ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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sábado, 27 de septiembre de 2014

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XVIII)

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XVIII)




NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACION (I)

       Ésta es la única plegaria del Padrenuestro que tiene una formulación negativa: en la petición anterior se pedía perdón, ahora se pide a Dios ayuda para no caer en el pecado.
El vocablo "tentación", en sentido amplio significa la acción de someter a prueba a alguien, con el objeto de poner de manifiesto sus disposiciones, actitudes o habilidades reales, más allá de lo que puedan sugerir las apariencias. En una acepción más restringida y más corriente la tentación consiste en inducir al mal, empujar o sugestionar a alguien para que realice una acción moralmente no permitida. En este segundo sentido, la usamos aquí,

I.-    EL HOMBRE,  UN SER CONTRADICTORIO
         En toda persona humana conviven dos tendencias contrapuestas:
1a.- Por un lado, sentimos dentro de nosotros el deseo de hacer el bien, de amar, de ser generosos y acogedores.
2ª- Pero al mismo tiempo nos vemos impulsados no pocas veces al egoísmo, a la cerrazón,  a los celos e incluso a la violencia.
Muy a menudo nuestra experiencia es la misma que la del Apóstol S. Pablo: "No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero " me deleito en la ley de Dios....pero siento otra ley en mis miembros que...me encadena a la ley del pecado " {Rom 7,19. 22-23). Borrell o.c. pág. 73).

II - LAS TENTACIONES
         La tentación acecha continuamente al hombre desde la expulsión del Paraíso. Además del desequilibrio fundamental que existe en el ser humano y que puede llevarle al pecado, se agrava la situación por las tentaciones que vienen de fuera, sobre todo del Tentador". Todos los cristianos, precisamente porque quieren seguir a Jesús, son tentados por el diablo; éste no puede soportar que nos pongamos de parte de Dios y nos convirtamos en colaboradores suyos: nos empuja a la desconfianza, a ponernos contra Dios; nos instiga a rebelarnos, a hacer las cosas a nuestra manera. El Concilio Vaticano II nos recuerda que "el hombre se siente Incapaz de dominar con eficacia por sí sólo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas". (Gaudium el Spes , n9 13).
También el "mundo" es fuente de tentación. Según S. Agustín, hay hombres que son ocasión de escándalo, porque no conocen otros fines que los terrenos, ni aspiran a otra cosa que no sean los placeres que ofrecen las criaturas.
Asimismo,  los "apetitos desordenados", que no sólo se refieren al aspecto sexual, sino también al apetito Insaciable de bienes, así como el afán de poder; y la arrogancia de los ricos, qué aman sus riquezas sobre todas las cosas; todo esto constituyen las tres tentaciones Indicadas por S. Juan (1 Jn 2,16).

III.- DIOS CONCEDIÓ AL HOMBRE EL DON DE LA LIBERTAD
         ¿Por qué existe en nosotros la posibilidad de hacer el mal. esa seducción que nos puede apartar de Dios y de su Amor?. La respuesta a esta pregunta debe tener en cuenta que Dios nos ha creado libres
Dios, evidentemente, quiere que hagamos el bien y que respondamos con amor a su Amor, pero quiere igualmente que ésta sea una opción personal y no una obligación. De ahí que haya dejado abierta para el hombre la posibilidad de que el hombre se decida por el mal.
En la tentación hay que mantenerse firmes y ejercer la humildad, pues sólo desde la conciencia de la propia debilidad se entra en posesión de la fortaleza de la gracia de Dios, con la que se sale victorioso. Dice S. Pablo: "Cuando me siento débil, es cuando soy más fuerte" ( 2 Cor 12 ,10 ). Sin la gracia de Dios el hombre cae sin remedio en la tentación. S. Juan escribe: "Sin mí no podáis hacer nada" (Jn 15 ,5 ), pero con la gracia de Dios lo podemos todo: 'Todo lo puedo en aquél que me conforta" ( Flp 4, 13).

