ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

domingo, 30 de octubre de 2011

CREACIÓN Y/O EVOLUCIÓN

CREACIÓN Y/O EVOLUCIÓN




Hasta mediados del s.XIX, la cultura occidental solo tenía ese relato Bíblico sobre el origen del hombre, pero desde 1859, en que Darwin publicó su libro "El origen de las especies", existen dos relatos; uno religioso y otro científico. ¿Son incompatibles entre sí?. No es lo mismo decir que el hombre es una criatura privilegiada, creada particularmente por Dios como decíamos antes, que decir que el hombre es un pariente de los primates, un poco más evolucionado y surgido por casualidad. Particularmente ha tenido gran desarrollo el debate en los USA, donde se han enfrentado posiciones radicales, principalmente entre fundamentalistas protestantes, que mantienen la realidad exacta del relato bíblico, su interpretación literal, y evolucionistas de ideología materialista, para quienes todo se debe al azar.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que, como ha escrito Jacques Monod (antes citado, Premio Nobel de Medicina, ateo) en su libro "El azar y la necesidad", en la realidad no existe solo la necesidad. No es preciso ni necesario, dice, que todas las cosas deriven una de otra. Existe también el azar (nosotros diríamos la libertad divina). Así pues, dice, hay dos realidades que pueden existir, pero no tienen por qué existir. Una de ellas es la vida. Pudo existir pero no tuvo que hacerlo. La probabilidad de hacerlo era prácticamente cero. Lo segundo que pudo, pero no tuvo a la fuerza que existir, es el misterioso ser humano. Es tan improbable que surgiera, dice el autor, ateo, que sólo una vez puede haber sucedido el que este ser se originara. Somos una gran causalidad, dice. Nosotros lo explicaos de otra manera...

Darwin propuso dos causas materiales para explicar la evolución: la variación espontánea de la herencia y la selección de los más capacitados. Se produce una variación espontánea en la herencia, una pequeña modificación en los hijos y la selección natural premiará aquellas variaciones que presenten más ventajas para la existencia, para la adaptación al medio. Esas micromutaciones se van acumulando y dan lugar a la separación de las especies. Pero es difícil pensar que solo por esos pequeños saltos se originen especies tan estructuralmente diferentes. Como ha señalado Monod, la estabilidad es una norma general, y la variación por azar es una excepción. El mismo Darwin advirtió ese problema en su libro, pero pensó que se encontraría una explicación que todavía hoy no se ha encontrado. Falta explicar de dónde viene ese orden creciente que se manifiesta en la escala de la vida hasta llegar al ser humano. De donde han surgido esas complicadas estructuras, en qué razón se han concebido, para movilizar millones de células , cada una con millones de componentes, para dar lugar a organismos que se mueven a sí mismos, que se reproducen con arreglo a unos códigos perfectos , y con una intención clara: permanecer existiendo y ser cada vez más perfectos.

La Iglesia Católica no se pronunció acerca de la evolución hasta mucho tiempo después, casi un siglo, cuando en la encíclica "Humanis generis" (1950), de Pió XII, se hacían tres precisiones: 1) pedía cautela para distinguir lo que es una hipótesis (la evolución) de lo que es algo probado. 2) defendía el origen divino del alma humana y 3) rechazaba el poligenismo como incompatible con la doctrina sobre el "pecado original", es decir, no se admitiría que la figura del primer hombre, llamado Adán en la Biblia, significara una multitud de protoparentes, o que hayan surgido hombres en la Tierra que no descendiesen del primer hombre creado por Dios.


Por José M" Catret Suay

sábado, 29 de octubre de 2011

EL ENTORNO DE LOS PROFETAS

EL ENTORNO DE LOS PROFETAS


"....os refresco la memoria, para que vuestra mente sincera recuerde los dichos de los santos Profetas de antaño" (2 Pe. 3,2)

1.- INTRODUCCIÓN

Iniciamos ahora una serie de breves artículos sobre los profetas, con el título general del entorno de los profetas, pues no es mi propósito hablar ni de los personajes ni del contenido de sus profecías. Sólo pretendo decir en qué circunstancias hablaron los profetas, es decir, colocarlos en su entorno histórico, para saber mejor porqué cada uno habló de determinada manera.

