ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

sábado, 8 de octubre de 2016

LA MUJER EN EL ANTIGUO Y EN EL NUEVO TESTAMENTO


LA MUJER EN EL ANTIGUO Y EN EL NUEVO TESTAMENTO



Antiguo Testamento

        En el mundo hebreo y, generalmente, en todo el Oriente Medio, la mujer ocupaba una situación completamente subordinada. Las mujeres estaban recluidas prácticamente de la vida religiosa, algo tan importante paran los hebreos. Ni siquiera estaban obligadas a observar todos los mandamientos, pues estaban relegadas en la trilogía “mujeres-esclavos-niños”, que les dispensaba de determinadas oraciones importantes. No podían estudiar la Escritura. Enseñar a sus hijos la Torá (fe) hubiera sido como enseñarles comportamientos lascivos. Se pensaba entonces que las mujeres eran incapaces de recibir una instrucción religiosa.

        En el templo, las mujeres no podían colocarse en el mismo sitio que los hombres. Su patio se encontraba cinco escalones debajo del de los hombres. Y otro tanto sucedía en las sinagogas. Las mujeres estaban separadas por completo, a menudo relegadas a los últimos lugares. Su presencia no contaba, mientras que la de diez hombres bastaba para la celebración del culto. Los hombres, incluso los menores de edad, podían leer la Ley y los profetas. Las mujeres no gozaban de semejantes prerrogativas.



        Se comprende, pues, el desprecio de los rabinos por las mujeres. Un rabino no podía dirigir en público la palabra a una mujer. Se decía en el Talmud que era preciso dar gracias a Dios cada día por tres cosas: “Te doy gracias por no haberme hecho pagano, por no haberme hecho mujer, y por no haberme hecho ignorante”.


Nuevo testamento

        Basta una lectura superficial de los relatos evangélicos para constatar que Jesús se sitúa allende los rigorismos. Aun cuando algunas expresiones concretas parezcan presentarlo como un radical, Jesús ha de ser enjuiciado desde el conjunto de su mensaje. Y esto evidencia que siempre antepuso el amor a la ley. Tal actitud viene vertida en una serie de encuadres donde se clama por la igualdad de todos los seres humanos con la lógica erradicación de parcelismos.

        Jesús en lo que concierne a la mujer, se ahorró discursos y pasó sin más a la acción. Cuando dio comienzo a su actividad pública recorrió gran parte de la región galilea proclamando un anuncio de igualdad, fraternidad y amor. Quien mejor expresa su forma de proceder al respecto, es sin duda al autor del tercer evangelio: “Iba proclamando y anunciando el reino de Dios; le acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades; María llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes” (Lc 8, 1-3).


        En realidad, este texto lucano no precisa comentario. En él se indica que Jesús, no solo no evitaba el trato con las mujeres, sino que incluso se dejaba acompañar por ellas en sus correrías apostólicas que, según se infiere del contexto, solían durar varias jornadas. Pues bien, muchas eran las mujeres que compartían de cerca las inquietudes del maestro Jesús. Tal forma de actuar suponía un visceral rechazo del puritanismo rabínico. Por otra parte, se explica que loas líderes de la ortodoxia religiosa repudiaran visceralmente a Jesús. Ningún rabino se había jamás comportado así. Su solo proceder se erigía en una velada denuncia que ellos no podían menos de considerar ofensiva.

Por Francisco Pellicer Valero

sábado, 1 de octubre de 2016

MUJERES DE LA BIBLIA: LA MADRE DE LOS MACABEOS

MUJERES DE LA BIBLIA 18: LA MADRE DE LOS MACABEOS



“Admirable sobre toda consideración y digna de eterna memoria fue aquella madre que viendo morir en un solo día a sus siete hijos, lo soportaba con valor porque tenía su esperanza puesta en el Señor” (2 Mac 7, 20).

         Ninguna frase mejor que esta puede encabezar la vida de esta mujer bíblica, sin nombre y sin más historia conocida por el gesto heroico de ver morir a sus 7 hijos y de morir ella misma entre horrendos tormentos, víctimas todos ellos del odio sectario de Antíoco IV, llamado el Epifanes, octavo rey de la dinastía de los Seléucidas.

         Este rey fue para los judíos un rey impío y cruel y un perseguidor fanático de su religión; quiso reunir a todos sus súbditos bajo un solo idioma, una sola ley y una sola religión, decretando pena de muerte contra quienes se negasen a ello.

         Todo esto provocó la rebelión de los Macabeos. A esta apostasía quería obligar a una mujer viuda que tenía siete hijos. Para intimidarlos y conseguir así más fácilmente que comieran carne de cerdo el rey ordena azotarlos a todos y también a su madre.

         El hijo mayor en nombre de todos declara que están dispuestos a morir antes que quebrantar las leyes de su religión. La actitud valiente del joven enfurece de tal manera al rey que ordena preparen y pongan al rojo vivo sartenes y calderas, que le corten la lengua, le arranquen el cuero cabelludo y le amputen los pies y las manos; cuando todavía vive manda que lo tuesten en la sartén. Aquel espectáculo horripilante sería más que suficiente para doblegar cualquier resistencia humana. Así probablemente pensaba el rey. Pero se equivocaba. Todos juntos en torno a la madre se animan mutuamente con generosidad, recordando aquellas palabras de Moisés: “Dios se apiadará de sus siervos”. En ellas encuentran el valor y la fuerza necesarios para arrostrar el martirio.

