ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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viernes, 27 de junio de 2014

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (VI)

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (VI)


NUESTRO

      La segunda palabra de la oración dominical es “NUESTRO”. Si leemos pausadamente esta oración nos daremos cuenta en seguida que tanto la invocación como las peticiones no están en singular, sino en plural: venga a nosotros tu Reino, danos el pan de cada día, perdona nuestras ofensas, no nos metas en tentación y líbranos del mal. Jesús nos enseñó de este modo que una oración filial forzosamente había de ser fraternal, porque para ser hijos es necesario ser hermanos. Si un hijo se separa de sus hermanos, si se retira de la comunidad, se quita a si mismo la condición de hijo de Dios porque deja de parecerse a Dios.

         ¿En qué nos parecemos los hombres a Dios? Veámoslo: En Dios hay tres Personas que aman. Dios es una comunidad de personas. Y los hombres han sido creados a imagen de Dios. No se es Padre de si solo. No se es Hijo de si únicamente. Tampoco se es Espíritu de comunión y amor en si solo. En Dios hay relaciones. Si dejamos de ser hermanos, si nos separamos unos de otros, seríamos la imagen de un Dios solitario. La humanidad se une al rezar el Padre Nuestro y se hace semejante a Aquél que la ha hecho a su imagen.

         Si el hombre hubiese sido creado sólo, si no hubiese podido decir “nosotros” - ¡Padre nuestro! -, no habría sido creado a imagen de Dios. Desde el principio creó Dios al hombre y a la mujer. En pareja. Para que se amasen.

         Dios no se conformó sólo en amarnos, no se limitó a que nosotros recibiéramos Su amor, sino que quiso que nos pareciésemos a Él y concedió al hombre el don de poder amar, a Él y a los demás hombres. Aquel que es amado sin amar es un indigente digno de compasión. S. Juan dice que quien no ama, está muerto (1 Jn 3, 14). El que ama a los hermanos gratuitamente, sin sentido de reciprocidad, recibiendo a cambio, frecuentemente, ingratitud e indiferencia, participa de la suerte de Dios. Así ama Dios que “HACE QUE EL SOL SALGA SOBRE BUENOS Y MALOS Y ENVÍA LA LLUVIA SOBRE JUSTOS E INJUSTOS” (Mt 5, 45). De este modo puede el hombre amar “como Dios”.

         Antes de comulgar con el Cuerpo de Cristo, está prescrita la reconciliación con el prójimo (Mt 5, 22-23). Hay que comenzar a ser hermanos si queremos ser hijos y hay que volver a ser hijos si queremos ser hermanos. Es imprescindible no separar nunca estos dos aspectos esenciales de nuestra vida cristiana.

         El drama de nuestra época es que quiere una hermandad sin Padre. Pero es más dramático aún ver a los que llamándose cristianos, quieren una paternidad sin hermandad. Quieren ser hijos del Padre sin ser hermanos de otros hijos. No es culpa suya si los incrédulos se equivocan, porque no están instruidos religiosamente, pero no se comprende esto en los cristianos que rezan continuamente el Padre NUESTRO.

         Es tan grande la paternidad de Dios que no dudamos en renunciar a toda obra que no sea la de Él. Y es que Dios no nos ha llevado en sus entrañas durante nueve meses, sino que, como al Hijo, salvadas las distancias, nos ha engendrado según afirma San Agustín, desde toda la eternidad.

         Pero nuestra alegría aun sube puntos al encontrar que el Hermano mayor no siente ningún recelo por nuestra presencia en la casa del Padre, antes bien, descubrimos que no ha querido ser Hijo único, sino que, a pesar de Unigénito, no desdeña tener hermanos pequeños.

         Más aún, este Hermano mayor se constituye en Abogado entre el Padre y nosotros, no ya para que nada temamos, sino para enseñarnos a llamar Abba a su Padre, sin confundir el “mío”, pero metiéndonos a todos en su paternidad.


         ¿Quién nos ha enseñado todas estas cosas? No cabe ninguna duda que es el Espíritu Santo, enviado por el Padre, según San Juan (Jn 14, 26) que “de tal forma vivifica, unifica y mueve todo el cuerpo (de la Iglesia), que su operación pudo ser  comparada por los Santos Padres con el servicio que realiza el principio de la vida, o alma, en el cuerpo humano” (Constitución sobre la Iglesia, del Vaticano II, nº 7).

