“LA
FIGURA DEL SIERVO DE YAHVEH Y LA EXEGESIS MODERNA”
La
figura del Siervo de Yahveh, su personalidad y el sufrimiento que arrostra se
ponen de plena actualidad en el Tiempo de Cuaresma y, fundamentalmente, en la
Semana Santa en que volvemos nuestra mirada hacia el rostro de Jesús en su
Pasión y Muerte.
El
mismo Cristo se aplicó a Sí mismo el cuarto de los Cánticos, un relato tan fiel
de la Pasión del Señor que nos hace ver en el autor de los mismos a un
proto-evangelista y, cuando Jesús resucitado camina junto a los discípulos de
Emaus, se justifica la idea fundamental de que no había ocurrido nada que no
hubiera sido anunciado desde antiguo.
I.
El problema literario.
1.
Relación de Is 40 – 50 con Is 1 – 39.
Existen
no pocas divergencias históricas y literarias que hacen distinguir Is 1-39 (Proto-Isaías)
e Is 40-50 (Deutero-Isaías) en dos grandes bloques de distinto autor, si bien
la tradición judaica agrupó estos temas en el Libro de Isaías. Aunque ambos
bloques están alejados en la historia y esto se demuestra porque así como en el
primero el castigo es anunciado, en Deutero-Isaías se supone realizado, hay un
estilo común que hace participar a las tras partes del libro en una escuela
espiritual y literaria que sigue las directrices del gran profeta pre-exílico.
2.
Los cuatro Cánticos del Siervo en el conjunto del
Deutero-Isaías.
Schmidt
en “Introducción al Antiguo Testamento” piensa que los Cantos del Siervo de
Dios forman un “estrato separable del libro, autónomo y aparte”. De hecho se estudia
como un conjunto aparte dentro del libro de Deutero-Isaías debido,
fundamentalmente, a su referencia al personaje del Siervo. No obstante, este
conjunto presenta importantes similitudes con el resto del libro dado que
comparte la línea teológica del autor del libro, además de semejanzas en el
vocabulario. Hay un tema de Isaías II que en los Cánticos llega a su
culminación y es su profundo universalismo: “el Elegido llevará la verdad a las
naciones” (Is 42), o “Yo te pongo por luz para los pueblos a fin de que mi
salvación llegue hasta los confines de la tierra” (Is 49), y “así redimirá a
muchos pueblos”, “por eso Yo le asignaré multitudes” (Is 52 y 53). Sin embargo
este universalismo es bastante más depurado: la salvación derivará en una
conversión de todos los pueblos a Dios, en la persona del discípulo ideal, sin
ningún tipo de nacionalismo.
A
pesar de todas sus semejanzas, los Cánticos pueden considerarse un conjunto
aislado debido a su enigmática presentación y al protagonismo del Siervo.
3.
Extensión de los Cánticos, autor y coherencia.
El
problema que presenta la extensión de los Cánticos es la falta de unanimidad a
la hora de delimitarlos: Básicamente, el primer Canto corresponde a Is 42, 1-4
y los versículos 5-9 como probables. El segundo Canto consta de Is 49, 1-6 y
7-13 como probables. El tercero correspondería
a 50, 4-9 y como probables 10ss; por fin, el cuarto va desde 52, 13 a 53, 12. Estas
diferencias influirán en la
interpretación de los mismos, puesto que las secciones discutidas se trata de probables
ampliaciones de distinta óptica de la figura del Siervo, alejada de la del
núcleo central. Tampoco hay unanimidad al considerar al autor de los Cánticos:
para algunos autores, estos forman un conjunto integrado en el libro de
Deutero-Isaías siendo éste su autor. En otros, los Cánticos, si bien forman un
conjunto homogéneo, son escritos por un discípulo de Deutero-Isaías. Por
último, gran número de autores piensa que los Cánticos forman un conjunto
totalmente independiente del libro, que se insertaron en él artificialmente.
La
coherencia de estos textos depende exclusivamente de la personalidad, única o
no (según autores) del Siervo.
Es
de resaltar la presentación del Siervo típica del mesianismo real, si bien es
habitual en el Antiguo Testamento que la entronización del rey se realice con
los títulos de Mesías, Hijo y Siervo de Dios. En Is 49, 1-6, sin embargo,
destaca el ministerio de la palabra y por lo tanto la identificación con los
profetas, del Siervo, aludiendo a la actuación de los profetas pre-exílicos.
