LA
ENCARNACIÓN ( II )
III.- FINALIDAD DE LA MISMA.- Si nos preguntamos con qué fin
el Espíritu Santo realizó el acontecimiento de la Encarnación, la Palabra de
Dios nos responde sintéticamente en la segunda Carta de S. Pedro: para hacernos
“partícipes de la naturaleza divina“ (2 Pe 1,4).
Santo Tomás afirma: El Hijo
Unigénito de Dios, queriendo que también nosotros fuéramos partícipes de su
divinidad, asumió nuestra naturaleza humana, para que, hecho Hombre, hiciese
“dioses“ a los hombres, es decir, partícipes por gracia de la naturaleza
divina. (Juan Pablo II , Ecclesia, 20-6-98, pag. 940).
La participación en la vida
divina responde a la filiación (Jn 1,13; 3, 5; 1 Pe 1, 3). Por ella consigue el
hombre superar la mortalidad (Schökel, "Com. Biblia del Peregrino, N.T.P.
605)
IV .- INICIATIVA DEL PADRE EN LA ENCARNACIÓN.- La entrada de Jesucristo en este
mundo se presenta, en los textos correspondientes del Nuevo Testamento, ante
todo y esencialmente como una acción de Dios Padre. Son, sobre todo, los textos
citados de Mateo y Lucas, los que tratan del momento de la intersección entre eternidad
e historia.
La entrada de Jesucristo en la
historia tuvo lugar en virtud de la sola y plena paternidad de Dios Padre.
Dicha paternidad no es una acción excluyente, ni ignora ni lesiona un derecho
adquirido. A José no se le quita Jesús, sino que se le asigna; no se le hurta,
sino que se le “ regala “; quien le hace ese don es el Padre mismo, que respeta
el derecho natural de José como padre. Y José, con su libre decisión, acepta de
Dios a Jesús como hijo suyo. Por otra parte, se afirma que Jesús no era hijo
corporal de José.
Otra cuestión es la concepción de
Jesucristo por María como Madre (Lc 1,35). Aunque todo sucede por iniciativa de
Dios y el que ha de nacer es totalmente de Dios Padre, acontece de tal modo que
tiene una Madre humana de verdad por la fuerza del Altísimo.
Dado que Dios es la fuente
absoluta, perfecta y única de toda vida, debe darse en El, original y
perfectamente, lo que el hombre y la mujer cumplen activamente como generadores
de vida. La fuerza generadora que cada uno de ellos posee es una participación
especial y parcial en el ser original de Dios, que les otorga dicha capacidad.
Esta paternidad de Dios para con
Jesucristo, no se expresa con decir que Dios actúa en lugar de un padre
terreno, (cosa que afirma Alastruey en su “Tratado de la Virgen
Santísima", pag. 91), porque Dios es el principio generador único de todo
Jesucristo.
María no engendra a Jesús, sino
que, como Madre lo concibe de un modo especial, que no incluye nada que se
parezca a la relación con un principio masculino del tipo que fuere. María,
pues, no concibe a Jesús por medio de una activación de su feminidad. Pero esto
no excluye el que María actuara su ser de mujer en relación con su Hijo, es
decir, en relación con el Hijo de Dios; y lo hace en cuanto Madre. No obstante,
sigue siendo Virgen. Su maternidad divina para con el Hijo de Dios no incluye
nada que pueda sonar, ni remotamente, a una equiparación con Dios Padre. (R,
Schulte, “El acontecimiento de Cristo Acción del Padre“ Mysterium Salutis, Vol.
II, pags. 67-74)
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