JUEVES SANTO
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Jeremías 20, 2-18
Ansiedades del profeta
En aquellos días, Pasjur, hijo de Imer, comisario del templo del Señor, hizo azotar al profeta Jeremías y lo metió en el cepo que se encuentra en la puerta superior de Benjamín, en el templo del Señor. A la mañana siguiente, cuando Pasjur lo sacó del cepo, Jeremías le dijo:
–El Señor ya no te llama Pasjur, sino Cerco de Pavor; pues así dice el Señor: «Serás el pavor tuyo y de tus amigos, que caerán a espada enemiga, ante tu vista; entregaré a todos los judíos en poder del rey de Babilonia, que los desterrará a Babilonia y los matará con la espada. Entregaré todas las riquezas de esta ciudad, sus posesiones, objetos preciosos, los tesoros reales de Judá a los enemigos, que los saquearán, los cogerán y se los llevarán a Babilonia. Y tú, Pasjur, con todos los de tu casa, iréis al destierro, a Babilonia; allí morirás y serás enterrado con todos tus amigos, a quienes profetizabas tus embustes».
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día; todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción». La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije:
«No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.
Oía el cuchicheo de la gente: «Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo». Mis amigos acechaban mi traspié: «A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él».
Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará. Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos, porque a ti encomendé mi causa.
Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos.
Maldito el día en que fui engendrado, el día en que mi madre me parió no sea bendito. Maldito el hombre que anunció a mi padre: «Te ha nacido un varón», dándole una gran alegría. Ojalá hubiera sido ese día como las ciudades que el Señor destruyó sin compasión; escúchese un clamor por la tarde, un alarido al mediodía. ¿Por qué no me mató en el vientre? Habría sido mi madre mi sepulcro, su vientre, preñado por siempre. ¿Por qué salí del vientre, para pasar trabajos y acabar mis días derrotado?
SEGUNDA LECTURA
San Agustín de Hipona, Sermón 23 A, sobre el antiguo Testamento (2-3: CCL 41, 322)
El que era inmortal se revistió de mortalidad
para poder morir por nosotros
para poder morir por nosotros
Apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atravería uno a morir. Es posible, en efecto, encontrar quizás alguno que se atreva a morir por un hombre de bien; pero por un inicuo, por un malhechor, por un pecador, ¿quién querrá entregar su vida, a no ser
Cristo, que fue justo hasta tal punto que justificó incluso a los que eran injustos?
Ninguna obra buena habíamos realizado, hermanos míos; todas nuestras acciones eran malas. Pero, a pesar de ser malas las obras de los hombres, la misericordia de Dios no abandonó a los humanos. Y siendo dignos de castigo, en lugar del castigo que se merecían, les gratificó la gracia que no se merecían. Y Dios envió a su Hijo para que nos rescatara, no con oro o plata, sino a precio de su sangre, la sangre de aquel Cordero sin mancha, llevado al matadero por el bien de los corderos manchados, si es que debe decirse simplemente manchados y no totalmente corrompidos. Tal ha sido, pues, la gracia que hemos recibido. Vivamos, por tanto, dignamente, ayudados por la gracia que hemos recibido y no hagamos injuria a la grandeza del don que nos ha sido dado. Un médico extraordinario ha venido hasta nosotros, y todos nuestros pecados han sido perdonados. Si volvemos a enfermar, no sólo nos dañaremos a nosotros mismos, sino que seremos además ingratos para con nuestro médico.
Sigamos, pues, las sendas que él nos indica e imitemos en particular, su humildad, aquella humildad por la que él se rebajó a sí mismo en provecho nuestro. Esta senda de humildad nos la ha enseñado él con sus palabras y, para darnos ejemplo, él mismo anduvo por ella, muriendo por nosotros. En efecto, no habría muerto, si no se hubiera humillado.
¿Quién hubiera podido matar a Dios, si Dios no se hubiera humillado? Y Cristo es Hijo de Dios, y el Hijo de Dios es ciertamente Dios. El es el Hijo de Dios, la Palabra de Dios, de la que dice Juan: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada. ¿Quién hubiera podido matar a aquel por quien se hizo todo y sin el que no se hizo nada? ¿Quién hubiese podido matarlo, si no se hubiera humillado? ¿Y cómo se humilló?
Dice el mismo Juan: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Pues la Palabra de Dios no hubiera podido sufrir la muerte. Para poder morir por nosotros, siendo como era inmortal, la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros. Así, el que era inmortal, se revistió de mortalidad para poder morir por nosotros y destruir nuestra muerte con su muerte.
Esto fue lo que hizo el Señor, éste es el don que nos otorgó. Siendo grande, se humilló; humillado, quiso morir; habiendo muerto, resucitó y fue exaltado para que nosotros no quedáramos abandonados en el abismo, sino que fuéramos exaltados con él en la resurrección de los muertos, los que, ya desde ahora, hemos resucitado por la fe y por la confesión de su nombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario