HECHOS DE LOS APOSTOLES (V)
Señalábamos que el Libro de los Hechos tiene como dos grandes
apartados, referido el primero en breves apariciones a algunos de los
apóstoles, y el segundo en auténtica exclusiva a los hechos de san Pablo.
Corresponde ahora proseguir el orden
de la lectura de los Hechos empezando por el Capítulo 9 que, hasta el 28 y con
mínimas excepciones, habla exclusivamente de Pablo. Sin embargo, hay dos
alusiones al santo contenidas en Act 7, 58, y Act. 8, 3, anteriores ambas a su
conversión en el camino de Damasco.
La primera es el breve pero célebre
pasaje en que, con motivo de la lapidación de Esteban, se lee: “Los
testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo;...” Así de sencillo nos cuenta Lucas el ánimo
incluso homicida del santo en esa escena en cuanto con su actitud parece
aprobar plenamente lo que se hace ante sus ojos.
La segunda alusión, es en la
descripción de la persecución contra los cristianos que se desató a raíz del
martirio de Esteban. Dice el versículo antes aludido: “Por el contrario, Saulo
devastaba la Iglesia, y entrando en las casas, arrastraba a hombres y mujeres y
los hacía encarcelar.”
Este segundo pasaje revela de una
manera expresa el tremendo radicalismo fanático de Saulo contra los primeros
cristianos y la severidad de su actitud, como asimismo lo dañino de su
actuación. A este respecto, el profesor Alberto Vidal llama la atención sobre la
devastación de Saulo sobre la Iglesia, señalando cómo Lucas emplea el verbo
griego elimainetos, expresivo de
enfermedad que daña todo el organismo y que Lucas parece haber tomado de su
lenguaje médico para expresar con mayor propiedad la indicada devastación.
Entrambos pasajes reflejan asimismo
la postura religiosa y espiritual de Pablo antes de su encuentro con Cristo, a
saber: su tremenda convicción de estar en el lado correcto del problema y
carecer de la más mínima duda de conciencia o sentimiento de pecado. Hay
también una cosa clarísima: esa convicción tremenda, a mi juicio, nace de su
creencia arraigada en el judaísmo tradicional, de su fe religiosa en
definitiva, y está tan alejada de cualquier motivación “política” como cercana
a una actitud de defensa de su religión y de la pureza de la misma.
Y
una última observación: Saulo, por su tradición rabínica basada en el Decálogo,
posee una moral profunda y es un temperamento extraordinariamente honesto, como
lo acredita su conversión pendular y su abandono en manos de Cristo tan pronto
lo conoce y el reconocimiento de su vida equivocada anterior si bien equivocada
de buena fe. A este respecto es luminoso lo que dice en su carta a los
filipenses: “Circuncidado al octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de
Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; y si se trata
de intolerancia, fui perseguidor de la Iglesia. Y
si de la rectitud que proclama la ley, era intachable.” (Filip 3,5).
De la cita precedente quiero destacar la última línea
subrayada. Cuando Pablo califica de “intachable” su rectitud de conducta está
diciéndonos que cumplía con la ley (aunque se equivocara) con toda su alma y con
la más absoluta buena fe. Y esto lo decía unos treinta y cinco años después de
su conversión y cuando la gracia de Dios ya había transformado su alma. Uno
piensa que todo esto evidencia la excepcional y diríamos sobrehumana calidad
humana de Pablo y la tremenda y sublime elección de Dios que, primero y en el
seno de la madre del apóstol, había dotado a Pablo esa calidad única e irrepetible,
para ganarla a su causa luego en el camino de Damasco.
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