Por Francisco Pellicer Valero
Foto: Mª del Carmen Feliu Aguilella

viernes, 19 de septiembre de 2014

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XVII)


LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XVII)



PERDONANOS NUESTRAS OFENSAS COMO  TAMBIEN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN (III)

Cuando nosotros decimos que Dios nos perdone como también nosotros perdonamos, podría parecer que perdonar a los demás sea una condición para recibir el perdón de Dios, o más aún, que perdonando a los demás merezcamos el perdón de Dios. No es así. Dios nos perdona gratuitamente, sin mérito alguno por nuestra parte. Este es uno de los pilares de la teología del Nuevo Testamento: como Dios nos ha perdonado, nosotros podemos perdonar. Pero el que no perdona a los demás está diciendo que rechaza el perdón de Dios, de modo que en él, el perdón no tiene efectos; en la práctica es como si Dios no le hubiese perdonado. (Borrell, o.c. pag. 70).

Ante Dios todos somos “deudores“, todos hemos contraído deudas impagables. ¿Cómo podemos salir de esta situación?. En primer lugar, pidiendo y aceptando humildemente el perdón, porque no hay otro camino que lleve a la remisión de los pecados. Después, comprometiéndonos a hacer a los demás lo que Dios ha hecho con nosotros. Así pues, el perdón a los que nos ofenden no es la condición previa para que Dios nos perdone, sino la expresión verdadera de que su gracia en nosotros no ha sido vana. El perdón de Dios capacita al hombre para perdonar al hermano; de esta forma la paternidad de Dios se convierte en fuente de fraternidad.

Todo el Evangelio subraya la estrecha relación que existe entre el perdón de Dios a los hombres y nuestro perdón a los hermanos. Si Dios lo perdona todo, ¿cómo es posible que sus hijos no se perdonen mutuamente las ofensas cometidas y sufridas?.
¿Qué es primero: el perdón de Dios al hombre o el del hombre al prójimo?. La parábola del “siervo sin piedad“ (Mt 18, 21-35 nos da una respuesta precisa: siempre es primero el perdón de Dios, que lo da al que se lo pide; pero espera justamente que el hombre haga lo mismo con su hermano. El perdón de Dios es ineficaz cuando negamos el perdón a los que están a nuestro lado. Sin nuestro compromiso de perdonar a los hermanos, el perdón que Dios nos concede es estéril.

Sólo en el perdón realiza el hombre su vocación y se hace “semejante a Dios“. Con frecuencia resulta difícil perdonar; pero la negación del perdón impide toda forma de familiaridad y de comunidad cristiana. La  paz, la fraternidad y la civilización de la verdad y el amor nacen sólo del perdón. La paz comienza siempre por la reconciliación, y ésta presupone el perdón.
En el Padrenuestro, la petición se hace en primera persona del plural como la petición del pan de cada día. Somos una comunidad de pecadores: hemos contraído deudas con Dios y con los hermanos. El perdón de Dios cose de nuevo los lazos en vertical; el perdón entre los hermanos cose de nuevo los lazos en horizontal. Sólo así comienza a despuntar el mundo reconciliado y se inaugura el reino de la misericordia  (Benini, o.c. p.p. 157-163).


LA RECONCILIACION .-

Puesto que el pecado es una ruptura con Dios, con la comunidad y consigo mismo, se hace necesaria una triple reconciliación:

1.-Reconciliación con Dios.-

Consiste en descubrir y redescubrir el amor de Dios viviente, que nos llama a una continua conversión. El pecado nos aleja de Dios y tenemos que encontrarle de nuevo, reconciliándonos con Él. En esta reconciliación la delantera la lleva siempre Dios. El pecado es una deuda con Dios, que necesita reparación y que sólo Dios puede reparar. Lo único que tiene que hacer el hombre es estar abierto al perdón, acogerse a la reconciliación que el Señor ha hecho ya con nosotros por medio de Jesucristo (2 Cor 5 ,18).

2.-Reconciliación con la comunidad.-

Consiste en establecer y restablecer las relaciones más normales, humanas y cristianas, con todos y a todos los niveles; en la capacidad de vivir pacíficamente y como Dios manda en sociedad, en solidaridad con los demás, con los que hay que saber convivir y a los que hay que servir y amar.