Por
otro lado, el sufrimiento del Siervo, y en esto nos recuerda a Jeremías, está
ligado a este ministerio de la palabra, el Siervo es un profeta que sufre, pero
cuyo sufrimiento se valora positivamente. Apartándonos de la interpretación colectiva
de Israel como Siervo, el Profeta debe sufrir de manera representativa o
vicaria ya que Israel no ha sido el perfecto instrumento de salvación, pero
este sufrimiento culmina con la exaltación del Siervo.
II.
Contenido de los cuatro Cánticos.
1.
Doble misión del Siervo:
a)
Con relación a Israel: Viene marcada, fundamentalmente, por Is 42, 5s. Leemos:
“para llevar de nuevo a Jacob hasta El (Yahveh), para que Israel no sea
arrancado”. El Siervo en el tiempo presente, está obligado a traer a casa a los
deportados como un Moises dirigiendo un nuevo Exodo “para levantar las tribus
de Jacob, y hacer volver a los supervivientes de Israel” y, más tarde, como
legislador “enderezar” a las tribus de Jacob, refiriéndose a una restitución de
la antigua configuración de Israel.
b)
Con relación a los gentiles: Yahveh mismo presenta a su Siervo como el elegido
para llevar “la verdad a las naciones”,
después describe el modo cómo lo hará: sin levantar su voz; no ha de romper la
caña quebrada, la violencia estará lejos de este Siervo carismático.
Siguiendo
en Is 49, 1-6: como luz de los pueblos, la salvación divina llegará a todas las
naciones de su mano.
2.
Personalidad del Siervo.
Debemos
descartar la personalidad regia dado que sólo Yahveh es rey y soberano
universal, por tanto el Siervo es un enviado o un ministro de este rey, con una
misión encomendada.
El
Siervo es llamado desde antes de su nacimiento, en la más pura tradición de
vocación profética, y le es asignada la misión de dirigir su palabra, su
enseñanza en servicio de Dios. La queja del Siervo “Pero yo pensaba: me he
fatigado en vano, he derrochado infructuosamente y para nada mis fuerzas”, nos
recuerda a la queja de Jeremías.
Es
presentado como discípulo con oído atento al mandato divino y obediente para la
transmisión de lo que le es revelado.
Subyace,
tras esta figura de profeta, un sentido cultual y sacrificial, por tanto
podemos resumir que el Siervo es un elegido de Dios, ministro de su palabra y
sacerdote al tiempo.
3.
Fuentes en las que se ha inspirado el autor para elaborar la figura del Siervo.
En
el Antiguo Testamento, el título de Siervo lo reciben tanto Moises y los
profetas, como los reyes, y el propio Mesías.
El
Siervo del Deutero-Isaías recoge aspectos, fundamentalmente de Moises, Siervo
de Dios por excelencia, y de Jeremías, el profeta del sufrimiento, sin
descartar que los Cánticos reúnan también experiencias propias del servicio del
mismo Deutero-Isaías.
Para
construir la imagen que nos ocupa, el autor ha tomado elementos de la tradición
que se pueden reunir en tres fuentes: la figura profética, la función
sacerdotal y la figura de Moises.
El
Siervo es una persona que ha recibido una misión profética: además de ser el
conductor de Israel, es luz para los pueblos, que se supone esperan su
enseñanza. Pero sobre todo, tiene la experiencia del dolor personal. Desde su
vocación, el profeta se sitúa entre Dios y su pueblo y, a diferencia de lo que
ocurría en el profetismo pre-exílico, desde Jeremías, la misión de intercesión
irrumpe en su vida, en lo más íntimo. Así lo comprendemos en el libro de la
“pasión” de este profeta. La persecución y la idea de fracaso son sus
compañeras.
En
Ezequiel observamos también rasgos propios del profetismo que han influido en
la figura del Siervo, pero que sólo en Deutero-Isaías se aplicarán
expresamente: el sufrimiento vicario y la asunción del pecado por parte del
profeta.
