ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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sábado, 2 de agosto de 2014

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XI)

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XI)



HAGASE TU VOLUNTAD (I)

La palabra “voluntad” (zelema) aparece 55 veces en el Nuevo testamento y casi siempre referida a la voluntad de Dios, lo que indica su importancia. Dejando aparte el sentido de esta voluntad como atributo divino, nos vamos a referir a la voluntad de Dios en cuanto expresa su querer a los hombres, el designio divino de la salvación del mundo.

I.- Que Dios haga su propia voluntad.-

            Esto pedimos a Dios: que haga su propia voluntad, su “gran voluntad”, su querer máximo, expresado en Ef 1, 3-1 4, donde San Pablo resume la doctrina de la salvación del mundo, que pasa por un triple estadio protagonizado por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
            1.- El Padre.- Por un acto libérrimo de su voluntad, decidió el proyecto de salvación del mundo. El Padre es el planificador del proyecto, el origen de todos los dones que el hombre recibe (Ef 1, 3) y que son espirituales, porque los confiere el Espíritu Santo. El Padre nos ha elegido en Cristo; desde toda la eternidad contempla a la humanidad entera en la persona de su Hijo. Nos ha predestinado a ser sus hijos, a participar de su propia naturaleza (1 Pe 1, 4).
            2.- El Hijo.- Es el que ejecuta el proyecto del Padre a través del dolor padecido y de la muerte. Jesucristo, con su sangre, nos ha obtenido la redención, la liberación plena de todas nuestras esclavitudes y de los poderes del maligno, y el perdón de todas nuestras culpas (Ef 1, 7). Nos ha dado a conocer el designio misterioso de su voluntad, la plenitud de la sabiduría y de la prudencia, es decir, el conocimiento teórico del proyecto eterno del Padre y el conocimiento práctico del misterio con todo lo que exige y conlleva en la vida práctica (Ef 1, 8). “El Padre quiso que habitara en Jesucristo toda la plenitud de las perfecciones divinas y humanas, en el sentido más amplio, elevado y absoluto (Bover, “Epístolas de S. Pablo”, pág. 244). Quiso también por medio de Él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las de la tierra como las del cielo, pacificándolas por la sangre de la cruz (Col 1, 19-20).
            3.- El Espíritu Santo.- Es el que garantiza y lleva a plenitud el proyecto del Padre (Ef 1, 10-14). Los primeros destinatarios del proyecto de salvación fueron los judíos, según el designio de Dios (Ef 1, 11-12). Después se extendió a los gentiles (Ef 1, 13-14). La venida del Mesías hizo el prodigio de que todos los pueblos de la tierra fueran asociados al único pueblo de Dios. Esta unificación es obra del Espíritu Santo (Jn 14, 15-26). El Espíritu Santo es la Garantía de que Dios cumple su promesa y de que la posesión de la herencia está asegurada; una herencia en la plena liberación de todo mal y que la manifestación gloriosa de Jesucristo en la parusía llenará de gloria a los hijos de Dios (Ro 8, 19).
            Dios, que es el origen y el destino del hombre, solo ha querido y quiere la salvación de todos los hombres (1 Tim 2, 4), pues no nos ha destinado al castigo sino a la salvación por Nuestro Señor Jesucristo (1 Tes 5, 9). Estamos salvados gracias a la voluntad del Padre y a los méritos de Jesús que murió por nosotros para que nosotros vivamos (1 Tes 5, 10).

ii.- ¿Ha cumplido Jesucristo el plan de su Padre?

            No existe ninguna duda si leemos los Evangelios, pues reiteradamente lo afirma el Maestro. Es una idea dominante en Jesús, hasta tal punto que dice que la voluntad de Dios es su alimento (Jn 4, 34) y le lleva a renunciar de manera absoluta a su propia voluntad para encarnar en sí la voluntad del Padre. Toda su vida se puede sintetizar en esta frase: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” (Hbr 10, 7), cosa que practicó siempre de modo perfecto como Hijo modelo de obediencia: “Yo hago siempre lo que es de su agrado” (Jn 8, 29). Aunque en Getsemaní expresa repugnancia su apetito sensitivo y su voluntad natural a los tormentos de la pasión, acaba manifestando el deseo de su voluntad deliberada y absoluta de que se cumpla lo que el Padre desea (Mt 25, 39). (Continuará)
 
Por Francisco Pellicer Valero

Foto: Mª del Carmen Feliu Aguilella

 

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