DIOS EN EL ARTE (IV)
Tratábamos en el artículo anterior (3) del arte cristiano.
Los escritores eclesiásticos de los siglos II y III, no obstante tener presente
que el segundo mandamiento de la ley mosaica prohibía las imágenes o esculturas
representativas de lo divino, predicaban que no había inconveniente en la
representación de lo divino puesto que el Verbo, o la Palabra , segunda persona
de la Santísima
Trinidad , se había hecho hombre, un ser material, al que se
le podía ver y tocar. El dogma cristiano de la Encarnación , el
misterio de Dios nacido de mujer , es el que fuerza a la aparición de los
iconos, de la imágenes, de las esculturas, de los “belenes”.
El riesgo del
antiguo pueblo de Israel de que sus gentes cayesen en la idolatría de los
muchos dioses de las regiones vecinas, dio lugar a ese famoso precepto del
segundo mandamiento de la Ley
de Dios: “No te harás escultura ni imagen alguna de cuanto hay arriba en el
cielo ni de lo que hay abajo en la tierra o en las aguas” Es natural que los
primeros cristianos, que habían salido del pueblo judío, lo tuvieran en cuenta.
Ya vimos más atrás cómo el emperador León III de Bizancio, decidió suprimir las
imágenes y las razones por las que actuó así.
Pero la nueva
religión, el Cristianismo, se sale de Israel y se extiende por el mundo helenizado,
y no puede desligarse de la cultura de Grecia y de Roma, de la cual conocemos,
entre otros ejemplos artísticos de la época, las magníficas pinturas de Apeles
y Polignoto, los mosaicos romanos de Pompeya y Herculano, y contemplamos
también cómo en las catacumbas aparecen no sólo símbolos sino también pinturas
parecidas a aquéllas, aunque más modestas.
Opuestos a las
imágenes en los primeros tiempos habían sido, entre otros:
SAN IRENEO
(130-208), oriental de Asia Menor que pasó a occidente y fue obispo de Lyon; ve
en la imaginería religiosa una costumbre pagana y condena a los que usan para
el culto dichas imágenes.
TERTULIANO
(155-220) recuerda a los fieles la tradición mosaica aunque admite algunos
símbolos, como la serpiente de bronce en el desierto o los dos ángeles sobre el
arca de la alianza.
CLEMENTE DE
ALEJANDRIA (150-220) ataca la obscenidad de las estatuas paganas, censura a los
artistas a los que llega a calificar de estafadores…
ORIGENES
(185-254) rechaza las imágenes materiales; dice que la única es el propio
hombre en cuanto hecho a imagen y semejanza de Dios.
A pesar de
todo ello, el símbolo, la alegoría y la figura después, incluso la escena
histórica, fueron apareciendo en las catacumbas y en las losas de los
sarcófagos, ganando terreno la imaginación y sensibilidad de los cristianos.
La teología y
la sana doctrina aceptan las imágenes y toda clase de representaciones de
escenas históricas de la Biblia ,
viendo en ellas simplemente un recordatorio, como una foto de familia que
incita al recuerdo y al amor, foto que incluso besamos con cariño a veces, sin
que todo ello suponga, ni mucho menos, una veneración a la misma foto, a la
representación que es sólo de cartón, piedra , madera o metal. Puede haber
casos hoy día en que se incurra en excesos de culto popular hacia alguna
imagen, pero eso se debe a una falta de auténtica formación religiosa; son
manifestaciones más culturales que “cultuales” , más folklóricas que
religiosas.
No pretendemos
hace un tratado de historia del arte, sino un estudio de éste en su relación
con lo divino. Autorizada por la religión cristiana la representación material
de los misterios, se suceden las escuelas en la pintura, la arquitectura, la
escultura, la música y se pasa de arte prerrománico, al románico, y luego al
gótico, mientras por el oriente cristiano se desarrolla el estilo bizantino,
que también influirá en el románico, como el mudéjar en nuestra tierra;
anotamos en capítulo anterior el
movimiento iconoclasta surgido de la
Reforma protestante y la reacción católica que se manifiesta
en la eclosión barroca de las imágenes, de los templos, de la pintura, de la
música polifónica, etc.
Si algo ha
caracterizado el arte cristiano de nuestra tradición multisecular es la
sublimidad de su objeto. Es el oscurecimiento voluntario del sujeto, del
artista, ante la sublimidad de tema que ha creado. (Ejemplo cercano: los oleos
de Maella en la capilla del beato Gaspar Bono en la iglesia parroquial de San
Miguel y San Sebastián, ni siquiera los firma. Se sabe que son suyos por
documentación histórica y por su estilo). El artista cristiano occidental, y
más aún el oriental es, como dice el tratadista Juan Plazaola S.J., “poseído”
por el objeto. El tema está en un primer plano y en segundo plano, el artista.
El arte moderno
occidental se ha caracterizado, en cambio, por una progresiva afirmación del
“yo”. Después de los siglos del Medioevo
en que los grandes artistas se ocultaban en el anonimato de los gremios, el
humanismo del Renacimiento trajo ya la aparición del artista profesional.
Durante mucho tiempo esta exaltación del individuo estuvo frenada por una
concepción del arte rigurosamente normativa y académica. Con el Romanticismo el
artista empezó a romper las amarras de los cánones clásicos hasta llegar a no
admitir más ley que la de la “necesidad interior” del artista.
José Mª Catret
Fotos: Mª del Carmen Feliu
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