La Biblia escrita nos ha llegado tras una larga época de tradición oral. Oe ahí se pasó a la tradición escrita. ¿Cuándo y cómo ocurrió eso? Eso ocurrió en tres fases. La primera se realizó entre los años 1000-750 a C, precisamente cuando comenzó la Monarquía y los reyes se rodearon de escribanos ("escribas") y de doctos conocedores de la ley ("rabinos").

El segundo período está relacionado con el movimiento profético y puede ser fechado entre los años 750-500 a. C, espacio de tiempo en que se compusieron la mayor parte de los libros proféticos y que fueron cronológicamente los primeros en ser redactados como tales escritos. Hubo también destacados profetas que no nos dejaron escrito alguno.

Finalmente, en la tercera fase hubo una abundante proliferación literaria a partir de los años 5oo a. C. con el regreso de la cautividad.

Tradicionalmente se ha tenido al fenómeno profético como un producto propio de la religión israelita. Pero recientemente, hallazgos arqueológicos y literarios han sacado a la luz, por todo el Oriente Medio, ejemplos de manifestaciones proféticas más o menos afines al profetismo israelita. Sin embargo, aunque entre los videntes extra bíblicos y los profetas israelitas pueda haber paralelismos y coincidencias, la verdad es que entre unos y otros, se dan diferencias esenciales.

Un profeta, en el sentido original del término griego prophetes, es un pregonero, un heraldo de Dios mismo. Es decir, una persona que no "adivina", sino que dice la verdad. Lo mismo indica el término hebreo nabi, que originariamente indica "que llama" o "llamado". Es decir, el llamado de una manera especial por Dios. Ese es el elemento decisivo.

El profetismo empieza, en la historia de Israel, con la institución de la monarquía y, en el fondo, termina con ella, en la catástrofe del exilio. El profetismo, después del exilio, es como un remedo o eco de la profecía primitiva..

En esos tiempos, muchos del sector religioso decían poder "inspirarse" y prever el futuro. Eran profesionales de la inspiración y pretendían actuar como videntes. Pero actuaban a cambio de dinero o limosnas. Estos no eran profetas. Los verdaderos inspirados eran, digamos, laicos, ciudadanos de a pie, a quienes la llamada de Dios los arrancaba de sus ocupaciones habituales.

Los profetas tenían características especiales. Las formas podían ser las mismas que aquellos otros inspirados: caían en éxtasis, hacían cosas extravagantes cargadas de significado, hablaban en verso, pronunciaban palabras que decían ser dictadas por Dios, etc. Pero la novedad de estos estaba en el fondo, no en la forma. Estaba en el contenido del mensaje que transmitían. Y eran venerados, temidos, e incluso odiados.

Ángel Aguirre

NOCIONES DE MORAL

ALGUNAS NOCIONES DE MORAL (1)




Basadas en el libro "Teología Moral", de A. Fernández, el Catecismo de la Iglesia Católica, Concilio Vaticano II y diversos otros textos-



1.- Causas de la crisis del pecado en nuestro tiempo.



El libro de A. Fernández alude primeramente al fenómeno actual de una falta de sentido del pecado hasta en el doble plano del reconocimiento de sus existencia y del de aceptar que el hombre pueda cometerlo.

Esta pérdida ha sido denunciada por los papas desde Pío XII.

Y  Juan Pablo II, en su encíclica "Reconciliación y penitencia", señala que el tiempo actual es un momento de grave oscurecimiento moral -como en otras épocas históricas- y que es inevitable que en esta situación quede también oscurecido el sentido del pecado.

El libro aludido hace una serie de consideraciones sobre el daño que representa esa pérdida, el quebranto de la cultura humana si se oscureciese la noción de pecado, y lo que se resentiría la teología moral si se suprimieran los conceptos de bien y de mal.

Las causas que motivan el eclipse del sentido del pecado son entre otras:

a)      El relativismo cultural y ético.

b)      Las falsas acusaciones de un sector de la psicología actual.

c)       La confusión entre moralidad y legalidad.

d)      El secularismo.

e)       Algunos fenómenos internos de la vida eclesial.

