ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

sábado, 24 de septiembre de 2016

SAN PABLO: QUE VIAJES Y PORQUE

SAN PABLO: QUE VIAJES Y PORQUE



            Los que llevamos su nombre en nuestra Asociación Bíblica, nos sumamos a la celebración del recuerdo de los viajes de S. Pablo. De él se señalan los tres viajes apostólicos clásicos. Pero hay que sumarles el viaje a Roma, y el que realizó a Hispania y regreso. Aparte de eso, cada viaje se compuso de otros muchos viajes intermedios.

            Fariseo de observancia estricta, fue enviado por su familia afincada en Tarso de Cilicia a estudiar a Jerusalén. Se convirtió al cristianismo hacia el 32-35. Después de una estancia de unos tres años en Damasco, subió a Jerusalén donde pudo estar en contacto con Pedro. Pero de allí marchó a su ciudad de Tarso donde estuvo hasta el año 42. Allí fue a buscarle Bernabé, y se lo llevó a Antioquia de Siria. Ante la situación de hambre que padecía Jerusalén, Pablo fue enviado por la comunidad cristiana de aquella ciudad con una colecta de ayuda.

            Del 47 al 48 tiene lugar su primer viaje misionero, acompañado por Bernabé y Marcos, en el curso del cual evangeliza en Chipre, Antioquia de Pisidia, Iconio, Listra, Debre, Perge y Atalía. El choque con las comunidades judías opuestas a la predicación paulina, es claro, y se producen persecuciones que le obligan a buscar otros derroteros.

            Hacia el 48 Pablo escribe su carta a los Gálatas, que determina su visión acerca de la Ley. En torno al 49, Pablo asiste al denominado Concilios de Jerusalén donde se discute la relación de los conversos gentiles con la Torah.

            El segundo viaje apostólico se produce del 49 al 53, durante el cual, vuelve a visitar las iglesias fundadas por él durante el primero. En Listra le acompaña Timoteo, y resulta asimismo notable su estancia en Atenas. De allí se dirige a Corinto y, de regreso a Siria, pasará por Jerusalén (52) y Éfeso (52-53). De esta época son, muy probablemente, sus cartas a los Tesalonicenses.

            El tercer viaje misionero tiene lugar en torno a los años 55-57. Funda iglesias en Colosas, Laodicea, Hierápolis, Troas, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes y Filadelfia. De este período son las cartas a los Corintios (55-56) –cuya comunidad visita de nuevo a inicios del 57- y a los Romanos. Al ascender a Jerusalén (mayo del 57) es apresado y permanece en esa situación en Cesárea hasta el 59. En septiembre de ese año es conducido preso a Roma donde permanece hasta el 61-62.

            Escribiría entonces las cartas de la cautividad (Efesios, Filipenses, Colosenses, Filemón) y quizá alguna de las pastorales, como la primera a Timoteo. A partir de este momento las opiniones se dividen en torno al destino ulterior de Pablo. Cabe la posibilidad de que fuera liberado en torno al 62, realizando nuevos viajes, entre ellos, el proyectado a Hispania, y experimentar un nuevo cautiverio. Hacia el 65, Pablo sería ejecutado, habiendo escrito poco antes de su muerte la segunda carta a Timoteo y quizá la dirigida a Tito.


            Los escritos de Pablo resultan de un valor notable sobre todo en lo relativo a la forma en que los seguidores judíos de Jesús contemplaban la entrada de los gentiles en el seno de la Iglesia. Sin embargo no son una fuente directamente emanada del judeo-cristianismo.

Por Angel Aguirre

sábado, 17 de septiembre de 2016

MUJERES DE LA BIBLIA: LA MUJER ENCORVADA

MUJERES DE LA BIBLIA 17: LA MUJER ENCORVADA




“Enseñando Jesús un día de sábado en la sinagoga, he aquí que vino allí una mujer que por espacio de 18 años padecía una enfermedad causada por un maligno espíritu, y andaba encorvada, sin poder mirar poco ni mucho hacia arriba.

