ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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sábado, 9 de mayo de 2020

EL SERVICIO DE LECTOR EN LA MISA


EL SERVICIO DE LECTOR EN LA MISA




El liturgista italiano Enrico Finotti responde a una lectora de Aleteia
Un lector escribe: “Quisiera saber si hay indicaciones precisas dictadas por el magisterio o simplemente por la tradición que expliquen cómo se debe comportar un lector durante la misa. Las lecturas del día y los salmos no deben ser leídos, sino anunciados. ¿Podrían hacer un pequeño elenco de los “errores” más comunes? Por ejemplo, a veces oigo decir como conclusión de una lectura “Es palabra de Dios” en lugar de “palabra de Dios”. Y también, hay quien pone mucho énfasis en leer, a menudo cambiando fuertemente el tono de voz en los diálogos directos…. Hay quien levanta la mirada a los bancos y quien en cambio nunca alza los ojos y los tiene fijos en el texto. Gracias”.
El liturgista Enrico Finotti explica: “La Palabra de Dios en la celebración litúrgica debe ser proclamada con sencillez y autenticidad. El lector, en resumen, debe ser él mismo y proclamar la Palabra sin artificios inútiles. De hecho, una regla importante para la dignidad misma de la liturgia es la de la verdad del signo, que afecta a todo: los ministros, los símbolos, los gestos, los ornamentos y el ambiente”.
Dicho esto, prosigue Finotti, “es también necesario solicitar la formación del lector, que se extiende a tres aspectos fundamentales”.



1. La formación bíblico-litúrgica
“El lector debe tener al menos un conocimiento mínimo de la Sagrada Escritura: estructura, composición, número y nombre de los libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento, sus principales géneros literarios (histórico, poético, profético, sapiencial, etc.). Quien sube al ambón debe saber lo que va a hacer y qué tipo de texto va a proclamar.
Además, debe tener una suficiente preparación litúrgica, distinguiendo los ritos y sus partes y sabiendo el significado del propio papel ministerial en el contexto de la liturgia de la palabra.
Al lector corresponde no sólo la proclamación de las lecturas bíblicas, sino también la de las intenciones de la oración universal y otras partes que le son señaladas en los diversos ritos litúrgicos”.

2. La preparación técnica
El lector debe saber cómo acceder y estar en el ambón, cómo usar el micrófono, cómo usar el leccionario, cómo pronunciar los diversos nombres y términos bíblicos, de qué modo proclamar los textos, evitando una lectura apagada o demasiado enfática.
Debe tener clara conciencia de que ejerce un ministerio público ante la asamblea litúrgica: su proclamación por tanto debe ser oída por todos.
El Verbum Domini con el que termina cada lectura no es una constatación (Esta es la Palabra de Dios), sino una aclamación llena de asombro, que debe suscitar la respuesta agradecida de toda la asamblea (Deo gratias).

3. La formación espiritual
La Iglesia no encarga a actores externos el anuncio de la Palabra de Dios, sino que confía este ministerio a sus fieles, en cuanto que todo servicio a la Iglesia debe proceder de la fe y alimentarla.
El lector, por tanto, debe procurar cuidar la vida interior de la Gracia y predisponerse con espíritu de oración y mirada de fe.
Esta dimensión edifica al pueblo cristiano, que ve en el lector un testigo de la Palabra que proclama. Esta, aunque es eficaz por sí misma, adquiere también, de la santidad de quien la transmite, un esplendor singular y un misterioso atractivo.
Del cuidado de la propia vida interior del lector, además que del buen sentido, dependen también la propiedad de sus gestos, de su mirada, del vestido y del peinado.
El ministerio del lector implica una vida pública conforme a los mandamientos de Dios y las leyes de la Iglesia.



Leer en misa es un honor, no un derecho
Esta triple preparación, precisa el liturgista, “debería constituir una iniciación previa a la asunción de los lectores, pero después debería seguir siendo permanente, para que no se relajen las costumbres. Esto vale para los ministros de cualquier grado y orden.
Será finalmente muy útil para él mismo y para la comunidad que todo lector tenga el valor de verificar si siguen estando en él todas estas cualidades, y si disminuyeran, saber renunciar con honradez.
Realizar este ministerio es ciertamente un “honor” y en la Iglesia siempre se ha considerado así. Sin embargo, concluye, no se puede acceder a él a toda cosa, ni debe ser considerado un derecho, sino un servicio en pro de la asamblea litúrgica, que no puede ser ejercido sin las debidas habilitaciones, por el honor de Dios, el respeto a Su pueblo y la eficacia misma de la liturgia.

sábado, 21 de marzo de 2020

EL SILENCIO DE ESTOS DÍAS DE CONFINAMIENTO

EL SILENCIO DE ESTOS DÍAS DE CONFINAMIENTO


Un cor-loquio bíblico

Durante estos días de confinamiento se percibe un silencio especial, nunca sentido antes. Como un silencio que nos envuelve a todos, y aunque estemos continuamente enredados con la información y las redes sociales este silencio se siente.

