MUJERES DE LA BIBLIA 16: LA HEMORROISA
Los
tres sinópticos cuentan la historia de esta mujer, “con flujo de sangre desde hacía
doce años” (Mt 9, 18-22). Y los tres relatan en el mismo cuadro de
intervención, cuando Jesús va a resucitar a la hija de Jairo. Este contexto
narrativo resulta bastante impresionante. Jesús sana a dos mujeres casi de un
golpe; restaura sus funciones vitales. A una de ellas, la hija de Jairo, le
devuelve todas las energías básicas. A la otra, la hemorroisa, la mujer sin
nombre, le concede la normalización de su ciclo menstrual, una función
fisiológica importante para las mujeres.
“Y una mujer enferma con una hemorragia
desde hace doce años, que había sufrido mucho con varios médicos y gastado toda
su hacienda sin obtener ninguna mejoría, antes había empeorado, habiendo oído
hablar de Jesús, llegóse ante él por entre la multitud y le tocó el manto, pues
ella se había dicho a sí misma: Si yo
logro tocar, aunque sólo sea sus vestidos quedaré curada”.
En efecto, al instante la fuente por
la que perdía su sangre se secó y sintió en su cuerpo que estaba curada de su
enfermedad. En seguida, Jesús, al sentir en sí mismo la virtud que de Él había
salido, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién
me ha tocado? Sus discípulos le contestaron: Ves que la multitud te oprime, ¿y dices que quién te ha tocado? Y
miraba alrededor para ver a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, que
sabía lo que había ocurrido en ella, se acercó asustada y temblorosa, se postró
ante Jesús y le dijo toda la verdad. Él le dijo a la mujer: Hija, tu fe te ha curado, vete en paz y
queda curada de tu enfermedad” (Mc 5, 25-34).
Este relato evangélico nos muestra una
vez más, la función que la fe desempeña en las acciones salvadoras de Jesús. En
el caso de esta mujer es de subrayar que Jesús atiende sobre todo a la
sinceridad y a la fe que demuestra la mujer al superar los obstáculos para
llegar a Él.
Esta figura de la hemorroisa presenta
según muchos Padres (S. Ambrosio, S. Agustín, S. Beda y otros) que la iglesia
de los gentiles, a diferencia de los judíos, se acercó al Señor con fe y fue
sanada. Representa también a toda alma que se arrepiente de sus pecados y se
encuentra en una situación en la cual se mezclan el dolor por su vida pasada,
la reverencia hacia Dios y la firme esperanza en su ayuda.
Por tanto, si nosotros queremos ser
también curados, toquemos con nuestra fe el borde del vestido de Cristo.
Por Francisco Pellicer Valero
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