ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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domingo, 31 de agosto de 2014

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XV)

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XV)


PERDONANOS NUESTRAS OFENSAS COMO  TAMBIEN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN (I)

- Esta es la petición que tiene una formulación más larga de toda la oración dominical . Consta de dos partes:
a)      .- La primera es la petición propiamente dicha.
b)      .- La segunda es un complemento que expresa el compromiso que asume quien hace la plegaria.
A lo largo de todo el Padrenuestro, la voluntad por parte del que ora de colaborar con Dios para que se realice cuanto pide, está implícitamente en cada una de las plegarias, pero sólo en ésta se manifiesta explícitamente.
Esta quinta petición es la única que Jesús comenta a renglón seguido (Mt 6, 14).

I.- ¿OFENSAS O DEUDAS?.-
 Durante mucho tiempo se ha usado el vocablo deudas; actualmente decimos ofensas. Según Benini (“Orar el Padrenuestro”, p. 151) en arameo la palabra “deuda” tiene un significado muy amplio: incluye la culpa y el pecado, y todo lo que debíamos hacer y no hemos hecho. Es más que la ofensa, porque incluye los pecados de omisión. No basta con no haber cometido injusticias. Dice Jesús: “Vosotros sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto“ (Mt 5, 48).

II.- UNIVERSALIDAD DEL PECADO.- 
El hombre tiene una naturaleza pecadora: “Yo nací en la culpa y en pecado me concibió mi madre“ (Sal 51,7). “No hay nadie que obre bien, ni uno solo“ (Sal 14,3). “Todos pecamos de muchas maneras“ (Sant 3,2). Todos somos culpables (Job 15, 15-16). “Hasta los santos pecan siete veces al día” (Prov 24 ,16). Un cristiano sin conciencia de pecado es un imposible. El hombre peca todos los días con pecados de comisión o de omisión.

La comunidad cristiana es una comunidad de pecadores, que están constantemente pidiendo perdón y perdonándose unos a otros. La Iglesia es santa porque su fundador es santo y porque es capaz de santificar, pero ella es pecadora desde su origen y desde su cabeza; S. Pedro, el primer papa, cometió uno de los pecados más graves: afirmar que no conocía a Jesús (Mt 26, 69-75), y el mismo Jesús, en otra ocasión lo comparó con Satanás (Mt 16, 23).

El pecador se siente acompañado en el pecado y es uno de tantos en la infinita lista de pecadores, lo cual no debe servirle de consuelo, sino de comprensión, de solidaridad y de generosidad en las relaciones humanas y a la hora de conceder el perdón (Martín Nieto, “El Padrenuestro”, pag. 164).

III.- ORIGEN DEL PECADO Y SU GRAVEDAD.-
 El pecado está en nosotros, tiene profundas raíces en nuestra naturaleza humana; penetra en el corazón del hombre, obstaculiza su capacidad de darse y pervierte su relación personal con Dios.

1.- El pecado consiste en romper las relaciones con Dios.- El pecado no es tanto una ley que se viola cuanto una relación de amor que se rompe; cuando se peca es la Persona misma de Dios la que resulta rechazada y herida. La maldad del corazón humano consiste precisamente en rechazar a Dios, en hacerse refractario a su amor, en no ofrecerle la entrega completa de nosotros mismos. La expresión bíblica más clara del pecado es la idolatría (Rom 1, 18-23).
El pecado es:
- Una iniquidad con el Dios de la justicia (Am 8, 4.7).
- Una infidelidad con el Dios del amor ( 1 Jn 4 , 16 ).
- Una ingratitud con el Dios de la generosidad (Is 5, 1-7).
Esta verticalidad del pecado, a veces se traduce en un intento fatuo de querer ser como el mismo Dios (Gen 3,5).

2.- El pecado es también una ruptura con la sociedad.- El aspecto horizontal afecta también a la esencia del pecado, por dos razones fundamentales:
            a).- Porque la ruptura con Dios, el Creador, conlleva el deterioro e incluso el rompimiento con el hombre.
            b).- Y porque la mayoría de los pecados son atentados contra los derechos fundamentales del hombre.


3.- El pecado es, asimismo, una ruptura con uno mismo.- El pecado rompe el equilibrio, que debe existir siempre en la persona, la armonía del cuerpo y el espíritu. Supone la negación de la propia identidad, el desquiciamiento moral y psicológico. Con el pecado el hombre se aniquila a sí mismo, se convierte en vanidad (Jer 2,5), se encierra en su endurecido corazón (Is 6,10) de piedra (Ez 11,19), en su cabeza dura (Ex 32,9) y con los oídos taponados (Jer 6,10).