        Como la viese Jesús, llamóla a sí y le dijo: Mujer, libre quedas de tu achaque”. Puso sobre ella las manos y se enderezó al momento y daba gracias y alabanzas a Dios” (Lc 13, 10-17).

        Durante largos años había renunciado ya a toda esperanza de verse jamás curada. Según el diagnóstico médico se trataba de una afección crónica de las articulaciones, de modo que una curación completa era imposible por vía natural.

        Jesús tuvo compasión de ella y sin esperar a que la enferma le pidiese remedio la llamó a así e imponiéndole la mano como símbolo de infundirle nuevas fuerzas consiguió su curación.

        La fe sincera de la mujer se manifestó en dar gloria a Dios inmediatamente después de la curación y alabarle ante toda la comunidad por su gran misericordia.

        Nadie podía dudar de que se trataba de una milagrosa intervención divina. Sin embargo, el jefe de la sinagoga adoptó uno de los más tristes testimonios de odio obcecado de los fariseos contra Jesús: “Indignado de que Jesús hiciera esta cura en sábado dijo al pueblo: seis días hay destinados al trabajo; en esos podéis venir a curaros y no en el día de sábado.”

        El reproche iba dirigido a la comunidad, pero la intención era herir al Nazareno odiado. Al Mesías, conocedor de los corazones, no se le escapaba el sentido verdadero de las palabras y no titubeó en abrir los ojos del pueblo: “Más el Señor dirigiéndole a él la palabra, dijo: ¡Hipócritas! ¿Cada uno de vosotros no suelta su buey o su asno del pesebre aunque sea sábado y los lleva a abrevar?
        Y a esta hija de Abraham, a quien Satanás ató hace ya 18 años ¿no había que soltarla de su cadena en sábado?

        Según iba diciendo esto se abochornaron sus adversarios, mientras toda la gente se alegraba de tantos portentos como hacía.”

        Jesús censura con energía la interpretación torcida de la Ley que hace el jefe de la sinagoga y pone de relieve la necesidad de la misericordia y de la comprensión, que es lo que agrada a Dios.

        Pero el punto en que queda más al descubierto el jefe de la sinagoga fue en su desprecio de la mujer. Si el milagro se hubiera obrado en la persona de un fariseo, seguramente no habrían hecho hincapié en el día de sábado, más aquella mujer le era más extraña que las bestias en su establo. Y con todo, ella es, como observa Jesús, una “hija de Abraham”, un miembro del pueblo escogido y hasta merece este título más que el fariseo el de “hijo de Abraham”, ya que este ha heredado menos del espíritu ancestral que la mujer despreciada. Así, este milagro es un testimonio de la igualdad religiosa de la mujer en el reino de Cristo.


 Por Francisco Pellicer Valero

sábado, 10 de septiembre de 2016

SOBRE LA SAGRADA ESCRITURA

                SOBRE LA SAGRADA ESCRITURA




La Sagrada Escritura es el anuncio de Dios destinado a todos los hombres que fueron, son y serán. La convicción del creyente, del cristiano, arraigada en lo más profundo de su corazón y de su mente, es que los autores sagrados son voceros de la manifestación de Dios, y que esa manifestación -por su carácter divino- refleja “la palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo” y siempre tendrá una actualidad permanente e indeclinable.

         Esa verdad de nuestra fe debe ser tenida en cuenta siempre para poder llegar a comprender y degustar el contenido de la Biblia. Si no olvidamos nunca ese presupuesto, estaremos siempre en condiciones de leerla fructíferamente. No tener esto en cuenta, nos la haría como inaccesible y dejaría fuera no pocos frutos y perderíamos indudables riquezas.

