“Tomando
por guía el Evangelio”
Las
primeras palabras de la Regla de San Benito, en su Prólogo, son ya una
invitación a detener el tiempo, tal como lo entiende el mundo, para adentrarnos
en una espiritualidad de sello contemplativo: “Escucha, hijo…”, “…inclina el
oído de tu corazón”; como quien propone preparar el terreno para una siembra
que, en manos de Dios, ha de ser fecundamente fructífera. Y, “Recibe con agrado
y cumple la exhortación del padre espiritual”, con lo que el terreno ya
preparado por la escucha se abre a la recepción de la semilla de la Palabra en
terrones mullidos que anticipan la alegría de la siega.
Es
condición necesaria para la recepción de esa semilla cumplir con lo que nos
dice la Escritura: “Ya es hora de despertarnos del sueño” (Rm 13, 11). Es hora
de estar atentos y con la escucha receptiva dejar abiertos los ojos, los oídos
y el corazón al tiempo de dejarse penetrar por la inefable luz de la Vida. El
fruto de la escucha será un diálogo en el que el Padre nos convoca, e incluso
nos provoca, a la reconciliación por medio del que es la Palabra; sólo nos pide
a cambio voluntad de asumir su regalo abandonándonos en su seguimiento: “Y,
buscándose el Señor un obrero entre la multitud a la que lanza su grito de
llamamiento, vuelve a decir: “¿Hay alguien que quiera vivir y desee días
prósperos?” Si tú, al oírle, le respondes: “Yo”, otra vez te dice Dios: Si
quieres gozar de una vida verdadera y perpetua, “guarda tu lengua del mal; tus
labios de la falsedad; obra el bien, busca la paz y corre tras ella”.” (R.B.
Prol.).
Aprender
a escuchar es el primer y necesario paso para salir al encuentro del Dios que
habla, del Dios que salva. Pero también requiere este encuentro de una fe
valiente y acrisolada que camina por una senda cuajada de buenas obras “tomando
por guía el Evangelio” para que no tengamos que identificarnos con aquel joven
rico a quien “Jesús lo miró con amor y le dijo: Sólo te falta una cosa.” (Mc
10, 21).
Sólo
tras desprendernos de las ataduras del mundo seremos capaces de dejarnos
interpelar y de dejarnos guiar en su camino, siguiendo sus huellas, sus
mandatos (Sal 118, 32). Aquí la Regla de San Benito nos llama a la construcción
del edificio que asienta sobre la roca firme de la obediencia a los mandatos y
preceptos del Señor diciendo “Vamos a instituir, pues, una escuela del servicio
divino.” (R.B. Prol), porque
“La voluntad del Señor es pura
“La voluntad del Señor es pura
Y eternamente estable;
Los mandamientos del Señor sor
verdaderos
Y enteramente justos” (Sal 18).
La esperanza
alimentada en los surcos del terreno que trabajamos con dificultad pero con
paciencia, producirá una estabilidad en la construcción de nuestra casa que ni
vientos, ni lluvias, ni torrentes podrán sacudirla (Mt 7, 24-25). Ni la cosecha
se verá malograda porque el terreno ha sido preparado y hecho fértil a la
recepción del Evangelio (Mt 13, 8-9 y 23).
Texto y fotografía: Mª
del Carmen Feliu Aguilella
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