En sucesivos artículos estudiaremos alguno, pues estimo que conocerlos en lo esencial contribuirá a que comprendamos mejor el complicado entorno en el que nos ha tocado vivir.

RELATIVISMO.-

A lo largo de su historia, La Iglesia ha tenido que sufrir sin descaso una serie de "ismos" que, en alguna medida, han caracterizado los llamados "males del siglo".

Las clásicas persecuciones contra la iglesia provocaron el nacimiento de la primera teología cristiana. Así podemos trazar una trayectoria frecuente: arrianismo en el s. IV; pelagianismo en el V; ruptura protestante, etc.

Juan pablo II tuvo que luchar contra el totalitarismo, amenaza del siglo XX.

Y  Benedicto XVI contra el relativismo, que es el mal del siglo XXI.

Es un pensamiento y una actitud vital: todo es RELATIVO. Cada uno entiende como verdad su propia autarquía o creencia personal, con lo cual no hay una base de arranque que propicie el diálogo. De aquí se sigue que, si lo válido y verdadero es lo que a mí me parece, acabamos con no ser responsables de nada. E incluso la idea misma del pecado desaparece. (Continuará)

Erreuve

domingo, 23 de octubre de 2011

LOS SIETE DOMINGOS DE SAN JOSÉ




TERCER DOMINGO

 




         Todos los santos suelen conocerse porque tienen una cualidad característica. Así, la austeridad y milagros en S. Vicente Ferrer; la pobreza en S. Francisco de Asís, o la coherencia e integridad asombrosas de Tomás Moro, que le llevó al martirio sin retroceder ante nada y que -cosa admirable, al tomar conciencia del honor de Dios del que se sintió custodio al ser nombrado obispo de Canterbury por un capricho del rey- cambió una vida cómoda y pecadora por una actitud de responsabilidad y de coherencia que le llevó a aceptar el martirio por ese honor de Dios a manos de los sicarios del rey de Inglaterra.
Dios providente quiso que Jesús naciera en el seno de una familia verdadera. San José fue, no un protector de María, sino su esposo. Procede que recordemos cómo los judíos, en el matrimonio, distinguían dos actos esenciales: los esponsales y las nupcias. Los primeros ya constituían un verdadero matrimonio, que la costumnare fijaba con el plazo de un año. Fue en ese intervalo cuando la Virgen recibió la visita del Ángel y Jesús se encarnó en su seno; a San José le fue revelado en sueños el misterio obrado y se le pidió que aceptara a María como esposa en su casa. "Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer" (Mt 1, 24). Y la tomó junto con el Hijo, demostrando su disponibilidad voluntaria en orden a lo que Dios le pedía por conducto de su mensajero, colmo señala Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica "Redemptoris custos". Hay que recordar también que, aunque la unión matrimonial comportaba los derechos recíprocos en orden a la generación, María y José, de mutuo acuerdo, habían renunciado a su ejercicio, como señala San Agustín.
           Sto. Tomás enumera las varias razones por las que convenía que la Virgen estuviera casada con José en matrimonio: Para evitar la infamia de cara a vecinos y parientes; para que Jesús viviera en el seno de una familia y fuera tratado como legítimo, y para que Madre e Hijo encontraran apoyo y ayuda en José; para que fuera oculta al diablo la llegada del Mesías; para que en la Virgen fueran honrados a la vez el matrimonio y la virginidad. Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica "Familiaris consortio", destaca el amor puro e intenso de María a su esposo, y sostiene que en María y José tienen los esposos el ejemplo acabado de lo que deben ser el amor y la delicadeza. Procede asimismo destacar que no es probable que San José fuera mucho mayor que la Virgen, ya que la pureza nace del amor y, para el amor limpio, no son obstáculo la robustez y la alegría de la juventud.
Dentro del entorno de todas estas maravillas, recordar cómo se nombra a San José como padre en repetidas ocasiones, y cómo Jesús fue hijo auténtico: "Bajó con ellos a Nazaret y les estaba sujeto" (Le 2, 51).
En síntesis: por voluntad divina, Jesús fue concebido milagrosamente por el Espíritu Santo naciendo virginalmente para María y José, porque Dios quería que naciera en el seno de una familia y estuviera sometido a un padre y a una madre y cuidado por ellos. Fue un hijo ejemplar, pues "les estaba sujeto..." en todo.
Y a su vez, San José amó y cuidó a Jesús como a su hijo consagrándole sus fuerzas, su tiempo, sus inquietudes y cuidados.


