ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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domingo, 10 de agosto de 2014

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XII)

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XII)



HAGASE TU VOLUNTAD (II)

III.- TAMBIÉN EL HOMBRE HA DE CUMPLIR LA VOLUNTAD DE DIOS

            Para entrar en el Reino de los cielos hay una condición indispensable: hacer la voluntad de Dios: “No todo el que dice ¡Señor, Señor! Entrará en el Reino de los cielos, son el que hace la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7, 21). La cosa no está sólo en ir al templo y rezar, sino en ser constante en cumplir lo que el Padre quiere.
            “Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1 Tes 4, 3). ¿Y en qué consiste la santificación? En imitar a Dios, que es la santidad misma: “Sed santos, como yo soy santo” (Lev 19, 3). “Sed perfectios como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).

IV.- PEDIR QUE SE CUMPLA LA VOLUNTAD DE DIOS

            Cuando pedimos que se haga la voluntad de Dios, no estamos pidiendo algo para Dios. Dios no necesita nada. Le pedimos que realice en nosotros su proyecto de salvación, conscientes de que en este proyecto son absolutamente necesarios nuestros asentimientos y nuestra colaboración. El hombre es sujeto paciente, pero también sujeto agente de la voluntad de Dios. Aunque en definitiva, es Dios el que nos enseña a cumplir su voluntad (Sal 143, 10; Sab 9, 17-18; 2 Mac 1, 3-4), “el que realiza en nosotros el querer y el obrar según su voluntad” (Flp 2, 13). Todo es un regalo de Dios. (Martín Nieto, El Padre Nuestro, pág. 126).

V.- HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO

            Cuando en la Biblia se habla de “cielo y tierra” se quiere indicar generalmente la totalidad de cuanto existe. Por ello, Jesús invoca a Dios como “Señor del cielo y de la tierra” (Mt 11, 25), es decir, de la creación entera. O bien, cuando Jesús mismo dice que ha recibido plena autoridad “en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18), es para dar a entender que su autoridad no tiene límites. Así, pues, pedir que se haga la voluntad de Dios en el cielo y en la tierra significa desear que se cumpla en todo lugar y siempre.

            Sin embargo, ya la invocación inicial del Padrenuestro ha presentado el "cielo" como el ámbito propio de Dios. Desde este punto de vista, lo que se pide es que todo lo que ya se da plenamente en Dios se convierta en una realidad también entre los hombres. En el Cielo, es decir, allí donde todo es presencia divina, el nombre de Dios es santificado, Dios reina sin oposición alguna, su voluntad se hace en todo.

En la tierra, en cambio, todo ello es más un deseo y una esperanza que una realidad. Pero pedirlo a Dios quiere decir saber que la esperanza en su Reino no es una huida hacia delante, un modo de consolarse ante la negatividad de la historia presente: el Reino de Dios ha de tener repercusiones en la vida humana desde ahora mismo, ha de irse haciendo presente en la vida social, política y religiosa. Sabemos que esperamos "un cielo nuevo y una tierra nueva" (2 Pe 3, 13; Is 65, 17), pero ya en la tierra de ahora debe hacerse presente la voluntad de Dios y los hombres y mujeres tienen que vivir en justicia y amor. (Borrell, A., El Padrenuestro, pág. 56 s.)


            En la tierra es necesario que dejemos de actuar contra la Palabra de Dios, de falsificar el Evangelio, de crearnos continuamente nuestros proyectos, de seguir solamente nuestras preferencias, lo que nos gusta en cada momento. No nos resulta fácil vivir como "siervos obedientes", porque tendemos a exaltar nuestra "libertad" a costa de la obediencia a la verdad de las cosas y de Dios; empequeñecemos el pensamiento de Dios como si fuera un estorbo para el nuestro; preferimos nuestra sabiduría a la "sabiduría divina", ignorando "las profundidades de Dios" (1 Cor 2, 7 s.). ¡Es evidente que no tenemos todavía el "pensamiento de Cristo"! Nos falta la verdadera libertad, fruto del conocimiento y de la adhesión al proyecto de Dios. Nuestra libertad debe ser liberada de sus esclavitudes, por más que estas se disfracen con otros nombres. (Benini, Orar el Padrenuestro, pág. 120).

Por Francisco Pellicer Valero

Foto: Mª del Carmen Feliu Aguilella 

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