LIMITES
Olvidados los clásicos, los modernos no acabamos de
acertar en un camino de equilibrio y
crecimiento ciudadano. Aquel humanismo griego que nos hablaba, y nos
habla, de los límites de la razón, la cual no ignora los aspectos más trágicos
de la existencia humana, pero confía en el poder del conocimiento y de la
acción para superarlos. La prudencia es la primera y la última palabra de ese
humanismo trágico que invita al hombre a querer todo lo posible, pero solamente
lo posible, y a dejar el resto a los dioses. Nos hemos alejado de este
humanismo. Y así nos va.
Ahora los límites los marcan las leyes, necesarias
en un estado de derecho, pero insuficientes para hacer ciudadanos. Si se quema
el bosque, endurezcamos las penas. Si los anti-sistema bloquean la ciudad,
apliquémosles las leyes. Si crece el tráfico de drogas, mano dura con los
traficantes. Si se roban los productos del campo, los rodeamos de vallas y si
la corrupción invade el panorama nacional, (febrero 2013), manifiesto
regeneracionista. Y así. Hace ya mucho que nuestra escuela y nuestra familia no
educan en los límites, límites del propio individuo y límites de la sociedad en
la que tendrá que desenvolverse.
Una de las primeras claves de la felicidad,
individual y colectiva, es el conocimiento de los propios límites y su
aceptación. Y digo felicidad y no bienestar. No es lo mismo. Este es otro
debate en la civilización del espectáculo. Desde sus límites el individuo pone
en marcha su creatividad, su libertad, su búsqueda de la verdad y su
solidaridad. El grito es: ¡creativos, no usuarios! Si no se respetan los
límites de las leyes es porque el individuo no conoce sus propios límites. Y
quema, asalta, golpea y destroza cuanto sale a su paso y se corrompe.
A alguien le puede parecer este humanismo un
humanismo de baja tensión. Desactivador de energías necesarias y justas.
Considérese detenidamente. Las tertulias de cualquier signo se mueven en torno
a la ley y la ideología que se profesa. Alguien tiene que hablar, en las
tertulias, en los medios, en la calle, en la escuela, de antropología, de
filosofía, de ética, de fundamento. El ciudadano es algo más que un voto, una
idea política, una opción de partido. Familia, escuela y universidad tiene
mucho que decir y, por tanto, a mi parecer, mucho que recuperar. Desear todo lo
posible, solamente lo posible, y dejar lo demás a los dioses. Curiosamente
todavía hablamos de Aristóteles. Por algo será.
Blas Silvestre, septiembre 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario