ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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sábado, 12 de marzo de 2016

CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS





El libro del Apocalipsis recoge la historia más bella y más esperanzadora jamás contada, dice el padre Charlier. Y, siguiendo su investigación, nos moveremos en nuestro escrito. Aunque entre los fieles es un libro bastante desconocido, no lo es así para los exégetas. Sólo la Biblioteca de la Escuela Bíblica de Jerusalén tenía inscritos a finales de 1983 unos 800 títulos.
            Estas Cartas se dirigen a siete iglesias concretas en el tiempo y en la Historia. Tras ellas, tras el plan de su autor se abraza la Iglesia universal. 54 veces cita el libro sagrado el número 7. Es la suma del “3”, que se refiere a Dios en persona y el “4” que simboliza la Creación. Símbolo de plenitud y de Alianza.
            De las cinco grandes partes del libro, el “septenario” de las cartas es el primero. “Es la Iglesia, ejemplarizada históricamente en las siete comunidades de Asia que precede al tiempo y a la historia”. Se puede sintetizar en “Vivir en la Iglesia”. Tras él, entrarán el mundo o la Creación en la Historia. Y, aunque muchos le han dado al Apocalipsis un tinte de negros presagios futuros nada más lejos de la auténtica realidad porque todo cuanto dice el libro ya ha sucedido; más la Historia se repite, por eso, en sus páginas, cual un diario de la mañana nos da cuenta de la realidad en que vivimos. La misma de entonces porque en esas cartas se les dijo a aquellos cristianos de finales del siglo I como debe “vivir un cristiano en esa Iglesia”. En esa Iglesia particular que forma parte de la Universal en la que militamos nosotros, para luego vivir como cristiano en el mundo. Situaciones concretas, típicas de todas las situaciones por las que atraviesa cualquier iglesia por encima de fronteras y espacios. Es la palabra de Dios. Eterna e inmutable. Válida para el ayer, de cuantos nos han precedido. Para el hoy que estamos viviendo y para el mañana de cuantos nos sucedan.
            La revelación va dirigida a un tal Juan -que desconocemos-, que recibe la Palabra de Dios mientras ve a alguien, como a “un Hijo de Hombre”, precisamente en el “día del Señor”, y sin duda alguna mostrándonos que el lugar donde se hace visible la presencia de Cristo en el mundo es en la Iglesia. Por eso emplea en cada uno de esos mensajes que entrañan las cartas la palabra “CONOZCO”. Evidencia clara de que a Cristo, nuestro redentor, no se le escapa detalle alguno de la manera de comportarse cada una de esas iglesias locales. Por eso las anima a seguir en sus luces y las reprende para que corrijan sus sombras. Lo mismo que ahora. Ahí esta la voz del Papa alertando de la gran ignorancia y de los inmensos errores.
            No cabe espera con las revelaciones del Apocalipsis porque ya se han cumplido todas. Nada de fin del mundo. Se trataba de elaborar una teología de la Historia partiendo de una eclesiología y de una cristología. Todo va a suceder “pronto”. No caben dilatadas esperas. Así de claro lo dice el texto sagrado: “Revelación de Jesucristo. Dios se la concedió a sus siervos para mostrarles lo que va a suceder pronto (1,1).

SEPTENARIO DE LAS CARTAS


            Las siete iglesias escogidas son: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Siete Iglesias de Asia que formando un arco se abren hacia el camino de Roma.

            ÉFESO.- Es la primera. Era la Iglesia más floreciente donde Pablo había enraizado la fe. También la más numerosa. Entre sus luces están su fatiga, sus obras y su constancia; pero ha perdido la caridad. También nos emplaza a nosotros. Mirando a nuestro alrededor encontramos múltiples cristianos que practican el bien sin ánimo trascendente. Incluso se soslaya la evangelización dando prioridad a la parte humana antes que la espiritual. El vaso de agua no se da por Cristo. Observemos este detalle en la multiplicidad de ONGs. Por eso no son cristianos.

            ESMIRNA.- Es la actual Izmir que pronto visitará el Papa. Allá en Turquía. Allí sólo queda un núcleo muy reducido de católicos que, como los de hace dos mil años sufren tribulación y pobreza. Entonces por los judíos; ahora por el Islam. Son probados en el crisol. Son pocos, pero vencerán sin ser heridos por la segunda muerte.

