ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

viernes, 18 de diciembre de 2015

LA NAVIDAD


LA NAVIDAD




            Es muy difícil resumir en dos páginas todo lo que se puede decir sobre la Navidad. Esta palabra tiene muchos significados, y es muy conocida en todo el mundo. Hay países de tradición sintoísta o budista, por poner un solo ejemplo, que la celebran, pues es una fiesta “occidental” y la copian, sin conocer su razón profunda. Si hiciésemos una encuesta sobre qué se entiende por Navidad, obtendríamos muchas respuestas: es una gran fiesta; cuando hay vacaciones de invierno; cuando voy al circo y a la feria; cuando voy a esquiar, cuando nos reunimos toda la familia para una buena comida, y finalmente, cuando se conmemora el nacimiento de Jesús.

            Aun quedan familias que explican a los hijos cómo en una noche fría, en un pueblecito alejado, y en un pesebre, nació de María la Virgen el niño Jesús. San José le cuidaba, los pastores acudían a llevarle presentes, una estrella guiaba a los magos de Oriente.

            Pero esto, con ser mucho, no es todo para saber qué es la Navidad. Por ahí se empieza, y se sigue diciendo que lo dicho no es solo una bella historieta, una narración tradicional, son que es Historia, auténtica, real. Nos preguntamos:

¿CUÁNDO OCURRIÓ? ¿EN QUÉ AÑO Y EN QUÉ DÍA?: En el mundo antiguo, civilizado por Roma, se contaban los años a partir de la fundación de dicha ciudad, que era el año 1º, lo que se indicaba con las iniciales U. C. (“urbis conditae”, o sea, de la fundación de la ciudad). Tras cinco siglos en los que se produjo la destrucción del templo de Jerusalén, la invasión romana, las persecuciones de los cristianos, el edicto de Constantino de libertad religiosa, la división del imperio romano entre Oriente y Occidente, y la invasión de los bárbaros, Roma ya no era lo que antes, y un monje del siglo VI, Dionisio el Exiguo, de corta estatura pero de gran inteligencia, se propuso cambiar la cronología y empezar a contar la historia desde le nacimiento de Cristo. Basándose en el evangelio de Lucas, en que dice que Jesús tenía 30 años cuando inició su vida pública y ello ocurría en el año 15 del gobierno de Tiberio César, ayudándose de tablas cronológicas romanas, llegó a la conclusión de que Jesús nació el 753 U. C., por lo que el año siguiente debía llamarse el año 1º d. C. (después de Cristo).
            Parece ser que hubo un error de unos 6 años, pero ello no afecta a la historia.

            ¿EN QUÉ DÍA? Esto es difícil, imposible casi, si tenemos en cuenta que no se conservan los registros civiles de la época. Los romanos habían estado celebrando antes el 25 de diciembre como “dies natalis solis invicti”, día en que el dios sol se apodera de la noche y empieza a alargar el día. Pero ya la religión pagana estaba obsoleta, el cristianismo era la religión del imperio, y los cristianos pensaron que debía celebrarse el día del nacimiento (dies natalis) del que era mucho más que el Sol. Y de ahí que se celebre ese día; ya en el año 354 aparece en el calendario litúrgico dicha fiesta, que en Oriente se celebraba, juntamente con la Epifanía, el 6 de enero.




            ¿CÓMO SE CELEBRA?.- El documento más antiguo que relata cómo se celebraba la navidad y epifanía en Tierra Santa, así como la semana santa, etc., lo encontramos en el “Itinerario de la monja Egeria” (años 381 a 386). Inestimable documento histórico, que describe la primitiva liturgia de la Iglesia.

            En el siglo V empiezan a aparecer costumbres populares, como los cantos de navidad: villancicos, carols, chansons de Noël, Weihnachtslieders, natale, nadalencs, etc. y en el siglo XII, los “belenes” o pesebres, nacimientos, misterios, según regiones, obra iniciada por San Francisco de Asís. La iglesia Católica, desde el Papa Sixto III, en 432, celebra la Misa por la noche, y actualmente, en Roma y quizás en muchas iglesias, se celebran 4 misas, tal como podemos ver en los misales: la de víspera o vigilia; de medianoche (o del gallo); la de amanecer y la del día, por la mañana del 25.

            En la charla se trató con detalle del porqué el árbol de navidad, así como Santa Claus y Papa Noel tienen origen totalmente cristiano, aunque sean costumbres nacidas en otros países, que no es preciso copiemos, teniendo nosotros las hermosas del “belén” y de los reyes Magos.


            Se analizaron los textos de villancicos españoles y de otros extranjeros y se acabó con la idea de que la Navidad es la conmemoración del nacimiento de Cristo, que está vivo entre nosotros, y que nos invita a pensar que esta celebración no es solo consumo, diversión, jolgorio, comilonas, sino meditación y solidaridad con los que no tienen nada de lo que tenemos nosotros.

Por José Mª Catret Suay (Conferencia ofrecida a los miembros de la Asociación)

Fotografías Mª del Carmen Feliu Aguilella

lunes, 7 de diciembre de 2015

LA DEVOCION A LA VIRGEN

LA DEVOCION A LA VIRGEN

 

La devoción y consiguiente culto a María se inicia, según muchos autores, antes de que existiese ella, en el Antiguo Testamento, en el pasaje del Génesis conocido, por ello, como “protoevangelio”, cuando se relata cómo Dios, tras el pecado de Adán y Eva, dice a la serpiente que pondrá enemistad entre ella y la mujer, quien le quebrará la cabeza. (Gn 3, 15)

El primer acto de culto a María, en persona, se da en el momento de la Anunciación, cuando el ángel Gabriel le dice:

“Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo” y, añade, “bendita eres entre las mujeres”, y que daría a luz al Hijo del Altísimo.

Poco después, su prima Isabel, la saluda con alegría y gran respeto, llamándola “bendita entre todas las mujeres y bendito el fruto de su vientre”, pues ella –como dice Isabel- es “la Madre de mi Señor”.

Las primeras generaciones de cristianos comenzaron a honrar a la Virgen con una devoción y culto privado, no oficial, pues al principio el culto de la Iglesia se dirigía al Señor y a los mártires, dado que eran tiempos de persecuciones. Pero se ven en las catacumbas pequeñas imágenes de la Virgen y la conocida invocación “Ave María”, por lo que se ve que se acogían a su protección para la salvación eterna de los muertos.

Se le empezó a llamar, como se hace en nuestra tierra valenciana, Madre de Dios,  a lo cual se oponían las herejías de Arrio y de Nestorio, según las cuales María era solo madre de un hombre llamado Jesús. Gran importancia tuvo el Concilio de Éfeso (año 431) y el siguiente de Constantinopla, en los que se define que María, al ser Madre de Jesucristo, que es una sola persona, con dos naturalezas: humana y divina, es, por tanto, Madre de Dios en sentido propio y no figurado.