Por Francisco Pellicer Valero

Foto: Mª del Carmen Feliu Aguilella

domingo, 24 de agosto de 2014

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XIV)

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XIV)



DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DIA (II)

III.- “DANOS” el pan.-

 Jesús nos enseña en la oración dominical que hemos de pedir el pan. Pero esto no quiere decir que hemos de esperar que caiga del cielo. Ya en el comienzo de la Creación, el Señor puso la tierra al servicio del hombre para que la trabajara (Gen 1,28). El hombre para conseguir el pan, ha de cultivar los campos, sembrar el grano, cuidar la espiga, hacer la trilla, convertir el grano en harina, amasarla y cocer el pan. ¿No es, pues, el trabajo del hombre el que trae el pan a la mesa? ¿Para qué pedírselo a Dios?.
Es verdad que el esfuerzo humano es indispensable para conseguir el pan; pero tengamos en cuenta que el hombre depende de muchas condiciones previas, ante las cuales se siente impotente y tiene que confiar en la providencia. Porque:
- es Dios quien nos da las estaciones favorables de tiempo y de lluvia;
- es Dios quien garantiza las fuerzas con que trabajar;
- es Dios quien hace crecer misteriosamente la semilla;
- es Dios el Señor de la Creación, que nosotros modificamos con nuestro trabajo, pero sin poder crearla.
En cada pedazo de pan hay, pues, una mayor presencia de la “mano” de Dios que no de la mano del hombre. ¡El creyente tiene razón en pedir el pan al Padre del Cielo¡ (Boff, o.c.  p. 110-111).

IV.- Danos “HOY” nuestro pan.-

Pedimos tan sólo el pan para “HOY” porque sólo el hoy nos pertenece. El futuro no está en nuestras manos: “No presumas del día de mañana porque no sabes lo que dará de si“ (Prov 27,1).
Debemos tener conciencia de nuestra pobreza y de nuestra contingencia. Cristo –dice Maldonado- sólo nos autoriza a pedir lo necesario para hoy, como si nos prohibiera pedírselo para mañana. Con la petición del pan para cada día, reconocemos que nuestra vida depende de Dios y deseamos vivirla en armonía con sus esperanzas, fiándonos de su providencia (Mt 6,25-26). Además nos evita ceder a la tentación de la codicia, que nos arrastra a acumular riquezas. El rico insensato almacenó para el día de mañana y ese mañana no llegó para él (Lc 12, 13-21) (Tullio Benini, “Orar el Padrenuestro“ p. 125.128).

V.- El Pan de la “PALABRA“.-

No sólo hemos de pedir a Dios los alimentos y todo lo necesario para la vida de la persona humana, sino que, como cristianos, necesitamos el Pan de la Palabra de Dios. Así lo afirma el mismo Jesús: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda la palabra que sale de la boca de Dios“ (Mt 4,4). Ya en el Antiguo Testamento podemos leer: “No es la variedad de los frutos lo que sustenta al hombre, sino tu Palabra, que conserva a los que creen en tí“ (Sab 16,26).
La Biblia es una carta abierta, pública, que Dios nuestro Padre, ha dirigido a todos sus hijos, hombres y mujeres de todos los tiempos y de todos los espacios, para que la leamos, la meditemos, la comentemos y la vivamos en común. Dice S. Agustín: Leed las Escrituras, porque en ellas encontraréis todo lo que debéis practicar y todo lo que debéis evitar. Leedla, porque es más dulce que la miel y más nutritiva que cualquier otro alimento. (Martín Nieto , El Padrenuestro , pp.47.133).

VI.- El Pan de la EUCARISTÍA.-

La interpretación eucarística del vocablo “pan” está muy presente en los Santos Padres. San Jerónimo lo denomina “pan supersustancial“, porque está por encima del pan común, que alimenta la sustancia del cuerpo, ya que el Pan eucarístico alimenta la del alma. Dice S. Pedro Crisólogo: “Cristo mismo es el Pan, que, sembrado en la Virgen, florecido en la carne, amasado en la Palabra, cocido en el horno del sepulcro, reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial“.
No se puede negar la necesidad de la Eucaristía para poseer la vida eterna (Jn 6, 53-54). Pero para celebrarla, tiene que ir por delante la fe, un acto intelectual y sapiencial sobre la realidad del misterio, y una entrega de la voluntad, de la vida entera a Jesucristo. Estas condiciones previas son necesarias para acercarse al Pan de vida. Primero hay que creer y luego comer, dice S. Agustín.
Esto es lo que realizamos en las dos partes de la Misa: en la primera (Celebración de la Palabra) la Palabra se hace luz que ilumina y señala el camino. En la segunda (Celebración del Sacrificio ) la Palabra se hace vida que da fuerza para caminar. Si no hemos convertido la Palabra en luz y guía mediante la fe, el Pan de vida pierde su valor nutritivo. (Martín Nieto, o.c.,pp.140.155-156).