El hombre no puede reconciliarse con Dios, si no se reconcilia antes con sus semejantes. La reconciliación consiste en vivir fraternalmente, en amar y ser amado. El que no perdona es porque no ama, pues el amor lo perdona todo, hasta llega a justificarlo todo (1 Cor 13,7).

3.- Reconciliación con uno mismo.-

El pecador debe reflexionar de manera seria y objetiva, sobre las realidades que le condicionan, con el fin de asumir el pasado pecaminoso tal y como haya sido, afrontar el presente tal y como es, y programar el futuro tal y como debe ser.



Hay que acentuar en uno los sentimientos de culpabilidad, el reconocimiento de los propios errores, del camino equivocado, que se haya podido recorrer. Sólo desde ahí podrá emprender el camino de la penitencia, el cambio de vida, pues sólo el que se siente pecador puede ser perdonado y comenzar una vida nueva. El fariseo, que se siente limpio de todo pecado es incapaz de cambiar, de convertirse, pues no siente necesidad alguna de hacerlo (Martín Nieto, o.c. págs. 180–181)

Por Francisco Pellicer

Fotografía Mª del Carmen Feliu Aguilella

domingo, 14 de septiembre de 2014

LA EXALTACION DE LA CRUZ


LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
Fiesta


PRIMERA LECTURA
De la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 2, 19-3, 7.13-14; 6, 14-16
La gloria de la cruz
Hermanos: Yo, Pablo, para la ley estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil.
¡Insensatos gálatas! ¿Quién os ha embrujado? ¡Y pensar que ante vuestros ojos presentamos la figura de Jesucristo en la cruz! Contestadme a una sola pregunta: ¿Recibisteis el Espíritu por observar la ley, o por haber respondido a la fe? ¿Tan estúpidos sois? ¡Empezasteis por el espíritu para terminar con la carne! ¡Tantas magníficas experiencias en vano! Si es que han sido en vano. Vamos a ver: Cuando Dios os concede el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿por qué lo hace? ¿Porque observáis la ley, o porque respondéis a la fe? Lo mismo que con Abrahán, que creyó a Dios, y eso le valió la justificación. Comprended, por tanto, de una vez, que hijos de Abrahán son los hombres de fe.
Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura: «Maldito todo el que cuelga de un árbol». Esto sucedió para que, por medio de Jesucristo, la bendición de Abrahán alcanzase a los gentiles, y por la fe recibiéramos el Espíritu prometido.
Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino una criatura nueva. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios.



SEGUNDA LECTURA
San Andrés de Creta, Sermón 10, sobre la exaltación de la santa cruz (PG 97, 1018-1019.1022-1023)
La cruz es la gloria y exaltación de Cristo
Por la cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz y, junto con el Crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la cruz. Quien posee la cruz posee un tesoro. Y al decir un tesoro quiero significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho, el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original.
Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos.
Por esto, la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.
La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo. Cristo nos enseña que la cruz es su gloria, cuando dice: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Y también: Padre, glorifícame con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo», palabras que se referían a la gloria que había de conseguir en la cruz.
También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuando dice: Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Está claro, pues, que la cruz es la gloria y exaltación de Cristo.



