ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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domingo, 9 de junio de 2013

Resumen de la conferencia impartida por Mª del Carmen Feliu Aguilella


“ORIGEN Y CONSECUENCIAS DEL PECADO”
           
            El problema del mal ha preocupado a los hombres en todos los tiempos; este problema se plantea como constituido por la trilogía pecado, sufrimiento, muerte. Diversas corrientes filosóficas, antiguas religiones politeístas… no han sido capaces de hallar una explicación así que sigue siendo una inquietud sin solución. Sin embargo, en los capítulos 2 y 3 de Génesis vamos a encontrar una respuesta, una solución lógica y coherente. Sabemos que Dios es el artífice de la Creación y que todo lo creado es por ello bueno. Crea al hombre en un estado de perfección, inocencia y felicidad. La condición: que el hombre permanezca en la amistad divina y dentro del orden moral que Dios marca, orden moral que vincula al hombre con el resto de la Creación.

LA CREACION

En el capítulo 2 del Génesis, con su relato de la creación, el autor sagrado nos prepara ya para el desenlace que se producirá con la caída del primer hombre. La providencia divina es el sujeto de este relato. Tras la creación del cielo y la tierra, ésta se halla vacía, sin vegetación ni ningún ser viviente. Así Dios crea un orden en que difieren sensiblemente los autores Yahvista y Sacerdotal, y coloca sobre esta creación al hombre. El Yahvista refiere la creación del hombre después de conformado el “jardín” y más tarde, la creación de los animales a los que Adán proporcionará nombre, mientras que en el capítulo 1 de Génesis, obra del autor Sacerdotal, el hombre es creado al final del proceso creador según un orden creciente de perfección. No es sólo ésta la diferencia ya que su narración es más grandilocuente y estereotipada que difiere de la riqueza expresiva del Yahvista.
     
Con un lenguaje lleno de antropomorfismos, el Yahvista, nos relata esta creación como un acto inmediato de Dios que le forma, le modela desde el barro e insufla su aliento de vida, privilegio que se repite con la creación de la mujer a quien Dios crea a partir de una costilla del hombre, a partir de su misma materia.
           
El creador coloca al hombre en el centro de un paraíso que queda bajo su cuidado; le presenta así mismo a los animales que ha creado para que él les dé un nombre y los conozca, y éstos serán sus auxiliares.
     
Así pues, el hombre aparece como un ser consciente de la naturaleza que lo rodea, de su superioridad sobre las cosas creadas y con una capacidad de discernimiento en lo moral: Dios le entrega la creación, el paraíso es suyo, pero una condición “del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio”.

El autor nos instruye acerca de la situación privilegiada de la primera pareja. Siempre con ese lenguaje antropomórfico que le caracteriza nos muestra a un Dios cercano, en intimidad con el hombre y a éste viviendo en un estado de felicidad, de paz interior y de armonía con todo lo creado. Está libre del dolor y de la muerte por un don gratuito, generoso del creador. Y sobre todo, el hombre tiene conciencia de su libertad para elegir. La única condición divina, como antes decíamos, es que se mantenga dentro del orden establecido, que siga en su amistad por medio de la obediencia, probando de este modo su libertad. La transgresión del precepto del creador, la rebelión moral que supone, constituye el primer pecado y sus consecuencias serán gravísimas para el hombre inocente y feliz del paraíso.

La obra de Dios pasará de una armonía y una belleza perfectas a una ruptura de esa armonía por causa de la acción del hombre, pero no le afectará solamente a él. El hombre hace uso de su libertad y al decidir en base a ésta y alejarse de la órbita de la amistad de Dios, arrastra tras de sí a toda la humanidad ya que su fallo le trasciende y en él está el embrión de toda la humanidad. A ésta, en el primer hombre, ha otorgado Dios un paraíso de donde sólo había desierto, le ha dado la vida, le coloca en una condición de superioridad, y todo esto lo perderá por el pecado de Adan y Eva.


                   EL ORIGEN DEL PECADO

            En el lenguaje simbólico y colorista del autor Yahvista, el pecado se produce por una desobediencia de la primera pareja cuyo acto externo es comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal que les había sido vetado por Dios, y no debe tratarse de ninguna bagatela cuando el creador advierte que la sanción será la muerte, que interpretaremos no como una muerte inmediata sino como la revocación de la inmortalidad. Es cierto que al descubrirse el pecado, el hombre no muere, pero sí pierde absolutamente todas las prerrogativas otorgadas por Dios, la inocencia, el estado de felicidad en que vivía, la intimidad de Dios, y el discernimiento moral.
   