         Muerto el primero, los verdugos se llevan al segundo. Le arrancan la piel de la cabeza. Con igual entereza que su hermano se niega a comer la carne de cerdo y le aplican el mismo castigo. Antes de exhalar el último suspiro, pronuncia unas palabras que revelan su fe inquebrantable en la resurrección, y que son tanto más importantes cuanto que antes de ese momento nunca se había oído una afirmación tan explícita de esa creencia: “Tú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el rey del mundo nos resucitará a una vida eterna a los que morimos por sus leyes.” El tercero fue aún más valiente, si cabe. Nada más pedírselo, presenta la lengua y tiende las manos al verdugo para que se las corte, y lo hace con tal decisión que sorprende al rey y a sus acompañantes. Da la impresión de que nada le importaban los dolores.

         Idéntica entereza, igual decisión, el mismo valor demuestran los siguientes, que fueron sucumbiendo uno tras otro a fuego lento en la horrible sartén.

         La historia termina con esta lacónica y estremecedora frase: “La última en morir, después de sus hijos, fue la madre”.


         La enseñanza que se deriva de esta historia es especialmente profunda y valiosa. Nunca se había hablado con tanta claridad en el Antiguo testamento sobre la resurrección de los muertos: “El Rey del mundo nos resucitará a una vida eterna a los que morimos por sus leyes… Es preferible morir a manos de los hombres, poniendo la esperanza de ser resucitado de nuevo por Él”.. (2 Mac 7, 23; 7, 14).

Por Francisco Pellicer Valero

sábado, 24 de septiembre de 2016

SAN PABLO: QUE VIAJES Y PORQUE

SAN PABLO: QUE VIAJES Y PORQUE



            Los que llevamos su nombre en nuestra Asociación Bíblica, nos sumamos a la celebración del recuerdo de los viajes de S. Pablo. De él se señalan los tres viajes apostólicos clásicos. Pero hay que sumarles el viaje a Roma, y el que realizó a Hispania y regreso. Aparte de eso, cada viaje se compuso de otros muchos viajes intermedios.

            Fariseo de observancia estricta, fue enviado por su familia afincada en Tarso de Cilicia a estudiar a Jerusalén. Se convirtió al cristianismo hacia el 32-35. Después de una estancia de unos tres años en Damasco, subió a Jerusalén donde pudo estar en contacto con Pedro. Pero de allí marchó a su ciudad de Tarso donde estuvo hasta el año 42. Allí fue a buscarle Bernabé, y se lo llevó a Antioquia de Siria. Ante la situación de hambre que padecía Jerusalén, Pablo fue enviado por la comunidad cristiana de aquella ciudad con una colecta de ayuda.

            Del 47 al 48 tiene lugar su primer viaje misionero, acompañado por Bernabé y Marcos, en el curso del cual evangeliza en Chipre, Antioquia de Pisidia, Iconio, Listra, Debre, Perge y Atalía. El choque con las comunidades judías opuestas a la predicación paulina, es claro, y se producen persecuciones que le obligan a buscar otros derroteros.

            Hacia el 48 Pablo escribe su carta a los Gálatas, que determina su visión acerca de la Ley. En torno al 49, Pablo asiste al denominado Concilios de Jerusalén donde se discute la relación de los conversos gentiles con la Torah.

            El segundo viaje apostólico se produce del 49 al 53, durante el cual, vuelve a visitar las iglesias fundadas por él durante el primero. En Listra le acompaña Timoteo, y resulta asimismo notable su estancia en Atenas. De allí se dirige a Corinto y, de regreso a Siria, pasará por Jerusalén (52) y Éfeso (52-53). De esta época son, muy probablemente, sus cartas a los Tesalonicenses.

            El tercer viaje misionero tiene lugar en torno a los años 55-57. Funda iglesias en Colosas, Laodicea, Hierápolis, Troas, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes y Filadelfia. De este período son las cartas a los Corintios (55-56) –cuya comunidad visita de nuevo a inicios del 57- y a los Romanos. Al ascender a Jerusalén (mayo del 57) es apresado y permanece en esa situación en Cesárea hasta el 59. En septiembre de ese año es conducido preso a Roma donde permanece hasta el 61-62.

            Escribiría entonces las cartas de la cautividad (Efesios, Filipenses, Colosenses, Filemón) y quizá alguna de las pastorales, como la primera a Timoteo. A partir de este momento las opiniones se dividen en torno al destino ulterior de Pablo. Cabe la posibilidad de que fuera liberado en torno al 62, realizando nuevos viajes, entre ellos, el proyectado a Hispania, y experimentar un nuevo cautiverio. Hacia el 65, Pablo sería ejecutado, habiendo escrito poco antes de su muerte la segunda carta a Timoteo y quizá la dirigida a Tito.


            Los escritos de Pablo resultan de un valor notable sobre todo en lo relativo a la forma en que los seguidores judíos de Jesús contemplaban la entrada de los gentiles en el seno de la Iglesia. Sin embargo no son una fuente directamente emanada del judeo-cristianismo.

Por Angel Aguirre

sábado, 17 de septiembre de 2016

MUJERES DE LA BIBLIA: LA MUJER ENCORVADA

MUJERES DE LA BIBLIA 17: LA MUJER ENCORVADA




“Enseñando Jesús un día de sábado en la sinagoga, he aquí que vino allí una mujer que por espacio de 18 años padecía una enfermedad causada por un maligno espíritu, y andaba encorvada, sin poder mirar poco ni mucho hacia arriba.

        Como la viese Jesús, llamóla a sí y le dijo: Mujer, libre quedas de tu achaque”. Puso sobre ella las manos y se enderezó al momento y daba gracias y alabanzas a Dios” (Lc 13, 10-17).

        Durante largos años había renunciado ya a toda esperanza de verse jamás curada. Según el diagnóstico médico se trataba de una afección crónica de las articulaciones, de modo que una curación completa era imposible por vía natural.

