HORA SANTA 2015
En el
año jubilar teresiano
Introducción:
Oración de Jesús en el Huerto…
Hasta en las horas más turbias, en los
momentos anteriores a la entrega salvadora, Jesús necesita separarse un poco de
los suyos y entrar en intimidad con el Padre. Y, aún en estos momentos donde podría
parecer que un ser humano tendría derecho a pensar en él únicamente, el Señor,
el Hijo de Dios, sigue ejerciendo su magisterio; el maestro nos enseña a orar
en la noche de su prendimiento.
Estamos en el año jubilar de Santa
Teresa de Jesús, recordando que nació hace 500 años. Ella, como Jesús, fue una
maestra en el camino de la oración. Teresa hace presente lo que Jesús vive en
este momento y en tantos otros de su vida. Después de siglos de este
acontecimiento nos unimos a Jesús, para tratar
de amistad, estando con él, tratando
a solas con quien sabemos nos ama. Ante lo que le espera a Jesús, necesita
experimentar en su humanidad la fuerza del amor divino. En tantos momentos de
dificultad hemos de buscar la intimidad con el Señor. Y quizás sintamos lo que
la santa andariega plasmó en estas celebérrimas palabras.
(podría recitarse o cantarse con alguna melodía
apropiada)
Nada te turbe;
nada te espante;
todo se pasa;
Dios no se muda,
la paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Solo Dios basta.
1.-
JESÚS ES EL PAN DE LA VIDA. Institución de la Eucaristía.
En la noche santa de su despedida,
Jesús instituye el signo de su presencia continua en medio de su pueblo. Se
presenta como el pan que da la vida.
Del Evangelio según san Juan (6, 24-35)
En aquel tiempo, cuando la gente
vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a
Cafarnaún en busca de Jesús. AL encontrarlo en la otra orilla del lago, le
preguntaron:
—«Maestro, ¿cuándo has venido
aquí?»
Jesús les contestó:
—«Os lo aseguro, me buscáis, no
porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros.
Trabajad, no por el alimento que
perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el
Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.»
Ellos le preguntaron:
—«Y, ¿qué obras tenemos que
hacer para trabajar en lo que Dios quiere?»
Respondió Jesús:
—«La obra que Dios quiere es
ésta: que creáis en el que él ha enviado.»
Le replicaron:
—«¿Y qué signo vemos que haces
tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná
en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo.”»
Jesús les replicó:
—«Os aseguro que no fue Moisés
quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan
del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.»
Entonces le dijeron:
—«Señor, danos siempre de este
pan.»
Jesús les contestó:
—«Yo soy el pan de vida. El que
viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»
Comentario: se intercala la
reflexión y el silencio
Jesús nos deja como memorial de su
pasión el sacramento de la Eucaristía. No hay forma humana de calibrar el valor
de este sacramento.
Santa Teresa de Jesús tenía la firme
convicción de que una nueva casa religiosa sólo quedaba erigida, fundada,
cuando se celebraba en ella la primera misa, y quedaba reservado en la capilla
el Santísimo Sacramento. Tal convicción se debía a la idea que ella tenía de la
centralidad del Sacramento de la Eucaristía en la buena marcha de la casa
religiosa, de la vida fraterna en comunidad. El centro de la vida y de la misma
liturgia es la Eucaristía.
En nuestra vida damos mucha importancia
a los bienes materiales, al pan que sacia nuestras necesidades físicas… ¿qué
valor damos a alimento que da la vida eterna?
Teresa afirma que la Eucaristía es el don por
excelencia del Padre, que ya no consiste en el maná del desierto, sino en el
don de su propio Hijo. Es ese don-persona lo que pedimos al Padre al decirle
que nos dé "el pan de cada día". Y ese pan se lo pedimos para el
"hoy" pasajero de la vida presente, y para el cada día de la
eternidad.
“Cuando recibimos al Señor, cerremos
los ojos del cuerpo y abramos los del alma. Es el momento de tratar con él.
Buen tiempo para oír sus enseñanzas, agradecerle y suplicarle que no se aparte
de nosotros.”
Canto: “Yo soy el pan de vida”, “Tú eres, Señor, el
pan de vida”
Preces:
Reunidos entorno a Jesús, oremos
pensando en el amor que nos tiene al entregarnos la Eucaristía.
Cantamos: Señor,
escúchanos, Señor óyenos.
+ La Eucaristía es celebración de la
Muerte y Resurrección del Señor: para que demos muerte al egoísmo y vivamos
dando paz y alegría a los demás.
Oremos cantando...
+ La Eucaristía es memorial y recuerdo
que en cada celebración se hace presente, de la Vida y Muerte de Jesús: para
que vivamos en la ilusión de pasar por nuestra vida haciendo siempre el bien,
consolando, animando y perdonando.
Oremos cantando...