A partir de entonces el culto público, llamado de “hiperdulía” para distinguirlo del debido a los santos y ángeles, que es de dulía, y siempre diferente del debido a Dios, de adoración o “Latría”, se fue incrementando y extendiendo, desde Oriente a todo el Occidente. Se dedican templos en el periodo bizantino (S. V al VII) a la Virgen en Efeso, Nazaret, Jerusalén, Belén, Constantinopla, y en España, en Zaragoza, Mérida, Toledo, así como en otras  ciudades y conventos.

La primera fiesta en honor de la Virgen parece ser que fue la de la Asunción, aunque había otra en tiempo de Adviento.

En la Edad Media (S. X al XV) la devoción a María lo invade todo: la liturgia, las artes, la literatura, etc. y se crean más fiestas en su honor: la Natividad de María, la Inmaculada Concepción (unos siete siglos antes de la proclamación de este dogma), se componen himnos, poesías, sermones y oraciones, como el Avemaría, al Ángelus o el Regina Coeli; se difunde la práctica del Rosario (gran defensor, Sto. Domingo de Guzmán), las Letanías y otras prácticas piadosas, como las romerías. Surgen santuarios marianos (Pilar, Covadonga,. Monstserrat).

En el siglo XVI llega el Protestantismo que ataca el culto, la devoción, las imágenes y los templos dedicados a María, muchos de ellos devastados y destruidas las imágenes. Pero la reacción no se hace esperar, y en la Contrarreforma destacan, entre otros, los jesuitas, con Pedro Canisio y Francisco Suárez, como destacados; también, San Francisco de Sales y Santiago Bossuet. Aparecen nuevas fiestas: la del Rosario, la de la Merced, el Dulce Nombre de María, etc.

El siglo XIX hay que destacarlo por ser eminentemente mariano pues en él aparecen nuevas fiestas (el Inmaculado Corazón, Mª Auxiliadora, Mª Mediadora), y muchas congregaciones religiosas: Maristas, Marianistas, Siervas de María, Oblatos. En 1854 se proclama el dogma de la Inmaculada Concepción. Innumerables libros, estampas, pinturas, sobre María aparecen por todas partes y ya en el siglo XX, en 1950, se proclama el dogma de la Asunción de María: último dogma sobre la primera fiesta de la Virgen de la Historia.


El Concilio Vaticano II dio un gran apoyo a la devoción de María, cuyo culto era solapado o atacado por algunos miembros de nuestra Iglesia, y declara que el culto de María, acerca al de Jesucristo. Pablo VI, con sus cartas “Mense maio”, “Christi Matri”, “Marialis cultus”, entre otras, y Juan Pablo II sobre todo, con su famosa “Redemptoris Mater” pregonan el culto a María, peregrina en la Fe, Madre de Cristo, y por tanto, intercesora y mediadora ante Él, destacando el papel decisivo en la obra de la Redención que tuvo María.


Por José Mª Catret

domingo, 6 de diciembre de 2015

MIRYAM – MUJER DE ESPERANZA

MIRYAM – MUJER DE ESPERANZA
Reflexión para el Simposio CIB
Hermana Judith Ann Heble, OSB, Moderadora
8 de septiembre de 2010

Es sumamente apropiado que este Simposio CIB 2010 se inaugure en la Solemnidad de la Natividad de María. Es además el 51° aniversario de mi ingreso a mi comunidad. Que María, mujer de esperanza, nos acompañe en los días de este Simposio.

Debo primero confesar que no siempre tuve una profunda devoción a María. Sólo cuando visité el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en Ciudad de Méjico en diciembre de 1991 comencé a valorar y amar y honrar a María.

Quisiera contar la historia de María – una MUJER DE ESPERANZA-  como resultado de mis reflexiones sobre algunos conocidos pasajes de la Escritura a lo largo de este año.[1]  Seguiré básicamente el relato deI Evangelio según Lucas, aunque verán que también he basado algunas reflexiones en los otros Evangelios e incluso de los Hechos de los Apóstoles.

Será como una especie de midrash cristiano sobre la vida de María. Pero “esto no quiere decir que sea de menor importancia.  El judaísmo nos enseña que midrash es lo que el corazón sabe que ha ocurrido entre líneas en la escritura,  lo que la escritura no detalló: el temor de Noé, la confusión de Abraham, el júbilo de Miriam por el rescate de Moisés, la ansiedad de José, la determinación de María, la presencia empática de Verónica. Todo ello vive claramente en el corazón humano, la verdad para la cual no es necesaria ninguna verdad.”[2]



ANUNCIACIÓN  Lc  1, 26-38

“¡MI ALMA PROCLAMA LA GRANDEZA DEL SEÑOR;
MI ESPÍRITU SE REGOCIJA EN DIOS MI SALVADOR!” (Lc 1, 46-47)

Mi nombre es Miryam.  Vivía con mis padres en una casita en el norte de Israel, en Nazaret, un pueblo de Galilea. Un día, estaba ocupada con las tareas de la casa, cuando de repente se me apareció algo que parecía un ángel. Me tomó completamente por sorpresa. Nunca antes había visto un ángel, a pesar de que había escuchado acerca de ellos a través de mis reflexiones sobre las tradiciones de mis ancestros. El ángel me dijo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28). Me perturbé profundamente y temblaba de miedo. El ángel trató de tranquilizarme e incluso me llamó por mi nombre: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido” (Lc 1, 30). ¿Cómo podía saber eso este extraño?  Después  vino el inquietante mensaje. Verán, estaba comprometida con José, de la casa de David.  Nos casaríamos algún día, pero aún faltaba mucho para la boda. El ángel dijo: “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin" (Lc 1, 31-33)

Sacudí mi cabeza con incredulidad. Mi vida,  aparentemente tranquila y ordinaria, estaba siendo alterada por el mensaje del ángel.[3]  No entendía del todo lo que me acababa de decir. ¿Iba a tener un hijo? Incluso su nombre, Jesús, ya había sido elegido.

Había escuchado de la llegada del Mesías. En realidad, en nuestra familia, teníamos grandes esperanzas por la llegada del Mesías, pero nunca soñamos  que yo tendría algo que ver con eso, menos aún ser elegida como la madre del Mesías. ¿Sería éste el Hijo de la Esperanza que toda la creación anhelaba?[4]

¡Mi corazón latía con fuerza! Respirando hondo, tome todo el coraje que pude encontrar en mí y le pregunté al ángel: “¿Cómo puede ser esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?” (Lc 1, 34). Era virgen, y esperaba serlo hasta mi casamiento oficial con José.

Entonces el ángel me dijo algo mucho más sorprendente. “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35). Podía sentir un nudo en mi garganta, una opresión en mi pecho. Deseaba que mi madre, mi padre, - incluso José-, apareciesen. Ahí estaba yo sola,   tratando de asimilar este anuncio sorprendente.