            PÉRGAMO.- Famosa e ilustre ciudad con una inmensa biblioteca, de mas de 200.000 obras, que rivaliza con la famosa de Alejandría. Era un gran centro cultural y religioso con inmensas peregrinaciones idolátricas a los diversos dioses que allí se veneraban. Salgo así como Lourdes y Fátima. Los cristianos tenían una fe bastante viva y sólida pero conviven con la depravación y la sexualidad libertina. ¿Advierten mayor semejanza con nuestra historia viva actual? Como se ve tampoco peligrosas profecías para nuestro tiempo.
            Allí era una advertencia a esa Iglesia que no renegando de la fe en Cristo cohabita con el pecado. Aquí, ahora, una clara invitación a salir de la depravación del aborto, de los matrimonios del mismo sexo, de la manipulación y clonación de embriones y de mil aberraciones a las que se llega por la más descarada tolerancia del mal y del pecado sin llegar a escandalizarse. Solo basta dar una mirada a nuestro alrededor y observar como los políticos y un buen número de católicos han encerrado su fe en el baúl de los recuerdos. Habríamos de meditar mucho esas palabras: “Pero tengo algo contra ti”, aunque sea poca cosa, para corregir esas conductas laxas en materia de fe y costumbres. Allí, entonces, y aquí, ahora, no se ha desatado una persecución sangrienta; pero cohabitan la comunidad cristiana y la de Satanás. El sexo estaba a la orden del día como lo tenemos nosotros a toda hora en nuestros días. Por eso la lucha ha de ser con la palabra, con la “espada de dos filos” que no es signo de muerte, como se pensó, sino signo de Evangelización. Y en el aire permanece esa doctrina de Juan Pablo II.

            TIATIRA.- Es la Carta más larga. Tiatira ya no existe. Los cristianos, apenas cien años después de la Carta habían desaparecido. Siglos después se levantó en su solar una población famosa por sus alfombras: Akhisar. Los cristianos no son numerosos, tienen que soportar el paganismo y se les exige una mayor fuerza de evangelización. Es en esta carta la única vez que el Apocalipsis escribe “el Hijo de Dios”. Allí brotan los horóscopos y adivinaciones de nuestro tiempo actual que Juan Pablo II condenó y nuestro Papa actual, Benedicto XVI, siendo el Cardenal Ratzinguer advirtió de la falta de cultura religiosa entre los católicos. Eran pocos, pero menos aún evangelizadores. Y se les pide que permanezcan fieles a la fe que ya tienen.

            SARDES.- El primer coleccionista de oro de la humanidad, el famoso Creso, era de Sardes. “Si no vigilas caeré sobre ti como un ladrón” (3,3). Las obras de los cristianos son huecas, sin consistencia a los ojos de Cristo. Sardes es una Iglesia moribunda. Son pocos los que viven en la fe. No nos es difícil encontrarlas ahora. Sardes estaba construida como ciudad inexpugnable. Y Ciro la ocupó por sorpresa una noche. Los cristianos de Sardes conocían la Historia y no les fue difícil interpretar el mensaje y comprender muy bien el sentido de las palabras de Cristo. Saber si una Iglesia está muerta solo lo conoce Cristo, porque aparentemente puede moverse y dar un cierto aire de vida aunque dentro esté hueca. Un grupo, por muy ferviente que sea, si no se apoya en una Iglesia no es nada. “Vigila y reafirma lo que queda y está a punto de perecer” (3, 2). Allí había muy pocos “que no han contaminado sus vestidos” (3, 4).

            FILADELFIA.- En esta ciudad levantaron los romanos el templo de Jano que solo tenía dos puertas y solo se abrían en tiempo de guerra. Allí fue donde Pablo habló que había abierto la puerta al mensaje de Cristo. Pero la fuerza de esta Iglesia se ha debilitado y es pequeña. Los cristianos son pocos. Pero son perseverantes. Por eso les pide que guarden cuanto tienen para que nadie les arrebate la corona cuando llegue el momento de la persecución. Allí, actualmente, se levanta una población, casi rural, con 15.000 habitantes, llamada Alasehir.
            Una particularidad de esta Carta es que en ella recibe Cristo el nombre de “Santo” y, por cuatro veces, en el verso 12, emplea las palabras “mi Dios”.