+ La Eucaristía es alimento de nuestra
fe cristiana: para que tengamos fuerza para ayudar a los que vacilan en su fe
con nuestro testimonio y cercanía.
Oremos cantando...
+ En la Eucaristía Jesús se entrega
totalmente a su Iglesia: para que seamos generosos con nuestra vida y sepamos
perderla en beneficio de nuestros hermanos.
Oremos cantando...
+ Para que por medio de la Eucaristía
se acreciente nuestra fe en una vida plenificada, en la vida Eterna que Jesús
nos regalará un día.
Oremos cantando...
2.- AMAOS COMO YO OS HE
AMADO. El mandamiento nuevo.
El deseo del Señor manifestado en el
gesto del lavatorio de los pies que hemos escuchado en la celebración de esta
tarde, se prolonga con las palabras de Jesús que invita a permanecer junto a
él, a vivir en su amistad por medio del amor.
Lectura del evangelio según
san Juan (15,1-17)
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es
el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da
fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a
la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo
que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid;
así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid; vosotros los sarmientos.
El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí
no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el
sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis
y lo conseguiréis.
La gloria de mi Padre está en que deis
mucho fruto, y seáis mis discípulos. Como el Padre me amó, yo también os he
amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y
permanezco en su amor”.
“Os he dicho esto, para que mi gozo esté
en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os
améis los unos a los otros como yo os he amado.
Nadie tiene mayor amor que el que da su
vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No
os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os
he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a
conocer.
No me habéis elegido vosotros a mí, sino
que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis
fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre
en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los
otros”.
Comentario: se intercala la
reflexión y el silencio
“¿Qué apoyo o remedio llevaremos en el
camino para no caer? El Maestro nos señaló dos: amor y temor. El amor nos hará
apresurar los pasos, el temor nos hará ir mirando a dónde ponemos los pies para
no tropezar. Pero ¿cómo sabemos si vamos con bastante provisión de amor y
temor?
El que ama verdaderamente a Dios, ama
todo lo bueno. Quien de veras ama a Dios no puede amar vanidades, comodidades,
deleites, honras o envidias. No pretende otra cosa que contentar al Maestro.
Daría la vida para que fuera más conocido y seguido por otras personas…
El otro remedio para el camino es el
temor al mal. Temor al único mal de la humanidad: el apartarnos de él. Temor de
salirnos del camino que nos conduce hacia él. Temor de nosotros mismos. Temor a
que, por una locura, pongamos nuestros deseos por encima de los suyos. Por esto
terminamos nuestra oración con la humilde y sincera expresión de nuestra
debilidad “y líbranos del mal
"...Procuremos siempre mirar las
virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros y tapar sus defectos con
nuestros grandes pecados... tener a todos por mejores que nosotros..."
"Para mí la oración es un impulso
del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor
en las penas como en las alegrías."
Lectura:
Canto. Os doy un
mandato nuevo.
Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puso en mí este letrero:
«Que muero porque no muero».
Canto. Os doy un mandato nuevo.
Esta divina unión,
y el amor con que yo vivo,
hace a mi Dios mi cautivo
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a mi Dios prisionero,
que muero porque no muero.
Canto. Os doy un
mandato nuevo.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
Canto. Os doy un mandato nuevo.
Acaba ya de dejarme,
vida, no me seas molesta;
porque muriendo, ¿qué resta,
sino vivir y gozarme?
No dejes de consolarme,
muerte, que así te requiero:
que muero porque no muero.
3.- JESÚS PONE SU VIDA EN LAS MANOS DEL PADRE. Disponibilidad.
La hora esperada tan ardientemente
durante toda su vida ya ha llegado para Jesús. La tiene delante y está
decidido a vivirla con toda intensidad. Pero no la vive solo. La vive abierto
confiadamente al Padre, poniendo en sus manos toda su vida. A nosotros, sus amigos
nos pide que entremos también en su oración. El odio va a ser vencido por el
amor fiel. De su entrega crucificada va a surgir una nueva humanidad.
Del evangelio San Lucas (22, 39-46)
Salió
Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos; y lo siguieron los
discípulos.
Al llegar
al sitio, les dijo: "Orad, para no caer en la tentación".
Él se
arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba
diciendo: "Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga
mi voluntad, sino la tuya".
Y se le
apareció un ángel del cielo que lo animaba. En medio de su angustia, oraba con
más insistencia.
Y le
bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo.
Y
levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por
la pena, y les dijo:
"¿Por
qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación".
Canto: “Vaso nuevo”
Lectura: Como Jesús lo manifiesta en el momento que acabamos de escuchar: “que se
haga la voluntad del Padre”. La disponibilidad a los planes de Dios, es virtud
cristiana esencial. Con este poema y oración expresa Santa Teresa su
disponibilidad a Dios.
Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra pues que me llamastes,
vuestra porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?
Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Sea José puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer
de mí?