Debemos, por tanto, investigar la naturaleza del primer pecado, que marcará para siempre tan funestamente a la Humanidad.

La limitación impuesta por Dios es una prueba a su libertad pero el hombre se encuentra entre el precepto divino y la tentación que le es externa. Y en esa tentación se contradicen las palabras de Dios “…no moriréis. Es que Dios sabe que el día que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”; y así quedó sembrado el  pecado en el corazón de los primeros hombres. ¿Acaso no era apetecible colocarse a la altura de Dios? No bastaba con el orden establecido y con la relación que la bondad divina mantenía con ellos. Dejándose llevar por la soberbia y creyendo que así poseerían la facultad de determinar qué era bueno o malo, rompiendo con la sumisión a la voluntad de Dios, caen en el engaño. En este acto interior del pecado narrado en Gen 3, el hombre se levanta sobre su condición de creado para exigir una autonomía moral y ponerse a la altura de Dios, trastocando con ello el plan divino de la creación.
     
Los diversos exégetas vienen a coincidir en que éste es un pecado de soberbia, si bien hay diversas matizaciones; entre los exégetas católicos, ven muchos el relato en su sentido literal explicando que el acto externo del pecado constituye un pecado de desobediencia que proviene de un espíritu de independencia. Para otros, la narración es de carácter simbólico y dan una explicación a cada elemento de ésta: el árbol de la ciencia es la aspiración del hombre a poseer un saber superior al que por naturaleza le corresponde, un deseo de determinar lo bueno y lo malo independientemente de la voluntad de Dios; comer de ese fruto es pues un acto de rebeldía contra la voluntad divina, es una pretensión de ser semejante a Dios (como se deduce de la conversación entre Eva y la serpiente). El autor habría utilizado los diversos símbolos para transmitir la idea de este primer pecado a sus contemporáneos, acomodando su mensaje a la mentalidad de la época.

Por otro lado algunos exégetas no católicos explican esta narración no desde la óptica del pecado de los primeros hombres sino como un deseo de pasar a un nivel superior de evolución, de racionalidad. Incluso algunos piensan en la búsqueda de un grado superior de civilización, apartado de Dios, o la aspiración a la inmortalidad.
   
Por último, diversos exégetas, entre ellos algunos católicos, ven en el pecado original una unión sexual fuera del tiempo pre-establecido por Dios. Siendo que esta unión ha sido aceptada por Dios en orden a la propagación de la especie, el precepto impuesto por El es una prueba cuya esencia es recordar al hombre el dominio y la voluntad de Dios sobre todas las cosas y criaturas. Dado que se refiere al hecho de transmisión de vida, el hombre quedaba obligado a reconocerlo como don y dependencia de Dios. Con su pecado pretende arrogarse derechos de Dios constituyéndose, de alguna manera, en creador y por lo tanto con autonomía respecto a Dios. Al vulnerar el plan de Dios, el hombre atrae sobre sí las consecuencias que, a corto plazo y luego a largo (marcando a toda la Humanidad) devienen del pecado.

Las dos vertientes o facetas del pecado génerico:

·         ESQUEMA EXITUS-REDITUS
Este esquema ve el pecado original como un pecado de soberbia, de creer no necesitar a Dios.
Ratzinger, en El espíritu de la liturgia, nos presenta la visión cristiana del esquema del exitus y reditus, según la cual el ciclo salida-retorno, a diferencia de lo que vemos en filósofos de la antigüedad o en otras religiones, no comienza con una caída del hombre, como si se tratara del hombre arrojado en el tiempo y en el espacio sino que se trata de un acto de amor de Dios hacia su criatura.

No comporta la separación de la criatura de su Creador sino que la criatura, el hombre vive ante la mirada de Dios y en perfecta armonía con el resto de la Creación. Es en sí mismo un acto bueno cono nos repite el Yahvista en el relato de Génesis.
           