Por Francisco Pellicer Valero

Foto: Mª del Carmen Feliu Aguilella



domingo, 17 de agosto de 2014

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XIII)

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XIII)




DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DIA (I)


Las tres plegarias de la primera parte del Padrenuestro estaban formuladas con deseos referidos a realidades de ámbito divino (el nombre de Dios, su Reino, su Voluntad), pero con repercusiones inmediatas en la vida humana.

En esta segunda parte, las diversas plegarias adoptan una fórmula explícita de petición y, en cuanto a su contenido, se refieren a necesidades humanas, pero piden la intervención de Dios y tienen que ver con la realización de su plan en el mundo.
En estas peticiones el creyente pide con confianza a Dios Padre los bienes que considera vitales para su existencia actual, como persona humana y como hijo de Dios: el pan, el perdón, la ayuda contra la tentación y la liberación del mal.

I .- EL PAN.-

El vocablo “pan” aparece 75 veces en el Nuevo Testamento. Según Muñoz Iglesias (“El Padre de Jesús y el Padre nuestro “, pág. 191), en la lengua hablada por Jesús, el “pan” designaba de forma genérica toda clase de alimento. Los santos Padres incluyen en esta cuarta petición de la oración del Señor, el Pan de la Palabra de Dios y el Pan Eucarístico, además del pan material.

Nosotros vamos a tratar brevemente los siguientes significados de esta palabra: el pan estricto y el pan referido a todos los alimentos, el pan de todo lo necesario, el Pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía.
a).- La primera y más generalizada significación es la del pan común. Es el alimento primero y fundamental para muchos millones de personas. Es necesario para el sostenimiento de nuestra vida física. Por eso se lo pedimos a Dios (Prov. 30, 8).
b).- Pero el vocablo “pan” puede decir bastante más que un mero agregado físico-químico. Es símbolo de toda la alimentación, del alimento necesario y suficiente (Sal 146, 7; Lev 26, 5).
La vida humana está indisolublemente unida a una infraestructura material. Sin ella no sería posible todo lo demás: pensar, amar, construir, es decir, ser y vivir. El ser humano siempre depende de una pequeña porción de materia. La vida vale más que el alimento, pero en ningún momento se puede prescindir de él. El estómago tiene asegurado su derecho frente a la importancia del corazón y de la cabeza.
En términos teológicos, el alimento material de la persona humana es tan importante que Dios asocia la salvación del hombre al uso justo y fraternal que de él se haga. El Juez supremo nos juzgará en relación con el mismo. En la atención al hambriento, al sediento, al desnudo, es decir, en la solidaridad con los pobres, se juega el destino eterno del hombre. (Boff, Leonardo, “El Padrenuestro “, pág. 100-101).
c).- En un sentido más amplio de la significación del vocablo “pan“ se incluye “todo lo necesario para vivir”. Es legítimo presentar a Dios todo lo positivo para la vida humana: la salud, la educación, la cultura, la libertad, la sabiduría, el progreso, la justicia, el trabajo, la paz, el tiempo libre, etc. Todos estos sentidos o significados del vocablo “pan”, están presentes en el Padrenuestro, sin que unos excluyan a otros.

II.- El pan “NUESTRO”.-
            El pan que llega a nuestra mesa ha pasado por el trabajo de muchos brazos. También habría que repartirlo y consumirlo entre muchos. Sólo así podríamos de veras pedir “el pan NUESTRO de cada día”. Dios no escucha la oración de quien sólo pide el pan para sí mismo. La relación genuina con Dios depende de la relación que mantengamos con los demás. Dios quiere que al presentarle nuestras necesidades, incluyamos también las de nuestros hermanos; de lo contrario, estaríamos desligados de la fraternidad y viviríamos en el egoísmo. La necesidad básica nos iguala a todos; la satisfacción colectiva, nos hermana. El pan que comemos, si es fruto de la explotación del hermano, no es pan bendecido por Dios. Es un pan que nutre, pero no “alimenta” la vida humana, la cual exige caminar por la senda recta de la justicia y de la hermandad. El pan injusto no es nuestro, pertenece a otro. Bien lo decía el gran místico medieval, el maestro Eckhart: “Quien no da al otro lo que es del otro, no come su propio pan, sino el suyo y el del otro“.