4.- NO NOS DEJA SOLOS. La
promesa del Espíritu Santo.
Antes de su partida, Jesús promete el
don del Espíritu Santo. No nos deja solos. Su presencia se prolonga por medio
del Espíritu que ha de enviar, y será la fuerza que nos sostenga en las
dificultades.
Del evangelio según san Juan (15, 19-27)
Si el mundo os
aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del
mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os
elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.
Acordaos de la
palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han
perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra,
también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre,
porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido, ni les hubiera
hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado.
El que me aborrece
a mí, también a mi Padre aborrece.
Si yo no hubiese
hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero
ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre. Pero esto es para que se
cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron.
Pero cuando venga
el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual
procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis
testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio.
Comentario: se intercala la
reflexión y el silencio
El primer recuerdo
explícito de la devoción particular al Espíritu Santo en la vida de Santa
Teresa lo encontramos cuando recibe el consejo de su confesor: «Él me dijo que
lo encomendase a Dios unos días y rezase el himno de “Veni Creator” porque me
diese luz de cuál era lo mejor». Mientras Teresa recita el himno litúrgico
recibe una de las primeras gracias místicas. En un rapto oye la palabra del
Señor que hace en ella una operación singular: la sana definitivamente en lo
que para ella había sido durante muchos años su debilidad: su afectividad.
Experimenta a la vez equilibrio en el amor y libertad; dos dones
característicos del Espíritu Santo: amor verdadero y libertad de
los hijos de Dios.
Con tres
pinceladas características Santa Teresa ha descrito con precisión teológica la
acción del Espíritu Santo en la vida cristiana. La primera es la acción del
Espíritu en la oración del cristiano; después de haber comentado las
resonancias bíblicas de la palabra «Padre» en un diálogo intenso con el «Hijo»
que con nosotros es maestro y orante, la Santa escribe: «Entre tal Hijo y tal
Padre forzado ha de estar el Espíritu Santo, que enamore vuestra voluntad y os
la ate tan grandísimo amor, ya que no baste para esto tan gran interés» (Camino
27,7).
La oración
cristiana del «Abbá: ¡Padre!» está suscitada por el amor mismo del Espíritu que
enamora y ata nuestra voluntad para orar como debemos. La segunda alusión es la
afirmación teresiana [de] que toda la vida cristiana se realiza «con el calor
del Espíritu Santo» (Moradas V 2,3); intuición feliz que coloca toda la
economía de la gracia y de los sacramentos bajo la acción cuasi maternal del
Espíritu que con su calor permite la plena eficacia sacramental y el
crecimiento del alma en su conformación con Cristo; toda la vida cristiana pero
especialmente todo el sentido de la aventura cristiana como transformación
progresiva en Cristo hay que atribuirla a la acción santificante del Espíritu.
Finalmente, y esta
es la tercera alusión, una experiencia de la Santa asumida como categoría
teológica de gran hondura: «Paréceme a mí que el Espíritu Santo debe ser
medianero entre el alma y Dios y el que la mueve con tan ardientes deseos que
la hace encender en fuego soberano, que tan cerca está» (Conceptos de Amor de
Dios 5,5). En efecto, el Espíritu con su presencia en el hombre constituye la
mediación absolutamente necesaria para la presencia de Cristo y de cualquier
realidad sobrenatural. Teresa lo ha sentido en muchas ocasiones cuando la
santificación progresiva ha ido marcando nuevas presencias y nuevos frutos de
amor.
Canto: “Danos un corazón”
Letanía
al Espíritu Santo.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
(Respondemos: Te alabamos y te
bendecimos)
Dios hijo, Redentor del mundo
Espíritu Santo que procedes
Del Padre y del Hijo …
Espíritu del Señor, Dios de Israel.
Espíritu que posees todo poder.
Espíritu, fuente de todo bien.
Espíritu que embelleces los cielos.
Espíritu de sabiduría e inteligencia.
Espíritu de consejo.
Espíritu de fortaleza.
Espíritu de ciencia.
Espíritu de piedad.
Espíritu de temor del Señor.
Espíritu, inspirador de los santos.
Espíritu prometido y donado por el Padre.
Espíritu de gracia y de misericordia.
Espíritu suave y benigno.
Espíritu de salud y de gozo.
Espíritu de fe y de fervor.
Espíritu de paz.
Espíritu de consolación.
Espíritu de santificación.
Espíritu de bondad y benignidad.
Espíritu, suma de todas las gracias.
Oración final
Señor, Dios todopoderoso, que para gloria tuya y
salvación de los hombres constituiste a Cristo sumo sacerdote; concede al
pueblo cristiano adquirido para ti, por la Sangre preciosa de tu Hijo, recibir
en la Eucaristía, memorial del Señor, el fruto de la Pasión y Resurrección de Cristo.
Que vive y reina contigo...
Canto: Salve Regina
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