Por Francisco Pellicer Valero

Foto: Mª del Carmen Feliu Aguilella

JESUS, SEÑOR

JESUS, SEÑOR



         La palabra "señor" se denomina en griego "kyrios" (término del que se deriva kyrieuo = tener la soberanía, dominar), que traduce el hebreo "adon" y el arameo "mara" ("amo", el que dispone de alguien o de algo). (León-Dufour: Diccionario del N. T.", pág. 400). De "adon" se deriva "Adonai" ("mi señor") y con "mara" se forma la frase "maran-ata" ("ven señor").

         EL VOCABLO "SEÑOR" EN CIFRAS.- De las 718 veces que se usa la palabra "kyrios" en el Nuevo Testamento, la mayoría de ellas aparece en los escritos lucanos (Evangelio y Hechos de los Apóstoles), con un total de 210 veces y en las Cartas paulinas 275; es decir, que abunda más en los libros más particularmente orientados al mundo griego. En los demás textos del N. T., se emplea kyrios: 18 veces en el Evangelio de S. Marcos, 80 en el de S. Mateo y 52 en el de S. Juan; en la Carta a los Hebreos 16, en la de Santiago 14, en la 2ª de S. Pedro otras 14 y en el Apocalipsis 23. (Coenen y otros: Diccionario Teológico del N.T., vol. IV, pág. 205)

         No siempre la palabra kyrios tiene sentido religioso, pues hay ocasiones en que se hace de ella un uso profano: a los amos respecto de sus siervos (Ef 6, 5), al esposo le denomina así la esposa (1 Pe 3, 6); al patrono de una empresa (Lc 16, 3.5); al propietario (Mt 13, 27; Lc 13, 8); al superior (Hch 25, 26); a un gobernador (Mt 27, 63). (Enciclopedia Díez Macho, VI, col. 608).

         A DIOS SE LE DENOMINA SEÑOR.- En el Antiguo Testamento, en numerosas ocasiones, en lugar del nombre de Dios (Yavhé) se usa el de Señor (Kyrios) por el temor que tenían los judíos de faltar a uno de los Mandamientos: "NO PRONUNCIARÁS EL NOMBRE DE YAVHÉ, TU DIOS, EN VANO, PORQUE YAVHÉ NO DEJARÁ IMPUNE A QUIEN PRONUNCIE SU NOMBRE EN VANO" (Ex 20, 7).

         En el Nuevo Testamento continúa aplicándose el nombre de Señor a Dios Padre (Mt 1, 20; 4, 7.10; Mc 11, 99; Lc 46.68; 2, 22; etc.), pero también se atribuye este título a Jesucristo.         

          EXALTACION DE JESUCRISTO.- Es verdad que Cristo ha sido "EL SEÑOR" desde el primer momento de su Encarnación, como Hijo consubstancial al Padre, hecho Hombre por nosotros. Pero sin duda llegó a ser Señor en plenitud después de su Resurrección y como consecuencia de haberse humillado "HACIÉNDOSE OBEDIENTE HASTA LA MUERTE Y MUERTE DE CRUZ" (Flp 2, 8) (Juan Pablo II: Creo en Jesucristo, pág. 447).  

Cuando la Iglesia confiesa a Jesús como Kyrios quiere decir que Jesús es el Señor divino. Así, la afirmación "JESÚS ES EL SEÑOR" (Rom 10, 9; 1 Cor 12, 3) es la más corta confesión de fe. Exaltado por el Padre, tiene como Kyrios, el nombre supremo, el de la gloria divina (Flp 2, 9-11). Este Kyrios es el Señor de vivos y muertos (Rom 14, 9), así como de los poderes y potestades de encima y de debajo de la tierra (Flp 2, 10; Ef 1, 20-21). Es Señor de los señores y Rey de reyes (Ap 17, 14). Ha recibido del Padre el poder de dar vida (Jn 5, 21; 17,2) y el de juzgar a todos los hombres (Jn 5, 22.27).

Finalmente, en Cristo reside toda la plenitud de la divinidad (Col 2, 9) (Schelkle: Teología del N.T., II, pág. 324).

