La vida de estas dos mujeres, esposas de un mismo marido,
se desarrolla hacia la mitad del siglo XI antes de Cristo.
Penena, una de ellas, ha pasado a la historia como un
nombre sin relieve. La otra, Ana, madre de Samuel, es una figura bíblica llena
de encanto. Vivía esta familia hebrea, observante y religiosa, en Rama,, no
lejos de la actual Lyda.
El marido Elcana subía todos los
años, durante la fiesta de las Tiendas o Tabernáculos, al santuario de Silos a
ofrecer el sacrificio reglamentario. En Silo se conservaba el arca de la
alianza. Era además el lugar de reunión de los ancianos y príncipes de Israel
en donde se decidían los asuntos importantes.
Los problemas familiares, inevitables en un hogar
polígamo, podían suscitarse por cualquier problema. Como Penena había tenido
varios hijos y Ana, su mujer preferida era estéril, en algunas ocasiones Penena
despreciaba a su rival echándole en cara su esterilidad.
A Ana le afectaba tanto la actitud de su compañera que
con frecuencia rompía a llorar y dejaba incluso de comer. Aunque el marido
trataba de consolarla no lo conseguía; ella quería ser madre. Seguramente Ana
había pedido a Dios un hijo todas las veces que iba al santuario, sin
conseguirlo. Para dar más fuera a su petición, le promete al Señor que si le concede
un hijo lo consagrará para siempre a su servicio en el santuario.
El sacerdote Elí viéndola rezar le da la bendición y le
dice: “Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que has pedido” (1
Sam 1, 17). La bendición del sacerdote le ha confortado y confía en que
esa bendición será eficaz.
Tras la última visita al santuario regresa a su casa de
Rama.. Ana vuelve a sus ocupaciones diarias. La vida le es ahora más fácil. Han
cesado los desprecios de su compañera, pues sabe que Ana está esperando un
hijo. Cumplido el tiempo del embarazo da a luz un niño a quien pone por nombre
SAMUEL.
Cumplidos los 3 años, Ana va a ver al sacerdote Elí y le
dice: “Este niño pedía yo a Yahvé y me lo ha concedido. Ahora se lo entrego a
Yahvé por todos los días de su vida (1 Sam 1, 26-28). Y lo dejó allí.
La tradición posterior pone en boca de Ana un hermoso
cántico, expresión de su alegría por haber sido escuchada su plegaria, que
exalta la misericordia de Dios y expresa la esperanza de los humildes.
Pero la casa para ella está vacía,
silenciosa. Su pensamiento vuela al santuario de Silo, donde reside su pequeño
Samuel. Allí va todos los años con su marido a ver a su hijo y el sacerdote Elí
ve llegar con emoción año tras año a este matrimonio ejemplar; al marchar, los
bendice deseándoles numerosa descendencia.
La historia dice que Ana fue bendecida con otros tres
hijos y dos hijas, Mientras tanto el niño Samuel iba creciendo y haciéndose
grato a Dios y a los hombres. Siendo aún niño, Samuel recibe la primera revelación
de Dios que le consagraba como profeta. Samuel crecía y Dios estaba con él.
Todo Israel sabía que Samuel estaba acreditado como profeta. Así termina la
historia de la infancia de Samuel y con ella, la historia de su madre.
No sabemos si
Ana llegaría a ver a su hijo al frente del pueblo, dirigiendo los destinos de
Israel, ungiendo a Saúl como rey y anunciándole la repulsa divina, ungiendo más
tarde a David en substitución de Saúl, convocando al pueblo a penitencia y
venciendo a los filisteos.
Por Francisco Pellicer Valero