El
Siervo reúne también aspectos de la función sacerdotal: de nuevo en su papel de
intermediario dirige la plegaria de intercesión; en cuanto al sacrificio de
expiación, es al tiempo sacerdote y víctima inmolada por el pecado, que cae
sobre su espalda, que no rechaza, como vemos en el tercer y cuarto cantos: “El
ha sido herido por nuestras rebeldías”, y “...Yahveh descargó sobre él la culpa
de todos nosotros”. Sin embargo, en este sacrificio redentor, lleva ya
implícita su glorificación.
Por
último, en la figura del Siervo, influye poderosamente la de Moises, que aúna
en cierto modo los aspectos ya enumerados. A él se le nombra Siervo de Dios con
mayor frecuencia que a cualquier otro personaje del Antiguo Testamento (Ex 14,
Jos 1. 2. 7. 13. 15 y hasta un total de cuarenta veces). Moises es considerado
como un profeta: lleva la palabra y la ley de Dios a Israel. También es el
encargado de reconducir a las tribus de Jacob a la Tierra Prometida.
Moises
es el gran mediador del Antiguo Testamento: se pone ante Yahveh para rogarle a
favor de su pueblo tantas veces como éste se aparta de su Señor, recuerda su
angustia..., pero también por sí mismo, porque Dios se ha irritado contra él
por causa de Israel, y su pecado.
Pero
Yahveh condena a su Siervo a morir sin ver la Tierra Prometida como castigo
vicario. No obstante, en este dolor ya está en germen la esperanza de que un
nuevo profeta vendrá. Un profeta incluso más grande que él para llevar a su
pueblo a la Tierra de Promisión, tras un nuevo Exodo.
III.
Interpretación: ¿Quién es el Siervo?
1.
La exégesis judía.
En
el Tárgum de los profetas, contra la exégesis cristiana, se recompone el texto
para dirigir la figura del Siervo sobre los hijos de Israel, justificando sus
sufrimientos en bien de su salvación final. No obstante, se suaviza la imagen
doliente para dar paso a un mesianismo regio: el Siervo será un futuro Mesías. En
su aplicación colectiva presenta al Siervo-Israel, que cumple fielmente la Ley,
contrapuesto a las naciones en donde se hallan dispersos, o bien a sus
dominadores. Así en Is 49, 7 “Así habló Yahveh al redentor de Israel, su santo,
a los que son despreciados entre las naciones, a los que están diseminados
entre los reinos, a los que han sido esclavizados entre los gobernantes: “Los
verán los reyes y se levantarán; los príncipes y adorarán, por causa de Yahveh,
ya que el santo de Israel es fiel y él se ha cumplido en ti”.”
2.
La exégesis neotestamentaria.
Los
Santos Padres han recogido sin ninguna duda a Jesús, el Cristo como el Siervo
del Deutero-Isaías fundamentando esta seguridad en la interpretación que en los
evangelios se hace de estos textos de los Cantos. Los diversos evangelistas nos
muestran cómo Jesús cumple fielmente los rasgos expresados por el profeta, en
los relatos de la pasión sobre todo.
Jesús
es el nuevo legislador y ministro de la Palabra por excelencia. Es indudable
que intercede por su pueblo y por la humanidad, poniendo su vida en la balanza.
Es el discípulo obediente que no rechaza el dolor íntimo, personal, ni el
sacrificio último, de expiación y redención: en su muerte nos asume a todos sin
excepción, con nuestra carga de pecados. Es víctima y sacerdote, sello de la
Nueva Alianza.
El
primero de los Cantos, en esa “presentación” que Dios mismo hace del Siervo nos
encontramos de frente con dos relatos esenciales del Evangelio: El Bautismo de
Jesús y su Transfiguración en el Tabor:
“He
aquí mi siervo a quien yo sostengo,
mi elegido en quien se complace
mi alma.
He puesto mi espíritu sobre él:
dictará ley a las naciones.
No
vociferará ni alzará el tono,
y no hará oír en la calle su voz.
Caña
quebrada no partirá,
y mecha mortecina no apagará.
Lealmente hará justicia;
no desmayará ni se quebrará
hasta implantar en la tierra el
derecho,
y su instrucción atenderán las
islas.” (Is, 42, 1-4)
En
el segundo de los Cantos es la misión, esa vocación especial de llevar el conocimiento
de Dios no sólo a los hijos de Israel sino a todas las naciones, encomendada al
Elegido la que se presenta con estas palabras:
“¡Oídme, islas,
atended, pueblos lejanos!