EVANGELIO:
Jn 3, 13-17
HOMILÍA
San Agustín de Hipona, Tratado 12 sobre el evangelio de san Juan (8.10-11 CCL 36, 125.126-127)
Para sanar del pecado, miremos a Cristo crucificado
Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Así pues, Cristo estaba en la tierra y estaba a la vez en el cielo: aquí estaba con la carne, allí estaba con la divinidad, mejor dicho, con la divinidad estaba en todas partes. Nacido de madre, no se apartó del Padre. Sabido es que en Cristo se dan dos nacimientos: uno divino, humano el otro; uno por el que nos creó y otro por el que nos recreó. Ambos nacimientos son admirables: aquél sin madre, éste sin padre. Y puesto que había recibido un cuerpo de Adán —ya que María había recibido un cuerpo de Adán, pues María desciende de Adán— y este cuerpo él habría de resucitarlo, se refirió a la realidad terrena cuando dijo: Destruid este templo y en tres días lo levantaré. Pero se refirió a la realidad ' celeste, al decir: El que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. ¡Animo, hermanos! Dios ha querido ser Hijo del hombre y ha querido que los hombres sean hijos de Dios. El bajó por nosotros; subamos nosotros por él.
Efectivamente, bajó y murió, y su muerte nos libró de la muerte. La muerte lo mató y él mató a la muerte. Y ya lo sabéis, hermanos: por envidia del diablo entró esta muerte en el mundo. Dios no hizo la muerte: es la Escritura la que habla; ni se recrea —insiste— en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera. Pero, ¿qué es lo que dice poco después? Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo. El hombre no se hubiera acercado, coaccionado, a la muerte con que el diablo le brindaba: el diablo no tiene efectivamente poder coactivo, pero sí astucia persuasiva. Sí no hubieses consentido, nada te hubiera hecho el diablo: tu consentimiento, oh hombre, te condujo a la muerte. De un mortal nacimos mortales: de inmortales nos hicimos mortales. Todos los hombres nacidos de Adán son mortales: y Jesús, Hijo de Dios, Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, Unigénito igual al Padre, se hizo mortal: pues la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros.
Asumió, pues, la muerte y la suspendió en la cruz, librando así a los mortales de esa misma muerte. Lo que en figura sucedió a los antiguos, lo recuerda el Señor: Lo mismo que Moisés —dice— elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Gran misterio éste, ya conocido por quienes han leído la Escritura. Oiganlo también los que no la han leído y los que, habiéndola leído o escuchado, la han olvidado. Estaba siendo diezmado el pueblo de Israel en el desierto a causa de las mordeduras de las serpientes, y la muerte hacía verdaderos estragos: era castigo de Dios, que corrige y flagela para instruir. Con aquel misterioso signo se prefiguraba lo que iba a suceder en el futuro. Lo afirma el mismo Señor en este pasaje, a fin de que nadie pueda interpretarlo de modo diverso al que nos indica la misma Verdad, refiriéndolo a sí mismo en persona. En efecto, el Señor ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce, la colocara en un estandarte en medio del desierto, y advirtiera al pueblo de Israel que si alguno era mordido por una serpiente, mirara a la serpiente alzada en el madero.
¿Qué representa la serpiente levantada en alto? La muerte del Señor en la cruz. Por la efigie de una serpiente era representada la muerte, precisamente porque de la serpiente provenía la muerte. La mordedura de la serpiente es mortal; la muerte del Señor es vital. ¿No es Cristo la vida? Y, sin embargo, Cristo murió. Pero en la muerte de Cristo encontró la muerte su muerte. Si, muriendo, la Vida mató la muerte, la plenitud de la vida se tragó la muerte; la muerte fue absorbida en el cuerpo de Cristo. Lo mismo diremos nosotros en la resurrección, cuando cantemos ya triunfalmente: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?
Mientras tanto, hermanos, miremos a Cristo crucificado para sanar de nuestro pecado.


Fotos amablemente cedidas por Manolo Guallart.

domingo, 7 de septiembre de 2014

CONCORDANCIA DE LOS EVANGELIOS


Concordancia de los Evangelios


 

Concordancia de los 4 evangelios

Comparar los pasajes relacionados






Referencia

 Mateo

 Marcos

 Lucas

 Juan

Prólogo del evangelio de Lucas



Prólogo del evangelio de Juan

La infancia de Jesús

Anuncio del nacimiento de Juan el Bautista



Anuncio del nacimiento de Jesús
Visita de María a Isabel
El canto de la virgen María: Magnificat
Nacimiento y circuncisión de Juan el Bautista
El canto de Zacarías: Benedictus
Genealogía de Jesús
La concepción virginal y el sueño de José

