ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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miércoles, 18 de febrero de 2015

“LA FIGURA DEL SIERVO DE YAHVEH Y LA EXEGESIS MODERNA”

“LA FIGURA DEL SIERVO DE YAHVEH Y LA EXEGESIS MODERNA”






            La figura del Siervo de Yahveh, su personalidad y el sufrimiento que arrostra se ponen de plena actualidad en el Tiempo de Cuaresma y, fundamentalmente, en la Semana Santa en que volvemos nuestra mirada hacia el rostro de Jesús en su Pasión y Muerte.
            El mismo Cristo se aplicó a Sí mismo el cuarto de los Cánticos, un relato tan fiel de la Pasión del Señor que nos hace ver en el autor de los mismos a un proto-evangelista y, cuando Jesús resucitado camina junto a los discípulos de Emaus, se justifica la idea fundamental de que no había ocurrido nada que no hubiera sido anunciado desde antiguo.


            I. El problema literario.


1.      Relación de Is 40 – 50 con Is 1 – 39.

            Existen no pocas divergencias históricas y literarias que hacen distinguir Is 1-39 (Proto-Isaías) e Is 40-50 (Deutero-Isaías) en dos grandes bloques de distinto autor, si bien la tradición judaica agrupó estos temas en el Libro de Isaías. Aunque ambos bloques están alejados en la historia y esto se demuestra porque así como en el primero el castigo es anunciado, en Deutero-Isaías se supone realizado, hay un estilo común que hace participar a las tras partes del libro en una escuela espiritual y literaria que sigue las directrices del gran profeta pre-exílico.

2.      Los cuatro Cánticos del Siervo en el conjunto del Deutero-Isaías.

            Schmidt en “Introducción al Antiguo Testamento” piensa que los Cantos del Siervo de Dios forman un “estrato separable del libro, autónomo y aparte”. De hecho se estudia como un conjunto aparte dentro del libro de Deutero-Isaías debido, fundamentalmente, a su referencia al personaje del Siervo. No obstante, este conjunto presenta importantes similitudes con el resto del libro dado que comparte la línea teológica del autor del libro, además de semejanzas en el vocabulario. Hay un tema de Isaías II que en los Cánticos llega a su culminación y es su profundo universalismo: “el Elegido llevará la verdad a las naciones” (Is 42), o “Yo te pongo por luz para los pueblos a fin de que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra” (Is 49), y “así redimirá a muchos pueblos”, “por eso Yo le asignaré multitudes” (Is 52 y 53). Sin embargo este universalismo es bastante más depurado: la salvación derivará en una conversión de todos los pueblos a Dios, en la persona del discípulo ideal, sin ningún tipo de nacionalismo.
            A pesar de todas sus semejanzas, los Cánticos pueden considerarse un conjunto aislado debido a su enigmática presentación y al protagonismo del Siervo.

3.      Extensión de los Cánticos, autor y coherencia.

            El problema que presenta la extensión de los Cánticos es la falta de unanimidad a la hora de delimitarlos: Básicamente, el primer Canto corresponde a Is 42, 1-4 y los versículos 5-9 como probables. El segundo Canto consta de Is 49, 1-6 y 7-13 como probables. El tercero correspondería  a 50, 4-9 y como probables 10ss; por fin, el cuarto va desde 52, 13 a 53, 12. Estas diferencias  influirán en la interpretación de los mismos, puesto que las secciones discutidas se trata de probables ampliaciones de distinta óptica de la figura del Siervo, alejada de la del núcleo central. Tampoco hay unanimidad al considerar al autor de los Cánticos: para algunos autores, estos forman un conjunto integrado en el libro de Deutero-Isaías siendo éste su autor. En otros, los Cánticos, si bien forman un conjunto homogéneo, son escritos por un discípulo de Deutero-Isaías. Por último, gran número de autores piensa que los Cánticos forman un conjunto totalmente independiente del libro, que se insertaron en él artificialmente.
            La coherencia de estos textos depende exclusivamente de la personalidad, única o no (según autores) del Siervo.
            Es de resaltar la presentación del Siervo típica del mesianismo real, si bien es habitual en el Antiguo Testamento que la entronización del rey se realice con los títulos de Mesías, Hijo y Siervo de Dios. En Is 49, 1-6, sin embargo, destaca el ministerio de la palabra y por lo tanto la identificación con los profetas, del Siervo, aludiendo a la actuación de los profetas pre-exílicos.
            Por otro lado, el sufrimiento del Siervo, y en esto nos recuerda a Jeremías, está ligado a este ministerio de la palabra, el Siervo es un profeta que sufre, pero cuyo sufrimiento se valora positivamente. Apartándonos de la interpretación colectiva de Israel como Siervo, el Profeta debe sufrir de manera representativa o vicaria ya que Israel no ha sido el perfecto instrumento de salvación, pero este sufrimiento culmina con la exaltación del Siervo.