Por Francisco Pellicer Valero





sábado, 22 de octubre de 2011

Resumen de la conferencia impartida por Mª del Carmen Feliu Aguilella, en la reunión de formación de 22 de Octubre.


"MISERERE". EL SALMO DE LA MISERICORDIA







            El Salterio es la respuesta del hombre a Dios.

            A lo largo de la Biblia vemos que es Dios quien habla, quien toma la iniciativa constantemente y se dirige al hombre a través de sus intervenciones salvíficas en la Historia y así mismo por medio de sus enviados y profetas.

            En el Salterio encontramos que es el hombre el que, aparentemente, toma la palabra y, como en toda oración, es Dios quien inspira esa palabra, quien la pone en el corazón. No obstante, el hombre es el protagonista que, ante la actuación de Dios, le alaba, se lamenta o canta una acción de gracias impregnando el salmo de sus sentimientos.

            En las lamentaciones, la parte más importante es la súplica propiamente dicha, en que el salmista dirige su petición a Dios, expresando con gran fuerza y vehemencia su situación extrema ya que el salmista se enfrenta a una terrible desgracia o enfermedad que terminará con la muerte inminente. La muerte, sin una esperanza de vida eterna, era para el judío terrible por lo definitivo y más porque desaparecerá de este mundo donde todavía Dios le podía ayudar.

            Por esto, le increpa a que salve a “su fiel” con urgencia desmesurada y sobre todo con fórmulas antropomórficas: sálvame, escúchame o ¿qué ganas con mi muerte, con que baje a la fosa?

            El Salmo 51 es una lamentación individual o salmo de súplica, en el que el salmista confiesa su pecado en un acto penitencial y expresa su confianza en Dios y en la misericordia divina.

            Este salmo se considera como segunda parte del precedente, en que Dios interpela y acusa a su pueblo de abandonar sus mandatos y le asegura que el mejor sacrificio que puede ofrecerle es una conversión interior sincera (recordemos también a Oseas 6:6 “Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos”).

            De este modo, en un análisis principalmente teológico, el Salmo 50 sería la acusación que Dios hace del delito, mientras que el 51 relataría la confesión del pecador en una exposición de un corazón humilde y contrito, por momentos desgarradora pero que al mismo tiempo espera en la misericordia de Dios y no en una sentencia condenatoria:No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.” dice en Ez 18, 23, y por último, el perdón posterior haciendo de estos salmos las dos partes de una liturgia penitencial en que Dios no actúa como juez sino como parte ofendida. Los dos salmos resultan de esta forma como las alegaciones presentadas en un proceso judicial, que siguen un eje teológico.

            En la estructura de este tipo de salmos se repiten unas características comunes que llamaremos elementos integrantes.

            1. El primero de ellos es la invocación del nombre de Dios. La invocación se encuentra fundamentalmente, al principio del salmo y mediante ella el salmista entra en contacto con Dios e inicia su oración. Sin embargo, el nombre de Dios no aparece exclusivamente al principio sino que se repite a lo largo del salmo, reforzando la súplica, ya que, a diferencia de otros pueblos, el israelita, el que invoca el nombre de Yahveh, sabe que puede esperar en la ayuda y el concurso suyo.

            El nombre, entre los antiguos semitas no era solamente el elemento que designa o distingue a sus portadores de otros, sino que es su misma esencia y contiene, en el caso de Dios, la fuerza salvífica, la fortaleza que transmite al pueblo que le invoca.

            En el primer versículo el salmista o penitente invoca el nombre divino apelando a su misericordia, pidiendo la salvación y reconociéndose culpable. En este versículo del salmo de la misericordia se halla resumida toda la intención del mismo como veremos más tarde.

            La invocación aparece de nuevo en el versículo 12: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro”; junto a la nueva petición, la purificación interior.

            El versículo 16: El lamento se agudiza, hay dolor e impaciencia en las palabras: “Líbrame de la sangre, oh Dios; Dios, Salvador mío”, hasta tal punto que la invocación del nombre de Dios se repite por tercera vez, utilizando su atributo salvífico.