Nacimiento de Jesús en Belén

Visita de los pastores
Circuncisión de Jesús
Presentación de Jesús en el Templo
El canto de Simeón
La profecía de Simeón
La profecía de Ana
Visita de los magos

Exilio de Jesús en Egipto
La matanza de los inocentes
Regreso de Egipto
Infancia de Jesús en Nazaret
Jesús entre los doctores de la Ley

Vida oculta en Nazaret

Jesús comienza su misión

Predicación de Juan el Bautista

El Bautista y los fariseos

El Bautista y el pueblo


Primer testimonio del Bautista
Bautismo de Jesús
Tentaciones de Jesús en el desierto
Jesús, el Cordero de Dios



Los primeros discípulos de Jesús
Llamada de Simón Pedro
Llamada de Felipe y Natanael
Las bodas de Caná
Excursión a Cafarnaún
Expulsión de los vendedores del Templo
Anuncio de la resurrección de Jesús
Diálogo de Jesús con Nicodemo
Último testimonio de Juan el Bautista
Encuentro de Jesús con la samaritana
La verdadera comida
Predicando a los samaritanos
Comienzo de la predicación de Jesús
Curación del hijo de un funcionario real



Jesús se establece en Cafarnaún

Los primeros discípulos de Jesús

Curación de un endemoniado en la sinagoga

Curación de la suegra de Pedro
Diversas curaciones
Misión de Jesús

Actividad de Jesús en Galilea
La pesca milagrosa


Curación de un leproso
Curación de un paralítico
Llamada de Mateo o Leví
Actitud de Jesús hacia los pecadores
Discusión sobre el ayuno
Curación del paralítico en la piscina de Betsata



Discurso sobre la obra del Hijo: el juicio y la resurrección
Testimonio del Padre en favor de Jesús
Discusión sobre el sábado

Curación de un hombre en sábado
La profecía de Isaías


La multitud sigue a Jesús

Institución de los Doce
Actitud de los parientes de Jesús


El sermón de la montaña

Las bienaventuranzas


La sal de la Tierra
La luz del mundo


Jesús y la Ley
El homicidio. La reconciliación

El adulterio
El divorcio
El juramento
La ley del talión
El amor a los enemigos
La limosna

La oración

El Padrenuestro
El perdón

El ayuno

El verdadero tesoro
Dios y las riquezas
La confianza en la Providencia
La benevolencia para juzgar
Perlas a los cerdos

Parábola del amigo insistente

Eficacia de la oración
El resumen de la Ley
El camino de la Vida

Los falsos profetas. La raíz de las buenas y malas obras
Los auténticos discípulos de Jesús
Necesidad de practicar la Palabra de Dios
Conclusión del sermón


Curación del sirviente de un centurión


Resurrección del hijo de una viuda en Naím

Los signos mesiánicos
Testimonio de Jesús sobre Juan el Bautista
Reproche de Jesús a sus compatriotas
La pecadora perdonada

Las mujeres que acompañaban a Jesús

La verdadera familia de Jesús
Parábola del sembrador
Finalidad de las parábolas
Explicación de la parábola del sembrador
Ejemplo o parábola de la lámpara

Ejemplo de la medida
Parábola de la semilla que crece sola

Parábola del trigo y la cizaña


Parábola del grano de mostaza
Parábola de la levadura

Explicación de la parábola de la cizaña

Parábola del tesoro y la perla
Parábola de la red
Fin del sermón del lago
La tempestad calmada
Los endemoniados de Gadara o el endemoniado de Gerasa
Curación de hemorroísa y resurrección de la hija de Jairo
Enseñanza de Jesús en Nazaret
Compasión de Jesús por la multitud
Misión de los Doce
Muerte de Juan el Bautista
Incertidumbre de Herodes
Retorno de los Apóstoles y retiro a Betsaida

Primera multiplicación de los panes
Jesús camina sobre el agua

Curaciones en Genesaret

Discurso sobre el Pan de Vida


Jesús y las tradiciones de los fariseos

Enseñanza sobre lo puro y lo impuro
Curación de la hija de una cananea
Curación de un sordomudo