En la Biblia al silencio se le nombra de dos maneras. Una palabra expresa el silencio que nos paraliza, nos deja mudos, ante una situación que nos supera y nos produce miedo (Ex 14,10). Es como este silencio que estamos sintiendo en estos días. Silencio porque no sabemos qué decir, silencio ante lo desconocido e imprevisible, silencio…Este miedo se supera cuando descubrimos la presencia de alguien superior a nosotros, una presencia que nos acaba pacificando, pues sabemos que lo que no entendemos del todo forma parte de un misterio que nos sobrepasa. El misterio de la vida, el misterio de estar dentro de una humanidad frágil y contradictoria. Y en este misterio nos encontramos el temor a Dios (Ex 14,31), un temor que no es miedo que paraliza, sino todo lo contrario, un temor que nos hace mirar al cielo, más allá de nosotros mismos, y que acaba en esperanza, en una confianza de salvación eterna. Es el temor que nos hace alzar la vista con la esperanza de que nuestra débil condición humana no ha sido creada para la muerte sino para un encuentro en la eternidad.

La otra palabra expresa un silencio que es reposo y quietud (Is 32,17), es el silencio que se alcanza a través de un “espíritu de lo alto” (Is 32,15). Cualquiera de nosotros podemos buscar este silencio, entrando en nuestra alma para buscar la paz que no encontramos en este cúmulo de noticias, entre tanta incertidumbre. Dice el profeta Isaías que el fruto de este silencio será una “confianza para siempre”. Este silencio calmado y pacífico nos ayuda a escucharnos y a escuchar con el alma. Y el alma es el ánimo humano, nuestro ser espiritual que nos anima y nos fortalece.

Jesús pasó por el primer silencio aquel primer viernes santo de la historia, pasó por todos los sufrimientos de la humanidad y por todos nuestros sufrimientos. Y resucitando nos dejó su Espíritu, para que, desde nuestro espíritu, desde nuestra alma, nos podamos unir a él a través del segundo silencio. Nuestra esperanza está en que su resurrección será también la nuestra.

Aprovechemos la oportunidad de estos días para rezar con sencillez en nuestras casas. Reposemos nuestros miedos y nuestras angustias en Jesús. Vivamos con paz y esperanza, y estemos atentos con todo cuidado a las necesidades de los que nos rodean.

JESÚS EN TI CONFÍO
Cristóbal Sevilla Jiménez


Fotografías: Manolo Guallart, Mª del Carmen Feliu

miércoles, 18 de marzo de 2020

ESCUCHA PUEBLO DE DIOS, CUMPLE LOS PRECEPTOS

ESCUCHA PUEBLO DE DIOS, CUMPLE LOS PRECEPTOS 
Reflexión del 18 de Marzo de 2020

Miércoles de la III Semana de Cuaresma A


Los mandatos que el Señor nos propone, que no nos impone, son para nuestra salvación, para el perdón de nuestros pecados y para que nos podamos abrazar a la verdad, una verdad plena que no va exenta de exigencias, no porque creamos en un Dios que nos llena de normas o de leyes, sino porque el camino que se nos marca es el que conoce nuestro corazón y por lo tanto nos lleva al sentido de nuestra vida y de nuestro existir.

En ocasiones vivimos al margen de Dios, nuestro mundo deja a un lado las exigencias espirituales o no materiales, incluso se cae en la tentación de la caridad activista dejando al margen a Dios. ¡Escucha Pueblo de Dios! No dejes de lado el camino que te marco y todo te irá bien.

Cuando la humanidad juega a ser Dios, a poner sus leyes y preceptos al margen de la Ley Natural de Dios, es cuando el hombre empieza su propia autodestrucción, porque se siente sin temor, un mundo sin Dios está condenado en su ambición a sucumbir, la gran carencia del hombre de hoy es precisamente saltarse los preceptos que se nos han dado, pero nos inventamos unos para ser buenos, que supera a Dios y acaba por ceder ante el mundo.



Nos avisa el libro del Deuteronomio: “Pero ten cuidado y guárdate bien, no vayas a olvidarte de estas cosas que tus ojos han visto, ni dejes que se aparten de tu corazón en todos los días de tu vida; enséñaselas, por el contrario, a tus hijos y a los hijos de tus hijos.”

Debemos transmitir la verdad plena para no sucumbir ante la adversidad y la dificultad, para que de verdad nuestro auxilio y nuestra salvación sea el Señor.

El Señor no vino a abolir la Ley sino a darle cumplimiento, es la tentación del hombre en ser mejor que Dios en ponerse en su lugar y poder llegar a enseñar una doctrina más mundana que espiritual, ser de Cristo es algo más que querer ser bueno, es estar llamado a la trascendencia, que es el camino para la libertad y el perdón, por ello enseñemos una verdadera doctrina sana, no la que es más divertida y fácil, la verdadera.

Nuestra vida en si es un valle de lágrimas, no nos empeñemos que la vida sea lo que no es, es decir, ausenta de dificultades, de problemas, de adversidad, de enfermedad y de muerte, permanezcamos en Cristo y de esa manera encontraremos paz en nuestro interior a pesar del dolor y el sufrimiento, es contemplar la luz de Cristo y abrazarse a la cruz.

Javier Abad Chismol