         ACTITUD DE JESÚS.- El Maestro no exigió para sí el título de Señor, pero lo aceptó de sus discípulos como conveniente a su persona después de haberles lavado los pies: "VOSOTROS ME LLAMÁIS MAESTRO Y SEÑOR Y DECÍS BIEN" (Jn 13, 13). Cuando antes de la solemne entrada de Jerusalén mandó a que le procuraran una cabalgadura alude a su señorío, que implica poder disponer de  todo; manda a dos discípulos  que le traigan un pollino que estaba atado, diciéndoles: "SOLTADLO Y TRAEDLO. Y SI ALGUIEN OS PREGUNTARA POR QUÉ LO HACÉIS CONTESTADLE QUE EL SEÑOR LO NECESITA" Mc 11, 2-3; Lc 19, 30-31). Como Hijo del hombre, Jesús es "SEÑOR TAMBIÉN DEL SÁBADO" (Mc 2, 28). En cierta ocasión la Palabra del Maestro pide obediencia y seguimiento: ¿POR QUÉ ME LLAMÁIS SEÑOR, SEÑOR, Y NO HACÉIS LO QUE OS DIGO" (Lc, 6, 46). Por otra parte, a lo largo de toda su vida pública, sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado fueron una demostración clara de su soberanía divina (Bauer: Diccionario de Teología Bíblica, pág. 986; Catecismo de la Iglesia Católica, pág. 105).

         CARACTERÍSTICA DEL SEÑORÍO DE JESÚS.- El señorío de Jesús no se ejerce por el dominio sino por la obediencia hasta la muerte. Porque el Padre ha resucitado a Jesús sabemos que la historia humana no está en manos de los poderosos y violentos, sino de los pobres y de los mansos, de los que sufren y de los que crean relaciones humanas basadas en la paz, de los que van más allá de las normas, de los que aman a los enemigos: "LOS QUE CONFÍAN EN EL SEÑOR HEREDARÁN LA TIERRA" (Mt 5, 3 ss.) (Jesucristo Único Salvador: Catequesis Diocesana, pág. 53).

Por Francisco Pellicer Valero

domingo, 15 de junio de 2014

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (V)

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (V)




DIOS PADRE Y MADRE

En las últimas décadas se han intensificado considerablemente los estudios de lo femenino en sus diferentes vertientes. En el campo teológico, esta nueva orientación ha llevado a abordar el problema de lo femenino en Dios.

A este respecto, el Papa Juan Pablo I, el 10 de Septiembre de 1978, en un breve comentario dominical a la hora del Angelus, dijo: “DIOS ES PADRE, más aún es MADRE. No quiere nuestro mal, sólo quiere hacernos bien a todos, Y los hijos si están enfermos, tienen más motivos para que la madre los ame”. (Osservatore Romano: 12-IX-1978).

No cabe duda de que en la Sagrada Escritora encontramos bastantes pasajes para justificar la frase del Papa, que fue sorprendente para muchos, y puede haber influido en la cantidad de publicaciones que han aparecido estudiando el tema.

CITAS BÍBLICAS.- Indiquemos aquellas imágenes, trazos femeninos o dimensiones maternales de Dios que hemos hallado consignadas en la Sagrada Escritura; en el Antiguo Testamento y en el Nuevo.
Dios es:
El que concibe y da a luz a su pueblo (Núm. 11, 12).
El que se muestra como una parturienta jadeante (Is 42, 14).
El que enseñó a andar a Efraín y lo llevó en sus brazos (Os 11, 3).
El que guarda a Israel como la niña de sus ojos (Dt 32, 10).
El que tiene una ternura y una misericordia eternas (Sal 25, 6).
Como una madre que no puede olvidarse del hijo de sus entrañas (Is 49, 15).
Una madre que consuela (Is 66, 13).
El que levanta a su criatura hasta sus rostro (Os 11, 4).
A quien el corazón le da un vuelco y todas sus entrañas se estremecen (Os 11, 8).
El que afirma que cuando reprende a su hijo Efraín se le conmueven las entrañas (Jer 31, 20).

También en el Nuevo testamento percibimos el cuidado maternal de Dios. Jesús quiso recoger a todo Israel bajo la protección de Dios y emplea para ello la imagen de la gallina extendiendo sus alas, para simbolizar la protección divina (Lc 13, 34).

También en el Apocalipsis afirma el Señor que en el Reino de los Cielos enjugará las lágrimas de todos los rostros (Ap 7, 17; 21, 4; VER Is 25,8).