        Jesús tuvo compasión de ella y sin esperar a que la enferma le pidiese remedio la llamó a así e imponiéndole la mano como símbolo de infundirle nuevas fuerzas consiguió su curación.

        La fe sincera de la mujer se manifestó en dar gloria a Dios inmediatamente después de la curación y alabarle ante toda la comunidad por su gran misericordia.

        Nadie podía dudar de que se trataba de una milagrosa intervención divina. Sin embargo, el jefe de la sinagoga adoptó uno de los más tristes testimonios de odio obcecado de los fariseos contra Jesús: “Indignado de que Jesús hiciera esta cura en sábado dijo al pueblo: seis días hay destinados al trabajo; en esos podéis venir a curaros y no en el día de sábado.”

        El reproche iba dirigido a la comunidad, pero la intención era herir al Nazareno odiado. Al Mesías, conocedor de los corazones, no se le escapaba el sentido verdadero de las palabras y no titubeó en abrir los ojos del pueblo: “Más el Señor dirigiéndole a él la palabra, dijo: ¡Hipócritas! ¿Cada uno de vosotros no suelta su buey o su asno del pesebre aunque sea sábado y los lleva a abrevar?
        Y a esta hija de Abraham, a quien Satanás ató hace ya 18 años ¿no había que soltarla de su cadena en sábado?

        Según iba diciendo esto se abochornaron sus adversarios, mientras toda la gente se alegraba de tantos portentos como hacía.”

        Jesús censura con energía la interpretación torcida de la Ley que hace el jefe de la sinagoga y pone de relieve la necesidad de la misericordia y de la comprensión, que es lo que agrada a Dios.

        Pero el punto en que queda más al descubierto el jefe de la sinagoga fue en su desprecio de la mujer. Si el milagro se hubiera obrado en la persona de un fariseo, seguramente no habrían hecho hincapié en el día de sábado, más aquella mujer le era más extraña que las bestias en su establo. Y con todo, ella es, como observa Jesús, una “hija de Abraham”, un miembro del pueblo escogido y hasta merece este título más que el fariseo el de “hijo de Abraham”, ya que este ha heredado menos del espíritu ancestral que la mujer despreciada. Así, este milagro es un testimonio de la igualdad religiosa de la mujer en el reino de Cristo.


 Por Francisco Pellicer Valero

sábado, 10 de septiembre de 2016

SOBRE LA SAGRADA ESCRITURA

                SOBRE LA SAGRADA ESCRITURA




La Sagrada Escritura es el anuncio de Dios destinado a todos los hombres que fueron, son y serán. La convicción del creyente, del cristiano, arraigada en lo más profundo de su corazón y de su mente, es que los autores sagrados son voceros de la manifestación de Dios, y que esa manifestación -por su carácter divino- refleja “la palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo” y siempre tendrá una actualidad permanente e indeclinable.

         Esa verdad de nuestra fe debe ser tenida en cuenta siempre para poder llegar a comprender y degustar el contenido de la Biblia. Si no olvidamos nunca ese presupuesto, estaremos siempre en condiciones de leerla fructíferamente. No tener esto en cuenta, nos la haría como inaccesible y dejaría fuera no pocos frutos y perderíamos indudables riquezas.

No digamos asimismo lo importante que una visión de fe es para cualquier estudioso, investigador o lector de la Biblia. Esta magna obra, este gigantesco mensaje del Señor, no es un libro cualquiera. Hemos de alertar constantemente nuestra conciencia y ser conscientes de que el sagrado libro contiene nada menos que la palabra de Dios, o sea su libro personal, el que contiene su mensaje a los hombres, su revelación, su palabra y, en alguna medida, su persona íntegra, en la medida que ha querido revelarla. En este punto precisamente conviene recordar lo que dice el Vaticano II (Constitución Dogmática sobre Divina Revelación, núm. 12): “Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano; por tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores quieren decir.

         Tras lo anterior, hemos de recordar también que la revelación de Dios se hace mediante un lenguaje humano –que ha dejado su huella- y ha producido lo que llamamos la “empalabración”, que es como una especie de encarnación de la palabra de Dios en el lenguaje humano que supone una vía de manifestación indeclinable querida por Dios para ponerse al alcance de nuestra comprensión.


         Conservar y acrecentar nuestro interés por el Libro sagrado es sin duda alguna un don del Espíritu Santo que se produce como una toma de conciencia que se despierta a partir de la piedad, la fe en esa revelación, el deseo de conocer el misterio de Dios, una gracia en definitiva que el Espíritu derrama cada día sobre nosotros y que conviene que recibamos cerrando nuestro paraguas espiritual, para que nos moje y plenifique.

Por Erreuve
Fotografía: Mª del armen Feliu Aguilella

sábado, 3 de septiembre de 2016

MUJERES DE LA BIBLIA: LA HEMORROISA

MUJERES DE LA BIBLIA 16: LA HEMORROISA




Los tres sinópticos cuentan la historia de esta mujer, “con flujo de sangre desde hacía doce años” (Mt 9, 18-22). Y los tres relatan en el mismo cuadro de intervención, cuando Jesús va a resucitar a la hija de Jairo. Este contexto narrativo resulta bastante impresionante. Jesús sana a dos mujeres casi de un golpe; restaura sus funciones vitales. A una de ellas, la hija de Jairo, le devuelve todas las energías básicas. A la otra, la hemorroisa, la mujer sin nombre, le concede la normalización de su ciclo menstrual, una función fisiológica importante para las mujeres.