Los miles de hambrientos de nuestras ciudades y los millones de desnutridos de nuestro mundo, claman contra la calidad de nuestro pan: es un pan amargo, porque está grávido de demasiadas lágrimas de niños; es pan duro, porque está henchido del tormento de tantos estómagos vacíos. No tiene la dignidad necesaria para que se le considere “pan NUESTRO “.


Para estos millones de famélicos, la petición de pan tiene un sentido bien directo e inmediato. Ellos recuerdan a los hartos el ruego del mismo Dios: “Parte tu pan con el hambriento “ (Is 58, 7). S.Basilio apostrofaba contundentemente así: ”Al hambriento le pertenece el pan que se estropea en tu casa. Al descalzo pertenece el zapato que cría moho debajo de tu cama. Al desnudo le pertenecen los vestidos que están apolillándose en tus baúles. Al miserable le pertenece el dinero que se deprecia en tus cofres“. (Boff o.c. 103-104)

Por Francisco Pellicer Valero

Foto: Mª del Carmen Feliu Aguilella

sábado, 16 de agosto de 2014

TOMANDO POR GUIA EL EVANGELIO

“Tomando por guía el Evangelio”

           

            Las primeras palabras de la Regla de San Benito, en su Prólogo, son ya una invitación a detener el tiempo, tal como lo entiende el mundo, para adentrarnos en una espiritualidad de sello contemplativo: “Escucha, hijo…”, “…inclina el oído de tu corazón”; como quien propone preparar el terreno para una siembra que, en manos de Dios, ha de ser fecundamente fructífera. Y, “Recibe con agrado y cumple la exhortación del padre espiritual”, con lo que el terreno ya preparado por la escucha se abre a la recepción de la semilla de la Palabra en terrones mullidos que anticipan la alegría de la siega.




            Es condición necesaria para la recepción de esa semilla cumplir con lo que nos dice la Escritura: “Ya es hora de despertarnos del sueño” (Rm 13, 11). Es hora de estar atentos y con la escucha receptiva dejar abiertos los ojos, los oídos y el corazón al tiempo de dejarse penetrar por la inefable luz de la Vida. El fruto de la escucha será un diálogo en el que el Padre nos convoca, e incluso nos provoca, a la reconciliación por medio del que es la Palabra; sólo nos pide a cambio voluntad de asumir su regalo abandonándonos en su seguimiento: “Y, buscándose el Señor un obrero entre la multitud a la que lanza su grito de llamamiento, vuelve a decir: “¿Hay alguien que quiera vivir y desee días prósperos?” Si tú, al oírle, le respondes: “Yo”, otra vez te dice Dios: Si quieres gozar de una vida verdadera y perpetua, “guarda tu lengua del mal; tus labios de la falsedad; obra el bien, busca la paz y corre tras ella”.” (R.B. Prol.).

            Aprender a escuchar es el primer y necesario paso para salir al encuentro del Dios que habla, del Dios que salva. Pero también requiere este encuentro de una fe valiente y acrisolada que camina por una senda cuajada de buenas obras “tomando por guía el Evangelio” para que no tengamos que identificarnos con aquel joven rico a quien “Jesús lo miró con amor y le dijo: Sólo te falta una cosa.” (Mc 10, 21).



            Sólo tras desprendernos de las ataduras del mundo seremos capaces de dejarnos interpelar y de dejarnos guiar en su camino, siguiendo sus huellas, sus mandatos (Sal 118, 32). Aquí la Regla de San Benito nos llama a la construcción del edificio que asienta sobre la roca firme de la obediencia a los mandatos y preceptos del Señor diciendo “Vamos a instituir, pues, una escuela del servicio divino.” (R.B. Prol), porque 
“La voluntad del Señor es pura
Y eternamente estable;
Los mandamientos del Señor sor verdaderos
Y enteramente justos” (Sal 18).



La esperanza alimentada en los surcos del terreno que trabajamos con dificultad pero con paciencia, producirá una estabilidad en la construcción de nuestra casa que ni vientos, ni lluvias, ni torrentes podrán sacudirla (Mt 7, 24-25). Ni la cosecha se verá malograda porque el terreno ha sido preparado y hecho fértil a la recepción del Evangelio (Mt 13, 8-9 y 23).
             