Yahveh desde el seno materno me
llamó;
desde las entrañas de mi madre
recordó mi nombre.
Hizo
mi boca como espada afilada,
en la sombra de su mano me
escondió;
hízome como saeta aguda,
en su carcaj me guardó.
Me
dijo: «Tú eres mi siervo (Israel),
en quien me gloriaré.»
Pues
yo decía: «Por poco me he fatigado,
en vano e inútilmente mi vigor he
gastado.
¿De veras que Yahveh se ocupa de
mi causa,
y mi Dios de mi trabajo?»
Ahora,
pues, dice Yahveh,
el que me plasmó desde el seno
materno para siervo suyo,
para hacer que Jacob vuelva a él,
y que Israel se le una.
Mas yo era glorificado a los ojos
de Yahveh,
mi Dios era mi fuerza.
«Poco
es que seas mi siervo,
en orden a levantar las tribus de
Jacob,
y de hacer volver los preservados
de Israel.
Te voy a poner por luz de las
gentes,
para que mi salvación alcance
hasta los confines de la tierra.»” (Is 49, 1-6)
El
tercer Canto enmarca la aceptación de la misión encomendada aún después de la
duda surgida en el segundo Canto: “En vano e inútilmente me he fatigado”. Como
discípulo atento y abierto a la esperanza se presta a llevar a cabo el mandato
divino de hacer conocer a todos los pueblos la justicia (mispat) del Señor a
sabiendas de que sus trabajos se realizarán en medio de grandes desprecios y
dolor:
El Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo,
Para que haga saber al cansado una
palabra alentadora.
Mañana tras mañana despierta mi
oído,
para escuchar como los
discípulos;
el
Señor Yahveh me ha abierto el oído.
Y yo no me resistí,
ni me hice atrás.
Ofrecí
mis espaldas a los que me golpeaban,
mis mejillas a los que mesaban mi
barba.
Mi rostro no hurté
a los insultos y salivazos.
Pues
que Yahveh habría de ayudarme
para que no fuese insultado,
por eso puse mi cara como el
pedernal,
a sabiendas de que no quedaría
avergonzado.
Cerca
está el que me justifica:
¿quién disputará conmigo?
Presentémonos juntos:
¿quién es mi demandante?,
¡que se llegue a mí!
He
aquí que el Señor Yahveh me ayuda:
¿quién me condenará?
Pues todos ellos como un vestido
se gastarán,
la polilla se los comerá.” (Is
50, 4-9).
Cuando
el eunuco etíope va en su carroza, leyendo el texto del cuarto Canto, Felipe, a
quien el Señor pone en su camino no duda en referir el sufrimiento expiatorio a
Jesús de Nazaret: “ El eunuco preguntó a Felipe: «Te ruego me digas de quién
dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de otro?» Felipe entonces, partiendo de
este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús.”
(Hech 8, 34-35) episodio que culmina en la conversión y bautismo del
funcionario.
La
conversión que se adquiere tras el reconocimiento de la culpabilidad; la gran
paradoja de quien se cree justo y mediante la conversión de corazón se reconoce
pecador. Pecador por quien muere el Justo por excelencia, el único Inocente:
“He aquí que prosperará mi Siervo,
será enaltecido, levantado y
ensalzado sobremanera.
Así
como se asombraron de él muchos
-pues tan desfigurado tenía el
aspecto que no parecía hombre,
ni su apariencia era humana-,
otro
tanto se admirarán muchas naciones;
ante él cerrarán los reyes la
boca,
pues lo que nunca se les contó
verán,
y lo que nunca oyeron
reconocerán.
¿Quién dio crédito a nuestra noticia?
Y el brazo de Yahveh ¿a quién se
le reveló?
Creció
como un retoño delante de él,
como raíz de tierra árida.
No tenía apariencia ni presencia;
(le vimos) y no tenía aspecto que
pudiésemos estimar.
Despreciable
y desecho de hombres,
varón de dolores y sabedor de
dolencias,
como uno ante quien se oculta el
rostro,
despreciable, y no le tuvimos en
cuenta.
¡Y
con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba
y nuestros dolores los que
soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado,
herido de Dios y humillado.
Él
ha sido herido por nuestras rebeldías,
molido por nuestras culpas.
Él soportó el castigo que nos
trae la paz,
y con sus cardenales hemos sido
curados.