         Y una mujer enferma con una hemorragia desde hace doce años, que había sufrido mucho con varios médicos y gastado toda su hacienda sin obtener ninguna mejoría, antes había empeorado, habiendo oído hablar de Jesús, llegóse ante él por entre la multitud y le tocó el manto, pues ella se había dicho a sí misma: Si yo logro tocar, aunque sólo sea sus vestidos quedaré curada”.

         En efecto, al instante la fuente por la que perdía su sangre se secó y sintió en su cuerpo que estaba curada de su enfermedad. En seguida, Jesús, al sentir en sí mismo la virtud que de Él había salido, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién me ha tocado? Sus discípulos le contestaron: Ves que la multitud te oprime, ¿y dices que quién te ha tocado? Y miraba alrededor para ver a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, que sabía lo que había ocurrido en ella, se acercó asustada y temblorosa, se postró ante Jesús y le dijo toda la verdad. Él le dijo a la mujer: Hija, tu fe te ha curado, vete en paz y queda curada de tu enfermedad” (Mc 5, 25-34).

         Este relato evangélico nos muestra una vez más, la función que la fe desempeña en las acciones salvadoras de Jesús. En el caso de esta mujer es de subrayar que Jesús atiende sobre todo a la sinceridad y a la fe que demuestra la mujer al superar los obstáculos para llegar a Él.

         Esta figura de la hemorroisa presenta según muchos Padres (S. Ambrosio, S. Agustín, S. Beda y otros) que la iglesia de los gentiles, a diferencia de los judíos, se acercó al Señor con fe y fue sanada. Representa también a toda alma que se arrepiente de sus pecados y se encuentra en una situación en la cual se mezclan el dolor por su vida pasada, la reverencia hacia Dios y la firme esperanza en su ayuda.


         Por tanto, si nosotros queremos ser también curados, toquemos con nuestra fe el borde del vestido de Cristo.

Por Francisco Pellicer Valero

sábado, 30 de julio de 2016

EL LIBRO DE JOB

EL LIBRO DE JOB




El libro de Job, extraordinariamente denso, abarca un prólogo; el cuerpo del libro, integrado por el soliloquio de Job(Job 3), el diálogo de los tres amigos(Job 4-27), la recapitulación de Job (Job 29-31), el monólogo de Elihú (Job 32-37), el diálogo entre Dios y Job(Job 38-42, 1-6), y el epílogo (Job 42, 7-17).

            El prólogo nos presenta a Job, hombre justo, y su prosperidad; oriundo de Hus, bendecido por Dios con numerosa descendencia y muchos ganados. Contiene también dos a modo de charlas de café entre Dios y Satanás, que es autorizado por Dios para herir a Job y que acaba dejándolo, tras la primera, sin hijos, ganados ni bienes; y tras la segunda, sumido en la miseria de una llaga que cubre su cuerpo.

Soliloquio de Job(Job 3).- Job lo acepta todo y no maldice de Dios sino del día en que nació, muy similarmente a Jeremías (Jr 20, 14).

            Concluido el soliloquio, vienen los diálogos de los tres amigos –Elifaz, Bildad y Sofaz-, que acompañan a Job y sostienen con él unos diálogos en los que tratan de defender la doctrina tradicional entonces vigente: que la buena conducta trae bendición en esta tierra; que la mala, atrae el castigo, y que esas consecuencias tiene que palparse en este mundo (porque, en los tiempos de la narración, el más allá para los israelitas se identificaba con el “seol”, un lugar oscuro y subterráneo, ya que todavía carecían de la noción revelada de cielo, infierno y libertad humana bajo la gracia de Dios), y llevan su postura hasta el extremo de sostener que Job es culpable de algún pecado suyo o de sus antepasados. Frente a esta postura, Job rechaza la relación causal entre un pretendido pecado –no cometido- y el dolor sufrido, proclamando su derecho de inocencia ante Dios, asciende desde la desesperanza hasta la esperanza, llegando incluso a desafiar a Dios, proferirá graves palabras y lanzará duras acusaciones, y no pecará. Frente a la postura entonces vigente de que Dios era un ser inabordable y ante el cual había que inclinarse servilmente porque su poder es infinito y aplastante, Job sí se atreve con una audacia desusada a enfrentarse a Dios y a dialogar con Él (con toda seguridad el autor de Job ya debía tener presentes las alianzas del Señor, su misericordia y bondades y sus promesas expuestas y anunciadas por conducto de los profetas). Ese atrevimiento de Job pasa por una concepción nueva de Dios y parte de la idea de que el que tiene la conciencia limpia tiene que ser escuchado por Dios y puede dialogar con Él, por razón de justicia y sin temor.

            Los capítulos 4 a 27 completos abarcan el diálogo con los tres amigos, divididos en tres rondas o turnos: en la primera los amigos sostiene que Job no es inocente ante Dios, que también los ángeles tienen faltas, que la felicidad del malvado es provisional y aparente, etc..; frente a todos estos argumentos, Job rebate y dice que Dios le ha abandonado y lo tritura con el dolor y se queja de la incomprensión de los amigos de los que busca lealtad, comprensión, -no dogmas-, que le ayuden a entender y soportar los sufrimientos –a este respecto son fundamentales los versículos Job 6, 25-30-, manifestándose dispuesto a hablar con Dios, porque no se siente culpable, y llega en los capítulos 12-14 a calificar a los amigos de mentirosos, al mismo tiempo que hace un canto del poder del Dios que dispone de todo y todo lo gobierna. Y en defensa de su inocencia dice estar dispuesto a discutir con Dios con la doble condición de que éste no use su fuerza y hable y deje hablar; insiste en su inocencia y en la persecución divina sobre él. (El v. 25: ¿“Vas a asustar a una hoja que se la lleva el viento, o a perseguir a una paja seca?”). En la segunda ronda intervienen los tres amigos y Job replica a todos ellos (Job 15); ante la acusación de impiedad y rebeldía y del destino de los malvados, Job replica que tiene un defensor en los cielos para que juzgue entre Dios y él, que ese defensor está vivo y que verá a Dios (hemos de interpretarlo como que Job confía en que Dios reconozca su reivindicación y que verá a Dios, una vez reconocida su inocencia). Hemos de abreviar ante la imposibilidad de resumir en un folio. Ante la insistencia de Sofar con el destino del malvado, Job (c. 21) hace una réplica brillante dando constancia de que los malvados viven felices, prosperan, no tienen desgracias, son respetados y alabados, todo ello con una profunda ironía, plasmando una interrogación tremenda: la del sufrimiento de los inocentes que, con incontables variantes, ha llegado hasta nuestros días. La tercera ronda refleja ya la carencia de argumentos de los tres amigos y su insistencia en anteriores razonamientos. Job se decanta por la idea de un encuentro suyo personal con Dios que aclare que su sufrimiento no es consecuencia de pecados y para que Dios proclame su inocencia. El capítulo 24 contiene una descripción pesimista de la humanidad abandonada a su suerte y víctima de la injusticia de los verdaderos malvados que, hoy más que nunca, tiene una profunda actualidad.

