“La
confianza hecha oración”
El
Salmo 62 es uno de los más utilizados en la Liturgia de las Horas, ya sea en el
Oficio Coral o en el recitativo privado, dado que se integra en las Laudes del
Domingo de la I Semana, de las Fiestas y de las Solemnidades. El motivo: es un
Salmo cum jubilo en el que estalla la
alegría del salmista en medio de la asamblea litúrgica.
La
acción arranca en la madrugada, refiriendo la nostalgia de la presencia de Dios,
de su templo, expresada por la premura que imprime a esa necesidad del
encuentro: "por ti madrugo"; el ansia del salmista se manifiesta por
medio de una intensa corporeidad: "mi alma está sedienta de ti, mi carne
tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua".
A
lo largo de la jornada, la fortísima experiencia del culto, de la presencia de
Dios, se expresa en un elevado canto de alabanza, en la alegría de la fiesta,
en la oración de invocación que el orante comparte con la asamblea en puro
gesto de unidad, de participación, en que se resta importancia a la propia vida
ante la gracia divina porque ha experimentado profundamente la más íntima unión
con Dios.
El
día de fiesta ha transcurrido en una vivencia religiosa que fundamenta una
nueva esperanza, una alegría nueva. La intimidad da paso a una noche de
meditación de abandono confiado en las
manos de Dios.
Si
bien la jornada sálmica transcurre en la solemnidad cultual del templo, de la
liturgia festiva, esta oración nos invita a extender a nuestra vida cotidiana,
a nuestro día a día, el culto espiritual y la experiencia del amor. Todos
nuestros sentidos atentos a la contemplación y a la meditación del acto
litúrgico y a la comunión asambleística.
El
deseo de Dios que nos invade como necesidad vital, la búsqueda de su
protección, la seguridad de sentirnos sostenidos en su mano firme, revela la
confianza comunitaria en su amor precioso y conmovedor. La seguridad de
hallarse bajo su sombra protectora afectará y determinará todo lo que hagamos
en nuestro día.
Pero
todo nos lleva a concluir que desaparecidos nuestros miedos y saciados en
nuestra "sed" y en nuestra "hambre", el alimento que nos
re-crea y nos forma, que nos engendra como hombre nuevo, en el que hemos llegado al
encuentro más vital con nuestro Señor y Creador: la Eucaristía, la suprema
acción de gracias, en que todos nuestros anhelos quedan saciados. Porque si hay
algo que por encima de todo hace que "mi alma esté unida a Ti" es
precisamente la Eucaristía.
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