Curaciones junto al lago

Segunda multiplicación de los panes
Interpretación de los signos de los tiempos. El signo rehusado a los fariseos
Advertencia contra la doctrina de los fariseos y saduceos

Curación del ciego de Betsaida


Profesión de fe de Pedro
Primer anuncio de la Pasión

Condiciones para seguir a Jesús
Transfiguración de Jesús
Elías, figura de Juan el Bautista

Curación de un endemoniado epiléptico
Segundo anuncio de la Pasión
La contribución debida al Templo


La infancia espiritual. La verdadera grandeza
Intolerancia de los Apóstoles

La gravedad del escándalo
La oveja perdida

La corrección fraterna
La oración en común

El perdón de las ofensas
Parábola del servidor despiadado

Viaje de Jesús a Jerusalén


Inhospitalidad de los samaritanos


Exigencias de la vocación apostólica
Envío de los 72 discípulos

Lamentación por las ciudades de Galilea
Regreso de los 72 discípulos

Revelación del Evangelio a los humildes
Vengan a mí todos

Felices los ojos
Parábola del buen samaritano

Encuentro de Jesús con Marta y María
Enseñanza de Jesús en Jerusalén

Discusiones sobre el origen del Mesías
Anuncio de la partida de Jesús
Jesús, fuente de agua viva
Nuevas discusiones sobre el origen del Mesías
La mujer adúltera
Testimonio de Jesús sobre sí mismo
Advertencia a los incrédulos
Los verdaderos descendientes de Abraham
El diablo, padre de la mentira
Jesús y Abraham
Curación de un ciego de nacimiento
El buen Pastor
Jesús cruza el Jordán
Curación de un hidrópico en sábado



La humildad cristiana
Parábola del banquete nupcial y los invitados descorteses
Necesidad del desprendimiento
Renuncia a todos los bienes

Furia de los fariseos
Parábola de la oveja perdida y encontrada
Parábola de la moneda perdida y encontrada
Parábola del padre misericordioso
Parábola del administrador sagaz
El buen uso del dinero
Parábola del hombre rico y el pobre Lázaro
El poder de la fe
Parábola del servidor humilde
Muerte de Lázaro

Jesús con Marta y María
Resurrección de Lázaro
Conspiración contra Jesús
Jesús se va a Efraín
Curación de diez leprosos

El día del Hijo del hombre
Parábola del juez y la viuda
Parábola del fariseo y el publicano
El matrimonio y el divorcio
La continencia voluntaria


Jesús y los niños
El joven hombre rico
El peligro de las riquezas
Recompensa prometida a los discípulos
Curación de dos ciegos


Curación de un mudo endemoniado
Jesús y Belzebul
La blasfemia contra el Espíritu Santo
La raíz de las buenas y malas obras

La ofensiva de Satanás
Felices los que practican la Palabra

El signo de Jonás
Parábola de la lámpara. La luz interior
La persecución a los Apóstoles

Manera de recibir a los Apóstoles

Valentía de los Apóstoles. Advertencia contra la hipocresía

El verdadero y el falso temor
La valentía para reconocer al Hijo del hombre
El desprendimiento cristiano

Parábola del rico insensato
La confianza en la Providencia
El verdadero tesoro
Exhortación a la vigilancia y fidelidad (I)

Parábola del servidor fiel

Jesús ante su Pasión

Jesús, signo de contradicción
Interpretación de los signos de los tiempos

Exhortación a la conversión
Parábola de la higuera estéril
Curación de una mujer encorvada en sábado
Los nuevos elegidos del Reino
Actitud de Jesús ante la amenaza de Herodes
Jesús, Hijo de Dios

Jesús acusado de blasfemia
Parábola de los obreros de la última hora


Tercer anuncio de la Pasión
Petición de la madre de Santiago y Juan

Carácter servicial de la autoridad
Curación del (los dos) ciego(s) de Jericó
Conversión de Zaqueo