            LAODICEA.- Es la séptima. La última de las Siete cartas. Por su ciudad pasaba la gran ruta oriental de Asia. Y en sus proximidades, a tan sólo 10 kilómetros, Colosas. Al norte, a 6 kilómetros, Hierápolis. La montaña “nevada”, aparentemente, gracias a la inmensa cantidad de cal que fluye de las aguas que brotan y corren por sus laderas. A Cristo se le da en ella el nombre de “El Amén”. Quizás, lo más importante para plasmar de ella en nuestra actualidad, nuestro tiempo, sean esas palabras: “Porque eres tibio, y no eres frío ni caliente te voy a vomitar de mi boca” (3, 16). Palabras que llegaban al corazón y comprendían muy bien sus habitantes ya que la mala calidad de las aguas les obligó a transportarlas desde muy lejos por medio de largos acueductos que ocasionaban que al final del viaje fuesen tibias e insípidas. Como los cristianos. Los de entonces y los de ahora. Solo falta mirar a nuestro alrededor. Su primer obispo, según la tradición, fue el amigo de Pablo, Filemón, a quien el Apóstol escribe recomendándole acepte de nuevo a su esclavo Onésimo como a un hermano querido. ¡Qué canto más sublime contra la esclavitud! Era la Iglesia de Laodicea, enriquecida y sin faltarle de nada, la Iglesia del “todo va bien” que no es difícil escuchar en nuestros días. Presume de riquezas y Cristo la acusa de “pobre, ciega y desnuda” (3, 17).
            No son negros presagios para hoy. Fue viva actualidad para ellos y para nosotros para corregir nuestras sombras y acrecentar nuestras luces, Vivir la Iglesia.


Francisco Roig Espert

sábado, 5 de marzo de 2016

MUJERES DE LA BIBLIA: REBECA

MUJERES DE LA BIBLIA 2: REBECA






            Para la historia sagrada Rebeca es ante todo la esposa de Isaac y la madre de Esaú y Jacob.
            Los datos de su vida pueden agruparse en tres acontecimientos principales: matrimonio con Isaac, nacimiento de sus hijos Esaú y Jacob y la astucia de su madre para obtener la bendición paterna sobre Jacob suplantando a Esaú.
            Abraham muy entrado en años se preocupa del matrimonio de su hijo Isaac. Para ello encarga a su mayordomo Eliecer, muy prudente y lleno de experiencia a que se traslade a Mesopotamia a buscar entre sus parientes, ya que las jóvenes de Canaán son paganas y politeístas.
            El criado, consciente de su responsabilidad, pide a Dios que le ayude y le pide una señal: “Yahvé, Dios de mi señor Abraham, dame suerte y favorece a mi señor Abraham. Voy a quedarme junto a la fuente adonde acuden las muchachas de la ciudad para tomar agua. Que la muchacha a quien yo diga: “Inclina tu cántaro para que yo beba”, y ella me responda; “Bebe y también abrevaré a tus camellos” sea la que tienes destinada para tu siervo Isaac (Gen 24, 12-14).
            La señal no parece mal elegida. El criado piensa que dar de beber a un extraño es ya una prueba de buen corazón. Pero sacar agua de un pozo para saciar la sed de una caravana de diez camellos no es un favor que hace cualquiera. Solo puede hacerlo una persona muy delicada y caritativa, dispuesta a servir y ésta sería una buena adquisición para el hijo de su señor.
            Eliezer observa atentamente a una joven que viene a sacar agua del pozo: la joven es muy hermosa. Y virgen, que no había conocido varón (Gen 24, 16). Baja a la fuente, llena su cántaro y sube. El criado corre a su encuentro y le dice: “Dame un poco de agua de tu cántaro”. Ella le dice: “Bebe, señor, y sacaré agua también para tus camellos hasta que se hayan saciado.”
            Cuando los camellos se hartan de agua le pregunta a la joven por su nombre. Se llama Rebeca y es hija de Betuel. El criado no sale de su asombro: ha encontrado a la sobrina nieta de su señor. Da gracias a Dios porque le ha conducido a la casa de los parientes de su amo. Dice el objeto de su viaje y es aceptado.
            Se ponen en marcha y cuando llegan a su casa Isaac introduce a Rebeca en su tienda y se casa con ella. Después de 20 años de matrimonio, por fin nacen dos gemelos: Esaú y Jacob.
            Se van haciendo mayores; a Esaú le gusta la caza y preparar guisos para su padre; Jacob prefiere pasar el tiempo con su madre y cuidar del rebaño.
            Un día Esaú llega a casa muy hambriento y le pide a su hermano que le dé unas lentejas que había preparado. Jacob se las dio a cambio de adquirir la primogenitura, cosa que su hermano no consentirá. Cuando llegó el momento de que el padre bendiga al mayor, Rebeca que tiene predilección por Jacob planea una estratagema para que su marido, casi ciego, bendiga a Jacob.
            La desesperación de Esaú al verse privado de la bendición de su padre es tan enorme que toma la decisión de matar a su hermano. Se entera Rebeca y convence a Jacob para que se vaya a Mesopotamia, a casa de su tío Labán. Sin duda fue muy duro para ella el dejar marchar a su hijo de noche y en secreto. Aquí acaba la historia de Rebeca. Nada sabemos de su vida posterior.

Por Francisco Pellicer Valero