En dicho esquema o ciclo, el exitus tiende de forma necesaria y como culminación al reditus, a la vuelta al Creador. Ello no implica, según Ratzinger, una “revocación del ser creado”; el hecho es que en el mismo acto creador, acto libre por parte de Dios, hay también un principio de libertad en el propio ser creado. Esta libertad, este libre albedrío, tiene como intención que el ser creado responda positivamente al amor del Creador realizando la unidad más elevada en dicho amor (la idea cristiana del “Dios todo para todos”). No obstante, esa libertad otorgada es el punto de inflexión del retorno voluntario cuando la criatura la ejerce en el sentido de la no-dependencia del Creador y del creerse autosuficiente. La criatura, en su soberbia, se ve como un ser autónomo y se produce la ruptura de la unidad; ahora es imposible el reditus, el retorno por cuenta propia lo que exigirá una reconciliación con el Creador, una expiación y un reconocimiento de la dependencia de Dios.
     
La vuelta al Padre, imposible por propios medios, ha de realizarse por medio de la salvación redentora en la persona de Cristo, del Pastor que busca y recupera a la oveja perdida para volverla a su redil. Es a través de Cristo, hecho Camino, como se hace posible el retorno a la fuente de todo amor, en un acto de nueva Creación que le devuelve a ésta todo su valor.

            Sólo Cristo, en su sacrificio vicario en la Cruz, es el camino, la vía de regreso al Padre.

·         LA CUESTION DEL SER COMO DIOS
El atributo de Creador a sólo Dios compete:
            Si la exégesis católica ha visto en el pecado original una unión sexual a destiempo, no es sencillo explicar a qué exactamente se refiere. Sin embargo, en nuestro propio tiempo, en nuestra historia inmediata, vivimos una serie de situaciones morales que sí podrían arrojar luz sobre esta cuestión: las leyes humanas consienten, adormeciendo al ser moral, en aberraciones como el aborto, la reproducción asistida, el uso de células madre embrionarias, los intentos de clonación, la eutanasia… Al legislar sobre sobre estas cuestiones, el hombre se arroga el atributo divino.

            Conocidos por nosotros todos estos supuestos, vamos a fijarnos particularmente en el que tiene unas connotaciones especiales. El que se nos fuerza a asumir como algo del todo aceptable pero que sigue siendo moralmente atroz. Para ello acudiremos al reciente Magisterio de la Iglesia:
“Hoy son menos raros los casos de embarazos múltiples, esto es, cuando el seno materno es compartido por varios embriones. Suelen presentarse ya sea por la aplicación de la estimulación ovárica en caso de infertilidad o por la fecundación artificial, sobre lo cual el Magisterio se ha ya pronunciado (Cong. Doct. Fe, Inst. Donum vitae, II). 
…ellos (los defensores de esta técnica) concluyen que podría justificarse la selección y eliminación de algunos embriones para salvar a los otros o, al menos uno de ellos. Por este motivo se ha introducido la técnica denominada "reducción embrionaria".

En relación a lo anterior, es preciso señalar lo siguiente. Como todo embrión debe ser considerado y tratado como persona humana (Cong. Doct. Fe, Inst. Donum vitae, I. 1), con la eminente dignidad que esto implica, el nascituro es sujeto de derechos fundamentales desde el primer momento de la concepción, y en primer lugar del derecho a la vida, que de ninguna manera puede ser violado. Por tanto hay que afirmar claramente evitando cualquier confusión o ambigüedad que la "reducción embrionaria" es un aborto selectivo. Es la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente (Juan Pablo II, Enc. Evangelium vitae, n. 57).”
En este caso es claro que al tiempo de “crear” vida, por la selección embrionaria se destruye otra u otras vidas igualmente válidas.
“Yo doy la muerte y doy la vida.” (Dt 32, 39)


             CONSECUENCIAS DEL PECADO

            La consecuencia inmediata es el despertar de la conciencia que en su primera manifestación es el sentimiento de vergüenza que les produce encontrarse desnudos, estado en el que habían permanecido hasta entonces sin que les fuera extraño. Simbólicamente, esta desnudez se refiere a un cambio en el orden moral con respecto al de antes de la caída. Y esta anterior situación no les provocaba vergüenza en virtud de la armonía total de la creación. Esta armonía queda rota dando paso a un estado de insatisfacción, a un desequilibrio en lo moral; una ruptura así mismo de la paz interior y una tensión que marcará el futuro del hombre con el signo de la lucha interna y externa. La tensión con el universo rompe con la dinámica y la sincronía de la creación. La lucha se extenderá al plano social y cultural. Otro signo inmediato es el temor, el hombre se siente culpable y se esconde de la vista de Dios.
   
