La
voluntad salvífica de Dios es universal: Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad “ (1 Tim 2, 4). Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se
convierta y viva (Ez 33, 11; 2 Pe 3, 9).
En
la obra de la salvación realizada por Cristo en la cruz, no está Cristo solo;
juntamente con El están el Padre y el Espíritu Santo. Cada una de las tres
Personas realiza y está presente en la salvación según su modo propio.
En
las frases del Nuevo Testamento que enuncian los acontecimientos de la
Redención, el sujeto gramatical es, con una frecuencia asombrosa, Dios-Padre.
Citemos un ejemplo muy conocido: en los 11 primeros capítulos de la epístola a
los Romanos, donde se describe la economía de la salvación, se encuentran hasta
150 referencias al Padre, en un número doble a las menciones de Jesucristo. No
es Dios-Padre el que nace, muere y resucita; pero El es el que decide y hace
que tengan lugar los actos salvíficos.
I.- LA SALVACION , OBRA DEL
PADRE.- Jesús interpretó su vida y su muerte
como “obediencia total a la voluntad del
Padre”, como adecuación y cumplimiento de su designio de salvación en favor
de los hombres.
En los anuncios de su
Pasión, Jesús habla del rechazo de Israel y de su entrega a la muerte en la
cruz. Y en la Última Cena expresa claramente que la entrega de su vida y el
derramamiento de su sangre representan el momento de la realización de la
“Nueva y eterna Alianza” de Dios con los hombres. Por tanto, la muerte de Jesús
en la cruz significa y expresa el acto sublime y central de la manifestación de
la misericordia y solidaridad del Padre con todos los hombres.
Por
eso la Iglesia, desde la experiencia de Pentecostés, ha interpretado y
comprendido la muerte de Cristo desde el punto de vista de Dios Padre, como el
don, la entrega por amor, que hizo el Padre de su Hijo para la salvación de los
hombres.
La
entrega total que hace el Padre llega hasta el “abandono” de su Hijo en la
cruz. En efecto, Dios parece abandonar a su Hijo a su destino infame. Sin
embargo, este silencio del Padre sólo esconde temporalmente su paternidad, pues
una vez Jesús ha saboreado el cáliz del sufrimiento, poniéndose totalmente en
las manos de su Padre, Éste actúa en su favor resucitándolo de la muerte.
La
Resurrección de Jesús es el testimonio por parte de Dios, de la verdad de la
misión de Jesús, el sello irrefutable de que el Padre está con Él, la
certificación de que su Persona, vida, predicación y obra, son verdaderamente
la manifestación de la obra salvadora que el Padre ha llevado a cabo en su
Hijo.
II .- LA SALVACION, OBRA DEL
HIJO.- En la parábola del buen Pastor afirma
Jesús : “Nadie me quita la vida, sino que
la ofrezco Yo mismo, porque tengo el
poder de ofrecerla
y el poder
de recobrarla de nuevo. Este mandato he recibido del Padre“ (Jn 10, 18). Es decir, la Pascua representa
el testimonio y la realización de la extrema libertad de Jesús. Su muerte en la
cruz ha sido escogida libre y conscientemente. La opción de enfrentarse con el
destino trágico de la muerte, es expresión por parte de Jesús de la extrema
coherencia con su misión mesiánica.
La entrega de Jesús
está determinada por su “fidelidad al Padre” y por su amor a los hombres (Jn
13, 1). Fidelidad al Padre, porque hace suyo, libremente, su designio de
salvación; porque continúa anunciando y haciendo presente a Dios, Padre y
liberador, que le ha enviado, aun cuando sea consciente de que esa pretensión puede
costarle la vida. Amor a los hombres, que le empuja a arriesgar su propia vida
para liberarles y otorgarles la dignidad y condición de hijos, comunicándoles
la misma vida que el Padre le ha entregado a Él. La muerte de Jesús es, por
consiguiente, la experiencia límite de su condición de Hijo, de su libertad, de
su solidaridad con los hombres.
III.- LA SALVACIÓN, OBRA DEL
ESPÍRITU SANTO.- La constante y determinante presencia
del Espíritu en la vida y ministerio público de Jesús, es también decisiva en
el acontecimiento de la Pascua. Pablo afirma que Jesús es constituido Hijo de
Dios, con poder según el Espíritu de santificación desde su Resurrección de los muertos (Rom 1,4).
Al
constituir a Jesús como Hijo suyo con poder en la Pascua, el Padre le comunica
su Espíritu, es decir, su misma vida en plenitud. Pero también en el Hijo está
muy presente la obra del Espíritu Santo, no sólo porque Jesús se ofrece al
Padre como víctima en la cruz por virtud de un “Espíritu Eterno" (Heb 9,
14), sino también, porque una vez recibida la plenitud del Espíritu en la
Resurrección, Él lo derrama a su vez sobre toda la humanidad. El Espíritu
Santo, prometido a través de los profetas para los últimos tiempos a toda la
comunidad mesiánica, se derrama a través del Hijo crucificado y resucitado.
La salvación
realizada en la Pascua de Cristo es, con toda claridad, obra del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo. Es obra de la Trinidad Una, tanto como de cada una
de las tres divinas Personas.
Por Francisco Pellicer Valero
1.-
Rovira Belloso: El horizonte salvífico
de la Trinidad. Tratado de Dios Uno y Trino o.c.págs.523-524.
2.- José Mª Bover:
Comentario Ef.1,3-14.Las Epístolas de S. Pablo. Barcelona, 1940, págs. 197-201.
3.- J.L.Illanes
Maestre: La Iglesia, fruto de la acción salvadora trinitaria.G.E.R.Vol.12
págs.410 s.s.
4.- Olegario González
de Cardenal: El plan divino de salvación:Ef.1,3-14. Cristología.
Ed.B.A.C.Madrid 2001 págs.510-515.
5.- Gabriel Pérez
Rodríguez: El plan salvador de Dios. Com. Efesios. La Casa de la Biblia.
Ed.Verbo Divino.Estella 1995,págs.525-527.
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