Según las feministas, la imagen de Dios Padre transmitida por la tradición judeocristiana sería una imagen unilateralmente masculina y patriarcal. Los hombres han proyectado en Dios sus categorías humanas. En una sociedad donde ha primado la figura del padre como garantía del orden y del poder, y en la que la mujer ha estado discriminada, era normal que se acentuaran los rasgos masculinos proyectados en Dios: su poder y fuerza, su señorío y majestad. La imagen de Dios no ha sido sino el reflejo de una situación social determinada, la legitimación en el plano religioso de unos principios y unas estructuras patriarcales, es decir, de un sistema de relaciones sociales en el que la relación varón-mujer lo es de dominación y sometimiento.

Se han ofrecido distintas propuestas para superar esta opinión tradicional. La más radical es la que propone que en adelante no se hable de Dios sino de DIOSA (M. Daly). Hay que despedir a Dios Padre de la tradición judeocristiana como algo irrecuperable e incapaz de ofrecer a la mujer posibilidad alguna de reencontrarse a si misma. Hay que eliminar el vocablo “Dios” del lenguaje religioso y substituirlo por el símbolo “DIOSA” como única alternativa valida.

Existen otras muchas opiniones, pero sólo voy a citar el título de algunos trabajos en los que se perciben los matices que sobre esta cuestión tienen sus autores.

“El rostro materno de Dios” (Leonardo Boff), “El Padre maternal” (Moltmann), “El aspecto femenino de Dios” (R. M. Reuthier), “Dios Padre y Madre” (B. Fuego Suárez), “El concepto de Dios como Madre” (J. Moffit), “Dios-Padre y Dios-Madre” (K. E. Borresen), “Dios como Madre” (D. Spada), etc..


Como conclusión podemos afirmar que se puede hablar de sexos referidos a Dios. Nosotros distinguimos entre paternidad y maternidad porque en la humanidad se da la diferencia de sexos, que juega un papel esencial en la generación. Pero en el misterio eterno en que el Padre engendra al Hijo, la Persona del Padre es la única que realiza esa generación. Según nuestra forma de expresarnos, ocupa a la vez el lugar del Padre y de la Madre. Por lo tanto, su paternidad encierra no solo las propiedades de la paternidad sino también las de la maternidad. Dios es Padre en un sentido superior a lo masculino y a lo femenino. Cuando lo invocamos con el nombre de Padre, lo hacemos independientemente de toda consideración de sexo. El Padre es fuente y modelo de toda paternidad y de toda maternidad. 

Por Francisco Pellicer Valero

Foto: Mª del Carmen Feliu Aguilella

jueves, 12 de junio de 2014

JESUCRISTO, SUMO SACERDOTE

JESUCRISTO, SUMO SACERDOTE



         Lo primero que sorprende en este tema es que el título de "sacerdote" únicamente se atribuye a Jesucristo en la Epístola  a los Hebreos, de composición tardía, posterior a la redacción de las epístolas paulinas y a la fijación de la tradición oral reflejada en los Evangelios. Parece, pues, imponerse la conclusión de que la representación de Cristo como sacerdote es fruto de una reflexión teológica madurada paulatinamente en el seno de la Iglesia durante la primera generación cristiana (González Gil: "Cristo, misterio de Dios", II, p. 198).

         PUNTOS DE VISTA DE LA CARTA A LOS HEBREOS.- Esta carta que, según demuestra Albert BONHOYE en su tesis doctoral (Véase Cuaderno Bíblico nº 19, de Verbo Divino), no fue escrita por S. Pablo y pertenece al género "predicación", desarrolla su interpretación del sacerdocio de Cristo en contraposición con el sacerdocio Levítico desde varios puntos de vista: por lo que se refiere a la estructura, al fundamento escriturístico, al sujeto, al servicio o ministerio, al lugar y al tiempo.
         (Coenen y otros: Dicc. Teol. del N.T. vol. IV, pp. 133 ss.)

         1.- Estructura.- Como representación del hombre ante Dios, todo sumo sacerdocio debe fundamentarse:
a).- Por una parte, en la solidaridad con los hombres sometidos a pecado (Heb 5, 2).
         b).- Y por otra en una llamada divina (Heb 5, 4).
         Entre las tareas del Sumo Sacerdote, a esta carta le interesa solamente el ministerio sacrificial (Heb 5, 1), sobre todo, el doble servicio en el DÍA DE LA EXPIACIÓN –gran día penitencial del pueblo judío, con abstención total de trabajo y riguroso ayuno- (Heb 2, 17): la inmolación de la víctima (Heb 9, 22) y la entrada con la sangre en el "Sancta sanctorum" ("Santo de los santos") o última y más íntima parte del santuario.
         La finalidad del servicio del Sumo Sacerdote en este día es hacerle posible al pueblo, mediante la expiación de la culpa, el acceso a Dios (Heb 4, 16).