            El capítulo 28 contiene un intermedio con el Himno a la sabiduría, digno de leerse; los capítulos 29 a 31 contienen una recapitulación de Job, desde su pasado inicial hasta el momento presente, que concluye con un apasionado alegato de inocencia y contiene un repaso de su propia conducta cuando alude a sus obras de caridad, a su rectitud de conducta y equidad; cuando defiende su castidad, veracidad, justicia e integridad y que concluye (Job 31) en petición a Dios de su salvación.

            Los capítulos 38 a 42 contienen el diálogo entre Dios y Job, en que Dios responde, respetando precisamente las dos condiciones que Job formuló en el Capítulo 13: no utilizar su poder y respetar las reglas del diálogo. Concluye con la respuesta humilde de Job: “Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos.”


            El epílogo (Job 42, 7-17) nos narra cómo Dios aprueba a Job y reprueba a sus amigos. Restituye a Job en los bienes que tenía y trece nuevos hijos, y se dirige airado contra los amigos por haber hablado mal de Él, al contrario de Job; les impone un sacrificio expiatorio y que Job interceda por ellos, ya que éste hablaba bien de Dios por el cauce de su rebeldía, sus protestas y su inconformismo. Quizá, bajo cierta perspectiva, Job era el paladín del Dios profundo, tierno y caritativo, íntimo, neotestamentario y providente, a miríadas de distancia del concepto encasillado de Dios de los tres amigos, fruto de una tradición roqueña.

Por Rafael Villanova

sábado, 23 de julio de 2016

MUJERES DE LA BIBLIA: LA MUJER JUNTO A LA ARTESA

MUJERES DE LA BIBLIA 15: LA MUJER JUNTO A LA ARTESA



“El reino de los cielos es semejante a la levadura que cogió una mujer y la mezcló con tres medidas de harina hasta que toda la masa quedó fermentada” (Mt 13, 33; Lc 13, 20-21).

        En el cuadro de Burmant se ve una mujer con brazos vigorosos, arremangada, junto a una pulida amasadora. Su hija le trae el pequeño recipiente en que fue conservada un poco de levadura de la última hornada. Con toda seriedad y con sumo cuidado ofrece la niña con ambas manos a la madre el contenido precioso del recipiente, necesario para dar consistencia y fuerza a la masa de harina ya preparada en la artesa. La niña siente respeto ante la fuerza misteriosa de aquel puñado de pasta humilde, seca, que ella misma lleva, fuerza que empezará a obrar después de mezclarse con la masa de harina. Toda empezará a moverse y agitarse como si cobrara vida.

        El pintor no podía reproducir más que el proceso exterior. A nadie se le habría ocurrido ver en esta labor ordinaria de la mujer, labor de todos los días, una imagen tan profunda del “reino de los cielos”, si Jesús no nos hubiese abierto los ojos para verla.

Muchas veces había estado de niño, junto a su Madre cuando ella, en la casa de Nazaret, preparaba la masa para el pan de todos los días, para cocerlo después bajo la ceniza caliente o en el horno. Era a la sazón, como también hoy en día en muchos lugares, una de las tareas de la dueña de la casa.

        Para el Mesías, la labor de la dueña de la casa era una imagen de la propia actividad entre los hombres. La transformación obrada en la masa de la harina por la levadura había de mostrar a los oyentes cómo el Reino de los Cielos había de obrarse una transformación del hombre, transformación de dentro afuera.

No han de faltar las manos de mujer cuando se trata de la fuerza íntima de la religión, de su desarrollo en el corazón de los hombres.

        Jesús da a entender particularmente a las mujeres que es el alma individual donde ha de obrar en primer lugar la fuerza de reforma, que el pensamiento cristiano contiene, para que pueda renovarse el mundo según el espíritu de Cristo. Cada mujer, después de “cristianizar” todo cuanto hay en ella, ha de ser levadura en su circulo, levadura que no descansa “hasta que la masa toda ella queda fermentada”, hasta que las personas, la familia y toda la comunidad, adonde llegare su actividad de mujer, sean conquistadas para Cristo y subyugadas completamente por él.




 Por Francisco Pellicer Valero

sábado, 16 de julio de 2016

MUJERES DE LA BIBLIA: MARIA MAGDALENA

MUJERES DE LA BIBLIA 14: MARIA MAGDALENA



        El cardenal Gomá –en su libro “El evangelio explicado”- cuenta cómo la Iglesia latina y la Liturgia sostienen que la pecadora citada en Lc 7, 36-50, la hermana de Marta y de Lázaro y María Magdalena son una misma y única mujer, basándose entre otros argumentos en la cita de Jn 11, 2: “Era esta María la que ungió al Señor con ungüento y le enjugó los pies con sus cabellos, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo.”  

