EL ESPÍRITU
SANTO Y LA EUCARISTÍA
Por ello, la Iglesia , desde su estructura orgánica, invoca al
Espíritu Santo para que el signo sacramental otorgue al hombre la eficacia que
tiene asignada desde el momento mismo de su institución.
La invocación al Espíritu, reconoce que aquello que se
realiza en todo momento, es una acción que desde su naturaleza sobrenatural
requiere la fundamentación cristológica y la presencia activa del Espíritu
Santo.
La presencia del Espíritu Santo en toda acción
sacramental no puede faltar nunca si se
tiene en cuenta que el orden salvífico de la redención, implica tanto la misión
del Verbo como la del Espíritu Santo. Porque si Jesucristo, como Verbo
encarnado obró objetivamente la redención en la cruz, tan
sólo a través del Espíritu Santo alcanza en cada hombre el efecto pleno,
cuando llega a ser redención personal. Y si se tiene en cuenta que los
sacramentos son los medios a través de los cuales se le aplica al hombre la
gracia merecida por Jesucristo, en su administración tiene que estar
operativamente presente el Espíritu para que cada persona se disponga a recibir
el don divino que le salva. Si la salvación es siempre obra de Cristo y del
Espíritu Santo, los sacramentos han de serlo también, por ser los medios a
través de los cuales llega hasta el hombre el don salvífico de la Pascua. (1)
Puesto que la Eucaristía es una venida misteriosa del Señor en
medio de los suyos, es evidente que ella no puede ser celebrada al margen del
poder del Espíritu de Dios; por ello, la relación Eucaristía-Espíritu, no puede
ser algo secundario con respecto al efecto del sacramento en el corazón de los
fieles. En su realidad más profunda, la Eucaristía es un acto del Señor Jesús y, por
tanto, se sitúa necesariamente y de forma esencial entre los actos del Espíritu.
Todo lo que ella nos ofrece en su densidad salvífica:
presencia activa del Señor, Cuerpo y Sangre entregados, ágape y comunión,
entrada en los bienes del Reino; todo ello procede tanto del Señor como de su
Espíritu. Una teología atenta a todas las dimensiones del acontecimiento
eucarístico, no puede olvidar que la Eucaristía es un acto del Espíritu. (2)
La tradición cristiana es consciente del vínculo
existente entre la
Eucaristía y el Espíritu Santo. Así lo ha manifestado y lo
manifiesta también hoy en las plegarias eucarísticas tercera y segunda de la Santa Misa. En ellas
el sacerdote suplica que se realice el misterio de su Hijo y que sea generado y
transformado el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. De
este modo, el Espíritu Santo, invisiblemente presente por el beneplácito del
Padre y la voluntad del Hijo, muestra la energía divina y, mediante las manos
del sacerdote, consagra y convierte los santos dones presentados en el Cuerpo y
la Sangre de
nuestro Señor Jesucristo.(3)
La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo.
Recibir la Comunión
en la Eucaristía da como fruto principal la unión íntima con
Cristo Jesús. Dice el Señor: “Quien come
mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él “ (Jn 6, 56). La vida en
Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que
vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí “ (Jn 6,
57).La carne de Jesús es realmente alimento y su sangre realmente bebida.
Comerlos produce en forma duradera las más íntima unión de los fieles con
Jesucristo, sobre la cual se funda para ellos la posesión de la vida eterna.
Como Jesús, enviado de Dios, vive por el Padre, es decir, tiene su vida del
Padre, que es la fuente de toda vida, así de Cristo recibirá la vida todo el
que se alimente de El.(4).
En el Bautismo el Espíritu Santo incorpora a los
fieles a Cristo y los hace Iglesia. Tal incorporación, con la Eucaristia , crece, se
nutre, se hace cada vez más madura, interiorizada y personal; por lo cual no
estamos solo unidos a Cristo cabeza, sino también a sus miembros. Se trata de
una realidad profunda y rica para la vida cristiana: no se puede comulgar con
Cristo cabeza si en la vida se pone al margen a su Cuerpo que es la Iglesia.
En realidad se comulga con Cristo cabeza en la medida
en que se está también en comunión con los hermanos, de la misma manera que no
se puede comulgar con los hermanos si no se está en comunión con Cristo Cabeza.
(1) Ramón Arnáu: Tratado General de los Sacramentos. Ed. B.A.C.
Madrid,1998, págs. 210-211.
(2) Comisión Episcopal del Clero: Presencia y acción del
Espíritu en la
Eucaristía. Bautizados en el Espíritu. Madrid, 1997, págs.
-143.
(3) Juan Pablo II: El vínculo entre el Espíritu Santo y la Eucaristía.Creo en
el Espíritu Santo, o.c. págs.87 s.s.
(4) Alfred Wikenhauser: Com.Ev. San Juan. Ed.Herder
Barcelona,1967, pág.199.
(5) Comité Jubileo 2000: El Espíritu Santo incorpora al
Cristo total .El Espíritu del Señor, o.c. pág.130.
Por Francisco Pellicer Valero
Fotografía: Mª del Carmen Feliu Aguilella
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