            II. Contenido de los cuatro Cánticos.

           
            1. Doble misión del Siervo:

            a) Con relación a Israel: Viene marcada, fundamentalmente, por Is 42, 5s. Leemos: “para llevar de nuevo a Jacob hasta El (Yahveh), para que Israel no sea arrancado”. El Siervo en el tiempo presente, está obligado a traer a casa a los deportados como un Moises dirigiendo un nuevo Exodo “para levantar las tribus de Jacob, y hacer volver a los supervivientes de Israel” y, más tarde, como legislador “enderezar” a las tribus de Jacob, refiriéndose a una restitución de la antigua configuración de Israel.

            b) Con relación a los gentiles: Yahveh mismo presenta a su Siervo como el elegido para llevar  “la verdad a las naciones”, después describe el modo cómo lo hará: sin levantar su voz; no ha de romper la caña quebrada, la violencia estará lejos de este Siervo carismático.
            Siguiendo en Is 49, 1-6: como luz de los pueblos, la salvación divina llegará a todas las naciones de su mano.

            2. Personalidad del Siervo.

            Debemos descartar la personalidad regia dado que sólo Yahveh es rey y soberano universal, por tanto el Siervo es un enviado o un ministro de este rey, con una misión encomendada.
            El Siervo es llamado desde antes de su nacimiento, en la más pura tradición de vocación profética, y le es asignada la misión de dirigir su palabra, su enseñanza en servicio de Dios. La queja del Siervo “Pero yo pensaba: me he fatigado en vano, he derrochado infructuosamente y para nada mis fuerzas”, nos recuerda a la queja de Jeremías.
            Es presentado como discípulo con oído atento al mandato divino y obediente para la transmisión de lo que le es revelado.
            Subyace, tras esta figura de profeta, un sentido cultual y sacrificial, por tanto podemos resumir que el Siervo es un elegido de Dios, ministro de su palabra y sacerdote al tiempo.

            3. Fuentes en las que se ha inspirado el autor para elaborar la figura del Siervo.

            En el Antiguo Testamento, el título de Siervo lo reciben tanto Moises y los profetas, como los reyes, y el propio Mesías.
            El Siervo del Deutero-Isaías recoge aspectos, fundamentalmente de Moises, Siervo de Dios por excelencia, y de Jeremías, el profeta del sufrimiento, sin descartar que los Cánticos reúnan también experiencias propias del servicio del mismo Deutero-Isaías.
            Para construir la imagen que nos ocupa, el autor ha tomado elementos de la tradición que se pueden reunir en tres fuentes: la figura profética, la función sacerdotal y la figura de Moises.
            El Siervo es una persona que ha recibido una misión profética: además de ser el conductor de Israel, es luz para los pueblos, que se supone esperan su enseñanza. Pero sobre todo, tiene la experiencia del dolor personal. Desde su vocación, el profeta se sitúa entre Dios y su pueblo y, a diferencia de lo que ocurría en el profetismo pre-exílico, desde Jeremías, la misión de intercesión irrumpe en su vida, en lo más íntimo. Así lo comprendemos en el libro de la “pasión” de este profeta. La persecución y la idea de fracaso son sus compañeras.
            En Ezequiel observamos también rasgos propios del profetismo que han influido en la figura del Siervo, pero que sólo en Deutero-Isaías se aplicarán expresamente: el sufrimiento vicario y la asunción del pecado por parte del profeta.
            El Siervo reúne también aspectos de la función sacerdotal: de nuevo en su papel de intermediario dirige la plegaria de intercesión; en cuanto al sacrificio de expiación, es al tiempo sacerdote y víctima inmolada por el pecado, que cae sobre su espalda, que no rechaza, como vemos en el tercer y cuarto cantos: “El ha sido herido por nuestras rebeldías”, y “...Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros”. Sin embargo, en este sacrificio redentor, lleva ya implícita su glorificación.
            Por último, en la figura del Siervo, influye poderosamente la de Moises, que aúna en cierto modo los aspectos ya enumerados. A él se le nombra Siervo de Dios con mayor frecuencia que a cualquier otro personaje del Antiguo Testamento (Ex 14, Jos 1. 2. 7. 13. 15 y hasta un total de cuarenta veces). Moises es considerado como un profeta: lleva la palabra y la ley de Dios a Israel. También es el encargado de reconducir a las tribus de Jacob a la Tierra Prometida.
            Moises es el gran mediador del Antiguo Testamento: se pone ante Yahveh para rogarle a favor de su pueblo tantas veces como éste se aparta de su Señor, recuerda su angustia..., pero también por sí mismo, porque Dios se ha irritado contra él por causa de Israel, y su pecado.
            Pero Yahveh condena a su Siervo a morir sin ver la Tierra Prometida como castigo vicario. No obstante, en este dolor ya está en germen la esperanza de que un nuevo profeta vendrá. Un profeta incluso más grande que él para llevar a su pueblo a la Tierra de Promisión, tras un nuevo Exodo.