Texto y fotografía: Mª del Carmen Feliu Aguilella


domingo, 10 de agosto de 2014

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XII)

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XII)



HAGASE TU VOLUNTAD (II)

III.- TAMBIÉN EL HOMBRE HA DE CUMPLIR LA VOLUNTAD DE DIOS

            Para entrar en el Reino de los cielos hay una condición indispensable: hacer la voluntad de Dios: “No todo el que dice ¡Señor, Señor! Entrará en el Reino de los cielos, son el que hace la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7, 21). La cosa no está sólo en ir al templo y rezar, sino en ser constante en cumplir lo que el Padre quiere.
            “Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1 Tes 4, 3). ¿Y en qué consiste la santificación? En imitar a Dios, que es la santidad misma: “Sed santos, como yo soy santo” (Lev 19, 3). “Sed perfectios como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).

IV.- PEDIR QUE SE CUMPLA LA VOLUNTAD DE DIOS

            Cuando pedimos que se haga la voluntad de Dios, no estamos pidiendo algo para Dios. Dios no necesita nada. Le pedimos que realice en nosotros su proyecto de salvación, conscientes de que en este proyecto son absolutamente necesarios nuestros asentimientos y nuestra colaboración. El hombre es sujeto paciente, pero también sujeto agente de la voluntad de Dios. Aunque en definitiva, es Dios el que nos enseña a cumplir su voluntad (Sal 143, 10; Sab 9, 17-18; 2 Mac 1, 3-4), “el que realiza en nosotros el querer y el obrar según su voluntad” (Flp 2, 13). Todo es un regalo de Dios. (Martín Nieto, El Padre Nuestro, pág. 126).

V.- HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO

            Cuando en la Biblia se habla de “cielo y tierra” se quiere indicar generalmente la totalidad de cuanto existe. Por ello, Jesús invoca a Dios como “Señor del cielo y de la tierra” (Mt 11, 25), es decir, de la creación entera. O bien, cuando Jesús mismo dice que ha recibido plena autoridad “en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18), es para dar a entender que su autoridad no tiene límites. Así, pues, pedir que se haga la voluntad de Dios en el cielo y en la tierra significa desear que se cumpla en todo lugar y siempre.

            Sin embargo, ya la invocación inicial del Padrenuestro ha presentado el "cielo" como el ámbito propio de Dios. Desde este punto de vista, lo que se pide es que todo lo que ya se da plenamente en Dios se convierta en una realidad también entre los hombres. En el Cielo, es decir, allí donde todo es presencia divina, el nombre de Dios es santificado, Dios reina sin oposición alguna, su voluntad se hace en todo.

En la tierra, en cambio, todo ello es más un deseo y una esperanza que una realidad. Pero pedirlo a Dios quiere decir saber que la esperanza en su Reino no es una huida hacia delante, un modo de consolarse ante la negatividad de la historia presente: el Reino de Dios ha de tener repercusiones en la vida humana desde ahora mismo, ha de irse haciendo presente en la vida social, política y religiosa. Sabemos que esperamos "un cielo nuevo y una tierra nueva" (2 Pe 3, 13; Is 65, 17), pero ya en la tierra de ahora debe hacerse presente la voluntad de Dios y los hombres y mujeres tienen que vivir en justicia y amor. (Borrell, A., El Padrenuestro, pág. 56 s.)


            En la tierra es necesario que dejemos de actuar contra la Palabra de Dios, de falsificar el Evangelio, de crearnos continuamente nuestros proyectos, de seguir solamente nuestras preferencias, lo que nos gusta en cada momento. No nos resulta fácil vivir como "siervos obedientes", porque tendemos a exaltar nuestra "libertad" a costa de la obediencia a la verdad de las cosas y de Dios; empequeñecemos el pensamiento de Dios como si fuera un estorbo para el nuestro; preferimos nuestra sabiduría a la "sabiduría divina", ignorando "las profundidades de Dios" (1 Cor 2, 7 s.). ¡Es evidente que no tenemos todavía el "pensamiento de Cristo"! Nos falta la verdadera libertad, fruto del conocimiento y de la adhesión al proyecto de Dios. Nuestra libertad debe ser liberada de sus esclavitudes, por más que estas se disfracen con otros nombres. (Benini, Orar el Padrenuestro, pág. 120).

