ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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viernes, 24 de enero de 2014

CONVERSION DEL APOSTOL SAN PABLO




LA CONVERSIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO
Fiesta
PRIMERA LECTURA
De la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 1, 11-24
Reveló a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara
Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.
Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados.
Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco.
Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor. Dios es testigo de que no miento en lo que os escribo.
Fui después a Siria y a Cilicia. Las Iglesias cristianas de Judea no me conocían personalmente; sólo habían oído decir que el antiguo perseguidor predicaba ahora la fe que antes intentaba destruir, y alababan a Dios por causa mía.

SEGUNDA LECTURA
San Juan Crisóstomo, Homilía 2 sobre las alabanzas de san Pablo (PG 50, 477-480)
Pablo lo sufrió todo por amor a Cristo
Qué es el hombre, cuán grande su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje, como lo atestiguan sus propias palabras: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante; y, al presentir la inminencia de su muerte, invitaba a los demás a compartir su gozo, diciendo: Estad alegres y asociaos a mi alegría; y, al pensar en sus peligros y oprobios, se alegra también y dice, escribiendo a los corintios: Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos y de las persecuciones; incluso llama a estas cosas armas de justicia, significando con ello que le sirven de gran provecho.
Y así, en medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios, diciendo: Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo. Imbuido de estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias, que le acarreaba su predicación, con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros deseamos la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza, y el trabajo mucho más que otros apetecen el descanso que lo sigue. La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios.
Y, lo que era para él lo más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos, sin esto le era indiferente asociarse a los poderosos y a los príncipes; prefería ser, con este amor, el último de todos, incluso del número de los condenados, que formar parte, sin él, de los más encumbrados y honorables.
Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable.
Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo, la compañía de los ángeles, los bienes presentes y futuros, el reino, las promesas, el conjunto de todo bien; sin este amor, nada catalogaba como triste o alegre. Las cosas de este mundo no las consideraba, en sí mismas, ni duras ni suaves.
Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gobernantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un insignificante mosquito.
Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo.

EVANGELIO:
Mc 16, 15-18
HOMILÍA
San Gregorio de Nisa, Carta 6 (PG 46, 1030-1031)
Creamos de acuerdo con nuestro bautismo
y sintamos como creemos
Confesamos que la doctrina que Cristo enseñó a sus discípulos al confiarles el misterio del amor, es el funda= mento y la raíz de una fe firme y salutífera, y creemos no haber nada más sublime, más seguro ni más cierto que esta tradición.
La doctrina del Señor es ésta: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Con el don de la santísima Trinidad, participan de su poder vivificante cuantos renacen de la muerte a la vida eterna, y el don de la fe les hace dignos de esta gracia. Por lo mismo, queda imperfecta la gracia si en el bautismo que confiere la salvación es omitido uno de los nombres de la santísima Trinidad, no importa cuál. De hecho, el sacramento de la regeneración no puede correctamente conferirse sólo en el nombre del Padre y del Hijo sin el Espíritu Santo; y si es silenciado el Hijo, el bautismo no podrá otorgarnos la vida perfecta mencionando sólo al Padre y al Espíritu Santo. La misma gracia de la resurrección no alcanza su perfección en el Padre y el Hijo, si se omite el Espíritu Santo. Por consiguiente, toda la esperanza y seguridad de la salvación de nuestras almas se cimenta en las tres Personas que nos son conocidas bajo estos nombres. Creemos en el Padre de nuestro Señor Jesucristo, fuente de la vida; creemos en el Hijo unigénito del Padre, autor de la vida según enseña el Apóstol; creemos en el Espíritu Santo de Dios, del cual dice el Señor: El Espíritu es quien da vida.
Ahora bien: como a nosotros, redimidos de la muerte, se nos da en el santo bautismo la gracia de la inmortalidad mediante la fe en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, apoyados en esta convicción creamos que nada servil, creado o indigno de la majestad del Padre puede hallarse en la Trinidad. Una es la vida que hemos recibido por la fe en la santísima Trinidad: emana del Señor, Dios del universo como de su principio fontal, el Hijo la comunica y llega a su plenitud por obra del Espíritu Santo.

 En fuerza de esta seguridad y convicción fuimos bautizados según nos fue mandado: creamos de acuerdo con nuestro bautismo y sintamos como creemos, de suerte que no haya discrepancia alguna entre bautismo, fe y modo de sentir respecto del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

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