Entonces el ángel me dijo algo maravilloso acerca de mi anciana prima Isabel. “También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios" (Lc 1, 36-37). ¡Vaya! ¡Era demasiado! Yo, que era virgen iba a tener un hijo del Espíritu Santo. Isabel, anciana y sobrepasando la edad fértil, ¡ya estaba embarazada de seis meses!

¡No sabía qué decir!  Mientras meditaba estas cosas en mi corazón, pensaba lo que mis padres me habían enseñado acerca de los caminos de Dios, acerca de querer hacer siempre la voluntad de Dios, acerca de la inconmovible esperanza en Dios sin importar lo que me pidiera. Solamente me senté en un profundo silencio, mi cabeza en mis manos, mi corazón latiendo con fuerza. ¿Estaba “dispuesta a seguir a Dios sin importar en qué, incluso cuando el camino está marcado por la confusión, la oscuridad o por resultados menos que deseables?”[5]  ¿Podría ser yo una mujer de esperanza sin importar lo que se me pedía?

De repente, me sobrevino una gran calma y dije suavemente y con reverencia: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho" (Lc 1, 38)  ‘¡Sí!’  ‘Sí’ a lo que me estás pidiendo.  ‘Sí’ al plan de Dios en mi vida – ¡incluso si no lo comprendo del todo!  ¡‘Sí’, ‘sí’, ‘sí’!  Cuando levanté la vista, el ángel se había ido.



EL NACIMIENTO DE JESÚS Mt 1, 18-25

Tenía que hablar con José. Cuando lo encontré, descubrí que algo misterioso le había ocurrido a él también. José era un hombre bueno y recto.  Se había enterado de que yo estaba embarazada y se había sentido muy perturbado por la noticia. Dijo que no estaba dispuesto a denunciarme ante la ley, y decidió divorciarse de mí en secreto.  Ésa era su intención cuando de repente el ángel del Señor se le apareció en un sueño y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados". (Mt 1, 20-21)

José me contó que cuando se despertó él también respondió “sí”. Me dijo que estaba dispuesto a llevarme a su hogar como su esposa. Qué hombre tan, tan querido. Estaba dispuesta a casarme con él y a tenerlo por esposo. Aunque el niño que yo tendría no era de él, sabía que él sería un padre adoptivo maravilloso. ¿Sabíamos realmente lo que estaba pasando? Esperábamos que aquello que ambos habíamos aceptado fuera bueno para nosotros. No teníamos idea de lo que el nacimiento de este niño significaría para nosotros o para el mundo en esa época o para siempre.


VISITACIÓN Lc 1, 39-80

Le conté a José Ias noticias de Isabel y le dije que yo necesitaba ir a Ain Karim, “escondida en las escarpadas colinas al oeste de Jerusalén” [6] para visitarla y ayudarla. Su esposo, Zacarías, era también anciano. ¡Seguramente mucho no podía ayudar! 

José me ayudó a prepararme para el viaje. Iba a ser largo y difícil, alrededor de 75 millas o 120 kilómetros en un terreno difícil. José me despidió y me ayudó a subir al burro. Sostuvo mi mano muy fuerte. Nos mirarnos a los ojos, nos despedimos y me sonrió con ternura. Yo iba a extrañar compartir el crecimiento del bebé en mi seno. Extrañaría su trato amoroso y comprensivo.

Durante el viaje, me  preguntaba qué pensaría Isabel. ¿Cómo se sentía? Cuando llegué al hogar de Zacarías e Isabel, entré en la casa y la saludé. Nos abrazamos tiernamente. Ambas sabíamos que había algo diferente en cada una. Esta visita sería “misterio de  completa alegría.”[7]  Cuando saludé a Isabel, el bebé en su seno saltó, y ella tocó su abultado vientre. El rostro de Isabel resplandecía. Sabía que estaba repleta de una alegría indescriptible. Podía darme cuenta por el brillo de su rostro que era algo de otro mundo –incluso algo divino. ¿Podría ser la presencia del Espíritu Santo?

Me mantuvo abrazada. Isabel sabía que yo, su joven prima, llevaba al Prometido que su gente añoraba.[8]  Gritó en alta voz: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!” (Lc 1, 42) ¿Cómo sabía que yo estaba embarazada? Entonces me dijo: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno” (Lc 1, 43-44).

Siempre había sabido que Zacarías e Isabel eran gente de gran fe. Sabía que esperaban la llegada del Mesías, el Salvador del mundo. Sabía por qué no tenían hijos: Isabel era estéril y ambos eran ahora “adultos mayores”, avanzados en años y les era imposible tener hijos.

Entonces Isabel, con profunda humildad, ante mí, su joven pariente, dijo: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1, 45).
Aquello me conmovió profundamente. Nos abrazamos de nuevo y acariciamos el vientre fecundo una de la otra. Lloramos, reímos, nos maravillamos, esperamos. Todo lo que pude hacer a continuación fue orar con un cántico que había aprendido en mi tradición, de Ana, otra mujer que había esperado en el Señor, y que había dado a luz un hijo, Samuel. Usé sus palabras

Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador!”(Lc 1, 46-47)

Permanecí en Ain Karim con Isabel tres meses. Hablamos de muchas cosas. Iba a llamar Juan a su hijo. Yo llamaría al mío Jesús. Nos preguntábamos cómo crecerían y si alguna vez se verían, dada la distancia en la que vivíamos una de la otra. ¿Se llevarían bien? Isabel me hablaba de tener fe y confianza incluso en los más grandes momentos de duda y dolor.  Me dijo que nunca perdiera la esperanza en la misericordia y fidelidad de Dios. Rezábamos y cantábamos salmos juntas. Alabábamos al Dios de Abrahám y Sara, Isaac y Rebeca, Jacob y Raquel. Porque Dios estaba cumpliendo sus promesas a su pueblo.[9]

Todos los días por tres meses me preparé para el nacimiento de nuestros hijos. Me convertí en ama de casa, cocinera y ayudante, mientras las dos tejíamos e hilábamos[10] preguntándonos y esperando.  Juntas compartíamos profunda y completamente la historia de las actividades de Dios en nuestras vidas. Nos dábamos mutuamente fuerza mientras reflexionábamos acerca del cumplimiento de lo que Dios nos pedía.[11]  Yo tenía experiencia de primera mano acerca de cómo me vería entre el sexto y el noveno mes de mi embarazo.  Me maravillaba de lo hermosa que estaba Isabel –una anciana grande y pesada con la nueva vida que llevaba en su vientre. Estos días, semanas y meses juntas “estuvieron llenos de una alegría compartida que está más allá de toda descripción.”[12]

Cuando regresé a cada, José se sintió feliz de verme. Me abrazó y me besó y me sostuvo en sus brazos por un largo rato. Me hizo entrar y me dio algo de comer. Le conté sobre mi estadía con Isabel y que ella me había dicho que yo era bendita entre las mujeres. Hablamos de cómo nos prepararíamos para el nacimiento del bebé. ¡Deseábamos tanto que todo resultara bien en los últimos meses de mi embarazo!




