ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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viernes, 4 de junio de 2021

VULTUS CHRISTI

 VULTUS CHRISTI




Cada vez que leo el llamado «Himno de Sant Bult» en el que se refiere a la imagen venerada en el barrio valenciano de la Xerea como el “Santo Bulto”, me duele profundamente.
            Hemos de suponer que la confusión proviene del hecho de que en valenciano se haya escrito siempre con “b” y de que se relacione popularmente con los llamados “bultos” de la Procesión de las Fiestas Vicentinas  dedicadas a San Vicente Mártir que rememora el bautizo de nuestro otro Patrón, San Vicente Ferrer.


            El hecho de que un error se propague y sea aceptado por la mayoría… no lo convierte en verdad universal. Y esto es penoso. Cristo no es un “bulto”.

Lo cierto es que la expresión proviene del latín «vultum» que significa rostro; en este caso, el rostro de Dios. Y el rostro de Dios es Cristo que hace visible al Padre.

A lo largo de toda la Biblia encontramos profusamente referencias al rostro de Dios, a su mirada, a sus ojos.

Desde el Génesis apreciamos que el rostro de Dios no es visible, salvo en el caso de una concesión especialísima: “He visto a Dios cara a cara, y ha sido preservada mi vida” Gn 32.

En Exodo y Números se produce otro hecho que proclama la elección de su siervo, Moisés, quien puede ver el rostro de Dios “cara a cara como quien habla con un amigo”, pero, acaso ¿no es el inicio de la misión mosaica la comunicación primera de Dios diciendo: ”He visto la aflicción de mi pueblo”? Moises, siendo un hombre como nosotros entró en la confianza del Señor, en la Tienda del Encuentro, de la que salía radiante y transfigurado; ello le obligaba a cubrirse con un velo para que nadie se fijara en sí mismo, de la misma manera que el sacerdote, al elevar la Custodia, se cubre con el Paño Humeral para que sólo quede a la vista lo Divino.

Y la bendición sacerdotal o aaronítica, que adoptó San Francisco de Asís, es un remanso de paz porque nos garantiza la misericordia divina.

En los libros del Antiguo Testamento es tan patente la aflicción del fiel a quien Dios “esconde su rostro”, tan doliente la lamentación de aquel que, en apariencia ha sido abandonado por Dios, que su clamor se eleva hasta el Cielo reclamando la mirada del Creador porque el resplandor de su mirada sobre el orante es sin duda la salvación. La queja se convierte en súplica y en deseo y en confianza y, aunque son varios los Salmos que nos lo muestran, el siguiente es el que penetra hasta lo más hondo de esos sentimientos:

Salmo 26

Confianza ante el peligro

            El Señor es mi luz y mi salvación,

¿a quién temeré?

El Señor es la defensa de mi vida,

¿quién me hará temblar?

            Cuando me asaltan los malvados

para devorar mi carne,

ellos, enemigos y adversarios,

tropiezan y caen.

            Si un ejército acampa contra mí,

mi corazón no tiembla;

si me declaran la guerra,

me siento tranquilo.

            Una cosa pido al Señor,

eso buscaré:

habitar en la casa del Señor

por los días de mi vida;

gozar de la dulzura del Señor,

contemplando su templo.

            El me protegerá en su tienda

el día del peligro;

me esconderá en lo escondido de su morada,

me alzará sobre la roca;

y así levantaré la cabeza

sobre el enemigo que me cerca;

en su tienda sacrificaré

sacrificios de aclamación:

cantaré y tocaré para el Señor.

            Escúchame, Señor, que te llamo;

ten piedad, respóndeme.

Oigo en mi corazón: “Buscad mi rostro.”

Tu rostro buscaré, Señor,

no me escondas tu rostro.

            No rechaces con ira a tu siervo,

que tú eres mi auxilio;

no me deseches, no me abandones,

Dios de mi salvación.

            Si mi padre y mi madre me abandonan,

el Señor me recogerá.

            Señor, enséñame tu camino,

guíame por la senda llana,

porque tengo enemigos.

            No me entregues a la saña de mi adversario,

porque se levantan contra mí testigos falsos,

que respiran violencia.

            Espero gozar de la dicha del Señor

en el país de la vida.

            Espera en el Señor, sé valiente,

ten ánimo, espera en el Señor.


 

Y la Acción de Gracias subsiguiente

Salmo 31

Acción de gracias de un pecador perdonado.

            Dichoso el que está absuelto de su culpa,

a quien le han sepultado su pecado;

dichoso el hombre a quien el Señor

no le apunta el delito.

          Mientras callé se consumían mis huesos,

rugiendo todo el día,

porque día y noche tu mano

pesaba sobre mí;

mi savia se me había vuelto un fruto seco 

            Había pecado, lo reconocí,

no te encubrí mi delito;

propuse: “Confesaré al Señor mi culpa”,

y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

            Por eso, que todo fiel te suplique

en el momento de la desgracia:

la crecida de las aguas caudalosas

no lo alcanzará.

            Tu eres mi refugio, me libras del peligro,

me rodeas de cantos de liberación.

            - Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir,

fijaré en ti mis ojos.

            No seáis irracionales como caballos y mulos,

cuyo brío hay que domar con freno y brida;

si no, no puedes acercarte.

            Los malvados sufren muchas penas;

al que confía en el Señor,

la misericordia lo rodea. 

            Alegraos, justos, y gozad con el Señor;

aclamadlo, los de corazón sincero.


La Encarnación de Dios-con-nosotros es de manera definitiva ver en Jesús, hecho hombre, acampado entre nosotros, el rostro de Dios revelado a la Humanidad.

« Al acercarse la pasión del Señor –evoca Benedicto XVI–, el apóstol Felipe le pide a Jesús algo bien práctico y concreto, que nosotros también hubiéramos dicho: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta" (Jn. 14,8). Y Jesús responde no solo para Él sino también para nosotros, llevándonos "al corazón de la fe cristológica". El Señor le dice: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn. 14,9). Esta es, observa el Papa, la expresión sintética de la novedad del Nuevo Testamento, novedad que apareció en la gruta de Belén: "Dios se puede ver, manifestó su rostro, es visible en Jesucristo".
Y es que para la Biblia, en palabras de Benedicto XVI, "el esplendor del rostro divino es la fuente de la vida, es lo que permite ver la realidad; la luz de su rostro es la guía de la vida".»

 

El Nuevo Testamento es el relato de la revelación, de la manifestación de Dios hecho hombre por Amor que, como Mediador de la Nueva Alianza nos hace conocer al Padre. La Buena Nueva es que Dios ha venido a nosotros, nos ha mostrado su rostro y, en cumplimiento de las Escrituras, ha fijado su morada entre su pueblo: ¡en la Eucaristía!


“Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente.

Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz

del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los

siglos.” Ap 22

 

“Buscad al Señor con sencillez de corazón

Porque se deja encontrar de los que confían en El”

 

Texto y fotografía: Mª del Carmen Feliu Aguilella