MUJERES DE LA BIBLIA 14: MARIA MAGDALENA
El cardenal Gomá –en su libro
“El evangelio explicado”- cuenta cómo la Iglesia latina y la Liturgia sostienen que la
pecadora citada en Lc 7, 36-50, la hermana de Marta y de Lázaro y María
Magdalena son una misma y única mujer, basándose entre otros argumentos en la
cita de Jn 11, 2: “Era esta María la que
ungió al Señor con ungüento y le enjugó los pies con sus cabellos, cuyo hermano
Lázaro estaba enfermo.”
En Lc
8, 1-3 se alude a las mujeres que acompañaban a Jesús y sus discípulos y les
proveían de lo necesario con cargo a su propio peculio. Y dice Lucas de María
llamada Magdalena que de ella “… habían
salido siete demonios”, y Marcos (Mc 16, 9) también afirma que de ella
Jesús “…había sacado siete demonios”.
De ambos textos se deduce un importante dato: María debía
haber tenido un primer encuentro con Jesús en que éste había expulsado de ella
siete demonios. Podemos pues suponer que ese encuentro, que nadie nos fija en
el tiempo, marcó la conversión de la Magdalena que le llevó luego a amar y servir a
Cristo.
En esa ocasión María se encontró con la verdad absoluta, la
bondad infinita, la perfección divina, el amor inagotable de Dios, el perdón
avasallador de esa bondad infinita, la curación total, la salida del infierno
vital para asomar a una luz inextinguible, el perdón definitivo e inalterable,
la paz infinita anticipada, la más dulce invitación a la conversión, las
gracias inundantes y sobreabundantes que la llevaron a su santificación en
vida, el don inmerecido y sobreabundante de la liberación de los demonios y la
alegría asfixiante y casi insoportable de sentirse salvada, redimida,
santificada, iluminada pero, sobre todo, perdonada.
Como consecuencia de ese encuentro con Cristo, María se
siente cambiada, purificada, respetada, rescatada, dignificada, retrotraída a
la inocencia infantil, amada, comprendida, inspirada, iluminada, avasallada por
la cegadora bondad de Dios, segura, a salvo del mal…
Y su reacción subsiguiente es amar incondicionalmente a Jesús. Se convierte en una adoradora
enamorada que vive en ese amor en forma real y tangible porque Cristo está
presente en su tiempo real.
Entonces cobran sentido las actitudes de María en las varias
ocasiones que recogen los evangelistas.
* En casa de
Simón el fariseo, es ella como testimonia Juan (Jn 11, 2) la que, llevada
de su arrepentimiento hacia quien la ha curado y perdonado “de gracia” o
regalo, lo adora, derrama sus lágrimas sobre sus pies, los enjuga con sus
cabellos y los unge con ungüento precioso, ante el escándalo de los hipócritas
como el propio anfitrión. María, mujer íntegra, necesita tocar y acariciar
aquellos pies divinos porque su naturaleza se lo exige y realiza la forma
perfecta de la adoración, imposible para el hombre.
* En otra
ocasión (Jn 12, 1-8), comiendo Jesús en casa de Simón el leproso
–precisamente en vísperas de Ramos-, María aparece en la estancia y derrama el
costoso ungüento de nardo, que trae en frasco de alabastro, en la cabeza de
Jesús, invadiendo con su aroma toda la estancia, ante el asombro de los
presentes y la indignación de Judas a quien Juan califica de ladrón. Y Mateo
(Mt 26, 12-13) nos cuenta la profecía de Jesús sobre María: “Derramando este ungüento sobre mi cuerpo, me ha ungido para mi
sepultura. En verdad os digo, donde quiera que sea predicado este evangelio en
todo el mundo, se hablará también de lo que ha hecho ésta para memoria suya”.
Así lo han hecho los hombres durante veinte siglos, y así lo hacemos nosotros
hoy con alegría y gozo. Pero también parece que esta mujer, con su
transformación milagrosa, haya intuido el fin de Jesús y haya querido tener con
él una sublime expresión de piedad y ternura.
* Luego, en el
Gólgota y al pie de la Cruz ,
María testimonia su fe que lo supera todo, junto con la Madre de Jesús y algunas
otras piadosas mujeres, mientras los discípulos huyen, con la honrosa excepción
del evangelista Juan.
* Cuando al
día siguiente acude a la tumba con otras mujeres llevada de su amor
apasionado de conversa y lleno de entrega, para ungir el cuerpo de Jesús; y
cuando halla la tumba abierta y el sudario plegado quizá por los ángeles que
allí están, su alma sufre un sublime desconsuelo que manifiesta a los ángeles
que se interesan por ella: “Se han
llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (Jn 20, 13).
Mateo describe esta escena diciendo que iban al sepulcro,
donde encuentran a los dos ángeles que les anuncian que Jesús los precede a
Galilea. Al ir hacia los discípulos para darles el aviso encuentran a Jesús y
dice Mateo literalmente que les dijo: “Salve.
Ellas, acercándose, asieron sus pies y se postraron ante Él”.
María ama a Jesús en espíritu y en verdad, y abraza sus pies
en señal palpable de su afecto humilde y agradecido; al hacerlo, realiza un
acto de adoración porque ella siempre supo que Jesús es el Hijo de Dios hecho
hombre, que ha venido a este mundo; fue la síntesis de la contemplación y la
adoración.
Por Francisco Pellicer Valero
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