ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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sábado, 22 de marzo de 2014

LA ENCARNACION (II)




LA ENCARNACIÓN ( II )



III.- FINALIDAD DE LA MISMA.- Si nos preguntamos con qué fin el Espíritu Santo realizó el acontecimiento de la Encarnación, la Palabra de Dios nos responde sintéticamente en la segunda Carta de S. Pedro: para hacernos “partícipes de la naturaleza divina“ (2 Pe 1,4).
Santo Tomás afirma: El Hijo Unigénito de Dios, queriendo que también nosotros fuéramos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza humana, para que, hecho Hombre, hiciese “dioses“ a los hombres, es decir, partícipes por gracia de la naturaleza divina. (Juan Pablo II , Ecclesia, 20-6-98, pag. 940).
La participación en la vida divina responde a la filiación (Jn 1,13; 3, 5; 1 Pe 1, 3). Por ella consigue el hombre superar la mortalidad (Schökel, "Com. Biblia del Peregrino, N.T.P. 605)

IV .- INICIATIVA DEL PADRE EN LA ENCARNACIÓN.- La entrada de Jesucristo en este mundo se presenta, en los textos correspondientes del Nuevo Testamento, ante todo y esencialmente como una acción de Dios Padre. Son, sobre todo, los textos citados de Mateo y Lucas, los que tratan del momento de la intersección entre eternidad e historia.
La entrada de Jesucristo en la historia tuvo lugar en virtud de la sola y plena paternidad de Dios Padre. Dicha paternidad no es una acción excluyente, ni ignora ni lesiona un derecho adquirido. A José no se le quita Jesús, sino que se le asigna; no se le hurta, sino que se le “ regala “; quien le hace ese don es el Padre mismo, que respeta el derecho natural de José como padre. Y José, con su libre decisión, acepta de Dios a Jesús como hijo suyo. Por otra parte, se afirma que Jesús no era hijo corporal de José.
Otra cuestión es la concepción de Jesucristo por María como Madre (Lc 1,35). Aunque todo sucede por iniciativa de Dios y el que ha de nacer es totalmente de Dios Padre, acontece de tal modo que tiene una Madre humana de verdad por la fuerza del Altísimo.
Dado que Dios es la fuente absoluta, perfecta y única de toda vida, debe darse en El, original y perfectamente, lo que el hombre y la mujer cumplen activamente como generadores de vida. La fuerza generadora que cada uno de ellos posee es una participación especial y parcial en el ser original de Dios, que les otorga dicha capacidad.
Esta paternidad de Dios para con Jesucristo, no se expresa con decir que Dios actúa en lugar de un padre terreno, (cosa que afirma Alastruey en su “Tratado de la Virgen Santísima", pag. 91), porque Dios es el principio generador único de todo Jesucristo.
María no engendra a Jesús, sino que, como Madre lo concibe de un modo especial, que no incluye nada que se parezca a la relación con un principio masculino del tipo que fuere. María, pues, no concibe a Jesús por medio de una activación de su feminidad. Pero esto no excluye el que María actuara su ser de mujer en relación con su Hijo, es decir, en relación con el Hijo de Dios; y lo hace en cuanto Madre. No obstante, sigue siendo Virgen. Su maternidad divina para con el Hijo de Dios no incluye nada que pueda sonar, ni remotamente, a una equiparación con Dios Padre. (R, Schulte, “El acontecimiento de Cristo Acción del Padre“ Mysterium Salutis, Vol. II, pags. 67-74)


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