25 de diciembre
NATIVIDAD DEL SEÑOR
Solemnidad
Solemnidad
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 9, 1-6
La liberación
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban
tierra de sombras, y una luz les brilló.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia,
como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín.
Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su
hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Porque la bota que pisa con estrépito y la capa empapada en sangre
serán combustible, pasto del fuego.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a
hombros el principado, y es su nombre:
Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de
la paz.
Para dilatar el principado, con una paz sin límites, sobre el trono
de David y sobre su reino.
Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde
ahora y por siempre.
El celo del Señor lo realizará.
SEGUNDA LECTURA
San Pedro Crisólogo, Sermón 149 (PL 52, 598-599)
Paz es el nombre personal de
Cristo
Al llegar el Señor y Salvador nuestro, y al hacer su aparición
corporal, los ángeles, dirigiendo los coros celestiales, evangelizaban a los
pastores diciendo: Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el
pueblo. Utilizando las mismas palabras de los santos ángeles, también
nosotros os anunciamos una gran alegría. Hoy, en efecto, la Iglesia está en
paz; hoy la nave de la Iglesia ha llegado a puerto; hoy, carísimos, es ensalzado
el pueblo de Dios y humillados los enemigos de la verdad; hoy Cristo se alegra
y el diablo gime; hoy los ángeles viven en la exultación y los demonios están
en la confusión. ¿Qué más diré? Hoy Cristo, que es el rey de la paz,
enarbolando su paz puso en fuga las divisiones, llenó de confusión a la
discordia y, como al cielo con el esplendor del sol, así ilumina a la Iglesia
con el fulgor de la paz. Porque hoy os ha nacido un salvador.
¡Qué deseable es la paz! ¡Qué fundamento más estable es la paz para
la religión cristiana y qué ornato celeste para el altar del Señor! ¿Qué
podríamos decir en elogio de la paz? La paz es el nombre personal de Cristo,
como dice el Apóstol: Cristo es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos
una sola cosa. Ahora bien: así como ante la visita de un rey se limpian las
plazas y toda la ciudad es un festín de luces y flores, de modo que no haya
nada que ofenda la vista del ilustre visitante, lo mismo ahora: ante la venida
de Cristo, rey de la paz, hay que quitar de en medio toda tristeza y, ante el
resplandor de la verdad, debe ponerse en fuga la mentira, desaparecer la
discordia, resplandecer la concordia.
Por eso, aun cuando en la tierra los santos hacen el panegírico de
la paz, donde sus elogios logran la cota máxima es en el cielo: la alaban los
santos ángeles y dicen: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los
hombres que Dios ama.
Ya veis, hermanos, cómo todas las criaturas del cielo y de la
tierra se intercambian el don de la paz: los ángeles del cielo anuncian la paz
a la tierra, y los santos de la tierra alaban al unísono a Cristo, que es
nuestra paz, ascendido ya a los cielos; y los místicos coros cantan a una sola
voz: ¡Hosanna en el cielo!
Digamos, pues, también nosotros con los ángeles: Gloria a Dios en
el cielo, que humilló al diablo y exaltó a Cristo; gloria a Dios en el cielo,
que puso en fuga a la discordia y consolidó la paz.
EVANGELIO DE LA NATIVIDAD DEL
SEÑOR
25 de diciembre
HOMILÍA
Beato Elredo de Rievaulx, Sermón 1 de la Natividad del Señor (PL
195, 226-227)
Hoy nos ha nacido un Salvador
Hoy, en la ciudad de David, nos ha nacido un Salvador: El Mesías,
el Señor. La ciudad de que aquí se habla es Belén, a la que debemos acudir
corriendo, como lo hicieron los pastores, apenas oído este rumor. Así es como
soléis cantar —en el himno de María, la Virgen—: «Cantaron gloria a Dios,
corrieron a Belén». Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre.
Ved por qué os dije que debéis amar. Teméis al Señor de los
ángeles, pero amadle chiquitín; teméis al Señor de la majestad, pero amadle
envuelto en pañales; teméis al que reina en el cielo, pero amadle acostado en
un pesebre. Y ¿cuál fue la señal que recibieron los pastores? Encontraréis
un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. El es el Salvador, él
es el Señor. Pero, ¿qué tiene de extraordinario ser envuelto en pañales y yacer
en un establo? ¿No son también los demás niños envueltos en pañales? Entonces,
¿qué clase de señal es ésta? Una señal realmente grande, a condición de que
sepamos comprenderla. Y la comprendemos si no nos limitamos a escuchar este
mensaje de amor, sino que, además, albergamos en nuestro corazón aquella
claridad que apareció junto con los ángeles. Y si el ángel se apareció envuelto
en claridad, cuando por primera vez anunció este rumor, fue para enseñarnos que
sólo escuchan de verdad, los que acogen en su alma la claridad espiritual.
Podríamos decir muchas cosas sobre esta señal, pero como el tiempo
corre, insistiré brevemente en este tema. Belén, «casa del pan», es la santa
Iglesia, en la cual se distribuye el cuerpo de Cristo, a saber, el pan
verdadero. El pesebre de Belén se ha convertido en el altar de la Iglesia. En
él se alimentan los animales de Cristo. De esta mesa se ha escrito: Preparas
una mesa ante mí. En este pesebre está Jesús envuelto en pañales. La
envoltura de los pañales es la cobertura de los sacramentos. En este pesebre y
bajo las especies de pan y vino está el verdadero cuerpo y la sangre de Cristo.
En este sacramento creemos que está el mismo Cristo; pero está envuelto en
pañales, es decir, invisible bajo los signos sacramentales. No tenemos señal
más grande y más evidente del nacimiento de Cristo como el hecho de que cada
día sumimos en el altar santo su cuerpo y su sangre; como el comprobar que a
diario se inmola por nosotros, el que por nosotros nació una vez de la Virgen.
Apresurémonos, hermanos, al pesebre del Señor; pero antes y en la
medida de lo posible, preparémonos con su gracia para este encuentro de suerte
que asociados a los ángeles, con corazón limpio, con una conciencia honrada
y con una fe sentida, cantemos al Señor con toda nuestra vida y toda
nuestra conducta: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los
hombres que Dios ama. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor, a quien sea
el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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