ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

sábado, 16 de julio de 2016

MUJERES DE LA BIBLIA: MARIA MAGDALENA

MUJERES DE LA BIBLIA 14: MARIA MAGDALENA



        El cardenal Gomá –en su libro “El evangelio explicado”- cuenta cómo la Iglesia latina y la Liturgia sostienen que la pecadora citada en Lc 7, 36-50, la hermana de Marta y de Lázaro y María Magdalena son una misma y única mujer, basándose entre otros argumentos en la cita de Jn 11, 2: “Era esta María la que ungió al Señor con ungüento y le enjugó los pies con sus cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo.”  

En Lc 8, 1-3 se alude a las mujeres que acompañaban a Jesús y sus discípulos y les proveían de lo necesario con cargo a su propio peculio. Y dice Lucas de María llamada Magdalena que de ella “… habían salido siete demonios”, y Marcos (Mc 16, 9) también afirma que de ella Jesús “…había sacado siete demonios”.

         De ambos textos se deduce un importante dato: María debía haber tenido un primer encuentro con Jesús en que éste había expulsado de ella siete demonios. Podemos pues suponer que ese encuentro, que nadie nos fija en el tiempo, marcó la conversión de la Magdalena que le llevó luego a amar y servir a Cristo.

         En esa ocasión María se encontró con la verdad absoluta, la bondad infinita, la perfección divina, el amor inagotable de Dios, el perdón avasallador de esa bondad infinita, la curación total, la salida del infierno vital para asomar a una luz inextinguible, el perdón definitivo e inalterable, la paz infinita anticipada, la más dulce invitación a la conversión, las gracias inundantes y sobreabundantes que la llevaron a su santificación en vida, el don inmerecido y sobreabundante de la liberación de los demonios y la alegría asfixiante y casi insoportable de sentirse salvada, redimida, santificada, iluminada pero, sobre todo, perdonada.

         Como consecuencia de ese encuentro con Cristo, María se siente cambiada, purificada, respetada, rescatada, dignificada, retrotraída a la inocencia infantil, amada, comprendida, inspirada, iluminada, avasallada por la cegadora bondad de Dios, segura, a salvo del mal…

         Y su reacción subsiguiente es amar incondicionalmente a Jesús. Se convierte en una adoradora enamorada que vive en ese amor en forma real y tangible porque Cristo está presente en su tiempo real.

         Entonces cobran sentido las actitudes de María en las varias ocasiones que recogen los evangelistas.

         * En casa de Simón el fariseo, es ella como testimonia Juan (Jn 11, 2) la que, llevada de su arrepentimiento hacia quien la ha curado y perdonado “de gracia” o regalo, lo adora, derrama sus lágrimas sobre sus pies, los enjuga con sus cabellos y los unge con ungüento precioso, ante el escándalo de los hipócritas como el propio anfitrión. María, mujer íntegra, necesita tocar y acariciar aquellos pies divinos porque su naturaleza se lo exige y realiza la forma perfecta de la adoración, imposible para el hombre.

         * En otra ocasión (Jn 12, 1-8), comiendo Jesús en casa de Simón el leproso –precisamente en vísperas de Ramos-, María aparece en la estancia y derrama el costoso ungüento de nardo, que trae en frasco de alabastro, en la cabeza de Jesús, invadiendo con su aroma toda la estancia, ante el asombro de los presentes y la indignación de Judas a quien Juan califica de ladrón. Y Mateo (Mt 26, 12-13) nos cuenta la profecía de Jesús sobre María: “Derramando este ungüento sobre mi cuerpo, me ha ungido para mi sepultura. En verdad os digo, donde quiera que sea predicado este evangelio en todo el mundo, se hablará también de lo que ha hecho ésta para memoria suya”. Así lo han hecho los hombres durante veinte siglos, y así lo hacemos nosotros hoy con alegría y gozo. Pero también parece que esta mujer, con su transformación milagrosa, haya intuido el fin de Jesús y haya querido tener con él una sublime expresión de piedad y ternura.

         * Luego, en el Gólgota y al pie de la Cruz, María testimonia su fe que lo supera todo, junto con la Madre de Jesús y algunas otras piadosas mujeres, mientras los discípulos huyen, con la honrosa excepción del evangelista Juan.

         * Cuando al día siguiente acude a la tumba con otras mujeres llevada de su amor apasionado de conversa y lleno de entrega, para ungir el cuerpo de Jesús; y cuando halla la tumba abierta y el sudario plegado quizá por los ángeles que allí están, su alma sufre un sublime desconsuelo que manifiesta a los ángeles que se interesan por ella: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (Jn 20, 13).

         Mateo describe esta escena diciendo que iban al sepulcro, donde encuentran a los dos ángeles que les anuncian que Jesús los precede a Galilea. Al ir hacia los discípulos para darles el aviso encuentran a Jesús y dice Mateo literalmente que les dijo: “Salve. Ellas, acercándose, asieron sus pies y se postraron ante Él”.

         María ama a Jesús en espíritu y en verdad, y abraza sus pies en señal palpable de su afecto humilde y agradecido; al hacerlo, realiza un acto de adoración porque ella siempre supo que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, que ha venido a este mundo; fue la síntesis de la contemplación y la adoración.

Por Francisco Pellicer Valero




No hay comentarios:

Publicar un comentario