ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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sábado, 11 de junio de 2016

MUJERES DE LA BIBLIA: SUSANA

           MUJERES DE LA BIBLIA 11: SUSANA




            Susana tiene todo lo que una mujer puede desear. Es joven y hermosa, muy delicada y de gracioso aspecto. Está casada y tiene hijos. Su marido llamado Joaquín es un hombre rico, muy ilustre y goza de gran prestigio. Sus padres viven todavía. Susana había recibido una esmerada educación. Sus padres, piadosos, la habían instruido en la ley de Moisés; poseía una casa con un jardín. Nada le faltaba para ser feliz.

         Su casa, espaciosa, era el lugar y habitual de reunión de los judíos que vivían en el exilio y los dos jueces nombrados aquel año eran malvados y lujuriosos. Estaban decididos a espiar el momento oportuno para estar a solas con Susana y seducirla.

         La ocasión no tardó en presentarse. Era un día caluroso. Los ancianos, sospechando lo que iba a hacer Susana aquel día, se habían escondido entre unos matorrales del jardín.

Efectivamente, Susana baja al jardín para tomar un baño acompañada de dos doncellas. Manda que cierren la puerta y que se marchen, porque por allí no se veía a nadie.

         Los ancianos al verla sola piensan que ha llegado el momento de poner en ejecución sus propósitos. Sin pensarlo un instante y para no perder más tiempo salen de su escondite, se precipitan sobre ella y le dicen: “Mira, las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve y nosotros ardemos de pasión por ti; consiente, pues y entrégate a nosotros; de lo contrario daremos testimonio contra ti diciendo que estabas con un joven y por eso despediste a las doncellas”. (Dn 13, 20-21)

         La situación de Susana era verdaderamente crítica: ella sabía muy bien a qué se exponía en cualquiera de las dos hipótesis; si accedía al deseo de los viejos, además de ser infiel a su marido, a quien amaba y respetaba, cometía un adulterio castigado por la ley de Moisés con la pena de muerte. Si no accedía, sería acusada por ellos de ese mismos pecado y sufriría igualmente la pena capital.

         Su reacción, la más cabal que se podía esperar de una mujer honrada y piadosa, es admirable: “Por todas partes me siento en angustia, porque si hago lo que proponéis vendrá sobre mí la muerte, y si no lo hago no escaparé de vuestras manos. Pero prefiero caer en vuestras manos sin haberlo hecho que pecar delante de Dios.”

         La decisión de Susana significaba la muerte, pero no vacila un instante: antes morir que pecar.
         El escándalo en casa de Joaquín es mayúsculo al oír de boca de los ancianos lo ocurrido. Susana se siente perdida. Todo está en contra de ella. Sus acusadores son los jueces del pueblo y nadie sospecha de ellos. La citan a juicio. Los dos viejos convertidos de jueces en falsos acusadores ya tienen decidida la sentencia: tiene que morir apedreada por adúltera.
         Con gran asombro de todos llega Daniel, cuyo nombre significa “Dios es mi juez” y afirma que Susana es inocente. Interroga por separado a los dos viejos: uno dice que Susana y el joven estaban bajo una acacia y el otro afirmó que estaban bajo una encina. No hicieron falta más pruebas. Murieron apedreados por perjuros y calumniadores.


         Los padres de Susana, su marido y toda la asamblea dieron gracias a Dios porque reconocieron que Dios salva a los que confían en Él y castiga a los malvados. 

Por Francisco Pellicer Valero

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