LA NAVIDAD Lc 2, 1-20

Entonces, de repente, todo se dio vuelta. “En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo.” (Lc 2, 1). Habría un censo. Cada uno debía ir a su propia ciudad a censarse. Como José era de la casa y la familia de David, deberíamos hacer el largo viaje de Nazaret a Belén en Judea. El viaje sería de alrededor de 86 millas o 136 kilómetros. Por mi condición, nos llevaría una semana. Esa noche, empaqué algunas cosas para José y para mí, y algunas cosas para el caso de que naciera mi bebé.

Temprano, a la mañana siguiente, partimos para Belén. Estaba embarazada de nueve meses, y montar en burro esa distancia resultó muy duro para mi cuerpo. Esperaba llegar sin dar a luz en el camino. José era muy atento. Tomaba mi mano y caminaba junto al burro, dándome seguridad con su presencia y amor.

Luego de muchos días llegamos a Belén. Golpeamos varias puertas buscando alojamiento, pero no encontramos ni un lugar por la cantidad de gente que había ido a Belén por el censo. Encontramos un lugar vacío – una especie de refugio para animales. Tendría que bastarnos al menos por la noche. Quizás al otro día, cuando hubiera luz, podríamos encontrar un sitio mejor.

Dios tenía otros planes. No habría más esperas. Mientras estábamos ahí, me llegó el tiempo de tener a mi bebé, y di a luz a mi primogénito.
No fue un parto difícil, y no llevó mucho tiempo. José estuvo a mi lado, respirando y pujando conmigo. Tan amoroso. Era también su primera experiencia en un nacimiento. Estaba segura de que iba a ser un buen “padre adoptivo para mi hijo y un esposo fiel para mí. Envolví a mi bebé en pañales y lo acosté en un pesebre, una especie de comedero para animales.

José y yo pasamos la noche deleitándonos en el bebé, tan pequeño, tan frágil, tan vulnerable. José lo alzaba y caminaba con él, con una sonrisa en su rostro, enamorado del niño. Alcé al bebé y le di el pecho. ¡Tan precioso! ¡Qué milagro! ¡Qué sacramento de Esperanza! ¡Y yo era el ministro!

De repente, escuchamos unas voces afuera de la caverna. ¿Podía ser que fueran los dueños, para decirnos que estábamos invadiendo su lugar? ¿A dónde iríamos con un recién nacido? Cuando José fue a ver quién era, irrumpió un grupo muy excitado de pastores. Se arrodillaron frente a mí mientras sostenía a mi bebé en brazos.  Sin aliento, nos contaron que  “se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz" (Lc 2, 9). Muy excitados, e interrumpiéndose mutuamente, nos contaron que el ángel les había dicho: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. (Lc 2, 10-11). El ángel también les dijo dónde encontrarnos y que se les daría esta señal: “Encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2, 12). Salvador, Mesías, Señor – títulos tan profundos para mi niñito. ¿Qué podía significar todo esto?

Con sonrisas en sus rostros, algunos sin dientes, sucios y oliendo como sus rebaños, se retiraron, inclinándose y dejando el espacio donde nos alojábamos.

Cuando quedamos tranquilos los dos, José y yo hablamos de la visita de los pastores. Nos preguntamos acerca de ellos, cuáles serían sus nombres, cómo serían sus familias, si los volveríamos a ver. Esperábamos que fueran felices y exitosos como pastores, y que pudieran proveer para sus familias.

Yo guardaba todas estas cosas, meditándolas en mi corazón. Compartía mi gozo con José. Él también estaba rebosante de alegría, y reflexionaba sobre estas cosas en su corazón.  ¿Cómo sería nuestro futuro juntos? De nuestros antepasados habíamos aprendido a nunca dejar de ESPERAR. Nos alentábamos mutuamente en esta seguridad.  

Después de ocho días, de acuerdo con la Torá, circuncidamos al bebé y lo llamamos Jesús.

LA PRESENTACIÓN (Lc 2, 22-40)

Cuando llegó el día fijado, llevamos a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor. Puesto que no éramos pudientes, ofrecimos un par de palomas. Había en el Templo un hombre llamado Simeón que era justo y piadoso. La gente decía que esperaba al Mesías, y que el Espíritu Santo estaba en él. La gente decía que “el Espíritu Santo le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor” (Lc 2, 26). Cuando llegamos al templo con Jesús para realizar lo que prescribía la ley, Simeón “lo tomó en sus brazos y alabó a Dios” (Lc 2, 28) y giró por el santuario, mirando al niño en sus brazos, recitando una y otra vez “¡Bendito eres, Señor, nuestro Dios; tu amor permanece para siempre!” (Sal 136, 1). Tenía una expresión de gran felicidad en su rostro.  Cuando me devolvió a Jesús, me dijo que él ya podía morir, porque había visto la salvación con sus propios ojos.  Simeón bendijo a José, a Jesús y a mí, y nos dijo que el niño estaba destinado a ser la caída y la elevación de muchos en Israel, y que sería un signo de contradicción.  José y yo no sólo estábamos maravillados de lo que se decía de Jesús, sino que ciertamente no entendíamos el mensaje. Luego Simeón se me acercó y mirándome directamente a los ojos, dijo: “Y a ti misma una espada te atravesará el corazón” (Lc 2, 35). ¿De qué estaba hablando? Por la seriedad de su expresión, podía darme cuenta de que no era un mensaje feliz. 

Ana, una anciana profetisa, también estaba en el templo. 
La gente decía que era una mujer santa que nunca dejaba el Templo, sino que adoraba noche y día con ayunos y oraciones. Se acercó a nosotros, con una sonrisa sin dientes, y uniendo sus manos, agradeció a Dios. Repetía: “Bendito eres, Señor, nuestro Dios; tu amor permanece para siempre” (Sal 136, 1). Era un encanto, y me pidió alzar a mi bebé. Tomó a Jesús en sus brazos y lo apretó y besó como lo haría una abuela, y danzó alrededor del Templo con él. ¡Ahí estaba esa anciana pequeña y extraña, encantada de tener a Jesús en brazos.  Volviéndose y señalando al niño en mis brazos, exclamó: “¡Es el Mesías!”

Cuando hubimos cumplido todas las prescripciones de la ley del Señor, José y yo hicimos el largo viaje de vuelta a Galilea, a nuestro hogar en Nazaret. Conservaba todas estas cosas en mi corazón, meditándolas, preguntándome qué sería de nosotros. Solamente podía orar,

 "Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador!” (Lc 1, 46-47)

De vuelta en Nazaret, Jesús “iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él” (Lc 2, 40)  




EL NIÑO JESÚS EN EL TEMPLO (Lc 2, 41-52)

José y yo empezamos a experimentar un despertar en Jesús con respecto a la dirección de su vida.  Estaba creciendo más rápidamente de lo que nos hubiera gustado.  “Cuando Jesús tenía como doce años, cerca de la edad en la que un muchacho alcanza oficialmente la madurez (celebrada hoy en la ceremonia judía del bar mitzvah),”[13] hizo algo que nos sorprendió a ambos. No entendíamos del todo qué planeaba. 

