no sería tan central en la historia de la salvación.

Haciendo un paralelismo con nuestra vida, si no hay una santidad personal, una vivencia de Dios en nosotros, nuestra donación a los demás, nuestra entrega, carece de punto de apoyo, no tiene plenitud de sentido en Cristo.

CUARTA.- La asunción de lo humano por el Verbo nos orienta en una visión positiva de la ascesis. No se trata de matar al hombre para que resplandezca lo divino, sino de asumirlo quitando el pecado, pero en orden a que la unión sea perfecta. No es lo humano lo que choca con lo divino, sino el aspecto pecaminoso en que nace el hombre y que acepta por su pecado. Una lucha ascética, en claro sentido de Encarnación desarrolla la personalidad del hombre en todos sus aspectos.

QUINTA.- Tampoco las realidades terrenas se escapan a este enfoque. No en vano “Por El fueron creadas todas las cosas...y para El...y quiso también por medio de El reconciliar todas las cosas“ (Col 1, 15-20).
Así como en Cristo lo humano no deja de serlo por su unión con lo divino, por la Encarnación tampoco lo terrestre se hizo divino, como si se tratara de una especie de panteísmo, pero sí es verdad que nada de cuanto hay en la tierra se escapa a su influencia y es susceptible de una orientación hacia El. Autonomía de las realidades terrestres y abertura a lo divino es la gran lección de la Encarnación a cuantos se encuentran en su trabajo diario, metidos por su ser de hombre en un compromiso con el mundo. (M. Ponce Cuéllar, “Encarnación del Verbo“, G.E.R. ,Vol. VIII, págs 586-587 )

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