         2.- Fundamento de la Sagrada Escritura.- La causa y significado del sacerdocio de Cristo se fundamenta en el Salmo 110, 4 y en Génesis 14, 17 ss.
         El autor de la "Carta" no se interesa por la figura histórica de Melquisedec sino por su sacerdocio. Presenta a este personaje sin ascendientes ni descendiente y este silencio desacostumbrado le convierte en un símbolo natural de Cristo para significar la eternidad de su sacerdocio.
         El P. José Mª BOVER (Epístolas de S. Pablo, p. 347) indica tres ventajas que posee Melquisedec sobre Leví (sólo sus descendientes podían ser sacerdotes).
1ª. Porque Melquisedec recibió de Abraham los diezmos del botín de la victoria sobre sus enemigos.
         2ª. Porque Abraham recibió de Melquisedec la bendición.
         3ª. Porque vive eternamente.
         En todo ello se halla prefigurado el sacerdocio del Hijo del que habla el Salmo 110, 4.

         3.- El sujeto del sacerdocio.- La debilidad del sumo sacerdocio levítico radica en su capacidad de pecar (Heb 5, 3). Sin embargo, Jesús se hizo semejante en todo a los hombres (Heb 2, 17) menos en el pecado (Heb 4, 15).
         Cristo no se glorificó a sí mismo en hacerse Pontífice, sino el que le habló: "TÚ ERES MI HIJO; YO TE HE ENGENDRADO HOY" (Sal 2, 7; Heb 1, 5). Como también  en otro lugar dice: "TÚ ERES SACERDOTE ETERNO SEGÚN EL RITO DE MELQUISEDEC" (Sal 110, 4).

         4.- Servicio o ministerio.- En Hebreos 9 se hace una explicación del sacrificio de Cristo comparándolo con lo anterior:
         1º. El antiguo sacerdote en el día de la expiación (v. 7) entraba en el Sancta Sanctorum. Cristo ha entrado en el santuario mismo de la divinidad, el Cielo.
         2º. El antiguo pontífice lo hacía con sangre de toro y macho cabrío. Cristo lo hace con la suya propia (v. 12).
         3º. Los antiguos sacrificios, por su imperfección, no purificaban la conciencia; por eso debían repetirse cada año. El sacrificio de Cristo, en cambio, es perfecto; por eso se ofrece una sola vez en la historia y purifica para siempre la conciencia de los creyentes (v. 14). (Miguel Angel Patón – J. M. Casciaro: "G.E.R.,", vol. XX, pp. 569-600).

         5.- Santuario.- A la importancia del sacerdote corresponde la del santuario. En el "santo de los santos" solamente entraba una vez al año el sumo sacerdote de la antigua ley (Hb 9, 1-7); pero dicho tabernáculo no era más que una copia pálida de las realidades celestes (Hb 8, 5), una tienda fabricada por manos de hombres, figura del santuario auténtico (Hb 9, 24) que es el Cielo. En este Templo, no fabricado por manos de hombres, donde se contempla el Rostro de Dios, es donde ha entrado Jesucristo de una vez para toda la eternidad (Hb 9, 11.24).


         6. Duración.- El sacerdote levítico, después de haber ofrecido la sangre de la víctima en el tabernáculo, salía de él para entrar de nuevo un año más tarde; ni a él le estaba permitido la estancia permanente en el "santo de los santos". No así Jesucristo: Él ha entrado en el Cielo, como precursor nuestro (Hb 6, 20), para permanecer junto al Rostro de Dios hasta el día en que aparecerá por segunda vez para dar por segunda vez a los que le esperan la salvación consumada (Hb 9, 28). 

