ORACIÓN FINAL DE UN HOMBRE
AGRADECIDO
Reproducimos
este texto magnífico de José Luis Martín Descalzo, de su libro “Lo que María guardaba en su corazón”, 1985,
por su gran ternura y poesía y por su
profundo valor edificante.
Te
doy gracias, María, por ser una mujer:
Gracias por
haber sido mujer como mi madre y por haberlo
sido
en un tiempo en el que ser mujer era como no ser nada.
Gracias porque cuando todos te consideraban una mujer
de nada tú
fuiste todo, todo lo que un ser humano puede ser
y mucho más,
la plenitud del hombre, una vida completa.
Gracias
por haber sido una mujer libre y liberada, la mujer
más libre y
liberada de la historia, la única mujer liberada
y libre de la
historia, porque tú fuiste la única no atada al pecado,
la única no
uncida a la vulgaridad, la única que nunca
fue mediocre,
la única verdaderamente llena de gracia y de vida.
Te
doy gracias porque estuviste llena de gracia porque
estabas
precisamente llena de vida; porque estuviste llena de
de vida
porque te habían verdaderamente llenado de gracia.
Te
doy gracias porque supiste encontrar la libertad siendo esclava,
aceptando la
única esclavitud que libera, la esclavitud de Dios,
y nunca te
enzarzaste en todas las otras esclavitudes
que a
nosotros nos atan.
Te
doy gracias porque te atreviste a tomar la vida con las dos manos.
Porque
al llegar el ángel te atreviste a preferir tu misión
a tu
comodidad, porque aceptaste tu misión sabiendo que era
cuesta
arriba, en una cuesta arriba que acababa en un Calvario.
Gracias
porque fuiste valiente, gracias por no tener miedo,
gracias por
fiarte de Dios que te estaba llenando,
del Dios que
venía, no a quitarte nada, sino a hacerte más mujer.
Gracias
por tu libertad de palabra cuando hablaste a Isabel.
Gracias
por atreverte a decir que Dios derribaría
a los
poderosos, sin preocuparte por lo que pensaría Herodes.
Gracias
por haber sabido que eras pobre y que Dios
te había
elegido precisamente por ser pobre.
Gracias
porque supiste hablar de los ricos sin rencor,
pero
poniéndolos en su sitio: el vacío.
Gracias
porque supiste ser la más maternal de las vírgenes,
la
más virginal de las madres.
Gracias porque entendiste la
maternidad como un servicio a la vida ¡y qué
vida!
Gracias porque entendiste la virginidad
como una entrega ¡y qué entrega!
Gracias por ser alegre en un tiempo de
tristes,
por ser valiente en un tiempo de cobardes.
Gracias por atreverte a ir embarazada hasta Belén,
gracias
por dar a luz donde cualquier otra mujer
se
hubiera avergonzado.
Gracias por haber sabido ser luego una mujer de pueblo,
por
no haber necesitado ni ángeles, ni criaturas
que
te amasaran el pan y te hicieran la comida,
gracias
por haber sabido vivir sin milagros
ni
prodigios, gracias por haber sabido que estar
llena
no era de estarlo de títulos y honores,
sino
de amor.
Gracias por haber aceptado el exilio,
por
asumir serena la muerte del esposo querido.
Gracias por haber respetado la vocación de tu hijo
cuando
se fue hacia su locura,
por
no haberle dado consejitos prudentes,
gracias
por haberle dejado crecer y por sentirte
orgullosa
de que Él te superase.
Gracias por haber sabido quedarte en silencio
y
en la sombra durante su misión, pero sosteniendo
de
lejos el grupo de mujeres que seguían a tu Hijo.
Gracias por haber subido al Calvario cuando pudiste quedarte
alejada
del llanto, por aguantar al lado del sufriente.
Gracias por aceptar la soledad de los años vacíos.
Gracias
por haber sido la mujer más entera que ha existido nunca
y gracias,
sobre todo, por haber sido la única mujer
de toda la
historia que volvió entera a los brazos de Dios.
Gracias
por seguir siendo madre y mujer en el cielo,
por no
cansarte de amamantar a tus hijos de ahora.
Gracias
por no haber reclamado nunca con palabras vacías
tu derecho de
mujer en la Iglesia ,
pero al mismo tiempo
haber sido de
hecho el miembro más eminente de la
Iglesia ,
la primera
redimida, por ser entre los hombres y mujeres
todos de la
tierra la que más se ha parecido a tu Hijo,
la que más
cerca ha estado y está aún de Dios.
Fotos amablemente cedidas por Manolo Guallart.