Por Francisco Pellicer Valero

Foto: Mª del Carmen Feliu Aguilella 

jueves, 7 de agosto de 2014

DISCIPLINA DEL ARCANO: INSTRUCCIÓN EN LOS SAGRADOS MISTERIOS

DISCIPLINA DEL ARCANO: INSTRUCCIÓN EN LOS SAGRADOS MISTERIOS



Manuel Fernández Espinosa*
“Nolite dare sanctum canibus, neque mittatis margaritas vestras ante porcos, ne forte conculcent eas pedibus suis et conversi disrumpant vos” ( “No deis las cosas santas a perros ni arrojéis vuestras perlas a puercos, no sea que las pisoteen con sus pies y revolviéndose os destrocen”) [Mt. 7, 6].


                Es un pasaje sobradamente conocido del Evangelio según San Mateo, pero no creo que sea lo bastante bien entendido. Según opina Jacob Marx (S. J.), estas palabras del Señor “debieron mover a los fieles, desde los primeros tiempos, a tener secreto lo que pudieran profanar los gentiles, y de ahí nació una práctica constante, que se ha llamado modernamente disciplina del arcano, la cual se guardaba en la instrucción de los catecúmenos”.

                Disciplina del Arcano o lo que es lo mismo: la instrucción o “disciplina del secreto” era el modo como se introducía al fiel cristiano en los Misterios y en esta cita evangélica encontraba su plena justificación, afectando a la transmisión de los Sacramentos, del Misterio de la Eucaristía y los dogmas de fe (especialmente la Santísima Trinidad), la profesión de fe y hasta el Padrenuestro. Pero además de ésta cita que fundamenta la “disciplina del arcano”, podríamos encontrar muchas más citas neotestamentarias que indican que, en los primeros tiempos del cristianismo, hubo una transmisión “secreta” de los Misterios (Arcanos).



                Allá por el año 1685 el bibliotecario del Vaticano, el antuerpiense Emmanuel Schelstrate (1649 - 1692) sostuvo una controversia con el polígrafo alemán Wilhelm Ernst Tentzel (también conocido como “Tenzelius”; 1659-1707) a cuenta justamente de fijar la antigüedad de esta remota tradición de la “disciplina del arcano”: Tenzelius pensaba que la “disciplina del arcano” podía datarse a finales del siglo IX, mientras que con más poderosas razones, el católico Schelstrate la remontaba a los tiempos apostólicos. No fueron los únicos autores que repararon en esta cuestión, pero los fieles ignoran hoy en su inmensa mayoría lo que fuese esto de la „disciplina del arcano“.

                Si cualquiera se tomara la molestia de buscar información sobre la disciplina del arcano verá que no es fácil encontrar apenas algo en los libros de teología al uso; tal vez es sería más fácil hallar alguna superficial mención de esta antigua práctica de los primeros cristianos en libros de Historia del Arte; para ser preciso, en el tema concerniente el arte paleocristiano en particular que, ciertamente, sería prácticamente hermético de no mediar lo que de la disciplina del arcano se nos alcanza a través de la tradición apostólica y patrística. Sin esos documentos el arte paleocristiano (el de las catacumbas, p. ej.) sería imposible de interpretar. En nuestros días todavía se habla de los Sacramentos de Iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), pero ¿se sabe lo que se está diciendo con ello? Apenas se menciona la „doctrina del arcano“ en la que radicaba la iniciación cristiana.

                Consideremos, en primer lugar, que cuando el cristianismo empezó su expansión, ésta no se hizo sin pesar sobre él la siempre amenazadora persecución: „Si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a mí primero que a vosotros“ (Jn. 15, 18). Eso explicaría –según opinan algunos- que los primeros cristianos, los mismos apóstoles, se vieran constreñidos a propagar la fe por medios clandestinos.