Francisco Pellicer Valero

sábado, 7 de junio de 2014

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (IV)

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (IV)



ABBA, PADRE

Es la primera palabra de la oración dominical.
         No fue nada original el pueblo de Israel al llamar “Padre” a Dios, ya que esto pertenece a los fenómenos más antiguos de la historia de las religiones. Se encuentra tanto en los pueblos primitivos como entre los pueblos de gran cultura. Ya en Egipto se consideró al Faraón como hijo de Dios y entre los griegos Zeus era el Padre de os dioses y de los hombres. (E. Lakatos, en “Enciclopedia de la Biblia” de Díez Mecho, vol. V col. 756-757).
         Mientras que en muchos pueblos que vivían en torno a Israel era corriente invocar a Dios “Padre”, el Antiguo Testamento manifiesta a este respecto un notable retraso. La designación expresa de Yahvé como “Padre” no aparece por primera vez hasta la época deuteronómística (hacia el siglo VII a. De C.). En el llamado Cántico de Moisés se dice: “¡Pueblo necio e insensato! ¿Por ventura no es Él tu Padre, que te rescató, que te hizo y te crió?” (Dt 32, 6). (Michel, “Abba Padre”, pág. 18).
         Además del citado retraso, resulta que en el Antiguo Testamento el denominar “Padre” a Dios escasea bastante: así como en el Nuevo Testamento aparece el nombre de “Padre” aplicado a Dios 245 veces y sobrepasa en mucho al uso profano que del mismo de hace con 157 veces, en el Antiguo Testamento aparece el uso de la palabra “padre” 1.180 veces en sentido profano y aplicado a Dios sólo aparece en 15 pasajes. (Coenen y otros: “Diccionario Teológico del N. T.”, vol. II, pp. 256-246).
         Veamos ahora cómo se comporta Jesucristo con respecto a Dios-Padre. En arameo la palabra “abba” era originariamente una palabra típica del lenguaje balbuciente del bebé. Dice el Talmud: “Cuando un niño prueba el gusto del cereal (es decid, tan pronto como lo destetan), aprende a decir “abba” e “imma” (papá y mamá)”.
         Dentro de la abundante literatura del antiguo judaísmo concerniente a la plegaria, no se encuentra en ningún pasaje la palabra “Abba” como fórmula para dirigirse a Dios. El conocimiento de la enorme distancia entre Dios y el hombre impedía a los judíos piadosos hablar a Dios con esa palabra del lenguaje familiar, llena de confianza y cariño.
         Jesús, en cambio, se dirige a su Padre usando el vocablo “Abba” siempre en todas las oraciones suyas que han llegado a nosotros, con la única excepción del grito desde la cruz: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34; Mt 27, 46), invocación que se refiere a la cita del Salmo 22,2.
         Pero lo que nos asombra sobremanera, es que Jesús en el Padrenuestro dé poderes a sus discípulos para que dirijan a Dios como lo hace Él, usando la palabra “Abba”. Les hace participar en su posición de Hijo, autorizándoles, como discípulos suyos que son, para que hablen con su Padre celestial con la confianza de un niño pequeño con su padre de la tierra.
         Aún más: Cristo incluso llega a decir que sólo esta relación nueva del niño con el Padre, abre la puerta del Reino de Dios: “En verdad os digo: si no os volvéis a hacer como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 3). Solamente aquel que acepte la confianza contenida dentro del vocablo “Abba”, encuentra el camino del Reino de Dios. Así lo comprendió el Apóstol San Pablo al afirmar por dos veces (Ro 8, 15; Gal 4, 6) que la invocación “Abba, Padre” en los labios de los hombres es señal de filiación y de posesión del Espíritu. (J. Jeremias, “ABBA”, pág. 227).
         Para terminar, quiero indicar tres cosas importantes sobre el término “Abba”:
         1ª.- Se ha afirmado que “ABBA” es, sin duda, la palabra más densa de todo el N. T., ya que ella “nos revela el misterio último de Jesús y la hondura del misterio de la existencia humana” (Nereo Silanes: “Dios es Padre”. Salamanca, pág. 319).
         2ª.- Es una de las pocas palabras que conocemos pronunciadas por Jesús. Por eso J. Jeremías afirma que “ABBA es ipsissima vox Iesu” (“Teol. N. T.”, p. 83 y “ABBA”, P. 227).
         3ª.- Se ha traducido por “Padre mío”, por J. Jeremías; por “Padrecito” o “mi Padrecito” por Pikaza, y por “papaito”, por otros. 

Por Francisco Pellicer Valero

Foto: Mª del Carmen Feliu Aguilella