En Lc 8, 1-3 se alude a las mujeres que acompañaban a Jesús y sus discípulos y les proveían de lo necesario con cargo a su propio peculio. Y dice Lucas de María llamada Magdalena que de ella “… habían salido siete demonios”, y Marcos (Mc 16, 9) también afirma que de ella Jesús “…había sacado siete demonios”.

         De ambos textos se deduce un importante dato: María debía haber tenido un primer encuentro con Jesús en que éste había expulsado de ella siete demonios. Podemos pues suponer que ese encuentro, que nadie nos fija en el tiempo, marcó la conversión de la Magdalena que le llevó luego a amar y servir a Cristo.

         En esa ocasión María se encontró con la verdad absoluta, la bondad infinita, la perfección divina, el amor inagotable de Dios, el perdón avasallador de esa bondad infinita, la curación total, la salida del infierno vital para asomar a una luz inextinguible, el perdón definitivo e inalterable, la paz infinita anticipada, la más dulce invitación a la conversión, las gracias inundantes y sobreabundantes que la llevaron a su santificación en vida, el don inmerecido y sobreabundante de la liberación de los demonios y la alegría asfixiante y casi insoportable de sentirse salvada, redimida, santificada, iluminada pero, sobre todo, perdonada.

         Como consecuencia de ese encuentro con Cristo, María se siente cambiada, purificada, respetada, rescatada, dignificada, retrotraída a la inocencia infantil, amada, comprendida, inspirada, iluminada, avasallada por la cegadora bondad de Dios, segura, a salvo del mal…

         Y su reacción subsiguiente es amar incondicionalmente a Jesús. Se convierte en una adoradora enamorada que vive en ese amor en forma real y tangible porque Cristo está presente en su tiempo real.

         Entonces cobran sentido las actitudes de María en las varias ocasiones que recogen los evangelistas.

         * En casa de Simón el fariseo, es ella como testimonia Juan (Jn 11, 2) la que, llevada de su arrepentimiento hacia quien la ha curado y perdonado “de gracia” o regalo, lo adora, derrama sus lágrimas sobre sus pies, los enjuga con sus cabellos y los unge con ungüento precioso, ante el escándalo de los hipócritas como el propio anfitrión. María, mujer íntegra, necesita tocar y acariciar aquellos pies divinos porque su naturaleza se lo exige y realiza la forma perfecta de la adoración, imposible para el hombre.

         * En otra ocasión (Jn 12, 1-8), comiendo Jesús en casa de Simón el leproso –precisamente en vísperas de Ramos-, María aparece en la estancia y derrama el costoso ungüento de nardo, que trae en frasco de alabastro, en la cabeza de Jesús, invadiendo con su aroma toda la estancia, ante el asombro de los presentes y la indignación de Judas a quien Juan califica de ladrón. Y Mateo (Mt 26, 12-13) nos cuenta la profecía de Jesús sobre María: “Derramando este ungüento sobre mi cuerpo, me ha ungido para mi sepultura. En verdad os digo, donde quiera que sea predicado este evangelio en todo el mundo, se hablará también de lo que ha hecho ésta para memoria suya”. Así lo han hecho los hombres durante veinte siglos, y así lo hacemos nosotros hoy con alegría y gozo. Pero también parece que esta mujer, con su transformación milagrosa, haya intuido el fin de Jesús y haya querido tener con él una sublime expresión de piedad y ternura.

         * Luego, en el Gólgota y al pie de la Cruz, María testimonia su fe que lo supera todo, junto con la Madre de Jesús y algunas otras piadosas mujeres, mientras los discípulos huyen, con la honrosa excepción del evangelista Juan.

         * Cuando al día siguiente acude a la tumba con otras mujeres llevada de su amor apasionado de conversa y lleno de entrega, para ungir el cuerpo de Jesús; y cuando halla la tumba abierta y el sudario plegado quizá por los ángeles que allí están, su alma sufre un sublime desconsuelo que manifiesta a los ángeles que se interesan por ella: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (Jn 20, 13).

         Mateo describe esta escena diciendo que iban al sepulcro, donde encuentran a los dos ángeles que les anuncian que Jesús los precede a Galilea. Al ir hacia los discípulos para darles el aviso encuentran a Jesús y dice Mateo literalmente que les dijo: “Salve. Ellas, acercándose, asieron sus pies y se postraron ante Él”.

         María ama a Jesús en espíritu y en verdad, y abraza sus pies en señal palpable de su afecto humilde y agradecido; al hacerlo, realiza un acto de adoración porque ella siempre supo que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, que ha venido a este mundo; fue la síntesis de la contemplación y la adoración.

