ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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viernes, 25 de octubre de 2013

SEÑOR, ENSEÑAME A ORAR

HOMILIA.  DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO. 27 OCTUBRE 2013

¡Ten compasión de este pecador! 

¡¡Qué rápido pasa el tiempo!! Nos vamos acercando al final del año litúrgico. La Palabra de Dios va afinando en las actitudes fundamentales de nuestro discipulado. Después de la orientación a Dios que nos proponían las lecturas del domingo pasado, las de este domingo nos orientan a los demás. Los dos ejes fundamentales donde hacer presente nuestra vocación y seguimiento a Jesús: Dios Padre, con quien mantener una profunda relación de confianza obediente; y los hombres y mujeres de hoy, particularmente las personas más desfavorecidas o que sufren más directamente las injusticias. Hoy esta clave humana se nos pone en primer plano.

El evangelio nos alerta de un peligro, un pecado, demasiado extendido: el de la "aristocracia espiritual". Eso de creernos buenos y justos, sólo creernos, y mirar con desprecio a los demás; eso de encontrar la seguridad espiritual en nosotros mismos y creernos con méritos ante Dios. La parábola de Jesús, espléndida, deja las cosas en su sitio. Ante Dios queda justificado y admitido el que, desde el dolor por su debilidad, pide compasión.

¡Cuántas cosas importantes pasan en los últimos puestos! ¡Cuánta acción de Dios se da allí donde se sitúan los que saben de verdad presentarse ante Dios sin arrogancia, sin presumir de nada!

La oración verdadera nunca nos llevará a sentirnos mejores que los demás y menos a despreciar a los demás comparándonos con ellos. La verdadera oración sólo da entrañas de misericordia, como son entrañas de misericordia las del Padre.

La oración verdadera no nos pide un ejercicio de "baja autoestima". Nos basta con reconocernos tal como somos y, sobre todo, sabernos estimados, queridos por Dios.

Por lo demás, ¿cómo considerarnos justos cuando el clamor de los pobres y oprimidos crece sin cesar? ¿cómo mantener tranquila la conciencia ante tanta injusticia, lejana y cercana, que nos rodea? Lo dice el Eclesiástico: "los gritos del pobre atraviesan las nubes y no descansan hasta alcanzar a Dios". Hay demasiados gritos, demasiado desamparo, demasiado dolor como para sentirnos satisfechos con lo que hacemos.

Nosotros somos aquí y ahora las manos de Dios que levantan a los caídos, los pies de Dios que nos acercan a los abatidos, los ojos de Dios que descubren los necesitados, somos o tenemos que ser el corazón de un Dios que quiere que todos sus hijos vivan, y vivan abundantemente.

El apóstol Pablo nos presenta su bagaje: él ha corrido hasta la meta. También nosotros estamos llamados a llegar hasta el final en nuestro compromiso por el Evangelio, que es el compromiso por una vida más digna y plena para todos nuestros hermanos los hombres y mujeres.

Hace ya tiempo una escritora -Simone Weil- pronunció una de esas frases que merecerían estamparse en los corazones de todos los creyentes. Venía a decir que ella comprobaba cuándo una persona era de Dios, no por cómo hablaba de lo divino, sino por cómo hablaba de lo humano. Hacer encendidos discursos evocando la grandeza de la divinidad no es difícil, pero juzgar las cosas humanas con los criterios de Dios, como lo haría el propio Jesús, es otra cosa.

Los cristianos no hemos de ser personas de grandes palabras, sino de grandes afectos; los cristianos hemos de hablar de Dios con modestia, pero practicarlo y vivirlo con decisión.

Invoquemos como el salmista: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Que así sea. 

Alex Alonso Gilsanz
Párroco de Santiago Apóstol.  Ermua  -Vizcaya-

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