MUJERES DE LA BIBLIA 18: LA MADRE DE LOS MACABEOS
“Admirable sobre toda consideración
y digna de eterna memoria fue aquella madre que viendo morir en un solo día a
sus siete hijos, lo soportaba con valor porque tenía su esperanza puesta en el
Señor” (2 Mac
7, 20).
Ninguna frase
mejor que esta puede encabezar la vida de esta mujer bíblica, sin nombre y sin
más historia conocida por el gesto heroico de ver morir a sus 7 hijos y de
morir ella misma entre horrendos tormentos, víctimas todos ellos del odio
sectario de Antíoco IV, llamado el Epifanes, octavo rey de la dinastía de los
Seléucidas.
Este rey fue
para los judíos un rey impío y cruel y un perseguidor fanático de su religión;
quiso reunir a todos sus súbditos bajo un solo idioma, una sola ley y una sola
religión, decretando pena de muerte contra quienes se negasen a ello.
Todo esto
provocó la rebelión de los Macabeos. A esta apostasía quería obligar a una
mujer viuda que tenía siete hijos. Para intimidarlos y conseguir así más
fácilmente que comieran carne de cerdo el rey ordena azotarlos a todos y
también a su madre.
El hijo mayor
en nombre de todos declara que están dispuestos a morir antes que quebrantar
las leyes de su religión. La actitud valiente del joven enfurece de tal manera
al rey que ordena preparen y pongan al rojo vivo sartenes y calderas, que le
corten la lengua, le arranquen el cuero cabelludo y le amputen los pies y las
manos; cuando todavía vive manda que lo tuesten en la sartén. Aquel espectáculo
horripilante sería más que suficiente para doblegar cualquier resistencia
humana. Así probablemente pensaba el rey. Pero se equivocaba. Todos juntos en
torno a la madre se animan mutuamente con generosidad, recordando aquellas
palabras de Moisés: “Dios se apiadará de sus siervos”. En ellas encuentran el valor
y la fuerza necesarios para arrostrar el martirio.
Muerto el
primero, los verdugos se llevan al segundo. Le arrancan la piel de la cabeza.
Con igual entereza que su hermano se niega a comer la carne de cerdo y le
aplican el mismo castigo. Antes de exhalar el último suspiro, pronuncia unas
palabras que revelan su fe inquebrantable en la resurrección, y que son tanto
más importantes cuanto que antes de ese momento nunca se había oído una
afirmación tan explícita de esa creencia: “Tú, criminal, nos privas de la vida
presente, pero el rey del mundo nos resucitará a una vida eterna a los que
morimos por sus leyes.” El tercero fue aún más valiente, si cabe. Nada
más pedírselo, presenta la lengua y tiende las manos al verdugo para que se las
corte, y lo hace con tal decisión que sorprende al rey y a sus acompañantes. Da
la impresión de que nada le importaban los dolores.
Idéntica
entereza, igual decisión, el mismo valor demuestran los siguientes, que fueron
sucumbiendo uno tras otro a fuego lento en la horrible sartén.
La historia
termina con esta lacónica y estremecedora frase: “La última en morir, después de
sus hijos, fue la madre”.
La enseñanza
que se deriva de esta historia es especialmente profunda y valiosa. Nunca se
había hablado con tanta claridad en el Antiguo testamento sobre la resurrección
de los muertos: “El Rey del mundo nos resucitará a una vida eterna a los que morimos
por sus leyes… Es preferible morir a manos de los hombres, poniendo la
esperanza de ser resucitado de nuevo por Él”.. (2 Mac 7, 23; 7, 14).
Por Francisco Pellicer Valero
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