ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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sábado, 19 de abril de 2014

SABADO SANTO

SÁBADO SANTO



PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 4, 1-13
Empeñémonos en entrar en el descanso del Señor
Hermanos: Temamos, no sea que, estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea que ha perdido la oportunidad. También nosotros hemos recibido la buena noticia, igual que los que salieron de Egipto por obra de Moisés; pero el mensaje que oyeron de nada les sirvió, porque no se adhirieron por la fe a los que lo habían escuchado.
En efecto, entramos en el descanso los creyentes, de acuerdo con lo dicho: «He jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso», y eso que sus obras estaban ter-minadas desde la creación del mundo. Acerca del día séptimo se dijo: «Y descansó Dios el día séptimo de todo el trabajo que había hecho». En nuestro pasaje añade: «No entrarán en mi descanso».
Ya que, según esto, quedan algunos por entrar en él, y los primeros que recibieron la buena noticia no entraron por su rebeldía, Dios señala otro día, «hoy», al decir, mucho tiempo después, por boca de David, lo antes citado: Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis el corazón».
Claro que, si Josué les hubiera dado el descanso, no habría hablado Dios de otro día después de aquello; por consiguiente, un tiempo de descanso queda todavía para el pueblo de Dios, pues el que entra en su descanso des-cansa, él también, de sus tareas, como Dios de las suyas. Empeñémonos, por tanto, en entrar en aquel descanso, para que nadie caiga, siguiendo aquel ejemplo de rebeldía.
Además, la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajan-te que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura que escape a su mirada. Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.

SEGUNDA LECTURA
San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 12: PG 74, 679-682)
Con su muerte corporal, Cristo redimió la vida de todos
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía.

Fue contado entre los muertos el que por nosotros murió según la carne; huelga decir que él tiene la vida en sí mismo y en el Padre, pues ésta es la realidad. Mas para cumplir todo lo que Dios quiere, es decir, para compartir todas las exigencias inherentes a la condición humana, sometió el templo de su cuerpo no sólo a la muerte voluntariamente aceptada, sino asimismo a aquella serie de situaciones que son secuelas de la muerte: la sepultura y la colocación en una tumba.

El evangelista precisa que en el huerto había un sepulcro y que este sepulcro era nuevo. Lo cual, a nivel de símbolo, significa que con la muerte de Cristo se nos preparaba y concedía el retorno al paraíso. Y allí, en efecto, entró Cristo como precursor nuestro.

La precisión de que el sepulcro era nuevo indica el nuevo e inaudito retorno de Jesús de la muerte a la vida, y la restauración por él operada como alternativa a la corrupción. Efectivamente, en lo sucesivo nuestra muerte se ha transformado, en virtud de la muerte de Cristo, en una especie de sueño o de descanso. Vivimos, en efecto, como aquellos que –según la Escritura–, viven para el Señor. Por esta razón, el apóstol san Pablo, para designar a los que han muerto en Cristo, usa casi siempre la expresión «los que se durmieron».


Es verdad que en el pasado prevaleció la fuerza de la muerte contra nuestra naturaleza. La muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían peca-do con un delito como el de Adán, y, como él, llevamos la imagen del hombre terreno, soportando la muerte que nos amenazaba por la maldición de Dios. Pero cuando apare-ció entre nosotros el segundo Adán, divino y celestial que, combatiendo por la vida de todos, con su muerte corporal redimió la vida de todos y, resucitando, destruyó el reino de la muerte, entonces fuimos transformados a su imagen y nos enfrentamos a una muerte, en cierto sentido, nueva. De hecho esta muerte no nos disuelve en una corrupción sempiterna, sino que nos infunde un sueño lleno de consoladora esperanza, a semejanza del que para nosotros inauguró esta vía, es decir, de Cristo.





Ciclo A:
EVANGELIO Mt 27, 57-66
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.
María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
—Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: «A los tres días resucitaré». Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos». La última impostura sería peor que la primera.
Pilato contestó:
—Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.
Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.



Año Par:
HOMILÍA
Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 5, 10: PG 14, 1048-1049)
La muerte de Cristo y la muerte de los cristianos
Cuando el Apóstol dice: Por el bautismo, fuimos incorporados a su muerte, quedando incorporados a él por una muerte semejante a la suya, quiere demostrarnos de este modo que estamos con Cristo muertos al pecado, habiendo muerto Cristo por nuestros pecados, según las Escrituras. Y en virtud de su muerte, concedió a los creyentes, como premio a su fe, la gracia de morir a su propio pecado: es decir, a cuantos están seguros, por la fe, de haber muerto con él, de haber sido con él crucificados y sepultados, por cuya razón el pecado ya no puede actuar en ellos, como no puede actuar en los muertos. Por esto se dice que han muerto al pecado.
Por lo cual, afirma el Apóstol: Si morimos con él, viviremos con él. No dice «hemos vivido», como dice «hemos muerto»; sino «viviremos», para demostrar cómo la muerte actúa en el presente, la vida, en cambio, en el futuro, esto es, cuando aparezca Cristo, que es nuestra vida escondida en Dios. De momento, sin embargo, la muerte está actuando en nosotros, como enseña el mismo Pablo.
Ahora bien, esa misma muerte que actúa en nosotros, me parece que presenta diferentes aspectos. En Cristo, al menos, se distinguen tres momentos: uno fue el tiempo de la muerte propiamente dicha, cuando Jesús, dando un fuerte grito, exhaló el espíritu; otro fue el tiempo en que yació en el sepulcro sellado; y otro, finalmente, cuando, buscado en la tumba, no fue hallado por haber ya resucitado. A nadie le fue dado ver los primeros instantes de aquella gloriosa resurreción. Pues bien: a nosotros, que creemos en él, nos es dado experimentar este triple género de muerte.
En primer lugar, hemos de mostrar en nosotros la muerte de Cristo mediante la profesión de fe: Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios, a la salvación. En segundo lugar, con la mortificación de los miembros terrenales, puesto que ahora en toda ocasión llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús; y éste es el significado de las palabras: la muerte está actuando en nosotros. En tercer lugar, cuando hayamos resucitado ya de entre los muertos y andemos en una vida nueva.
Y para explicarnos con mayor precisión y brevedad, podríamos decir que el primer momento de la muerte consiste en renunciar al mundo; el segundo, en renunciar asimismo a las pasiones de la carne; mientras que la plenitud de la perfección radica en la luz de la sabiduría, y éste es el tercer momento: el momento de la resurrección. Sin embargo, estos diversos aspectos que se encuentran en cualquier creyente, y los diversos grados del progreso, sólo puede conocerlos y discernirlos aquel a quien le son patentes los secretos del corazón.
Pues bien: Cristo voluntariamente se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, y soportó el dominio del tirano, hasta someterse incluso a la muerte. Por su muerte destruyó al señor de la muerte, esto es, al diablo, para liberar a los esclavos de la muerte. Cristo, en efecto, después de haber atado al fuerte y habiéndolo vencido en su cruz, se dirigió a su misma casa, la casa de la muerte, el infierno, y allí arrambló con su ajuar, es decir, liberó las almas que tenía prisioneras. Así se cumplió lo que el mismo Cristo había dicho en el evangelio, con palabras misteriosas: Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata. Así pues, primero lo ató en la cruz; después entró en su casa, esto es, en el infierno, de donde subió a lo alto llevando cautivos, a saber, los que con él resucitaron y entraron en la ciudad santa, la Jerusalén del cielo. Por eso dice justamente el Apóstol: La muerte ya no tiene dominio sobre él.



Fotos: Josetxo Sáinz de Murieta. Mª del Carmen Feliu

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