ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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sábado, 8 de febrero de 2014

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


V Domingo del Tiempo Ordinario

<<A todos ha de llegar la luz de Cristo
para que todos den gloria al Padre>>

<Si te dejas iluminar por Cristo serás cristiano
Si por ti llega a otros la luz, serás testigo.>




Homilía desde la parroquia Santiago Apóstol de Ermua, Vizcaya.
Alex Alonso Gilsanz, párroco.

Domingo V del Tiempo Ordinario
9 de febrero de 2014


“Vosotros sois luz del mundo”

Mateo define quiénes son los discípulos de Cristo. La definición se hace por imágenes: vosotros sois la sal, vosotros sois la luz. Una imagen más nos da el evangelista: ciudad. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. La luz y la ciudad son por naturaleza visibles. La sal es invisible, pero se conoce por el sabor. El discípulo tiene una dimensión de visibilidad y de invisibilidad. Se deja ver por lo que hace; se deja sentir, aunque no se vea, por el sabor. Como la sal, el discípulo da gusto a la vida; como la luz, alumbra y brilla; como la ciudad sobre la montaña, se deja ver. Pero no se es discípulo para hacerse ver. Porque se es discípulo, el discípulo alumbra, da sabor, se deja ver. El buen discípulo no da importancia a las consecuencias que brotan de seguir a su Señor. Lo importante es seguirle.
Decimos "¡qué poca luz da esto!", "¡parece que tiene las pilas gastadas!", "¡no sabe a nada!", "¡qué soso...!" Estas frases nos son familiares. Cuando las aplicamos a la realidad del creyente en medio del mundo se convierten en fuente de crítica.
La credibilidad del cristianismo no depende de la teoría, sino de la posibilidad de que hombres y mujeres hagamos realidad la teoría. Ya en el siglo II el autor de la Carta a Diogneto describe a los cristianos así: "Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo".
Quien pregunte qué significa ser luz, sal, ciudad, tiene una respuesta en el profeta Isaías. La luz que rompe la noche, como la aurora, es la del Siervo que parte pan con el hambriento, hospeda, viste, y no se cierra en su propio universo. Estos comportamientos son los que dan luz. Ayer y siempre, las personas que nos sirven de referencia son las que "son para los demás". Se nos da bien seguir lo que nos pide el cuerpo, lo que nos halaga. El esplendor de una existencia consiste en no redundar en gloria propia. Dios es conocido y adorado por la luz de los que le confiesan siendo luz, sal, ciudad donde se pone a los otros como los importantes.
Todo es muy sutil. Ser luz, y sal, y ciudad se puede convertir en muro que oculta a Dios cuando a estas imágenes las hacemos meta. Es la religión pervertida: hacer las cosas externamente para que nos vean los hombres; es la denuncia de Jesús a una religión hecha exterioridad; es el fariseísmo: "Lo que os digan, ponedlo en práctica; lo que hagan, no lo imitéis, pues dicen y no hacen" (Mt 23,3). El discípulo no repite por mimetismo. El discípulo responde con originalidad que nace de un diálogo íntimo con su Señor.

Campaña contra el hambre.

Cada hora se nos mueren en el mundo mil niños y niñas por desnutrición, enfermedad y miseria. Al año, más de once millones, todos menores de cinco años. Son niños que sólo nacen para pasar hambre, sufrir una enfermedad y morir. ¿Cómo lo podemos soportar?
Muchos de ellos nacen heridos por el sida. A otros la falta de higiene los deja marcados para toda su corta vida. La mayoría muere por desnutrición, falta de agua potable o enfermedades que se podrían evitar fácilmente, como diarrea, tubercolosis, varicela o malaria. Su muerte, indigna y triste, es una verguenza para todos nosotros. ¿Cómo nos podemos sentir humanos?
Es inútil que nos escondamos detrás de nuestra actual crisis económica. Estamos invirtiendo cantidades enormes en rescates financieros, ¿cuándo invertiremos para rescatar a estos niños del hambre y la muerte prematura? A veces bastaría que contaran con vacunas, antibióticos o algún suplemento nutricional. No está en crisis sólo nuestra economía. Desde hace mucho tiempo, está en crisis nuestra dignidad.
¿Cómo es posible que todo esto ocurra mientras nosotros seguimos viviendo ajenos a todo lo que no sea nuestros intereses económicos y nuestro bienestar?, ¿Cómo podemos soportar que el mundo siga "funcionando" de manera tan absurda y cruel?, ¿Cómo podemos vivir en la Iglesia de Jesús tan centrados en nuestros problemas y tan olvidados de los que sufren?, ¿Cómo hemos llegado a perder de manera tan increíble su sensibilidad ante el sufrimiento?.
Es la hora de recordar un gesto profético de Jesús, que parece que se nos ha olvidado. La escena es conmovedora. Sus discípulos andan, como casi siempre, pensando en puestos de honor y de poder. Jesús se sienta y llama a los Doce. Luego, toma a un niño y lo pone en medio de ellos; lo estrecha entre sus brazos y les dice: "El que reciba a un niño como éste en mi nombre, me está recibiendo a mí." (Mc 9,33-37)


 

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