LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XV)
PERDONANOS NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIEN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN (I)
- Esta es la petición que tiene una formulación más larga de toda la
oración dominical . Consta de dos partes:
a) .- La primera es la petición propiamente dicha.
b) .- La segunda es un complemento que expresa el
compromiso que asume quien hace la plegaria.
A lo largo de todo el Padrenuestro, la voluntad por
parte del que ora de colaborar con Dios para que se realice cuanto pide, está
implícitamente en cada una de las plegarias, pero sólo en ésta se manifiesta
explícitamente.
Esta quinta petición es la única que Jesús comenta a
renglón seguido (Mt 6, 14).
I.- ¿OFENSAS
O DEUDAS?.-
Durante mucho tiempo
se ha usado el vocablo deudas; actualmente decimos ofensas. Según Benini (“Orar
el Padrenuestro”, p. 151) en arameo la palabra “deuda” tiene un significado muy
amplio: incluye la culpa y el pecado, y todo lo que debíamos hacer y no hemos
hecho. Es más que la ofensa, porque incluye los pecados de omisión. No basta
con no haber cometido injusticias. Dice Jesús: “Vosotros sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto“
(Mt 5, 48).
II.- UNIVERSALIDAD
DEL PECADO.-
El hombre tiene una
naturaleza pecadora: “Yo nací en la culpa
y en pecado me concibió mi madre“ (Sal 51,7). “No hay nadie que obre bien, ni uno solo“ (Sal 14,3). “Todos pecamos de muchas maneras“ (Sant
3,2). Todos somos culpables (Job 15, 15-16). “Hasta los santos pecan siete veces al día” (Prov 24 ,16). Un
cristiano sin conciencia de pecado es un imposible. El hombre peca todos los
días con pecados de comisión o de omisión.
La comunidad cristiana es una comunidad de pecadores,
que están constantemente pidiendo perdón y perdonándose unos a otros. La
Iglesia es santa porque su fundador es santo y porque es capaz de santificar,
pero ella es pecadora desde su origen y desde su cabeza; S. Pedro, el primer
papa, cometió uno de los pecados más graves: afirmar que no conocía a Jesús (Mt
26, 69-75), y el mismo Jesús, en otra ocasión lo comparó con Satanás (Mt 16,
23).
El pecador se
siente acompañado en el pecado y es uno de tantos en la infinita lista de
pecadores, lo cual no debe servirle de consuelo, sino de comprensión, de
solidaridad y de generosidad en las relaciones humanas y a la hora de conceder
el perdón (Martín Nieto, “El Padrenuestro”, pag. 164).
III.- ORIGEN
DEL PECADO Y SU GRAVEDAD.-
El
pecado está en nosotros, tiene profundas raíces en nuestra naturaleza humana;
penetra en el corazón del hombre, obstaculiza su capacidad de darse y pervierte
su relación personal con Dios.
1.- El pecado consiste en romper las relaciones con
Dios.- El pecado no es tanto
una ley que se viola cuanto una relación de amor que se rompe; cuando se peca
es la Persona misma de Dios la que resulta rechazada y herida. La maldad del
corazón humano consiste precisamente en rechazar a Dios, en hacerse refractario
a su amor, en no ofrecerle la entrega completa de nosotros mismos. La expresión
bíblica más clara del pecado es la idolatría (Rom 1, 18-23).
El pecado es:
- Una iniquidad con el Dios de la justicia (Am 8,
4.7).
- Una infidelidad con el Dios del amor ( 1 Jn 4 , 16
).
- Una ingratitud con el Dios de la generosidad (Is 5,
1-7).
Esta verticalidad del pecado, a veces se traduce en un
intento fatuo de querer ser como el mismo Dios (Gen 3,5).
2.- El pecado es también una ruptura con la
sociedad.- El aspecto
horizontal afecta también a la esencia del pecado, por dos razones
fundamentales:
a).- Porque la
ruptura con Dios, el Creador, conlleva el deterioro e incluso el rompimiento
con el hombre.
b).- Y porque la
mayoría de los pecados son atentados contra los derechos fundamentales del
hombre.
3.- El pecado es, asimismo, una ruptura con uno
mismo.- El pecado rompe el
equilibrio, que debe existir siempre en la persona, la armonía del cuerpo y el
espíritu. Supone la negación de la propia identidad, el desquiciamiento moral y
psicológico. Con el pecado el hombre se aniquila a sí mismo, se convierte en
vanidad (Jer 2,5), se encierra en su endurecido corazón (Is 6,10) de piedra (Ez
11,19), en su cabeza dura (Ex 32,9) y con los oídos taponados (Jer 6,10).
Por Francisco Pellicer Valero
Foto: Mª del Carmen Feliu Aguilella
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