MUJERES DE LA BIBLIA 15: LA MUJER JUNTO A LA ARTESA
“El reino de los cielos es semejante a la levadura que
cogió una mujer y la mezcló con tres medidas de harina hasta que toda la masa
quedó fermentada” (Mt 13, 33; Lc 13, 20-21).
En el cuadro
de Burmant se ve una mujer con brazos vigorosos, arremangada, junto a una
pulida amasadora. Su hija le trae el pequeño recipiente en que fue conservada
un poco de levadura de la última hornada. Con toda seriedad y con sumo cuidado
ofrece la niña con ambas manos a la madre el contenido precioso del recipiente,
necesario para dar consistencia y fuerza a la masa de harina ya preparada en la
artesa. La niña siente respeto ante la fuerza misteriosa de aquel puñado de
pasta humilde, seca, que ella misma lleva, fuerza que empezará a obrar después
de mezclarse con la masa de harina. Toda empezará a moverse y agitarse como si
cobrara vida.
El pintor no
podía reproducir más que el proceso exterior. A nadie se le habría ocurrido ver
en esta labor ordinaria de la mujer, labor de todos los días, una imagen tan
profunda del “reino de los cielos”, si Jesús no nos hubiese abierto los ojos
para verla.
Muchas veces había estado de niño,
junto a su Madre cuando ella, en la casa de Nazaret, preparaba la masa para el
pan de todos los días, para cocerlo después bajo la ceniza caliente o en el
horno. Era a la sazón, como también hoy en día en muchos lugares, una de las
tareas de la dueña de la casa.
Para el
Mesías, la labor de la dueña de la casa era una imagen de la propia actividad
entre los hombres. La transformación obrada en la masa de la harina por la
levadura había de mostrar a los oyentes cómo el Reino de los Cielos había de
obrarse una transformación del hombre, transformación de dentro afuera.
No han de faltar las manos de mujer
cuando se trata de la fuerza íntima de la religión, de su desarrollo en el
corazón de los hombres.
Jesús da a
entender particularmente a las mujeres que es el alma individual donde ha de
obrar en primer lugar la fuerza de reforma, que el pensamiento cristiano
contiene, para que pueda renovarse el mundo según el espíritu de Cristo. Cada
mujer, después de “cristianizar” todo cuanto hay en ella, ha de ser levadura en
su circulo, levadura que no descansa “hasta que la masa toda ella queda
fermentada”, hasta que las personas, la familia y toda la comunidad, adonde
llegare su actividad de mujer, sean conquistadas para Cristo y subyugadas
completamente por él.
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