Cada año íbamos a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. ¡Qué celebración más gloriosa! Iban tantos de nuestros parientes y amigos. Era bueno ver a cada uno y viajar juntos para la fiesta. Era como una gran reunión familiar. Cuando terminaban las festividades, todos partíamos de la ciudad. Esta vez en particular, no sabíamos que Jesús se había quedado rezagado. Pensábamos que estaba en la caravana de nuestros parientes y amigos que dejaban la ciudad. 

Después de un día de viaje, José y yo comenzamos a preguntar si lo habían visto. Con gran preocupación, volvimos a Jerusalén a buscarlo. Después de tres días lo encontramos en el templo, sentado entre los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Averigüé con los maestros del templo qué estaba pasando. Me dijeron que estaban “asombrados de la profundidad de comprensión que las preguntas y respuestas de Jesús revelaban.” “No era el nivel de compromiso que los rabbís encontraban habitualmente en alguien tan joven”[14]

Cuando lo vi, me asombré y corrí hacia él, lo abracé con regocijo y alabando a Dios porque lo habíamos encontrado.   Le dije: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2, 48)   Respondió de un modo que no esperaba:  "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?" (Lc 2, 49)   No entendí bien lo que nos dijo. ¿Entendería alguna vez? ¿Era esto lo que Simeón había querido decir cuando me anunció que una espada atravesaría mi corazón? Sólo podía esperar que esto fuera lo peor que debería soportar.

Nuestro amor por Jesús debería “dejar espacio para que él siguiera el camino que finalmente lo llevaría lejos de su hogar y su familia hacia su muerte no lejos de este mismo Templo de Jerusalén.”[15]  José y yo vimos “que Jesús estaba comenzando a moverse desde el círculo íntimo de nuestra familia hacia el del mundo”[16]  Igualmente, volvió con nosotros a Nazaret, “y vivía sujeto a ellos” (Lc 2, 51). Yo conservaba todas estas cosas en mi corazón, meditándolas una y otra vez. Esa noche, cuando recé, puse el futuro de mi niño en las manos de Dios.   Había tanto en mi hijo que era misterio. Me dormí rezando:

Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador!”(Lc 1, 46-47)

EL BAUTISMO DE JESÚS (Lc 3, 21-22)

Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, iba por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados. Era un joven fuerte y hablaba bien. No temía anunciar cosas difíciles.  La gente acudía en masa a él para ser bautizada; incluso iban los recolectores de impuestos. Mucha gente se preguntaba si Juan sería el Mesías.

Me enteré de que Juan había bautizado también a Jesús. “Aun cuando Jesús no necesitaba bautismo (una limpieza del pecado), agregó la presencia del Espíritu Santo al agua.”[17]  ¡Le agregó acción!  “De acuerdo al profeta Isaías, la ACCIÓN es iluminar el mundo. La  ACCIÓN es librar al mundo de la ceguera. La  ACCIÓN es trabajar para liberar a tanta gente atrapada en sus prisiones de egoísmo y falta de visión.” [18]

LA TENTACIÓN DE JESÚS (Lc 4, 1-13)

Jesús volvió del Jordán. Me daba cuenta de que tenía algo diferente. Parecía lleno del Espíritu Santo. Me contó que sería conducido al desierto para hacer un retiro para orar y ayunar por cuarenta días, según la tradición de nuestros antepasados, Moisés y Elías.  Yo esperaba que estos fueran días de gracia para él. Se estaba preparando para tomar su propio curso en la vida, pasando de ser el hijo de un carpintero a su identidad pública como hijo de Dios.[19] 

Se fue al desierto. Había un peso en mi corazón. Me preguntaba, como sólo puede hacerlo una madre, si él estaría bien.   El desierto puede ser un lugar formidable. Es fácil desorientarse y perderse en el desierto. No hay señales. No hay senderos claros, simplemente las mismas dunas de arena y malezas.  Como nuestros antepasados que caminaron por el desierto durante cuarenta años, mi hijo encontraría a Dios allí y debería discernir lo que le esperaba. Allí, Dios le hablaría.  “Cuando Jesús volvió del desierto, sabía que no había vuelta atrás. Sabía lo que debía hacer.”[20]  Luego me contó que  este tiempo en el desierto fue el examen “del Hijo de Dios” hecho por el diablo. El examen dice: “ Si eres el Hijo de Dios…”. “Si eres el Hijo de Dios, llenarás tu vida de cosas que no necesitas.” “Si eres el Hijo de Dios, te harás esclavo del poder y de los privilegios.” “Si eres el Hijo de Dios, no entenderás la condición humana y culparás a Dios por cada desastre y cada accidente”.[21]

Yo le había enseñado bien. Formado en el credo y la creatividad del Antiguo Testamento, Jesús respondió a cada tentación que se le presentó.[22]  Estas tentaciones no lo vencieron, sino que le dieron fuerzas para descubrir exactamente su postura ante cada cosa y para defender sus valores más profundos. Sus opciones revelaban quién debía ser –y reforzaban esa identidad.[23]  Esta experiencia del desierto iluminaba el tipo de ministerio y liderazgo que abrazaría. Rechazaba un estilo fácil y falso de liderazgo. No sería alguien que ofrecería gratificación instantánea, que buscaría un poder político que todo lo abarca, o que deslumbraría a sus seguidores con trucos baratos. En vez de eso, mostraría compasión, amabilidad, humildad. Sería un líder-siervo.[24]  “Establecería un reino sanador sobre los cuerpos enfermos, las mentes atormentadas y el cosmos convulsionado.” [25]




EL MINISTERIO EN GALILEA (Lc 4, 14-22)

Jesús volvió a Galilea y comenzó su ministerio. Tenía alrededor de 30 años. 

Un sábado, Jesús iba camino a la sinagoga. Fui con él y me senté atrás con las otras mujeres. Se levantó para leer las Escrituras y le dieron el rollo del profeta Isaías que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.”  (Lc 4, 18-19)  Entonces, dijo a todos los que estaban reunidos allí: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír” (Lc 4, 21). Qué momento increíble fue el de aquel día en la sinagoga cuando Jesús hizo aquel anuncio.  Muchos hablaban muy bien de él y estaban maravillados por las palabras que salían de su boca. Bueno, no todos. Desde el principio de su ministerio, hubo quienes sospechaban de él. Trataron de sacarlo y matarlo arrojándolo por un acantilado.

