MUJERES DE LA BIBLIA 4: DEBORA Y JAEL
Estas dos mujeres, relacionadas
entre sí por un hecho casual, han pasado juntas a la historia como dos heroínas
de la guerra de los hebreos contra los cananeos en la época de los Jueces.
Débora, la profetisa que administra
justicia en nombre de Yahvé, bajo una palmera en los montes de Efraím, entre
Rama y Betel, ha dejado su nombre ligado para siempre a la derrota del príncipe
cananeo Sisara en la llanura de Esdrelón. Estamos en el siglo XII antes de
Cristo.
Las tribus de Israel no se habían
asentado aún definitivamente en los territorios que habían de ocupar más tarde
en Palestina. Además, estaban desunidas. No habían conseguido toda una
verdadera unión contra los enemigos. La presión enemiga duraba ya desde hacía
cuarenta años.
En esta situación Débora aparece desde
el primer momento revestida de poder judicial. Pero ésta no era su única
actividad. Sobre ella pesaban también los cargos que llevaba consigo el
gobierno de una ciudad.
Los jueces que gobernaban Tiro y
Cartago tenían a su cargo la administración civil y judicial. En caso de
violación del derecho, el juez se convertía en el hombre fuerte encargado de
restablecer el orden.
Débora había recibido una gracia
especial, un carisma, que podía ser valor, sabiduría, fuerza o habilidad, para
una misión de salvación.
Pero los israelitas han sido
infieles a Yahvé y Yahvé los ha entregado en manos de los opresores. Los
israelitas acuden a Dios y Dios les envía un salvador, el juez.
A Débora, situada en el centro del
país, acudían gentes de toda condición. Ella, sentada bajo una palmera,
aconsejaba, juzgaba y decidía y el pueblo se inclinaba ante sus decisiones. Su
autoridad estaba firmemente establecida en toda la región; sin ser militar,
podía convocar a uno de los más prestigiosos jefes de tribu Baraq de Neftalí,
recibiendo de él una respuesta inmediata.
Débora, pues, toma la iniciativa de
la guerra. Ordena en nombre de Yahvé a Baraq que reclute un ejército cuanto más
numeroso mejor y lo sitúe en el monte Tabor. Baraq exige que ella lo acompañe y
así se hace.
Los ejércitos se encuentran frente a
frente en el monte Tabor. Baraq ataca. Yahvé hace el resto provocando el pánico
en el ejército enemigo. Sisara, el jefe enemigo, baja de su carro y huye a pie.
Todo el ejército de Sisara cayó al filo de la espada; no quedó ni uno solo (Jue
4, 16).
Sisara en su huida fue a refugiarse
en la tienda de Jael, mujer de Jéber el quenita, porque estaban en buenas
relaciones los quenitas y los cananeos.
De esta manera entra Jael en la
historia. Esta mujer le da leche para calmar su sed y vigila la puerta por si
hay algún curioso. Pero cuando le ve profundamente dormido, le hinca una
clavija en la sien dejándolo clavado con la cabeza en tierra.
Al llegar Baraq en su persecución,
Jael, orgullosa de su hazaña, le muestra el cuerpo muerto del jefe cananeo. Así
termina aquella campaña, iniciada por Débora y concluida por otra mujer Jael. Y
así pasan a la historia judía unidas como dos grandes heroínas.
La historia de Débora termina con
esta sencilla conclusión: “Y el país estuvo en paz durante cuarenta
años” (Jue 5, 31)
Por Francisco Pellicer Valero
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