LA ORACION DEL PADRE NUESTRO (VII)
QUE ESTAS EN EL CIELO
La expresión "que estás en el cielo" es una
concreción del término "Padre". La comparación de Dios con los padres
humanos ayuda a entender un poco más cómo es Dios, pero conserva su punto de
ambigüedad, porque todo `padre humano tiene limitaciones y defectos. Para
evitar ese posible malentendido, hay que afirmar inmediatamente que se trata
del Padre del cielo y que, por tanto, no tiene ninguno de los aspectos
negativos que pueden tener los padres de la tierra.
La expresión "que estás en el
cielo" designa la excelsitud divina, la augusta majestad de Dios, su
cualidad de "celeste". Entre Dios y el hombre hay una distancia
insalvable, la misma que media entre el espíritu y la carne, distancia
absolutamente irreductible.
Dios no puede residir en un lugar
geográfico concreto, porque no está limitado ni por el espacio ni por el
tiempo. En la antigua alianza, el templo de Jerusalén era el lugar de la
presencia de Dios, el que Él mismo había elegido. Pero los israelitas eran
conscientes de que el templo no podía abarcar a Dios, porque nada en el mundo
creado puede contenerlo. Después de edificar el primer templo, el rey Salomón,
orando exclama: "Si no cabes en el cielo y lo más alto del cielo ¡cuánto menos en
este templo que he construido!" (1 Re 8, 27).
Dios está más allá de nuestro
alcance y de nuestros conceptos, no coincide y ni siquiera se parece a imagen
alguna que nos podamos hacer de Él.
El cielo, más que un lugar, es una
perspectiva, una manera determinada de ver el mundo y la historia. Podemos
referirnos a Dios como nuestro Padre "que está en el cielo" sin que
ello comporte alejarlo en nada de nosotros, de nuestra vida y de nuestras
preocupaciones. Invocar al Padre del cielo no es alejarse de la realidad
humana, terrena, de cada día.
La referencia al cielo sugiere
también su omnipotencia. Nuestro Dios es Padre sin dejar de ser
"SEÑOR", ni perder nada de su poder. Este es otro fundamento firme de
la oración cristiana: saber que estamos en diálogo confiado y amoroso con quien
lo puede todo. Nada de lo que le podamos pedir está fuera de su alcance.
Aunque
está próximo al hombre, sigue siendo INFINITO, el ABSOLUTO. El Salmo afirma: "Nuestro
Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace" (Sal 115, 3). La
palabra "cielo" no indica la lejanía de Dios sino su trascendencia y
grandeza, con la que se hace presente en todas partes y domina sobre todas las
cosas.
El que es Padre nuestro en
Jesucristo con una paternidad según el Espíritu y no según la carne, es el
Señor absoluto, el Creador del universo. En Él podemos confiar con una
seguridad total. (Benini, 56).
Para demostrar que está en todas
partes, el salmista busca imaginariamente, en todas las latitudes, un posible
lugar en que ocultarse de su presencia, sin conseguirlo (Sal 139, 8-10).
Que Dios está en el cielo, quiere
decir que está por encima de todas las cosas terrenas, más allá de nuestro
mundo visible. El mundo no es una parte de Dios, pues Dios es un ser
completamente distinto.
Nos conviene recordar la distancia
infinita que hay entre el Dios creador y el hombre criatura con el fin de que
la confianza amorosa en el Padre no degenere en "confianzas", que
pierdan de vista la soberana grandeza del Interlocutor divino. Cuanto más a la
vista tengamos la infinita lejanía de Dios, más estimaremos la dignación de
haberse bajado hasta nosotros, elevándonos a la categoría de hijos suyos e
invitándonos a conversar con Él. La verdadera religiosidad humana debe ser todo
anonadamiento ante la lejanía del Trascendente. Y todo agradecimiento ante la
condescendencia con que se digna acercarse y concedernos audiencia (Muñoz
Iglesias, "Padre de Jesús y Padre nuestro", pág. 172).
Que
Dios está en el cielo quiere decir:
*
Que es el Creador del cielo y de la tierra.
*
Que gobierna el universo entero con su omnipotencia y sabiduría.
*
Que entre Dios y el hombre hay una distancia insalvable, la que hay entre
Creador y criatura.
*
Que es eterno, es decir, que no ha tenido principio ni tendrá fin.
Por Francisco Pellicer Valero
Fotografía Mª del Carmen Feliu Aguilella
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