ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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domingo, 6 de abril de 2014

DIOS EN EL ARTE (II)

DIOS EN EL ARTE (II)



Así como en la Edad Media la relación entre Arte y Religión es casi total, en el Renacimiento, aparte de los grandes logros artísticos y humanos del mismo, el Arte y la Religión se separan y es cuando cabe hablar de un “arte profano”, impresionante en todas sus manifestaciones, aunque sigue también el arte sacro o religioso con manifestaciones grandiosas en la pintura, en la escultura, arquitectura, la música y la literatura.

        No obstante esta dimensión religiosa de la belleza artística, el arte ha sido mirado frecuentemente con recelo por espíritus profundamente religiosos y en alguna época, y en alguna de las ramas del arte, se vio como enemigo de la religión. Recordemos, por ejemplo, al gran emperador de Oriente León III Isáurico, que salvó a Bizancio de la amenaza árabe musulmana, y que dio origen a una crisis religiosa grave, alterando durante más de un siglo la vida del Oriente cristiano: en el año 726 prohibió la veneración de imágenes sagradas y poco después ordenó su destrucción. La mayoría de los monjes se opuso a este movimiento iconoclasta. Algún motivo tuvo este emperador parta tomar esta posición; quizás mitigar la gran presión que las ideas musulmanas habían dejado entre el pueblo, la repulsa a las imágenes, y también de cortar algún abuso en la veneración de los iconos, rayana a veces en la superstición.

        También la Reforma protestante se inclinó por esta prohibición de las representaciones religiosas y hubo momentos tristes de destrucción iconoclasta. La Contrarreforma lleva consigo, por contraste, un gran desarrollo del barroco, con profusión de imágenes, de templos, altares y retablos cargados de ornamentación, como un generoso derroche en adoración a Dios. Es digna de recordar la anécdota que narra cómo un artesano está en lo más alto de un templo realizando detalles minúsculos de adorno y, al ser preguntado alguien por qué realiza esos trabajos que la gente, desde abajo, no los puede distinguir, contestó: “Ya lo sé, pero los ve Dios desde arriba”.

        En cuanto a la bella música polifónica (Palestrina, Tomás Luis de Victoria, Lasso, etc.) costó al principio admitirse por la Iglesia, acostumbrada la canto gregoriano, ya que la polifonía, siendo hermosa, enmascara el texto de lo que se canta. Parece ser que la primera Misa cantada en polifonía fue la llamada “del Papa Marcelo”, de Palestrina.

        Pero si prescindir la Religión del Arte es triste, como veíamos anteriormente, más triste es que el Arte prescinda de Dios. Dice muy significativamente el gran tratadista jesuita Juan de Plazaola que “cuando el hombre empieza a fabricar ídolos es porque se ha extraviado en el desierto”. Y un pintor moderno: “Sólo creo en el Arte, pero si creyera en Dios, diría que todo arte verdadero, cualquiera sea su modo de expresión, tiende a Dios.

        Al perder su creencia en Dios el hombre se siente aterradoramente libre; “condenado a la libertad” (dice Plazaola). Nunca como ahora el artista se llama “creador”, como si de la nada fuera a sacar un mundo. El culto al arte se vuelve para muchos en una religión. Gauguin, abandonando su empleo, a su mujer y a sus hijos, se recluye en una isla del Pacífico: es un símbolo de la pasión artística devoradora. Hay otros casos patológicos.

        Lo cierto es que, desde antiguo, el artista es considerado como poseedor de un don divino. En algunas comunidades primitivas, como un brujo o sacerdote. Según el Antiguo Testamento, el artista tiene un don divino que debe poner al servicio de la comunidad; tiene esa responsabilidad ante Dios. Pero cuando no se cree en Dios, se tiende a creer que uno mismo es Dios; él debe hacer caso a su inspiración, que –como ha dicho alguno- “es superior a la razón”.

        La teología cristiana nos enseña que el Espíritu Santo habita en el alma del justo y le da un “sensorium”, un gusto, un instinto que se convierte en principio de acción obediente y amorosa, que inspira al artista para plasmar la belleza.

        Podemos afirmar que los artistas en general: poetas, pintores, escultores, arquitectos, inventores geniales, así como os místicos y los ascetas (¿qué diremos de Teresa de Ávila, de Juan de la Cruz...?) beben todos de la misma fuente divina, aunque con disposiciones diferentes; por canales distintos. Unos y otros, más o menos conscientemente, son imitadores de Dios, aunque con finalidades y maneras distintas. Unos y otros pretenden mostrar, más o menos directamente, la Belleza del Creador; tienden a acercar al espectador al misterio de la Divinidad; unos se llaman “artistas creadores· y otros, sencillamente, santos. 

Por José Mª Catret


Fotos: Mª del Carmen Feliu

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