Escuchar esto fue muy duro para mí. Me dolía el corazón. No podía entender por qué algunos odiaban tanto a mi hijo. ¿Qué le iba a suceder? ¿Triunfarían sus oponentes y lo destruirían? ¿Podía ser esto lo que Simeón quiso decir cuando me dijo que una espada atravesaría mi corazón?
Jesús comenzó a curar a aquellos que estaban poseídos y enfermos: leprosos, ciegos, lisiados; incluso a dar vida a los muertos. No temía tocar a la gente con ternura para aliviarlos de sus dolores, de su debilidad o de sus enfermedades. Grandes multitudes venían a él. La gente colocaba los enfermos a sus pies, y él los curaba. Enseñaba sobre el amor en forma sencilla y directa. Ejercía su ministerio entre las mujeres y las contaba entre sus amigos más cercanos. Hablaba a la gente acerca de la ESPERANZA en algo más grande que ellos. En parábolas, les enseñaba la buena noticia del reino de Dios. Recibía a los pecadores y comía con ellos (Lc 15, 2).   “El mensaje que Jesús vino a proclamar es justamente ése – que Dios está cerca y al alcance de la mano, no lejos e indiferente a nuestras necesidades, sino en medio de nosotros, curándonos y liberándonos y amándonos.”[26]

Una de las cosas que siempre recordaré de Jesús es que amaba rezar. Tenía la esperanza de que lo hubiera aprendido de José y de mí, porque la oración era una importante parte de nuestra vida familiar diaria.   Le enseñé a siempre proclamar la grandeza del Señor y a gozarse en Dios  (Lc 1, 46-47).

PREDICCIÓN DE LA PASIÓN (Lc 9, 22)

Algunos de mis amigos comenzaron a decir que Jesús estaba hablando de sufrir mucho y de ser rechazado por los ancianos, los sacerdotes y los escribas. Incluso decían que había hablado de que lo matarían. Circulaban rumores de que también había hablado de resucitar al tercer día. ¿Qué querría decir? 

Guardaba todas estas cosas en mi corazón, meditándolas frecuentemente. Muchas veces lloraba hasta dormirme, pensando en qué podía pasar, preocupándome por su seguridad. Hacía mucho que se había ido. Lo extrañaba terriblemente.

LA VISITA DE JESÚS A MARÍA

Entonces, un día, Jesús vino a verme. Estallé en lágrimas de alivio y alegría cuando lo vi. Nos abrazamos por un largo rato y lo mantuve cerca de mi corazón. Pero, por la expresión de su rostro, podía ver que él sabía que su fin estaba cerca.  Hablamos de muchas cosas y compartimos muchos recuerdos. Hablamos de su ministerio entre la gente, de sus muchos seguidores, de aquellos que lo odiaban. Tenía una expresión de angustia cuando hablamos de esto.
Podía ver que estaba decidido a ir a Jerusalén (cf. Lc 9, 51). Nada que yo dijera evitaría que fuera.
Nos despedimos. Nos abrazamos con fuerza. Había lágrimas en los ojos de ambos. Y luego él se fue. Me volví y sollocé. ¿Lo volvería a ver? Con mucha dificultad, oré,

Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador!”(Lc 1, 46-47)



LA ÚLTIMA PASCUA (Jn 11, 55-57)

Se acercaba la Pascua. Siempre era un tiempo especial para nosotros los judíos. Algunos se preguntaban si Jesús iría a la fiesta. En realidad, me preguntaron si yo lo  sabía.

PREPARATIVOS PARA LA PASCUA Y LA ÚLTIMA CENA (Lc 22, 7-20)

Jesús iba a celebrar la Pascua con sus doce apóstoles y yo, con algunos amigos en Jerusalén. 

Uno de sus discípulos me comentó más tarde que, mientras estaban a la mesa, Jesús cambió el pan y el vino en su cuerpo y sangre, y les pidió que hicieran lo mismo en su memoria.  Repetiríamos esta acción cada primer día de la semana, al reunirnos a adorar como comunidad.

EL LAVATORIO DE LOS PIES DE LOS DISCÍPULOS (Jn 13, 1-20)

Otro discípulo dijo que mientras estaban cenando, Jesús se levantó, vertió agua en un recipiente y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a secárselos con una toalla.¡Qué ejemplo de liderazgo en servicio! 

LA AGONÍA EN EL HUERTO (Lc 22, 39-46)

Luego de la comida pascual, Jesús y sus discípulos fueron al Monte de los Olivos.  Me contaron que se podía oír a Jesús rezando ‘Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42). Mi hijo siempre tuvo como prioridad la voluntad del Padre.

LA TRAICIÓN Y EL ARRESTO DE JESÚS (Lc 22, 47-65)

A la mañana, escuché que Jesús y sus discípulos estaban en el Huerto de los Olivos, así que fui allí para verlo por mí misma. Una multitud se acercaba con Judas a la cabeza. 
Judas fue hacia Jesús y lo besó. ¡Un beso de traición! Uno de sus Doce elegidos entregó a Jesús a las autoridades, y Jesús fue arrestado.

JESÚS ANTE EL SANEDRÍN, PILATOS Y HERODES (Lc 22, 66-71; 23, 10-17)

Trajeron a Jesús ante el Sanedrín y ante Pilatos y Herodes, donde lo interrogaron por largo tiempo. Lo acusaron de engañar a la gente, de oponerse a los impuestos del César, de sostener que él era el Mesías, un rey e incitando a la gente con sus enseñanzas. Ni Pilatos ni Herodes encontraron a Jesús culpable de las acusaciones que se le hacían.

LA SENTENCIA DE MUERTE (Lc 23, 18-25)

A mi alrededor podía sentir a la gente gritando con enojo "¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!” (Lc 23, 18). Barrabás era un agitador y un asesino. ¡Mi hijo no era nada de eso! La gente gritaba “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!” (Lc 23, 21). ¡Era tan ensordecedor que me cubrí los oídos y sollocé!  No podía creer que quisieran que lo crucificaran. ¿Qué crimen había cometido para merecer ese destino? Finalmente, Pilatos cedió ante la turba. Liberó a Barrabás y les entregó a Jesús para que hicieran lo que quisieran.

Los que custodiaban a Jesús lo ridiculizaban y golpeaban. Le vendaron los ojos y lo acosaban. Le pusieron una corona de espinas en su cabeza y se la enterraron pegándole con palos. La sangre corría por su rostro. Apenas se lo podía reconocer. Yo sé que hacen estas ejecuciones públicas aquí, pero jamás había visto algo tan horrible.

Le pusieron una cruz grande y pesada sobre los hombros, y lo obligaron a llevarla, burlándose de él y empujándolo entre la multitud. El peso de la cruz hizo que Jesús se tropezara y cayera muchas veces. Cada vez que caía, los guardias lo pateaban y lo levantaban de nuevo, y lo empujaban cuesta arriba.