            Más tarde en el versículo 17: “Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.”y en el 20: “Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén”, el orante invoca de nuevo al Señor para expresar su futura acción de gracias y la esperanza de la renovación del culto en Jerusalén en lo que se ha creído una adición posterior al destierro.

            2. El segundo elemento integrante de la lamentación es la narración de la situación del salmista, en la que éste expresa lo que le preocupa, el sufrimiento que le atormenta. Esta parte de la oración sálmica es la que generalmente reviste mayor dramatismo ya que el salmista describe su situación con verdadera desesperación, como quien ha llegado al final, para así mover a Dios a escucharle y a intervenir con premura a su favor.

            En este salmo 51, el lamento es de “un corazón quebrantado y humillado” (versículo 19), que es consciente de su pecado, de su condición de pecador.

            El salmista está realmente obsesionado, por ello después de pedir que Dios limpie su pecado, vuelve a reconocerse culpable, no puede apartarlo de su mente: “tengo siempre presente mi pecado” (versículo 5).

            Es más, sabe que su falta, en cualquier orden en que se haya cometido, es una ruptura con Dios ya que El es el establecedor de toda Ley, de todo orden, así la transgresión es un pecado contra Dios. Ante El resulta culpable y aunque añada: “En la sentencia tendrás razón”, al apelar a la justicia divina está reclamando la misericordia y el perdón.

            En el versículo 7: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.” se reconoce atrapado por el pecado desde su origen, sin libertad ante él, sin fuerza para combatirlo.

            Reconoce con humildad su impotencia ante su condición pecadora, de ahí que en los siguientes versículos espere de Dios aquello que sólo su bondad puede darle. El orante es sólo un hombre, sin capacidad para apartarse del pecado, pero lo desea con sinceridad. La conversión del hombre se realiza a nivel interno por lo que asegura: “En mi interior me inculcas sabiduría”, significando que le ha hecho capaz de concienciar su pecado y ese reconocimiento le impulsa a la conversión.

            La transformación que pide a Dios que se lleve a cabo en su interior es la purificación que hace nacer a un hombre nuevo, no al que sabe de su debilidad y volverá a caer en el cieno del pecado. Se prepara ya a la futura alegría y pide dócilmente ser lavado, que Dios le limpie su mancha que le aparta de El. Cuando Dios no contemple su pecado habrá sido exculpado.

            3. Con estas peticiones llegamos al tercer  elemento formal de estos salmos, la súplica propiamente dicha.

            En la súplica el orante pide la gracia, el perdón, con tal fuerza en ocasiones, que llega a personificar a Dios, se dirige a El con vehemencia para asegurarse la intervención divina.

            Esta es la parte más hermosa de estos salmos, porque en esas peticiones, el hombre pone de relieve, como veíamos antes, su debilidad y su impotencia, y reconoce que solamente Dios puede actuar eficazmente.

            En este salmo en que se canta la misericordia divina, el penitente pide a Dios que realice en él todo el proceso de liberación del pecado que lo aparta de su seno y anticipa ya la alegría que la paz interior le traerá.

            Después de la petición de los versículos 9 a 11: “Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve. Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.”, redobla su súplica con fuerza; invocando de nuevo el nombre de Dios, suplica que, efectivamente, se le dé un corazón nuevo, mediante la renovación interior, la re-creación interna. Este espíritu renovado le permitirá no ser apartado de la comunidad de la que le alejaba el pecado. El fiel culpable comprende el peligro de ser arrojado “lejos de tu rostro” (versículo 13).

            Mantenerse en la presencia de Dios es su objetivo y su necesidad, le provoca la alegría suficiente como para corres a contar a los demás su experiencia: él había pecado, pero el Señor no le abandonó sino que le perdona y él agradecido mostrará los mandatos del Señor a sus semejantes para que puedan acogerse a la misericordia divina.

            De nuevo surge la súplica: “Líbrame de la sangre...”, porque el delito sigue todavía en la memoria del penitente y el pecado cometido le impide la alabanza, la liberación de su culpa le permitirá sin embargo, ensanchar su corazón y cantar la justicia divina y su alabanza.