Todos
nosotros como ovejas erramos,
cada uno marchó por su camino,
y Yahveh descargó sobre él
la culpa de todos nosotros.
Fue
oprimido, y él se humilló
y no abrió la boca.
Como un cordero al degüello era
llevado,
y como oveja que ante los que la
trasquilan
está muda, tampoco él abrió la
boca.
Tras arresto y juicio fue arrebatado,
y de sus contemporáneos, ¿quién
se preocupa?
Fue arrancado de la tierra de los
vivos;
por las rebeldías de su pueblo ha
sido herido;
y
se puso su sepultura entre los malvados
y con los ricos su tumba,
por más que no hizo atropello
ni hubo engaño en su boca.
Mas
plugo a Yahveh
quebrantarle con dolencias.
Si se da a sí mismo en expiación,
verá descendencia, alargará sus
días,
y lo que plazca a Yahveh se
cumplirá por su mano.
Por
las fatigas de su alma,
verá luz, se saciará.
Por su conocimiento justificará
mi Siervo a muchos,
y las culpas de ellos él
soportará.
Por
eso le daré su parte entre los grandes
y con poderosos repartirá
despojos,
ya que indefenso se entregó a la
muerte
y con los rebeldes fue contado,
cuando él llevó el pecado de
muchos,
e intercedió por los rebeldes.
(Is 52, 13-15 53, 1-12).
La
aplicación práctica de ese sufrimiento a lo largo de la Historia y, desde
luego, en nuestros días es que esa conversión radical de corazón viene dada por
el reconocimiento de nuestra condición pecadora porque sólo quien se sabe
enfermo está listo para acudir al Médico; sólo quien se reconoce culpable, está
en vías de salvación.
Todo
este sufrimiento culmina en la glorificación y en la herencia de las multitudes
que Dios le otorga, en premio a su confianza y a su obediencia, como nos lo
muestra Pablo en el gran himno cristológico de Filipenses:
“Por eso
Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre‐sobre‐todo‐nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.”
3.
La moderna exégesis católica.
En
una visión colectiva, Israel ha sido llamado por Dios para que, por su medio se
realice la conversión de las naciones paganas Los deportados o Resto de Israel
han de ser instrumento de esta conversión. Sin embargo, ante el fracaso de
Israel se traslada esta idea sobre un futuro “descendiente” del mismo, que la
represente y lleve a cabo el designio de salvación: el Israel escatólogico, la
Iglesia, el Siervo en la Nueva Alianza.
Individualmente,
el profeta teniendo ante sí el modelo de Moises, prevé la encarnación del
Siervo de Dios definitivo, en una profecía universalista, con una nueva
dimensión. Ha sido anunciado repetidas veces: es el Mesías que ha de llevar a
cabo el ministerio de la palabra al que va estrechamente ligado el sufrimiento,
pero en ese Siervo doliente está ya el Mesías triunfante, porque Dios le
auxilia; en su sufrimiento ofrecido voluntariamente, Dios le promete larga
descendencia y prosperidad: “he aquí que mi Siervo prosperará, será elevado y
ensalzado a lo más alto”, porque por El el plan de Dios no fracasará.
Jesús,
como nos muestran los evangelios reúne todas las condiciones del perfecto Siervo
de Dios, porque ha sido predestinado para que en El se cumpla la salvación. Y según
el principio de catolicidad, cada cristiano ha de asumir su parte en la figura
del Siervo ahogando el mal a base de hacer el bien según nos lo enseña Pablo.
IV.
Conclusiones
El
Siervo de Yahveh es, sin lugar a dudas, Cristo. Y todos y cada uno de los
cristianos participamos de su Misión.
El
universalismo de la salvación alcanza en estos textos su cota más alta en
cuanto al Antiguo Testamento se refiere.
El
sufrimiento redentor, en su aparente contradicción, nos invita a no caer en la
provocación, a no caer en la tentación de comportarnos del mismo modo que
nuestros “enemigos” o nuestros “opresores”; he aquí la locura de la Cruz “...nosotros,
en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y
locura para los paganos,
pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos
como griegos.” (1 Cor 1, 23-24).
Por Mª del Carmen Feliu Aguilella
Fotos: Josetxo Sáinz de Murieta
Imágenes: Monasterio de San Benito (Estella)