EL CAMINO DE LA CRUZ

“Me las arreglé para pasar por entre la muchedumbre y caminé al lado de mi hijo. Lo llamé a través de las voces que gritaban. Él se detuvo. Nuestros ojos se encontraron, los míos llenos de lágrimas de angustia, los suyos, llenos de pena y confusión. Me sentí indefensa; entonces, sus ojos les dijeron a los míos: ‘¡Ánimo!Todo esto tiene un propósito.’  Mientras avanzaba a los tropiezos, supe que tenía razón. De modo que lo seguí y oré en silencio.”[27]   “Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados” (Lc 23, 32). Sus madres también miraban con horror. De a rato caminábamos juntas, apoyándonos mutuamente mientras nos esforzábamos cuesta arriba.

LA CRUCIFIXIÓN (Lc 23, 33-43)

Cuando llegamos al Gólgota, le quitaron sus ropas bañadas en sangre y lo clavaron en la cruz que había llevado con tanto esfuerzo. Yo temblaba con violencia cada vez que un clavo penetraba en sus manos y sus pies. Luego levantaron la cruz, mientras el peso de su cuerpo desgarraba  la carne en el lugar de los clavos. Ahí colgaba, con los dos criminales que crucificaron, uno a cada lado.

Pude oír a Jesús decir con una voz débil y temblorosa, “"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34). Algunos se detenían y miraban, llorando. Otros se burlaban de él, diciendo, “Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido" (Lc 23, 35). Uno de los criminales se burlaba de él. El otro decía, “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino" (Lc 23, 42). Jesús le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43). Deseé también haber podido morir con él, y estar con él en el Paraíso para siempre. 

LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS (Jn 19, 17-30)

Pilatos hizo escribir y poner sobre la cruz una inscripción “que decía: “Jesús el Nazareno, rey de los judíos" (Jn 19, 19)  Los soldados tomaron la ropa de Jesús y la repartieron entre ellos. Echaron a suerte la túnica sin costura. Quería recoger sus ropas bañadas en sangre y llevármelas, pero no se me lo permitió.

Varias de las mujeres estaban bajo la cruz. Conmigo estaban mi hermana, María, la esposa de Cleofás, mi buena amiga María de Magdala, y las madres de los otros dos criminales. Cuando Jesús me vio a mí y al discípulo a quien amaba, nuestro amigo, Juan, me dijo con una voz débil y rasposa ‘Mujer, aquí tienes a tu hijo" (Jn 19, 26). Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre" (Jn 19, 27)  Juan vino hacia mí y me rodeó con sus brazos, mientras yo  lloraba sobre su pecho. “Ese amable y maravilloso joven, Juan, ha hecho un lugar especial en su vida para mí. No me ha abandonado en mi dolor. Estar con él es una bendición. Pero también me preocupa. Debo buscar el modo de consolarlo[28], como él me consuela a mí.
LA MUERTE DE JESÚS (Lc 23, 44-49)

Era alrededor del medio día y la oscuridad cubrió la tierra hasta las tres de la tarde. Con toda su fuerza, gritó: “’ Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.’  Y diciendo esto, expiró.” (Lc 23, 46)

“Perdí a mi hijo no por una muerte causada por enfermedad o accidente (suficiente dolor en sí mismo), sino por una muerte cruel y sangrienta, en una ejecución pública. Yo también soy víctima de la violencia de su muerte, como las madres de cualquier víctima de la violencia política puede atestiguar. He sufrido la angustia del dolor y la pena de la opresión, mientras los soldados invasores crucificaban a mi hijo. Era precisamente una sufriente madre judía, una más que estaría en la larga fila de incontables madres judías que se lamentaban por sus hijos judíos cruelmente asesinados.”[29] 

“¡Qué pena mayor hay para una madre que ver a su hijo morir frente a sus ojos! Yo, que lo traje a este mundo y lo vi crecer, estaba de pie, inerme, bajo su cruz, mientras él inclinaba la cabeza y moría. Su angustia terrena concluía, pero la mía era mayor que nunca.” [30]

EL ENTIERRO DE JESÚS (Lc 23, 50-56)

La muchedumbre se dispersó, algunos llorando, otros golpeándose el pecho, otros atónitos por los acontecimientos que acababan de presenciar, otros riendo y vivando como si estuvieran embriagados por los que habían planeado.

José de Arimatea, un hombre justo y virtuoso, fue a ver a Pilatos y le pidió el cuerpo de Jesús. Luego de haber bajado el cuerpo de Jesús de la cruz, colocaron su cuerpo sin vida en mis brazos. Sollocé mientras su sangre se empapaba mi ropa. Quería tenerlo cerca de mi corazón una última vez. Ahora sabía. Esto ES lo que Simeón quiso decir cuando me dijo que una espada atravesaría mi corazón. Apenas podía rezar, y sin embargo, sabía que debía hacerlo:

Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador!”(Lc 1, 46-47)

José envolvió el cuerpo sin vida de Jesús en una tela de lino y juntos lo colocamos en una tumba cavada en la roca, en la que nadie había sido sepultado todavía. Arreglé la mortaja con cuidado. Miré por última vez a mi hijo, y luego salí. José cerró la tumba. Me quedé en silencio, con mi corazón lleno de dolor. 

No pude dormir en toda la noche. Visiones de lo que había pasado aquel día llenaban mi mente. Aquel Sabbat fue tan extrañamente tranquilo. “No sé si alguna vez podré absorber las cosas horribles que han pasado. Nunca tuve tanta dolor como el que he sufrido en estos días. No puedo entender lo que ha pasado, rezo con todo mi corazón a Dios, “Que se haga en mí tu voluntad, misericordioso y bondadoso Dios. ¡Bendíceme con esperanza y luz y paz mientras trato de vivir para tu gloria y honor!”[31]

Mis amigos, la pasión y muerte de mi hijo no son el final de la historia. Aquel Sabbat, estaba recordando y esperando mientras reflexionaba sobre lo que nuestro profeta Oseas había dicho, “Después de dos días nos hará revivir, al tercer día nos resucitará, y viviremos en su presencia” (Os 6, 2)
“Solamente dos días más tarde, aquel vacío fue colmado más allá de lo creíble – ¡él había resucitado! Había abierto las puertas a una nueva vida. Su amor inmortal no se detendría ante nada.”[32]  A mi corazón dolorido y roto, y al de todo el mundo, Dios trajo una vida nueva e inesperada. ¡Aleluya! Recé con exaltación,



Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador!”(Lc 1, 46-47)

LA APARICIÓN A MARÍA DE MAGDALA (Jn 20, 11-18)

Mi amiga, María Magdalena, fue la primera en ver a Jesús cuando fue a la tumba temprano a la mañana, aquel primer día de la semana. “La piedra estaba retirada y la tumba, vacía; la vida resucitada no puede ser contenida. ¿Quién puede comprender semejante paradoja? Pero ¿quién va a una tumba esperando encontrar vida? La historia ha sido abierta y ahora está llena de la presencia resucitada de Cristo.”[33]