            4. A lo largo de estos versículos hemos comenzado a observar lo que conocemos como motivos de súplica, el cuarto elemento integrante de estos salmos.

            Acabamos de reconocer los atributos divinos que permiten al autor confiar en el Señor y en su perdón en el caso de este salmo.

            El salmista espera y confía en la ayuda divina por su misericordia, por su bondad (ya desde el versículo 3: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa;”) y por su justicia. En su confianza, el salmista sabe que no será despreciado, abandonado. Pero su penitencia es el propio quebranto de su espíritu, saberse culpable. Reconoce con humildad que esa bondad y misericordia que alaba en Dios es lo único con fuerza capaz de salvarle. En su contrición y su petición de limpieza de corazón, su esperanza en la creación de un espíritu nuevo lo que atrae esa salvación por encima del culto sacrificial y de las ceremonias de expiación rituales. El sacrificio es su propio remordimiento que le corroe.

            Tras la necesaria confesión, este careo entre  el hombre pecador y Dios pasa a la fase de la gracia, a la fase curativa:
            “En efecto, a través de la confesión de las culpas se le abre al orante el horizonte de luz en el que Dios se mueve. El Señor no actúa sólo negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su Espíritu vivificante: infunde en el hombre un "corazón" nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios.” (Catequesis Juan Pablo II).

            Ahora la experiencia del pecador arrepentido le lleva a saborear la esperanza y la “alegría de la salvación” y ante esta alegría se siente impelido a hacer partícipe a toda la comunidad de su liberación del pecado y de su transformación. Sale a buscar a sus conciudadanos para anunciarles este tiempo de gracia, algo que podríamos resumir en el versículo del Salmo 31:
            “propuse: “Confesaré al Señor mi culpa”,
            y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.”

            “El cambio de tono que se observa entre la última lamentación y la plegaria y la seguridad de la escucha supone en su origen un oráculo divino que ofrecía la seguridad de que la plegaria había sido escuchada creando de este modo el presupuesto psicológico para la  confianza.” (Gunkel).

            Los últimos versículos (el 20 y el 21:” Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos.”) son seguramente añadidos  después del destierro para acoplar el acto penitencial a la situación del pueblo elegido: Israel ha sido llevado por sus pecados al destierro (“lejos de tu rostro”), con el que se le priva del Templo, morada de Dios, y lugar de su culto y de la liturgia. Durante el destierro (“en mi interior me inculcas sabiduría”) ha tenido tiempo para recapacitar sobre su situación pecadora y reconciliarse con Dios. Así volverá a la Tierra Prometida, a la Ciudad Santa (“al rostro de Dios”), y reconstruyendo sus murallas (“su amistad”) volverá a sacrificar para El, volverá a la alabanza y a la acción de gracias.

            5. Cristianización y actualización del Salmo 51

            Cristo hace, según vemos en el Evangelio, suyos los salmos, como oración, como alabanza. Por el hecho de haber asumido el pecado de la Humanidad, se convierte en mediador de una Nueva Alianza, de la nueva creación.

            Por la fe en Cristo permanecemos en la Alianza; al transgredir la Ley de Dios precisamos de un medio de reconciliación que es Cristo y, en su lugar, la Iglesia; para dicha reconciliación es preciso seguir paso a paso la dinámica del salmo 51: tras la concienciación y confesión del pecado, viene la petición de renovación interior, la conversión. El pecado es perdonado por la misericordia divina en base al sacrificio expiatorio de Cristo, no por los méritos del hombre, es decir, por la bondad de Dios como veíamos enunciado en el versículo 3. Pero la reconciliación definitiva exige la renovación del hombre interiormente a la luz de la enseñanza de Cristo.

            La reconciliación como continua renovación de la Alianza, no pierde actualidad. La palabra de Cristo sigue viva en el Evangelio, en la Liturgia y, la Iglesia sigue los pasos del salmo penitencial para realizar su misión/interpelación mediadora de lo que Pablo llama creación nueva, aplicando en nombre de Cristo los sacramentos propios de la reconciliación con Dios: el Bautismo, el sacramento de la Penitencia, y hasta en la hora de la muerte y la enfermedad, la Unción.