Por Francisco Pellicer Valero




sábado, 9 de julio de 2016

MUJERES DE LA BIBLIA: MARIA MAGDALENA Y SU ENTORNO MARTA

MUJERES DE LA BIBLIA 13: MARIA MAGDALENA Y SU  ENTORNO

MARTA 


       Lo cuenta Lucas, la invitación que le hace a Jesús una mujer llamada Marta, hermana de María y de Lázaro.
        Por otros evangelistas sabemos que la aldea era Betania, que la casa era la de los tres hermanos y que el alma de la casa era Marta que gobernaba el hogar.
        Allí se refugiaba el propio Jesús, aunque no sepamos con qué frecuencia, en el seno del hogar amigo y acogedor.
        María, hechizada por la palabra de Cristo, está sentada a sus pies, completamente absorta. Está bajo el embrujo de esa presencia y palabra, ausente de todo lo demás, y distraída de cualquier otra persona y circunstancia. Cabe suponer que otras personas, incluido Lázaro el anfitrión, están presentes en esa escena.
        Marta que, junto a sus hermanos, acoge al visitante, anda de aquí para allá preparando la comida y la mesa –bases indeclinables de la hospitalidad- y se afana en que todo esté lo mejor posible, desde la cocina hasta el aposento, y suponemos que, mientras vigila los guisos, orienta y ordena a los criados. Además, todo le parece poco porque sabe que su invitado nada menos que es el Mesías, el Hijo de Dios, que ha venido a este mundo (Jn 11, 27).
        Y también, con absoluta seguridad, añora la presencia y la palabra de Jesús y está con una oreja pendiente de la voz de aquél captando a medias algunas palabras, mientras va y viene, más si se piensa que esa palabra de Jesús no es para las multitudes sino para sus amigos íntimos… O sea, como pequeñas gotas de oro… Marta quizá desea concluir los preparativos para, a su vez, también participar de la palabra eterna, y se duele del encandilamiento y olvido de su hermana.
        Y asistimos a ese diálogo íntimo y lleno de franqueza de Marta y Jesús que culmina con esta frase: “Dile, pues, que me ayude”. Y la respuesta cariñosa de Jesús “Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas... María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada”. La escena concluye con la respuesta de Jesús.
        ¿Qué decir? Marta y María han representado siempre para los exegetas la contraposición entre la vida activa y la vida contemplativa.
        En honor y homenaje de Marta hemos de hacer algunas consideraciones.
        Fr. Justo Pérez de Urbel, en su “Vida de Cristo”, dice que Marta significa señora. Y es cierto que Marta simboliza a cualquier señora de su casa.
        Ningún hogar, ninguna casa y ninguna familia funcionan si no hay en ellos una Marta, una mujer que hace que marido e hijos vayan aseados y dignos; que los hijos conozcan la dulzura imprescindible para su crianza y crecimiento equilibrados; que la casa sea un hogar presentable; que con una energía casi inagotable vigile la colada, la cocina y sus guisos y la salud común, sembrando al mismo tiempo sensibilidad, ternura y alegría donde y cuando son necesarias porque su instinto excepcional, creación de Dios, cuida y dirige esa nave que es el hogar y ese grupo familiar base de la vida y de cualquier civilización.
        Siempre habrá polémica en torno a las personas activas y las contemplativas.
        Aclaremos. Tan importantes son los activos como los contemplativos. Dice San Agustín que Jesús no reprende a Marta; sólo señala diferencia de ministerios.


        El cardenal Gomá, comentando el pasaje, dice que la Iglesia ha dado suma importancia a la vida contemplativa. Pero que cuando debe prevalecer la acción, la misma Iglesia orienta la actividad de sus hijos en ese sentido. Y que…, en días de lucha con el enemigo, han surgido en el campo de la Iglesia pléyades de hombres, de instituciones, que tienen por lema unir la acción a la contemplación. Hacen a la vez la obra de Marta y María. (“El Evangelio explicado”, T. II, p. 112, del Card. Gomá)

Por Francisco Pellicer Valero

sábado, 2 de julio de 2016

MUJERES DE LA BIBLIA: MARIA MAGDALENA Y SU ENTORNO

MUJERES DE LA BIBLIA 12: MARIA MAGDALENA Y SU  ENTORNO
LAZARO, MARTA Y MARIA



El nombre de estos tres hermanos enlaza una tierna historia de amistad y nos lleva a contarla por partes porque no tiene desperdicio. Hoy le toca a Lázaro.

         Lázaro, hermano de Marta y María, era amigo de Jesús. Nada menos que amigo del Señor. No era discípulo. Era creyente –que es lo que importa- y amigo, o sea más que discípulo. El amigo es esa persona única en el mundo, que tampoco es esposa o marido, y que tiene vía directa a nuestro corazón y al mundo de nuestros afectos y nuestros secretos que comparte con lealtad. Es alguien desinteresado, capaz de compartir e intercambiar ideas y pensamientos, aspiraciones y afectos, capaz del don de consejo desinteresado –esa es una de las esencias de la amistad- y siempre disponible.

Es también alguien cuya compañía siempre apetece –unas veces fuera del contexto de la propia familia, y otras dentro de ese contexto-. El amigo o amiga auténtico no puede sustituir al marido o a la esposa, pero comparte un fragmento importante del mundo emocional e intelectual de cualquier ser humano y se goza con nosotros de fiestas, conversaciones, discusiones serenas, lecturas compartidas, opiniones políticas y tendencias de pensamiento. Y su salud nos preocupa como algo propio y hacemos votos por su buena existencia y bienestar.

Estos dos amigos eran Lázaro y Jesús. Jesús nada menos que era Dios, era el Redentor del mundo, el fiador de nuestra eterna salvación, la víctima propiciatoria de nuestra vida celestial.

         ¿Pero quién o qué era Lázaro? Los evangelios nos dan testimonios clarísimos del carácter, del genio o peculiaridades de muchos personajes. Tenemos nociones claras del carácter impetuoso o casi torpe de Pedro, de sus dudas y temores, y de su humildad; de las ambiciones de los “hijos del trueno”; de la altura vertiginosa del pensamiento de Juan, el discípulo amado del Señor, capaz al mismo tiempo de durísimos ataques y calificativos a Judas (“… porque era ladrón”, nos dice de él en su evangelio) y a los fariseos; vemos en Mateo la mente fría y ordenada de contable, en Lucas la ternura humanísima, y el vigor narrativo y restallante de Marcos.

