Antiguo Testamento
En el mundo hebreo y, generalmente, en todo el Oriente Medio, la mujer ocupaba una situación completamente subordinada. Las mujeres estaban recluidas prácticamente de la vida religiosa, algo tan importante paran los hebreos. Ni siquiera estaban obligadas a observar todos los mandamientos, pues estaban relegadas en la trilogía “mujeres-esclavos-niños”, que les dispensaba de determinadas oraciones importantes. No podían estudiar la Escritura. Enseñar a sus hijos la Torá (fe) hubiera sido como enseñarles comportamientos lascivos. Se pensaba entonces que las mujeres eran incapaces de recibir una instrucción religiosa.
En el templo, las mujeres no podían colocarse en el mismo sitio que los hombres. Su patio se encontraba cinco escalones debajo del de los hombres. Y otro tanto sucedía en las sinagogas. Las mujeres estaban separadas por completo, a menudo relegadas a los últimos lugares. Su presencia no contaba, mientras que la de diez hombres bastaba para la celebración del culto. Los hombres, incluso los menores de edad, podían leer la Ley y los profetas. Las mujeres no gozaban de semejantes prerrogativas.
Se comprende, pues, el desprecio de los rabinos por las mujeres. Un rabino no podía dirigir en público la palabra a una mujer. Se decía en el Talmud que era preciso dar gracias a Dios cada día por tres cosas: “Te doy gracias por no haberme hecho pagano, por no haberme hecho mujer, y por no haberme hecho ignorante”.
Nuevo testamento
Basta una lectura superficial de los
relatos evangélicos para constatar que Jesús se sitúa allende los rigorismos.
Aun cuando algunas expresiones concretas parezcan presentarlo como un radical,
Jesús ha de ser enjuiciado desde el conjunto de su mensaje. Y esto evidencia
que siempre antepuso el amor a la ley. Tal actitud viene vertida en una serie
de encuadres donde se clama por la igualdad de todos los seres humanos con la
lógica erradicación de parcelismos.
Jesús en lo que concierne a la mujer, se
ahorró discursos y pasó sin más a la acción. Cuando dio comienzo a su actividad
pública recorrió gran parte de la región galilea proclamando un anuncio de igualdad,
fraternidad y amor. Quien mejor expresa su forma de proceder al respecto, es
sin duda al autor del tercer evangelio: “Iba
proclamando y anunciando el reino de Dios; le acompañaban los doce y algunas
mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades; María
llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana mujer de Cusa,
un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con sus
bienes” (Lc 8, 1-3).
En realidad, este texto lucano no
precisa comentario. En él se indica que Jesús, no solo no evitaba el trato con
las mujeres, sino que incluso se dejaba acompañar por ellas en sus correrías
apostólicas que, según se infiere del contexto, solían durar varias jornadas.
Pues bien, muchas eran las mujeres que compartían de cerca las inquietudes del
maestro Jesús. Tal forma de actuar suponía un visceral rechazo del puritanismo
rabínico. Por otra parte, se explica que loas líderes de la ortodoxia religiosa
repudiaran visceralmente a Jesús. Ningún rabino se había jamás comportado así.
Su solo proceder se erigía en una velada denuncia que ellos no podían menos de
considerar ofensiva.
Por Francisco Pellicer Valero
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