            La Iglesia es esa mediadora: el cristiano al que el pecado ha llevado a la ruptura de la comunión plena con la Iglesia, ha de reencontrar esa comunión mediante el acto penitencial que le reconcilia con la Comunidad y a través de ella con Dios.

            Por otro lado, en la actualidad el sentimiento del hombre permanece siempre el mismo: el pecador siente vergüenza y horror por su pecado, se obsesiona creando sus complejos de culpabilidad. Pero el don de la misericordia divina es y será siempre gratuito, por tanto, un estímulo para cambiar ese sentimiento por la humildad y la confianza en Dios.


            La liberación del pecado por la bondad y la misericordia da el resultado de una confianza del pecador en el Padre. El triste lamento penitencial termina convertido en un canto de júbilo y alabanza.
    


Mª del Carmen Feliu Aguilella.


martes, 11 de octubre de 2011

Reunión de Formación de la Asociación Bíblica San Pablo

Tema: "Miserere". El Salmo de la Misericordia
Ponente: Mª del Carmen Feliu Aguilella

Hora:
Sábado, 22 de Octubre: 11:30 - 13:00

Lugar:Real Parroquia "San Miguel y San Sebastián".
Plaza San Sebastián, 1. (Junto al Jardín Botánico)
Valencia

Observaciones: Misa en la misma Parroquia a las 11:00 horas




viernes, 7 de octubre de 2011

LOS SIETE DOMINGOS DE SAN JOSE



SEGUNDO DOMINGO

 
El segundo domingo de San José nos enfrenta con las virtudes del santo patriarca.
Y aunque el evangelio es parco en relatarnos y contarnos su figura, sí podemos hacer un breve esquema de las virtudes y cualidades que se transparentan en la narración de Mateo.
Era silencioso. Mateo describe conductas pero no palabras. El silencio junto al trabajo paciente entraña .no pocas veces virtud, tenacidad, coherencia, visión clara de la propia verdad, o sea humildad.
También Mateo nos cuenta que era "justo". Esto equivale a santo, como dicen todos los tratadistas, pues ese término "justo" comportaba la santidad entre los antiguos israelitas, como consecuencia de obedecer la voluntad de Dios. En el A. T. el justo es el que tiene corazón puro y rectitud en sus intenciones respecto a Dios y al prójimo.
Hay una indudable analogía entre José y Job. Ambos son justos y ambos obedecen a Dios. Pero mientras Job se atreve incluso a "discutirle" al Señor sin ser castigado, la justeza de José tiene un grado superior que hemos citado inicialmente: el silencio y la aceptación. O sea y en la terminología veterotestamentaria, la mayor expresión de la humildad que es el conocimiento de la propia verdad humana y espiritual en la presencia de Yahvé.
Finalmente destacar que el concepto "justo" del A. T. es el equivalente al que el Evangelio llama "santo".
San José vivió plenamente en la fe, la esperanza y la caridad, pero con una coherencia impresionante.
Creyó la palabra de Dios cuando le reveló sus designios.
-Esperó con ilusión y alegría la llegada de Jesús Niño.
Y siempre amparó y protegió al Niño y a la Virgen con valor, entereza y tenacidad, huyendo a Egipto y recalando luego en Nazaret hasta el final de su vida, lejos de Heredes y casi cercano a la frontera del Líbano.
Y en el plano profesional, no dudamos que fue fiable, leal con los amigos y clientes y que cobraría siempre "lo justo" -esa maravilla hoy casi inédita del artesano honesto y profesional-, pues ni que decir tiene que José fue no un carpintero a secas sino un profesional capaz de sacarle a la madera cosas "artesanales", o sea lo que hoy casi no existe.
Y un último rasgo: murió sin ruido y en silencio, como había sido su vida.
Como en la circular precedente, no resistimos a reproducir la oración del segundo dolor y gozo, recogida en el citado Eucologio del Congregante por el P. Tomás García, S. J.: "Oh bienaventurado Patriarca glorioso San José, escogido para ser padre adoptivo del Hijo de Dios hecho hombre, el dolor que sentisteis viendo nacer al niño Jesús en tan gran pobreza, se cambió de pronto en alegría celestial al oír el armonioso concierto de los ángeles y al contemplar las maravillas de aquella noche tan resplandeciente."


Por francisco pellicer valero