LA INFANCIA ESPIRITUAL
Antaño
se hablaba de la Navidad; hogaño damos un paso adelante para hablar de la
infancia. Son días señalados para disfrutar todo el mundo, pero sobre todo, los
niños. Ellos contemplan con deleite los “belenes”, algunos esperan en la
Navidad los regalos que les trae el Niño Jesús; otros, Papa Noel o Santa Klaus,
derivación del obispo San Nicolás de Bari, donde está enterrado, aunque nació y
murió en Asia Menor. La tradición le atribuye muchos milagros y por ellos es
patrono de muchas profesiones y, sobre todo, se hace una cabalgata en la que,
sobre un caballo blanco, vemos la figura del obispo que dejará los juguetes a
los niños.
Aquí
los juguetes los traen los Reyes Magos que llegaron de Oriente para traer al
niño Jesús oro, incienso y mirra. Sería largo tratar aquí el tema astronómico
de la estrella que les guió. Según comprobaciones históricas, se trató de una
conjunción de astros; Júpiter y Saturno, en “Piscis”, lo que para los
astrólogos persas era señal de un gran acontecimiento.
Lo
dicho es sólo un prólogo o pretexto para hablar de la infancia, pero no ya de
la natural, sino de la espiritual que debe ser propia de los adultos con altas
aspiraciones. ¿Qué tiene un niño que nos falte a los mayores? ¿Por qué Jesús
los puso como ejemplo a imitar? El niño tiene una visión de la vida muy
sencilla y confiada, sin retorcimiento, sin mala idea, sin envidia ni rencor,
sin temores futuros más o menos inventados, sin ambiciones desmesuradas. Leamos
con detención el salmo XXII, expresión exacta de la infancia espiritual. El
niño confía ciegamente en sus padres, sabe que le quieren y le cuidan, y aunque
se sabe débil, está seguro del amor de sus padres.
Volver
nosotros a la infancia es confiar en el amor de Dios; en que “para los que
aman, todo es para su bien”. Hay que eliminar el orgullo, la vanidad. Todo lo
que tenemos nos lo da Dios. Y cuando sufrimos de algún mal, de cualquier daño o
carencia, pensemos como San Pablo: “porque cuando soy más débil, entonces soy
más fuerte”.
El mensaje de Jesús sobre los
niños debió ser novedoso en aquella época. El
niño y la mujer tenían menor categoría
que el hombre. Resulta que para el Maestro, ser niño no es algo inferior
sino superior.
Otra
cualidad del niño es la sinceridad y la ausencia de temor al “qué dirán”. Los
mayores, siempre con caridad, debemos mantener nuestras verdades y
manifestarlas sin temor, máxime en estos tiempos en que se ataca la fe
cristiana.
El
camino de la infancia espiritual no es fácil de recorrer. Se ha de practicar el
llamado “santo abandono”, es decir, la entrega amorosa y confiada a las manos
de Dios. No confundir con el “quietismo”, inventado por Miguel de Molinos,
sacerdote del XVII, postura condenada por la Iglesia y que dice que no hay que
hacer ni pedir nada. Dios hará lo que tenga que hacer.
Como decía el P. Rubio S.J.,
recientemente canonizado, “hay que hacer lo que Dios quiere y querer
lo que Dios hace”.
Ello supone aceptar todo lo que
nos venga y, además, tratar de conocer cuál es la voluntad de Dios para
cumplirla, realizarla. Esto último nos viene señalado por varios caminos:
1) Los mandamientos de la Ley de Dios,
que no los abolió Jesús, sino los completó.
2) Los mandamientos de nuestra madre la
Iglesia, junto con su magisterio ordinario o extraordinario.
3) Los consejos, que sin ser mandatos
obligatorios, nos dio Jesús contenidos en las “bienaventuranzas”, y en otros
momentos, como el consejo al joven que quería “algo más”.
4) Las inspiraciones que recibimos del
Espíritu Santo, en forma de deseos, buenas ideas, o remordimientos, etc. obra
de la gracia divina.
5) Para los religiosos, cumplir sus
respectivas reglas de cada orden o instituto, es señal de obedecer a Dios.
El
abandono no impide el pedir y actuar, como dijo Jesús: “pedid y recibiréis, llamad y se
os abrirá, etc.”
Por José Mª Catret
Fotografía Reyes Magos: Mª del Carmen Feliu
No hay comentarios:
Publicar un comentario