No digamos asimismo lo importante que una visión de fe es para cualquier estudioso, investigador o lector de la Biblia. Esta magna obra, este gigantesco mensaje del Señor, no es un libro cualquiera. Hemos de alertar constantemente nuestra conciencia y ser conscientes de que el sagrado libro contiene nada menos que la palabra de Dios, o sea su libro personal, el que contiene su mensaje a los hombres, su revelación, su palabra y, en alguna medida, su persona íntegra, en la medida que ha querido revelarla. En este punto precisamente conviene recordar lo que dice el Vaticano II (Constitución Dogmática sobre Divina Revelación, núm. 12): “Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano; por tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores quieren decir.

         Tras lo anterior, hemos de recordar también que la revelación de Dios se hace mediante un lenguaje humano –que ha dejado su huella- y ha producido lo que llamamos la “empalabración”, que es como una especie de encarnación de la palabra de Dios en el lenguaje humano que supone una vía de manifestación indeclinable querida por Dios para ponerse al alcance de nuestra comprensión.


         Conservar y acrecentar nuestro interés por el Libro sagrado es sin duda alguna un don del Espíritu Santo que se produce como una toma de conciencia que se despierta a partir de la piedad, la fe en esa revelación, el deseo de conocer el misterio de Dios, una gracia en definitiva que el Espíritu derrama cada día sobre nosotros y que conviene que recibamos cerrando nuestro paraguas espiritual, para que nos moje y plenifique.

Por Erreuve
Fotografía: Mª del armen Feliu Aguilella

sábado, 3 de septiembre de 2016

MUJERES DE LA BIBLIA: LA HEMORROISA

MUJERES DE LA BIBLIA 16: LA HEMORROISA




Los tres sinópticos cuentan la historia de esta mujer, “con flujo de sangre desde hacía doce años” (Mt 9, 18-22). Y los tres relatan en el mismo cuadro de intervención, cuando Jesús va a resucitar a la hija de Jairo. Este contexto narrativo resulta bastante impresionante. Jesús sana a dos mujeres casi de un golpe; restaura sus funciones vitales. A una de ellas, la hija de Jairo, le devuelve todas las energías básicas. A la otra, la hemorroisa, la mujer sin nombre, le concede la normalización de su ciclo menstrual, una función fisiológica importante para las mujeres.

         Y una mujer enferma con una hemorragia desde hace doce años, que había sufrido mucho con varios médicos y gastado toda su hacienda sin obtener ninguna mejoría, antes había empeorado, habiendo oído hablar de Jesús, llegóse ante él por entre la multitud y le tocó el manto, pues ella se había dicho a sí misma: Si yo logro tocar, aunque sólo sea sus vestidos quedaré curada”.

         En efecto, al instante la fuente por la que perdía su sangre se secó y sintió en su cuerpo que estaba curada de su enfermedad. En seguida, Jesús, al sentir en sí mismo la virtud que de Él había salido, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién me ha tocado? Sus discípulos le contestaron: Ves que la multitud te oprime, ¿y dices que quién te ha tocado? Y miraba alrededor para ver a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, que sabía lo que había ocurrido en ella, se acercó asustada y temblorosa, se postró ante Jesús y le dijo toda la verdad. Él le dijo a la mujer: Hija, tu fe te ha curado, vete en paz y queda curada de tu enfermedad” (Mc 5, 25-34).

         Este relato evangélico nos muestra una vez más, la función que la fe desempeña en las acciones salvadoras de Jesús. En el caso de esta mujer es de subrayar que Jesús atiende sobre todo a la sinceridad y a la fe que demuestra la mujer al superar los obstáculos para llegar a Él.

         Esta figura de la hemorroisa presenta según muchos Padres (S. Ambrosio, S. Agustín, S. Beda y otros) que la iglesia de los gentiles, a diferencia de los judíos, se acercó al Señor con fe y fue sanada. Representa también a toda alma que se arrepiente de sus pecados y se encuentra en una situación en la cual se mezclan el dolor por su vida pasada, la reverencia hacia Dios y la firme esperanza en su ayuda.


         Por tanto, si nosotros queremos ser también curados, toquemos con nuestra fe el borde del vestido de Cristo.

Por Francisco Pellicer Valero