Parábola de los talentos o monedas de plata

Unción de Jesús en Betania

Deciden matar también a Lázaro



Preparativos para la entrada en Jerusalén

Entrada mesiánica en Jerusalén
Lamentación de Jesús sobre Jerusalén



Expulsión de los vendedores del Templo
Milagros y enseñanza en el Templo

Retorno a Betania al atardecer

Maldición de la higuera estéril. La eficacia de la fe
Discusión sobre la autoridad de Jesús
Parábola de los dos hijos


Parábola de los viñadores homicidas
Impuesto debido a la autoridad
Discusión sobre la resurrección de los muertos
El mandamiento principal
El Mesías, hijo y Señor de David
Hipocresía y vanidad de los escribas y fariseos
Invectivas contra los escribas, fariseos y doctores de la Ley

Reproche de Jesús a Jerusalén

La ofrenda de la viuda

La glorificación de Jesús mediante la muerte


La fe y la incredulidad
Anuncio de la destrucción del Templo

Comienzo de las tribulaciones. Los signos precursores
La gran tribulación y el asedio de Jerusalén
Los falsos mesías

La manifestación gloriosa de Jesús
Parábola de la higuera
Exhortación a la vigilancia y la fidelidad (II)
Últimos días de Jesús en Jerusalén


Parábola de las diez jóvenes del cortejo

El juicio final

Conspiración contra Jesús
Traición de Judas
Preparativos para la comida pascual

El Jueves Santo

Última Cena
Lavatorio de los pies



Anuncio de la traición de Judas
Despedida de Jesús: el anuncio de su glorificación



Institución de la Eucaristía

El mandamiento nuevo



Anuncio de las negaciones de Pedro
El combate decisivo



Jesús, camino hacia el Padre

Jesús, revelación del Padre
Promesa del Espíritu Santo
Jesús, la verdadera vid
El mandamiento del amor
El odio del mundo
La misión del Espíritu Santo
La vuelta de Jesús al Padre
Oración de Jesús por sí mismo
Oración de Jesús por sus discípulos
Oración de Jesús por todos los que creen en él

La Pasión y muerte

Oración de Jesús en Getsemaní, en el monte de los olivos
Arresto de Jesús

Beso de Judas

Los soldados caen en tierra



Pedro hiere a Malco
Prenden a Jesús
El joven desnudo



Jesús ante Anás



Pedro y Juan en el atrio
Interrogatorio de Anás



Jesús ante el Consejo y Caifás
Falsos testigos

Confesión y condena de Jesús

Negaciones de Pedro
Ultrajes a Jesús

El Consejo ratifica la condena

Jesús conducido ante Pilato

Muerte de Judas


Jesús ante Pilato

Primera indagatoria de Pilatos
Jesús ante Herodes Antipas



Juicio de Pilatos

Aviso de la mujer de Pilatos

Jesús y Barrabás
Pilato manda azotar a Jesús



Coronación de espinas
¡Ecce homo!


Segunda indagatoria de Pilatos
Jesús condenado a muerte
El camino hacia el Calvario: Simón de Cirene
Llanto de las mujeres



Crucifixión de Jesús
Crucifixión de los dos ladrones

Inscripción sobre la cruz
Sorteo de las vestiduras
Injurias a Jesús crucificado

El buen ladrón


Jesús, María y Juan

Oscuridad sobre toda la Tierra

Jesús grita al Padre


Le dan de beber vinagre

Muerte de Jesús
Fenómenos después de la muerte

Las mujeres y los parientes

La herida del costado



Sepultura de Jesús
La guardia en el sepulcro



Resurrección, Ascensión y envío

Terremoto del domingo



Anuncio de la resurrección
Aparición de los ángeles

Testimonio de las mujeres

Pedro y Juan en el sepulcro


Aparición de Jesús a las mujeres

Soborno a los soldados



Aparición a los discípulos de Emaús


Aparición de Jesús a los Apóstoles

Aparición de Jesús a los 8 días

Aparición junto al lago de Tiberíades

Diálogo de Jesús con Pedro
Últimas instrucciones de Jesús en Jerusalén

Aparición en Galilea y misión universal

Ascensión de Jesús

Comienzo de la gran misión

Conclusión de Juan

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