                Pero es del todo erróneo ese enfoque: la „doctrina del arcano“ no podría explicarse por una especie de prudente ocultación de los dogmas y misterios en tiempos de persecución, franqueándolos exclusivamente a los iniciados y probados. En primer lugar, es del todo erróneo que la persecución contra el cristianismo haya desaparecido nunca en los más de dosmil años de cristianismo y, en segundo lugar: fue el mismo Jesucristo quien había encomendado a sus apóstoles el no dar lo santo a los perros:  „no deis las cosas santas a los perros ni arrojéis vuestras perlas a los puercos“ (Mt. 7, 6). Las palabras de Nuestro Señor Jesucristo pueden resultar fuertes para los oídos contemporáneos tan maleados por un torpe sentido de la tolerancia y el igualitarismo, pero son las palabras de Jesucristo, no las de cualquiera: no es la vez primera que Jesucristo habla de „perros“ para referirse a los que no forman parte de la comunidad. Jesucristo se expresa con rotundidad: insta a sus discípulos a guardar cierto género de cosas (las cosas santas, lo santo) y reservarse las perlas. Los más inspirados exégetas del Evangelio de San Mateo han entendido este pasaje como magistralmente nos lo expone el jesuita Juan de Maldonado (1533-1583): „entiendo por santo todo el misterio y por margaritas [perlas] lo más precioso y mayor de los misterios, y por canes y puercos, dos clases de hombres, fieles e infieles, a los que no se han de comunicar los misterios. Aquellos que se limitan a despreciarlos, como los perros, que no ven diferencia en lo santo y en lo profano, y los que no solamente los desprecian, sino además se irritan y encima hacen daño como los puercos“.

                El mismo Juan de Maldonado nos dice que San Juan Crisóstomo y San Agustín se preguntaban si no incurría Jesucristo en una flagrante contradicción al vetar explícitamente los divinos misterios a los indignos, cuando a la vez resulta que podemos encontrar otros destacados pasajes evangélicos en los que el mismo Jesucristo manda enseñar a todos sin hacer diferencias: „Lo que os digo en las tinieblas decidlo a la luz, y lo que oís a la oreja predicadlo sobre los terrados“ –por ejemplo.

                Y es aquí en donde encontramos la razón de que se haya perdido la „ley del arcano“. Durante mucho tiempo se ha insistido y ha predominado manifiestamente la „predicación“ sobre el mandato de reservar lo santo para los dignos de ello. Así es como ha parecido que la „ley del arcano“ haya quedado relegada. La palabra „arcano“ (capitalizada por las corrientes esoteristas) parece que sugiere (a los más ingenuos) que se abogue por una enseñanza secreta que contradijera el mandato de predicar en todo momento el Evangelio. Parece que prevaleció el mandato de la predicación y el veto quedó relegado a un ámbito jurídico (por ejemplo, las cuestiones de derecho canónico). Pero tal vez es hora de ir recuperando lo sagrado, pues una cosa no contradice la otra: se debe predicar abiertamente a la luz del día y confesar la fe en Cristo y también, como católicos, hemos de tener muy en cuenta que lo sagrado no puede ser comunidado a aquellos que sean indignos de recibirlo: por fieles laxos o infieles.

                Juan de Maldonado lo solucionó con esa claridad meridiana de la teología de los buenos tiempos: „a todos y sin acepción de personas se ha de predicar“ –escribió... Pero también dejó escrito que: lo más perfecto del Evangelio (los Sacramentos y los Dogmas, p. ej): „no se ha de comunicar con los que no diesen esperanza de utilidad, sino más bien de temor de cierto daño, que entonces se debe reservar, porque se perdería el trabajo y también la obra misma“.

                Una recuperación de la „ley del arcano“ devolvería a la vida de la Iglesia la dimensión espiritual de los Sacramentos, vividos en la comunidad eclesial. Es por esta razón por la que hemos presentado este tema tan poco conocido por nuestros contemporáneos, con la esperanza de haber sido bien entendidos por los hermanos que nos leen.




*Manuel Fernández Espinosa (Torredonjimeno, 1971) es Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Pontificia de Salamanca y diplomado en Ciencias Religiosas por la Universidad Pontificia de Comillas. Ensayista y colaborador de algunas publicaciones impresas y digitales, entre las que cabe mencionar LA RAZÓN HISTÓRICA y RAIGAMBRE.


BIBLIOGRAFÍA:
Schelstrate, “Dissertatio apologetica de disciplina arcani contra disputationem E. Tentzelii'', 1685.
Tentzel, Exercitationes selectae, ii., leipsic, 1692, contiene la “Dissertatio de disciplina arcani” de 1683.
Juan de Maldonado, “Comentarios a San Mateo”, La Bac, 1950.
“La Sagrada Escritura”, texto y comentarios por profesores de la Compañía de Jesús bajo la dirección de los Padres Rafael Criado (Antiguo Testamento) y Juan Leal (Nuevo Testamento), Nuevo Testamento, volumen 1, “Los Evangelios”, La Bac, 1961.
Monseñor Bougaud, “El cristianismo y los tiempos modernos”, 5 volúmenes, tercera edición española, Herederos de Juan Gili, Barcelona, 1917.