María de Magdala corrió a contarles a los discípulos la noticia. A ellos también se les apareció, y les abrió las mentes para que entendieran las escrituras. ¡Incluso Tomás finalmente vio y creyó!  El Espíritu se estaba moviendo de un modo maravilloso y violento. Mientras se corría la voz de que Jesús estaba resucitado, una energía y una excitación se producía por las noticias en toda Jerusalén y Galilea. ¡Mientras los corazones ardían, los discípulos se llenaban de fuego empujados por el Espíritu!   Nada les impediría proclamar la Buena Noticia:  “Jesús está entre nosotros: mostrándonos las heridas de su cuerpo resucitado, desayunando con nosotros y haciendo las paces con aquellos de nosotros que lo abandonamos; invitándonos por nuestro nombre a que los sigamos como a nuestro Pastor Protector; quedándose con nosotros en la mesa como el Anfitrión que nos da a nosotros, sus amigos, el mandamiento del amor; prometiéndonos el regalo del Espíritu, la memoria y el futuro de la Iglesia, infundiendo en el caos de nuestras vidas su propia paz que el mundo no puede dar. Luego, después de haber ascendido a su Padre, Jesús nos envía el viento y el fuego de Pentecostés que nos impulsa al mundo con una quemante urgencia para proclamar hasta el fin del mundo que Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado.”[34] 

Mis amigos, no teman. ¡Nunca pierdan la esperanza! Desde ahora hasta que Jesús vuelva, el Espíritu los acompañará. “No son huérfanos. Ya no vagan sin rumbo. Ya no se preguntan más cuál es realmente su destino. Ya lo saben. Ya lo han visto entre ustedes. Ahora ya no hay nada más que esperar excepto que se termine la espera. Es solo cuestión de permitir que el Espíritu los transforme para que su vida y la vida de Cristo finalmente se fundan en una, realmente se vuelvan una, unidos ambos aquí y para siempre. Canten ‘Aleluya’ – ‘Alaben al Señor’ – una y otra vez. Es un tiempo de seguridad ilimitada y de un sentido de liberación sin límite. Es la esperanza y la fe y la confianza todas unidas en ti.[35]

Mis estimadas mujeres benedictinas, sean testigos de ESPERANZA donde quiera que estén. “Anuncien decididamente la Palabra de Dios” (cf. Hch 4, 31)   “"Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.” (Mc 16, 15)   ¡Vayan! ¡Cuéntenle a todo el que encuentren acerca de mi hijo, Jesús, el Cristo, y cuando lo hagan, acuérdense de mí,  Madre de ustedes, y MUJER DE ESPERANZA!

Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador!”(Lc 1, 46-47)

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[1] Todas las citas de la Escritura y la línea general de la historia están tomadas de The Catholic Study Bible, New American Bible (New York, NY: Oxford University Press, Inc., 1990). N. del T. En la traducción, se tomó la versión en línea de El Libro del Pueblo de Dios, http://200.32.90.101/ASP/Lectura.asp
[2] Chittister, Joan, The Friendship of Women, A Spiritual Tradition, (Erie, PA: Benetvision, 2000),  p.37.
[3] Hughes, Mary, OP., LCWR Update – Diciembre, 2009, p. 2.
[4] Eckes, Lois, Pathways,  Carta de las Benedictinas de Duluth, Vol. 21, No. 2, Adviento, 2009, p. 2.
[5] Jones, Gloria Marie, OP, The Occasional Papers, “Elijah: Follow God No Matter What”, (Silver Spring,
   MD: Leadership Conference of Women Religious), Vol. 37, #2, Verano, 2008,  p. 16.
[6] Stuhmueller, Carroll, C.P., Biblical Mediations for Advent and the Christmas Season, (New York, NY:
  Paulist  Press, 1980), p. 76.
[7] Romero, Mary Jane, OSB, Spirit & Life, “The Most Joyful of the Joyful Mysteries”, (Tucson, AZ
  Benedictine Sisters of Perpetual Adoration), Vol. 105:1, Mayo-Junio, 2009,  p. 9.
[8] Ibid.
[9] Romero, Op. Cit., p. 14.
[10] Op. Cit., p. 9.
[11] Hughes, Op.Ciit.,  p. 2.
[12] Romero, Op. Cit., p. 9.
[13] Living With Christ, (New London, CT: Bayard Inc.), December, 2009, p. 19-21.
[14] Ibid.
[15] Mueller, Steve, “We are all gifts from God!”, Living With Christ, (New London, CT: Bayard Inc.),
    Diciembre, 2009, p. 163.
[16] Op.Cit.,  Living With Christ, pp. 19-21.
[17] Franks, Rev. T. Becket A., OSB, “Show Them Where the Rocks Are in the Water!”, Homilía dada en el Monasterio del Sagrado Corazón, Lisle, IL, enero 10, 2010.
[18] Ibid.
[19] Hughes, Mary, OP, LCWR Update, Marzo 2010, p.2. 
[20] Ibid.
[21] Franks, Rev. T. Becket A., OSB, “All A Bunch of Lies!”, Homilía dada el 21 de febrero de 2010, en el Monasterio Sagrado Corazón, Lisle, IL.
[22] Holyhead, Verna A., With Burning Hearts, Welcoming the Word in Year C, (Collegeville, MN:
    Liturgical Press, 2006), p. 29.
[23] Living With Christ,  (New London, CT: Bayard Inc.), Febrero 2010, pp. 18-21.
[24] Higgins, Krystyna, “In Jesus, we pass the test”, Living With Christ,  (New London, CT: Bayard Inc.),
    Febrero 2010, p. 139.
[25] Holyhead, Op. cit., p. 29.
[26] Lux, Teresa Whalen, “We are God’s hands and feet”, Living With Christ, (New London, CT: Bayard
    Inc.), Enero 2010, p. 143.
[27] Furley, Richard, G., Mary’s Way of the Cross, (Mystic, CT: Twenty-Third Publications, 1984), Fourth
    Station.
[28] Living With Christ, (New London, CT: Bayard Inc.) 3 de abril, Sábado Santo, 2010, p. 109.
[29] Johnson, Elizabeth, “Reconstructing a Theology of Mary”, Mary, Woman of Nazareth, Ed. Donnelly,
    Doris, (Mahwah, NJ: Paulist Press, 1989),  p. 83, citando a Flusser, David en Mary: Images of the 
    Mother of Jesus in Jewish and Christian Perspective,  con Jaroslav Pelikan y Justin Lang
    (Philadelphia: Fortress Press, 1986), pp. 7-16.
[30] Furley, Op. Cit. Station 12.
[31] Living With Christ, (New London, CT: Bayard Inc), 3 de abril, Sábado Santo, 2010, p. 109.
[32] Furley, Ibid., Fifteenth Station.
[33] Bergant, Diane, con Fragomeni, Richard, Preaching the New Lectionary, Year C, (Collegeville, MN:
    The Liturgical Press, 2000), p. 168. 
[34] Holyhead, Op.Cit., p. 59.
[35] Chittister, Joan, The Liturgical Year, (Nashville, TN: Thomas Nelson, 2009),  p. 174-176.


Fotografía: Mª del Carmen Feliu Aguilella