         Pero de Lázaro sólo sabemos que era amigo de Jesús. Nada sabemos de sus prendas personales, simpatía, ingenio o donaire, afabilidad… Fue un auténtico desconocido. Y ese desconocido… ¿qué tendría para alcanzar el alto título de amigo del Señor? Y esto era público y notorio y mereció formar parte de la crónica evangélica. Todos sabían que Lázaro era amigo de Jesús. Y tres de los evangelistas lo destacan y esto ha pasado a ser parte de la historia universal. San Juan nos dice (Jn 11, 5) “Y amaba Jesús a Marta y a María, su hermana, y a Lázaro.” Sin embargo, Lázaro se nos aparece como un mudo. Los evangelistas destacan el amor y la amistad de Cristo y Lázaro, pero ninguno de ellos se molestó en poner en boca de este último ni una palabra… Y otro plano preñado de misterio: el sentimiento humano de Jesús hacia Lázaro debía tener fundamento en factores de conducta y cualidades personales de éste último porque, mientras el respeto a todos es independiente de las cualidades personales, a la amistad se accede por elección de una persona y de todos sus componentes… Y se acompaña del gozo y la fruición de la presencia de esa persona…, tan distintos de la relación de mando con los discípulos… El respeto se acepta pero la amistad se elige libremente. Y ¿de qué hablarían y con qué frecuencia esos dos amigos? ¿Cosechas, ganados, parientes, problemas, del sol y de las lluvias, de la palabra de Dios, de fariseos, saduceos, romanos?... ¡Qué incógnitas tan sugerentes! ¿También se gastarían bromas?

         Y, luego, Juan evangelista va desgranando la bella narración de la muerte y resurrección de Lázaro: el aviso de sus hermanas –Señor, mira que aquel a quien amas está enfermo”-; la muerte del hermano; el retraso providente de Jesús; su llegada y los encuentros con ambas hermanas –“Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.”-; el momento sublime en que el propio Jesús, cediendo a la ley misteriosa de la amistad “se conmovió hondamente y se turbó”, y el grito final omnipotente: ¡Lázaro, sal fuera!


         Y Lázaro, -una vez más silencioso y discreto- regresó de la tumba envuelto todavía en sus vendajes.
Por Francisco Pellicer Valero

sábado, 25 de junio de 2016

LA TEOLOGIA DE UNAMUNO

LA TEOLOGIA DE UNAMUNO       


 De sus datos biográficos se destaca, su nacimiento en Bilbao en 1864. Los primeros años de su vida están enmarcados en el ambiente religioso de su familia. Iniciando sus estudios en filosofía, es influenciado por Hegel y comienza un enfriamiento de su fe religiosa. Terminada su carrera accede por oposición a la cátedra de lengua y literatura griega en la Universidad de Salamanca. Se afilia al partido socialista en 1894. Es designado rector en su Universidad en 1901. Por enfrentamientos con Primo de Rivera es deportado a la isla de Fuerteventura, en 1924. Se evade a Francia, de donde no regresa hasta la caída de la dictadura de Primo de Rivera. Instaurada la República es rehabilitado, otorgándole el cargo de diputado, pero se desencanta por las arbitrariedades de la misma. Se retira a Salamanca y fallece el 31 de diciembre de 1936.

        Se desarrolla en sus escritos la problemática de la lucha de la razón que no puede creer y su corazón que sí quiere y anhela creer.

        Es el más destacado representante de la generación del 98.

        Centra su actividad intelectual y literaria en la única cuestión la inmortalidad personal del hombre concreto que vive y muere y no quiere morir del todo.

        Su fe religiosa es deficiente y penetrada de dudas, agónica.

        Se describe en las “epístolas a Clarín” el motivo de su pérdida de fe, al querer racionalizarla, aunque lleva a Dios en la médula del alma… y siendo hondamente religioso afirma no necesito ser creyente. Expresando con ello su paradójica actitud de fe.

        Merece destacarse su afirmación “Qué triste es después de una niñez y juventud de fe sencilla, haberla perdido en la vida ultraterrena y buscar en nombre, fama y vanagloria un miserable remedo de ella”.

Indica que las tradicionales y tantas veces debatidas pruebas de la existencia de Dios son en el fondo un intento vano… no prueba mas que la existencia de la idea de Dios... (Del sentimiento trágico de la vida). Recalca en la misma obra que debe bastarle a la razón el no poder probar la imposibilidad de su existencia.

        Se muestra crítico contra el dogma católico.

        La única forma valorable para escapar a la aniquilación es tender al Ser en plenitud, al todo.

        En su ensayo “El secreto de la vida” dice que el ser humano solo puede contentarse con el infinito. Es un deseo de ser y pervivir. La vida no tiene sentido sin el Absoluto.

        Rechaza como Kant las pruebas tradicionales de la existencia de Dios, invocando las inmanencias de nuestro espíritu, o sea el ansia de inmortalidad, l sed furiosa de Dios, y de la otra vida.

        En la “oración del ateo” concluye: “Sufro yo a tu costa Dios no existente, pues si tu existieras, existiría yo también de veras”.

        Don Miguel presenta un camino, no una meta. Un camino con muchas bifurcaciones y vericuetos, abierto a múltiples horizontes siendo el lector el que ha de elegir su ruta.

        El problema de Unamuno es que se adentra en temas teológicos sin la debida preparación.


        Manifiesta un estilo de sinceridad y de dignidad intelectual, demostrando el deseo de saber la doctrina que admite y hasta donde se ve obligado a admitirla. Sería conveniente sin embargo saber distinguir en los escritos de Unamuno el grano de la paja y la cizaña, que de todo hay y en abundancia en su obra literaria.

Por Manuel Antonio Martínez Ajado