La alegría pascual
Estimados
hermanos en Cristo: la Pascua
de Resurrección nos invita a la paz y al gozo. La alegría pascual nada tiene
que ver con la alucinación de un carnaval en que se cierran los ojos a muchas
cosas o solo se miran por el lado alegre. La alegría pascual es lúcida y tiene
valor para mirarlo todo frente a frente, incluso la muerte, pues estriba en la
vida de Jesús que supera la muerte (1 Cor 15, 55 s).
Una
característica especial de esta alegría es la de estar relacionada con el
perdón de los pecados. El bautismo y la confesión, ha traído a los que asisten a la vigilia pascual
el perdón de Jesús: “Si en alguna parte del mundo hay alegría es el corazón puro” (Imitación de Cristo).
La alegría que nos da la Pascua es la alegría más
auténtica que existe en el mundo. Para expresar algo de ella, la comparó Jesús
al gozo de la madre que ha dado a luz un hijo (Jn 15, 21-22). Esta alegría es
fruto del Espíritu Santo; por ello está emparentada con el nuevo soplo de Jesús
sobre los Apóstoles el día de Pascua.
Como
otro don cualquiera del Espíritu Santo, tampoco esta alegría es ajena a los
influjos terrenos. Lo sobrenatural no destruye lo natural, sino que lo eleva y
completa. Así, en esta experiencia pascual influye todo lo que crea ambiente,
desde la salud física hasta la música. Sin embargo jo más íntimo de ella es la
paz, cuya fuente es el Señor resucitado: “La paz os dejo, os doy mi propia paz, paz
que el mundo no puede dar” (Jn 14, 27).
Un signo de la calidad divina de nuestra alegría es que nadie nos la
puede arrebatar. En el dolor, en la perturbación, en la angustia y desolación,
algo de esta paz permanece en el fondo de nuestro espíritu. “Y
esa alegría vuestra nadie os la quitará” (Jn 16, 22).
Como obra de Dios, nuestra paz y la medida en que la experimentamos
depende del don de Dios. Mas, por lo general, las grandes fiestas de la Iglesia son para quienes
sinceramente buscan al Señor, fuente de auténtica alegría.
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