J. Marx, “Compendio de la Historia de la Iglesia”, Editorial Librería Religiosa, Barcelona, 1946.


Fotos amablemente cedidas por Manolo Guallart

sábado, 2 de agosto de 2014

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XI)

LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (XI)



HAGASE TU VOLUNTAD (I)

La palabra “voluntad” (zelema) aparece 55 veces en el Nuevo testamento y casi siempre referida a la voluntad de Dios, lo que indica su importancia. Dejando aparte el sentido de esta voluntad como atributo divino, nos vamos a referir a la voluntad de Dios en cuanto expresa su querer a los hombres, el designio divino de la salvación del mundo.

I.- Que Dios haga su propia voluntad.-

            Esto pedimos a Dios: que haga su propia voluntad, su “gran voluntad”, su querer máximo, expresado en Ef 1, 3-1 4, donde San Pablo resume la doctrina de la salvación del mundo, que pasa por un triple estadio protagonizado por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
            1.- El Padre.- Por un acto libérrimo de su voluntad, decidió el proyecto de salvación del mundo. El Padre es el planificador del proyecto, el origen de todos los dones que el hombre recibe (Ef 1, 3) y que son espirituales, porque los confiere el Espíritu Santo. El Padre nos ha elegido en Cristo; desde toda la eternidad contempla a la humanidad entera en la persona de su Hijo. Nos ha predestinado a ser sus hijos, a participar de su propia naturaleza (1 Pe 1, 4).
            2.- El Hijo.- Es el que ejecuta el proyecto del Padre a través del dolor padecido y de la muerte. Jesucristo, con su sangre, nos ha obtenido la redención, la liberación plena de todas nuestras esclavitudes y de los poderes del maligno, y el perdón de todas nuestras culpas (Ef 1, 7). Nos ha dado a conocer el designio misterioso de su voluntad, la plenitud de la sabiduría y de la prudencia, es decir, el conocimiento teórico del proyecto eterno del Padre y el conocimiento práctico del misterio con todo lo que exige y conlleva en la vida práctica (Ef 1, 8). “El Padre quiso que habitara en Jesucristo toda la plenitud de las perfecciones divinas y humanas, en el sentido más amplio, elevado y absoluto (Bover, “Epístolas de S. Pablo”, pág. 244). Quiso también por medio de Él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las de la tierra como las del cielo, pacificándolas por la sangre de la cruz (Col 1, 19-20).
            3.- El Espíritu Santo.- Es el que garantiza y lleva a plenitud el proyecto del Padre (Ef 1, 10-14). Los primeros destinatarios del proyecto de salvación fueron los judíos, según el designio de Dios (Ef 1, 11-12). Después se extendió a los gentiles (Ef 1, 13-14). La venida del Mesías hizo el prodigio de que todos los pueblos de la tierra fueran asociados al único pueblo de Dios. Esta unificación es obra del Espíritu Santo (Jn 14, 15-26). El Espíritu Santo es la Garantía de que Dios cumple su promesa y de que la posesión de la herencia está asegurada; una herencia en la plena liberación de todo mal y que la manifestación gloriosa de Jesucristo en la parusía llenará de gloria a los hijos de Dios (Ro 8, 19).
            Dios, que es el origen y el destino del hombre, solo ha querido y quiere la salvación de todos los hombres (1 Tim 2, 4), pues no nos ha destinado al castigo sino a la salvación por Nuestro Señor Jesucristo (1 Tes 5, 9). Estamos salvados gracias a la voluntad del Padre y a los méritos de Jesús que murió por nosotros para que nosotros vivamos (1 Tes 5, 10).

ii.- ¿Ha cumplido Jesucristo el plan de su Padre?

            No existe ninguna duda si leemos los Evangelios, pues reiteradamente lo afirma el Maestro. Es una idea dominante en Jesús, hasta tal punto que dice que la voluntad de Dios es su alimento (Jn 4, 34) y le lleva a renunciar de manera absoluta a su propia voluntad para encarnar en sí la voluntad del Padre. Toda su vida se puede sintetizar en esta frase: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” (Hbr 10, 7), cosa que practicó siempre de modo perfecto como Hijo modelo de obediencia: “Yo hago siempre lo que es de su agrado” (Jn 8, 29). Aunque en Getsemaní expresa repugnancia su apetito sensitivo y su voluntad natural a los tormentos de la pasión, acaba manifestando el deseo de su voluntad deliberada y absoluta de que se cumpla lo que el Padre desea (Mt 25, 39). (Continuará)
 
Por Francisco Pellicer Valero

Foto: Mª del Carmen Feliu Aguilella