LOS
SUEÑOS DE JESÚS
Costó mucho, en los primeros siglos de la
Iglesia, establecer un cuerpo doctrinal a qué atenerse. Las herejías de
aquellos años fueron como dolores de parto, por los que hubo que pasar para
conseguir la tranquilidad de doctrina con la que se ha conseguido levantar la
teología. Por fin, llegamos a saber que Jesús era verdadero hombre, en todo
semejante a nosotros menos en el pecado. Y como tal hombre, participaba de las
peculiaridades del hombre entre las cuales está la de soñar, tener sueños. Y
cuando un hombre sueña, sueña con algo grande. Jesús tuvo pues, grandes sueños.
No es una atribución caprichosa o exagerada. Está en los evangelios.
Jesús dejó escapar uno de esos sueños en
una oración al Padre. Hablaba de los que en el futuro creerían en él, y soñó
con esto: "Que todos sea uno, como tú Padre estás conmigo y yo contigo;
que también ellos estén con nosotros" (Jn. 17,21), y se ensimismaba y
gozaba con ese pensamiento: "yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste,
la de ser uno como lo somos nosotros" (v. 22). Pero tarda en ser una
realidad: era un sueño.
Llevaba también otro sueño profundamente
metido en su corazón. Iba a levantar una gran empresa. Una gran empresa que
diera que hablar: Tengo muchas ovejas, que son mías, y ellas me conocen
perfectamente. Pero, "tengo
otras ovejas que no son de éste redil; también a esas las tengo que conducir, y escucharán mi voz, y se
hará un solo sólo rebaño y un
solo pastor" (Jn. 10,14-16). Ahí queda eso.
¿Desde cuándo acariciaba Jesús estos
sueños? ¿Nacieron durante su predicación, o los traía de pequeño? Alguno por lo
menos debió surgir sobre la marcha y a corto plazo como en este ejemplo: Pedro
y Juan se fueron, encontraron lo que Jesús les había dicho, y prepararon la
cena de Pascua. "Cuando
llegó la hora, se puso Jesús a la mesa con los apóstoles", y les dijo: "¡cuánto he deseado cenar con vosotros ésta Pascua
antes de mi pasión!" (Le. 22,14-15), y en la continuación iba envuelto otro
sueño: "esta
cena tendrá cumplimiento en el reino de Dios"
Pero el sueño más bello de Jesús, lo que
pedía al Padre ininterrumpidamente, donde mejor se veía él retratado, es en las
tres primeras peticiones del Padrenuestro. Dijo en primer lugar: Padre,
santifica tu nombre, y lo que quiso decir, usando un circunloquio propio de los
judíos, estaba contenido en la frase "santificado sea
tu nombre", cuyo sentido era: el que ha de santificar
el nombre de Dios, es Dios mismo. Jesús, el Hijo, le pide al Padre que haga
resplandecer la santidad y la gloria que hay en Él, porque es la gloria en la
que Jesús ha de volver.
En el mismo sentido prosigue: Padre, trae
tu reino. Haz que el reino tuyo cunda en la tierra, puesto que eres tú sólo el
que lo puede realizar. Y finalmente, lo que le pide en la tercera petición, es
esto: Padre, implanta tu voluntad en la tierra lo mismo que ocurre en el cielo.
Es el cuadro en el que Jesús se ve a sí mismo, porque el Padre y él son uno.
Ángel
Aguirre Alvarez. Consiliario.
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