Tras esto aparece la sanción divina que culmina con la expulsión del paraíso. El hombre queda condenado a una áspera lucha con la tierra que le negará su fruto si no es por medio de gran esfuerzo. La mujer se verá en una situación de dependencia, de sujeción y amenazada en su condición más importante: la maternidad.

La tierra hostil al hombre y el dolor de la mujer son los indicios de que el orden intentado por Dios ha sido profundamente trastornado.

La expulsión del paraíso, si vemos el simbolismo de esta palabra, significa la pérdida de la familiaridad con Dios, que ya no volverá a producirse.
 
La sanción de este primer pecado no se reduce a las personas de los primeros padres, sino que se hereda en virtud de la solidaridad de la Humanidad con su cabeza y representante. Pierden con ello la totalidad de dones sobrenaturales que Dios había concedido a Adan y en él a su descendencia. Posteriormente, San Pablo hallará una correlación entre pena y culpa hereditarias desde la óptica del paralelismo de la solidaridad de todos los hombres en Cristo así como la de todos en Adan. (Rom 5)

            No terminan aquí las consecuencias como tampoco el pecado: el hijo de Adan derramará la sangre de su hermano. El pecado de Caín conllevará en otro plazo la sed e venganza de sus descendientes. La unión de los hijos de los dioses con las hijas de los hombres en vistas a crear una nueva raza de superhombres es otra insolencia contra Dios, que hubiera dado lugar a una humanidad contraria a las leyes de la creación y que Dios sanciona acortando la duración de la vida del hombre.

La historia de la torre de Babel es otro modelo de transgresión. La insensatez del hombre le lleva de nuevo a pretender llegar a la altura de Dios. En la confusión de lenguas está el efecto punitivo para unos hombres cuyo lenguaje era medio de comunicación y de conocer y ordenar su entorno.

                 CONCLUSION

            Las consecuencias del pecado se irradian en el orden teológico así como el sociológico, cósmico y antropológico.
           
En primer lugar la ruptura se produce entre Dios y el hombre: éste pierde el primitivo estado de amistad y de felicidad o inocencia y con ellas la paz y el equilibrio interiores. Al perder el paraíso en que Dios le ha colocado queda privado de una vida sin temores, sin tensiones ni la sombra acechante de la muerte. En todo caso, lo fundamental es que como obra de Dios pierde un don generoso que El le había otorgado.

            Hay así mismo una ruptura entre los hombres ya que la armonía que venía proporcionada por la relación con Dios, al quedar rota provoca una tensión en las relaciones del hombre con la mujer, o bien entre hermanos como podemos ver en el episodio de la muerte de Abel a manos de Caín, o así mismo en la venganza en el canto de Lamek. (Gn 4, 23)

La degeneración moral va en aumento hasta llegar a la corrupción previa al diluvio el episodio de Babel, muestra de orgullo e insensatez.
        
En otro orden, la ruptura con la creación a nivel cósmico se produce al vulnerarse con el pecado el orden establecido. La tierra, antes generosa y ahora maldita, negará al hombre sus frutos obtenidos sin esfuerzo y se convertirá en un largo y sordo forcejeo.
        
La ruptura interior que se traduce en el hombre por los signos de la vergüenza y el temor; por el desasosiego y la tensión, la confusión y la desconfianza, y que se convertirá en parte integrante del hombre para siempre.
       
No obstante, en el mismo momento de la sanción, Dios abre una ventana a la esperanza con la promesa que más adelante se convertirá en elección en la persona de Abraham y luego en Alianza.
       
La promesa apunta ya al Mesías, símbolo de esperanza para la Humanidad. Por medio de una mujer surgió el pecado, la enemistad y la maldición. Pero en otra mujer y en su descendencia, el hombre alcanzará la victoria contra las fuerzas del mal recuperando lo que un día perdió y volviendo a la cercanía de Dios.

            “Mientras vivimos en ese mundo, debemos ganarnos la Vida Eterna, cosa que no podemos hacer por nosotros solos, ya que la perdimos por el pecado, pero Jesucristo nos la recuperó” (Carta a Elisabet Porto, San Cayetano de Tienne).

Mª del Carmen Feliu Aguilella