            III. Interpretación: ¿Quién es el Siervo?


            1. La exégesis judía.

            En el Tárgum de los profetas, contra la exégesis cristiana, se recompone el texto para dirigir la figura del Siervo sobre los hijos de Israel, justificando sus sufrimientos en bien de su salvación final. No obstante, se suaviza la imagen doliente para dar paso a un mesianismo regio: el Siervo será un futuro Mesías. En su aplicación colectiva presenta al Siervo-Israel, que cumple fielmente la Ley, contrapuesto a las naciones en donde se hallan dispersos, o bien a sus dominadores. Así en Is 49, 7 “Así habló Yahveh al redentor de Israel, su santo, a los que son despreciados entre las naciones, a los que están diseminados entre los reinos, a los que han sido esclavizados entre los gobernantes: “Los verán los reyes y se levantarán; los príncipes y adorarán, por causa de Yahveh, ya que el santo de Israel es fiel y él se ha cumplido en ti”.”

            2. La exégesis neotestamentaria.

            Los Santos Padres han recogido sin ninguna duda a Jesús, el Cristo como el Siervo del Deutero-Isaías fundamentando esta seguridad en la interpretación que en los evangelios se hace de estos textos de los Cantos. Los diversos evangelistas nos muestran cómo Jesús cumple fielmente los rasgos expresados por el profeta, en los relatos de la pasión sobre todo.
            Jesús es el nuevo legislador y ministro de la Palabra por excelencia. Es indudable que intercede por su pueblo y por la humanidad, poniendo su vida en la balanza. Es el discípulo obediente que no rechaza el dolor íntimo, personal, ni el sacrificio último, de expiación y redención: en su muerte nos asume a todos sin excepción, con nuestra carga de pecados. Es víctima y sacerdote, sello de la Nueva Alianza.
           
            El primero de los Cantos, en esa “presentación” que Dios mismo hace del Siervo nos encontramos de frente con dos relatos esenciales del Evangelio: El Bautismo de Jesús y su Transfiguración en el Tabor:
           
 “He aquí mi siervo a quien yo sostengo,
mi elegido en quien se complace mi alma.
He puesto mi espíritu sobre él:
dictará ley a las naciones.
   No vociferará ni alzará el tono,
y no hará oír en la calle su voz.
   Caña quebrada no partirá,
y mecha mortecina no apagará.
Lealmente hará justicia;
  no desmayará ni se quebrará
hasta implantar en la tierra el derecho,
y su instrucción atenderán las islas.” (Is, 42, 1-4)

           
            En el segundo de los Cantos es la misión, esa vocación especial de llevar el conocimiento de Dios no sólo a los hijos de Israel sino a todas las naciones, encomendada al Elegido la que se presenta con estas palabras:

  “¡Oídme, islas,
atended, pueblos lejanos!
Yahveh desde el seno materno me llamó;
desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre.
   Hizo mi boca como espada afilada,
en la sombra de su mano me escondió;
hízome como saeta aguda,
en su carcaj me guardó.
   Me dijo: «Tú eres mi siervo (Israel),
 en quien me gloriaré.»
   Pues yo decía: «Por poco me he fatigado,
en vano e inútilmente mi vigor he gastado.
¿De veras que Yahveh se ocupa de mi causa,
y mi Dios de mi trabajo?»
   Ahora, pues, dice Yahveh,
el que me plasmó desde el seno materno para siervo suyo,
para hacer que Jacob vuelva a él,
y que Israel se le una.
Mas yo era glorificado a los ojos de Yahveh,
mi Dios era mi fuerza.
   «Poco es que seas mi siervo,
en orden a levantar las tribus de Jacob,
y de hacer volver los preservados de Israel.
Te voy a poner por luz de las gentes,
para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.»” (Is 49, 1-6)

            El tercer Canto enmarca la aceptación de la misión encomendada aún después de la duda surgida en el segundo Canto: “En vano e inútilmente me he fatigado”. Como discípulo atento y abierto a la esperanza se presta a llevar a cabo el mandato divino de hacer conocer a todos los pueblos la justicia (mispat) del Señor a sabiendas de que sus trabajos se realizarán en medio de grandes desprecios y dolor:

  El Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo,
Para que haga saber al cansado una palabra alentadora.
Mañana tras mañana despierta mi oído,
para escuchar como los discípulos;
   el Señor Yahveh me ha abierto el oído.
Y yo no me resistí,
ni me hice atrás.
   Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban,
mis mejillas a los que mesaban mi barba.
Mi rostro no hurté
a los insultos y salivazos.
   Pues que Yahveh habría de ayudarme
para que no fuese insultado,
por eso puse mi cara como el pedernal,
a sabiendas de que no quedaría avergonzado.
   Cerca está el que me justifica:
¿quién disputará conmigo?
Presentémonos juntos:
¿quién es mi demandante?,
¡que se llegue a mí!
   He aquí que el Señor Yahveh me ayuda:
¿quién me condenará?
Pues todos ellos como un vestido se gastarán,
la polilla se los comerá.” (Is 50, 4-9).

            Cuando el eunuco etíope va en su carroza, leyendo el texto del cuarto Canto, Felipe, a quien el Señor pone en su camino no duda en referir el sufrimiento expiatorio a Jesús de Nazaret: “ El eunuco preguntó a Felipe: «Te ruego me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?» Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús.” (Hech 8, 34-35) episodio que culmina en la conversión y bautismo del funcionario.

            La conversión que se adquiere tras el reconocimiento de la culpabilidad; la gran paradoja de quien se cree justo y mediante la conversión de corazón se reconoce pecador. Pecador por quien muere el Justo por excelencia, el único Inocente:

   He aquí que prosperará mi Siervo,
será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera.
    Así como se asombraron de él muchos
-pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre,
ni su apariencia era humana-,
    otro tanto se admirarán muchas naciones;
ante él cerrarán los reyes la boca,
pues lo que nunca se les contó verán,
y lo que nunca oyeron reconocerán.
  ¿Quién dio crédito a nuestra noticia?
Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló?
   Creció como un retoño delante de él,
como raíz de tierra árida.
No tenía apariencia ni presencia;
(le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar.
   Despreciable y desecho de hombres,
varón de dolores y sabedor de dolencias,
como uno ante quien se oculta el rostro,
despreciable, y no le tuvimos en cuenta.
   ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba
y nuestros dolores los que soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado,
herido de Dios y humillado.
   Él ha sido herido por nuestras rebeldías,
molido por nuestras culpas.
Él soportó el castigo que nos trae la paz,
y con sus cardenales hemos sido curados.
   Todos nosotros como ovejas erramos,
cada uno marchó por su camino,
y Yahveh descargó sobre él
la culpa de todos nosotros.
   Fue oprimido, y él se humilló
y no abrió la boca.
Como un cordero al degüello era llevado,
y como oveja que ante los que la trasquilan
está muda, tampoco él abrió la boca.
  Tras arresto y juicio fue arrebatado,
y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa?
Fue arrancado de la tierra de los vivos;
por las rebeldías de su pueblo ha sido herido;
   y se puso su sepultura entre los malvados
y con los ricos su tumba,
por más que no hizo atropello
ni hubo engaño en su boca.
    Mas plugo a Yahveh
quebrantarle con dolencias.
Si se da a sí mismo en expiación,
verá descendencia, alargará sus días,
y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano.
    Por las fatigas de su alma,
verá luz, se saciará.
Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos,
y las culpas de ellos él soportará.
    Por eso le daré su parte entre los grandes
y con poderosos repartirá despojos,
ya que indefenso se entregó a la muerte
y con los rebeldes fue contado,
cuando él llevó el pecado de muchos,
e intercedió por los rebeldes. (Is 52, 13-15 53, 1-12).

