LA TRINIDAD
EN SÍ MISMA
La Iglesia
católica ha enseñado siempre que la Trinidad de Personas en Dios, es un
misterio estrictamente sobrenatural, que el mismo Dios se ha dignado revelar a
los hombres por medio de Cristo, de modo que la razón humana, jamás hubiera
podido descubrirlo por sí misma, independientemente de la divina revelación.
Tal como podemos vislumbrar este misterio a través de los datos que nos
proporciona la divina revelación, el misterio insondable de la vida íntima de
Dios, se verifica del siguiente modo: (1).
El
Padre, contemplándose a sí mismo desde toda la eternidad, forma o engendra una
Idea infinita que le representa y expresa totalmente. Es como su Verbo mental,
una especie de Palabra substancial y viviente en la cual se dice y expresa todo
entero. Viendo este Verbo, Imagen perfectísima de sí mismo reflejada en el
espejo limpísimo de la esencia divina, el Padre le ama con un amor sin
límites.Y el Verbo, que es la Luz del Padre, su Pensamiento, su Gloria, su
Hermosura, el Esplendor de todas sus perfecciones infinitas, devuelve a su
Padre un amor semejante, igualmente eterno e infinito. Y, al encontrarse la
corriente impetuosa de amor que brota del Padre con la que brota del Hijo,
salta – por decirlo así- un torrente de llamas, que es el Espíritu Santo: Amor
único, aunque es mutuo, viviente y subsistente; abrazo, vínculo, beso inefable,
que consume al Padre y al Hijo en la unidad del Espíritu Santo (2).
Esta
verdad de Dios, Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, dogma fundamental de
la fe cristiana,(3) lo resumía así Pablo VI en una profesión de fe promulgada
en 1968:
“Creemos en un solo
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Creemos que este Dios único es
absolutamente uno en su esencia infinitamente santa, al igual que en todas sus
perfecciones, en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en
su voluntad y en su amor... Los lazos mutuos que constituyen eternamente las
Tres Personas, siendo cada una el sólo y el mismo ser divino, son la
bienaventurada vida íntima de Dios tres veces Santo, infinitamente superior a
lo que podemos concebir con la capacidad humana... Creemos, pues, en el Padre
que engendra al Hijo desde la eternidad; en el Hijo, Verbo de Dios, que es
eternamente engendrado; en el Espíritu Santo, Persona increada, que procede del
Padre y del Hijo como eterno amor de ellos. De este modo, en las Tres Personas
divinas, coeternas y coiguales entre sí, sobreabundan y se consumen en la
eminencia y la gloria, propias del Ser increado, la vida y la bienaventuranza
de Dios perfectamente Uno, y siempre se debe venerar la Unidad en la Trinidad y
la Trinidad en la Unidad” (4).
La
relación mutua que los diferencia es: generación activa en el Padre, generación
pasiva en el Hijo por vía de conocimiento, y procedencia de ambos en el
Espíritu por vía de amor. Fuera de esto el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo son perfectamente idénticos. Por
tanto, toda acción de la Divinidad hacia fuera (creación, conservación,
salvación, glorificación), es común a las tres Divinas Personas. Incluso la
Encarnación es “obra de los tres”, aunque termine en la asunción de la
naturaleza humana por la persona del Hijo, y no se encarnen ni el Padre ni el
Espíritu Santo.
Por
tanto, si alguna de esas acciones “ad extra” (hacia fuera) es atribuida en las
fuentes de la Revelación a una u otra Persona, no es que las produzca esa
concreta Persona exclusivamente; se trata de lo que en lenguaje teológico se
llama “Apropiación” a Ella, sobre la base de la especial relación que tenga con
la propiedad constitutiva de cada Persona.
En
otras palabras, aunque comunes a las tres Divinas Personas, las obras divinas
que más directamente manifiestan la omnipotencia de Dios, por la afinidad de
este atributo con la relación de la paternidad, se apropian al Padre; las que
manifiestan la sabiduría infinita de Dios, al Hijo Verbo increado; y las que
reflejan el amor inmenso de Dios al hombre se apropian muy justamente al
Espíritu Santo, Amor increado y perpetuo del Padre al Hijo y del Hijo al Padre
(5).
Por Francisco Pellicer Valero
(1) A. Royo Marín: La Trinidad en sí misma.
Alabanza a la Santísima Trinidad. Ed. B.A.C. Madrid 1999,págs.13-24 J. Mª Rovira
Belloso: Las
Personas Divinas. Tratado de Dios Uno y Trino, o.c. págs. 636-638.
(2)
Royo Marín: Teología de la
Caridad,pág.12.
(3)
Catecismo de la Iglesia Católica. El
dogma de la Santísima Trinidad,o.c.págs.63-67.
(4)
A.A.S. 60,1968, págs.436-437.
(5)
Muñoz Iglesias: Lo común y lo propio
de las Personas divinas; El Espíritu Santo,o.c.págs.29-32.
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