HOMILIA. DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO. 6 OCTUBRE 2013
“La
fe produce la oración y la oración, a su vez, la firmeza de la fe”. (S, Agustín
de Hipona)
“La fe, para ser auténtica, debe ser amor que se
entrega”. (Teresa de Calcuta)
La fe tiene sus raíces en la vida misma y hace posible
toda vida humana, digna de este nombre, pues la fe es, ante todo, la confianza
original del ser humano en la vida. Desde que nacemos, vivimos de la confianza,
en primer lugar, en nuestros padres y, por extensión, en las personas que vamos
conociendo a lo largo del camino. La propia identidad como persona no se forma
de la nada, junto a nuestra libertad, se va fraguando en las relaciones
recíprocas con quienes vamos caminando, entre lo que recibimos y damos. Vivimos
de la fe y damos la vida por ella.
Habacuc -primera lectura- acompañó a su comunidad en
tiempos difíciles de crisis, cuando ellos desanimados, se veían hundidos y
abandonados de Dios a quien habían ofrecido cosas y ritos, pero no su corazón. Por
eso el profeta refleja, en frases lapidarias, la crítica a una fe que no sirve
para nada si no es expresión de la vida y de los sentimientos humanos. Dios
está acostumbrado, por desgracia, a que los humanos lo traicionemos con
nuestras ilusiones. Cuando nos damos cuenta decimos ¿Y ahora quién nos ayudará?
Menos mal que Dios es siempre fiel y, a pesar de todo, ahí está, esperándonos.
Los interlocutores de Jesús en el relato evangélico de
hoy son los apóstoles, los principales amigos y los más allegados a Jesús. De
éstos, y es lo sorprendente, es de quienes sale la petición: Auméntanos la fe.
Es consolador ver que son los apóstoles los que tocan la fragilidad de la fe.
Tantas veces desfallecemos o nos pasan por la cabeza ideas que nos hacen
tambalear un poco en la postura de fe.
En la respuesta, Jesús no define la fe, ni les aumenta
la fe. Les señala el camino para permanecer en la fe. Este camino es la
perseverancia en la obediencia a Dios. Porque la fe no aumenta por gramos, ni
por metros, ni por litros... No hay medida para la fe. No hay cantidades para
la fe. La fe y el aumento de la fe es la apertura y disponibilidad a Dios,
dejar hacer a Dios en nuestra vida.
Para resaltar la disponibilidad, Jesús emplea la
imagen del siervo que trabaja en el campo. El siervo es siervo en el campo y
cuando llega a casa. El siervo no exige nada al amo. Es lo que tenemos que
hacer.
Tal vez es fácil decir esto, pero hay que reconocer
cómo en la vida nos sale esa parte de ateísmo que llevamos dentro y que nos
lanza a indicar a Dios lo que tiene que hacer. Nos hacemos consejeros de Dios,
y lo que se nos pide es estar a su servicio. Queremos saber el final y las
etapas del camino para hacer el camino. Lo que se nos pide a los creyentes es Obediente
confianza. Esa confianza que sabe que Dios siempre conduce a buen puerto, que
Dios tiene salidas que nosotros no conocemos ni tenemos derecho, por el hecho
de ser creyentes, a pedirle que nos las adelante. Pienso que dejamos de ser
creyentes cuando, de alguna manera, le pedimos que nos adelante el final, lo
que va a pasar. Sí, la fe nos lleva a confiarnos al otros y a confiar en el
otro. Lo digo de otra manera: Tenemos derecho a vacilar, dudar en la fe.
Tenemos derecho a confesar la poca fe que hay en nosotros. Pero si queremos aumentar
la fe, sólo nos resta una cosa: cuidar y mejorar la obediencia a Dios.
"En el origen de nuestra existencia hay un
proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir
arraigados en la fe, porque la fe no es la simple afirmación de unas verdades
abstractas, sino una relación íntima con Cristo" Benedicto XVI
Pablo, anciano ya y enfermo -segunda lectura- anima a
otros cristianos, como Timoteo, a seguir su tarea personal de anunciador del
Evangelio. No lo hace pensando en que se haga cura como entendemos hoy
nosotros, sino a que sea un cristiano entusiasta, convencido y se entregue a la
invitación que Dios nos hace a todos, a ser difusores de su perdón y su
misericordia. Le anima a hacerlo con palabras que recojan el significado religioso
y humano que tienen, pero que, a la vez, sean comprendidas por quienes le
puedan escuchar. Tenemos, pues, una bonita tarea: Traducir el mensaje para que
los jóvenes lo entiendan.
Creo -voy terminando- que la fe tiene una virtualidad
importante: da consistencia a la vida y le da futuro precisamente cuando más
difíciles son las circunstancias. Por eso, en el evangelio escuchamos una
súplica de los discípulos de Jesús: "¡Auméntanos la fe!". Esta ha de
ser también hoy nuestra súplica: ¡auméntanos la fe!, agranda nuestra confianza
en ti y en el Padre, fortalece nuestra adhesión a tu proyecto de salvación y de
vida para todos.
Transforma con tu pan nuestro interior y aclara
nuestros ojos con la fe. Que seamos portadores de tu alegría y que la
esperanza, junto con el amor, sea nuestro distintivo como cristianos. Que así sea.
Alex Alonso Gilsanz
Párroco de Santiago Apóstol. Ermua -Vizcaya-
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