            La aplicación práctica de ese sufrimiento a lo largo de la Historia y, desde luego, en nuestros días es que esa conversión radical de corazón viene dada por el reconocimiento de nuestra condición pecadora porque sólo quien se sabe enfermo está listo para acudir al Médico; sólo quien se reconoce culpable, está en vías de salvación.
           
            Todo este sufrimiento culmina en la glorificación y en la herencia de las multitudes que Dios le otorga, en premio a su confianza y a su obediencia, como nos lo muestra Pablo en el gran himno cristológico de Filipenses:

            “Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombresobretodonombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.”


        
   
            3. La moderna exégesis católica.

            En una visión colectiva, Israel ha sido llamado por Dios para que, por su medio se realice la conversión de las naciones paganas Los deportados o Resto de Israel han de ser instrumento de esta conversión. Sin embargo, ante el fracaso de Israel se traslada esta idea sobre un futuro “descendiente” del mismo, que la represente y lleve a cabo el designio de salvación: el Israel escatólogico, la Iglesia, el Siervo en la Nueva Alianza.

            Individualmente, el profeta teniendo ante sí el modelo de Moises, prevé la encarnación del Siervo de Dios definitivo, en una profecía universalista, con una nueva dimensión. Ha sido anunciado repetidas veces: es el Mesías que ha de llevar a cabo el ministerio de la palabra al que va estrechamente ligado el sufrimiento, pero en ese Siervo doliente está ya el Mesías triunfante, porque Dios le auxilia; en su sufrimiento ofrecido voluntariamente, Dios le promete larga descendencia y prosperidad: “he aquí que mi Siervo prosperará, será elevado y ensalzado a lo más alto”, porque por El el plan de Dios no fracasará.
            Jesús, como nos muestran los evangelios reúne todas las condiciones del perfecto Siervo de Dios, porque ha sido predestinado para que en El se cumpla la salvación. Y según el principio de catolicidad, cada cristiano ha de asumir su parte en la figura del Siervo ahogando el mal a base de hacer el bien según nos lo enseña Pablo.


            IV. Conclusiones

            El Siervo de Yahveh es, sin lugar a dudas, Cristo. Y todos y cada uno de los cristianos participamos de su Misión.

            El universalismo de la salvación alcanza en estos textos su cota más alta en cuanto al Antiguo Testamento se refiere.

            El sufrimiento redentor, en su aparente contradicción, nos invita a no caer en la provocación, a no caer en la tentación de comportarnos del mismo modo que nuestros “enemigos” o nuestros “opresores”; he aquí la locura de la Cruz “...nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos,
pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos.” (1 Cor 1, 23-24).

Por Mª del Carmen Feliu Aguilella
Fotos: Josetxo Sáinz de Murieta
Imágenes: Monasterio de San Benito (Estella)


            

1 comentario:

  1. hay que tener en cuenta que ese universalismo lo encontramos muy bien demostrado en la fiesta de la Epifanía en la representación de los Magos, que son cada uno, de un lugar del mundo. La manifestación del Hijo de Dios no se centra exclusivamente en el mundo judío sino que abre sus puertas a los "gentiles" con el Apostol por excelencia, San Pablo.
    Los judíos ya no tienen la exclusiva, Dios se quiere dar al mundo entero y que todo hombre conozca y reconozca la entrega de su Hijo que muere por amor a TODOS los hombres, así que en el cristianismo no caben racismos ya que todos somos iguales ante Dios, todos somos por el Hijo, HIJOS DE DIOS

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